Traigo aquí un fragmento del libro El mal, aroma de la nada, en su capítulo titulado La lógica del dolor y la irracionalidad en el mal, que verá la luz a no tardar mucho, y que aprovecho ahora para cerrar las reflexiones sobre la potencia de las nuevas tecnologías, sobre todo en el ámbito vertiginoso de la informática, y la impotencia de esta para hollar los senderos más profundos de la existencia humana como es la del dolor, y todo esto para para la sección de Pensamiento del blog Ancile, y todo bajo el título para la ocasión: ¿Algoritmos? para una ética y ¿estética? del sufrimiento.
¿ALGORITMOS? PARA UNA ÉTICA
¿Y ESTÉTICA? DEL SUFRIMIENTO
Aprendí del discurso filosófico de la razón (el cual, por cierto, se ha conducido de manera desigual y no siempre pacífica a través de siglos de pensamiento–occidental-), que este asunto del mal encontraría resolución y resultado, si ello fuere posible, en la indagación personal (¿ética?, siempre meditada y profunda, cuando no en el intento voluntario de afrontar racionalmente nada menos que la idea de Dios -con todas las reservas del escéptico, advierto, que siempre hubo en mí-).
La ausencia de Dios (9) y de sentido -o significación- ofrecía una salida heroica a algunos denodados y memorables filósofos (entre ellos, el torturado y genial Nietzsche). Pensaban, con ese esforzado y audaz enfrentamiento al mal, otorgar significado y dignidad al devenir existencial y sus amarguras. En cualquier caso, y en contraste a esta postura, hubo otros en persecución (búsqueda o intención) de la felicidad, que no se cansaban en mostrar el difícil y casi siempre efímero acceso a aquella, y lo que es peor, cuanto mayor o intenso es el esfuerzo e intencionalidad por alcanzarla, la felicidad digo, con o sin sentido heroico, más difícil se hacía de encontrar: constatamos que esa dinámica de búsqueda es una fuente continua y aún más atribulada de desdicha e infelicidad; haciendo, en fin, del mal, tanto al intelecto como a la emoción, idea e impresión algo harto desagradable. No hace falta acogerse a un razonamiento oriental –budista- del asunto de la realidad lacerante y dolorosa del mal para ver la cuestión con claridad(10), y pensar por ello que se va a caer en juicio tan nihilista como razonablemente temerario.
Racionalmente, y esto es una propuesta ¿diabólica? incontestable, ¿no nos queda, inferimos, más remedio que aceptar la existencia del problema del mal sólo y únicamente, si Dios existe?(11) Sin esta idea es imposible –lógicamente- aceptar que es posible tal problema. En consecuencia, esta aceptación nos conduce a otra interrogante, por cierto, bastante peliaguda: por qué Dios nos deja ser desgraciados con tanta frecuencia […] (12) Así las cosas, todo parece indicar que la realidad del problema del mal tiene que ser una racional –y necesaria- consecuencia de la existencia de Dios.(13)
Insistimos, aquí no planteamos, en principio, una resolución del problema del mal por una vía indistinta a la de la fe, sino que evocamos una constatación obvia de que éste no sería una evidencia sin la realidad racional no menos necesaria de una trascendencia invocada al fin en Dios mismo. No obstante, la respuesta al problema es una cuestión difícil, comprometida, si no inaccesible. ¿Qué clase de Dios hace admisible el genocidio o el sufrimiento de inocentes sin ofrecer favor y ayuda? Esta dramática interrogante (con posibles interpretaciones razonables al albur de la idea del libre albedrío), parece claro que no acaba de encontrar (¿humana?) respuesta. Una dialéctica plenamente racional sobre tal problema ha de desembocar, necesariamente, en mi incapacidad para dar un veredicto razonable y, por tanto, la de mostrar mis inevitables carencias para entender el problema –si es que existe- y dar sentencia definitiva al respecto. Sólo cabe la rebelión ante la realidad incomprensible de un Dios (no menos entendible) que ofrece para ¿miseria? de todas las criaturas, en forma del mal, el sufrimiento inevitable.
Desde luego, el planteamiento gittoniano es revelador. No obstante, para caer en la cuenta de la profunda dimensión del mal(14) , es harto interesante, y creo que fundamental, afrontar la presencia de éste también desde la óptica e interpretación del ateísmo, donde, la ausencia de Dios, invitaría a un mundo aleatorio (donde impera el azar y la necesidad (15)): el azar sería el dueño y señor de nuestras vidas y marcaría (o desmarcaría) los designios de las mismas: gobierna el absurdo, el sin sentido y, como consecuencia de ello, lo que consideramos mal, no es ni puede ser bueno ni malo, simplemente, es una realidad. Por lo que no debería plantear ningún problema intelectual, ni siquiera ético o de conciencia. Pero, como decía al inicio, el mal, el sufrimiento, el dolor… sea acaso la piedra de toque insistente y resistente, no solo de la fe, también de la propia razón y, desde luego, veremos que también de la idea y realidad misma del amor, y de la imagen que, de un modo u otro, todos tenemos de lo que en verdad la vida, el mundo, debería ser. Contemplaremos que, para esto, quizá haga falta no sólo una nueva manera de pensar, de filosofar, también, por qué no, de hacer ciencia; una nueva forma de afrontar y aceptar los límites de una y otra manifestación de razón ante las grandes cuestiones, entre las que se encuentra, preponderante, la del sufrimiento humano –y acaso también el de todas las criaturas-. (16)
Notas
(9) En principio invocamos nosotros al concepto de Dios radicado en la etimología griega theos, recogida por el cristianismo primitivo, y no a la latina deus (ser de luz), sobre todo porque afrontaremos la idea del mal en virtud del campo semántico theos; verán a lo largo de la exposición, no obstante, su vinculación con ateo (sin Dios), que pretende en estos planteamientos discutir el hecho del mal sin la idea de Dios, si esto fuera siquiera racionalmente posible. De hecho, desde una óptica simbólica, espíritu equivale al principio masculino o padre, en estrecha imbricación con el femenino o madre (materia). El espíritu, por tanto, no desaparece, como la energía física tampoco lo hace, y se manifiesta inconscientemente en nuestras emociones.
(10) El origen de todo sufrimiento, según el budismo, radica en el apego y el deseo, o lo que es lo mismo, en lo que consideramos, acaso sin mucha reflexión, que puede hacernos felices.
(11) Véase más abajo la reflexión y notas al respecto de la impecable deducción lógica de Jean Guitton al respecto.
(12) Guitton, J.: Mi testamento filosófico, Ediciones Encuentro, Madrid, 1998, p. 98.
(13) Recordemos el epígrafe que encabeza estos textos y su impecable razonamiento: Ni Dios, ni el más allá. Si esto es así, ¿de qué quejarse? Las cosas no tienen ni intención, ni sentido, ni lenguaje. No son en sí mismas ni buenas ni malas, son lo que son y nada más. ¿Dónde está el mal?
(14) De hecho, el dolor físico, y como una manifestación más del mal, es una de las experiencias sensoriales más extrañas y de las que menos se sabe. (Ramachandran, V.S. y Blakeslee, S.: Fantasmas en el cerebro, Debate, Madrid, 1999, pág. 83).
(15) Monod, J.: El azar y la necesidad, Tusquet, Barcelona, 2002.
(16) Y no humano, creemos que necesario resaltar que el sufrimiento es susceptible de afectar a cualquier criatura consciente.
Francisco Acuyo