Para la sección de Noticias del blog Ancile, traemos un texto que escribí con motivo de la Inauguración de la biblioteca de la Encina Centenaria, y que, como suele sucederme, no leí porque movido por la emoción y el entusiasmo de la ocasión, hablé e improvisé durante el tiempo que tuve para expresar la significación de aquel acto. Aprovecho la coyuntura para mostrar mi agradecimiento a los que intervinieron solidariamente en dicha inauguración: al maestro Ángel Alonso, quien con su excelso virtuosismo nos regaló momentos inolvidables a la guitarra; a Paco Pérez, que recitó e interpretó con maestría los poemas que seleccionó para esta oportunidad; a Luis Gualda, que hizo vibrar al auditorio con sus interpretaciones y nos hizo recordar vivo a Carlos Cano; a Quico Carrillo, responsable de la Casa de Campo, que lo tuvo todo a punto y compartió simpatía y el buen hacer que le caracteriza; a Juan Francisco Navarro que, con la competencia y bonhomía que le caracteriza, mantuvo todo el aparato técnico en su justa medida y perfecta disposición; a Cristobal Carpio por su buena disposición y los libros donados; a Entorno Gráfico Ediciones, en la persona de José Antonio Rodríguez, con gran generosidad, donó muchos libros a esta biblioteca; a todos los que están, o mejor forma parte de la familia de la Asociación TOC Granada que nos acompañaron personalmente, y a los que lo vieron vía YoTube, y a los que no pudieron asistir, porque gracias a todos ellos tienen ocasión de surgir proyectos y realidades como esta, a todos los donantes presentes y futuros que harán de esta biblioteca un referente de humana solidaridad. Un abrazo grande para todos.
Clicar en este enlace para ver la grabación del acto:
INAUGURACIÓN DE LA BIBLIOTECA
DE LA CASA DE CAMPO DE LA ENCINA CENTENARIA
LA
ETIMOLOGÍA de las palabras bien pudieren servirnos para acceder a una definición
inicial con la esclarecer su significado. Así pues, en virtud de su valor
etimológico, podemos adelantar, si no un dictamen riguroso y amplio de lo que
sea una biblioteca, sí una descripción competente mediante la que saber con
aproximación, al menos, de lo que hablamos. Si desglosamos la composición de la
palabra en su raíz y desinencia del griego: bliblíonthéke (biblíon,
libro, théke, armario o caja), podemos concluir que será el apropiado
lugar donde han de guardarse con garantía de reserva los libros en su amplia
variedad. En la antigüedad, se guardaban como escritos primitivos singulares,
así se custodiaban en Babilonia las tablas de escritura cuneiforme; o en Egipto,
cuyo formato especial de papiro, se conservaban cuidadosamente en los recintos
adecuados; después, en el mundo grecolatino será el codex, el que habría
de recogerse y administrarse en espacios apropiados; hasta la aparición
de la imprenta, cuya invención daría lugar a su vez a la configuración actual
reconocida por todos del libro impreso y encuadernado, y con él la biblioteca
para el acopio y orden de los ejemplares que habrían de constituirla.
Así las cosas, la biblioteca pasa
por ser una colección de libros organizada para el uso de determinados usuarios.
No obstante, se establecen diversas normativas para su reconocimiento y
desarrollo, a saber: según la ALA (American Library Association) se define la
biblioteca como una Colección de material de información organizada para que
pueda acceder a ella un grupo de usuarios. Tiene personal encargado de los
servicios y programas relacionados con las necesidades de información de los
lectores. La norma ISO 2789-1991 (Norma UNE-EN ISO 2789) sobre
estadísticas internacionales de bibliotecas que la define como: Organización
cuya principal función consiste en mantener una colección y facilitar, mediante
los servicios del personal, el uso de los documentos necesarios para satisfacer
las necesidades de información, de investigación, de educación y ocio de sus
lectores.
Podemos decir que la
antigüedad de las bibliotecas se remontan a más de cuatro mil años, surgiendo a
la par de los primeros documentos dignos de reserva y archivo: véase las
bibliotecas mesopotámicas como las de Mari Lagash y Ebla, así
como la del rey asirio Asurbanipal; o las egipcias, donde se
guardaban con no poco primor los papiros en su escritura jeroglífica, hierática o demótica;
o en la antigua Grecia, en su período helenístico, donde destacan las
legendarias bibliotecas de Alejandría o de Pérgamo; o las de Roma, como la
Octaviana y Palatina, creadas por Augusto,
y la Biblioteca Ulpia, del
Emperador Trajano. Ya
en la Edad Media, las bibliotecas se ubicaban en los monasterios y escritorios
catedralicios, como Saint Gall, Fulda, Reichenau, Monte Casino
o Santo Domingo de Silos, San Millán de la Cogolla, Sahagún o Santa María de Ripoll en España, que
acabarían convirtiéndose en los centros de saber y de conocimiento de su tiempo.
En la contemporaneidad podemos enumerar algunas portentosas, impresionantes como la a George Peabody Library, La
biblioteca barroca del Klementinum,
The Library of Birmingham, Real
Gabinete Portugués de Lectura, The New York Public Library,
The
Old Library – Trinity College, Stuttgart
City Library, entre otras
muchas.
Pero
esta brevísima enumeración, definición e historia de las bibliotecas no es más
que una semblanza aproximada y harto gélida de lo que en profundidad encierra
cada biblioteca. Las taxonomías de los ejemplares y su organización, es solo la
superficie de lo que cada habitáculo con libros entraña, comprende y recoge. Muchas
veces, tienen un aspecto enigmático, sobre todo para el que no lee con
frecuencia, no obstante, esa traza, compostura, presencia, misteriosas, la
sabemos desentrañar muy bien los que amamos los libros y todo el dominio
inabarcable que, por cierto, inútilmente pretenden confinar los que sólo ven
papel encuadernado, legajos maltrechos y documentos añosos y oxidados.
Aún
conservo mi carnet de la Biblioteca Pública de Granada. Contaba siete tiernos,
pero muy inquietos y curiosos años de edad, y cuando comenzaba, además, a
adquirir con el poco dinero del que podía hacer acopio (a través de las pagas
semanales exiguas que mis padres podían hacerme llegar, para ir al cine o a
tomar un refresco) y que utilizaba para comprar mis primeros y muy vibrantes
ejemplares, que todavía conservo. Esta precocidad que puede parecerles
exagerada, es tan cierta que todavía ahora parece verme recorriendo los
pasillos y escrutando los anaqueles de la biblioteca, experimentando lo que
acaso todos aquellos que yo suponía sabios, escribieron en sendos y, muchos de
ellos, lujosos volúmenes, que curioseaba con grande avidez. Supe que aquellas redacciones
no solo eran la tarea literaria de escribir con corrección académica, ya fuese
investigación, historiografía, taxonomías científicas varias o creación
literaria o poética, sino que implicaba un sentir y entender en profundidad,
que conllevaba la pasión y la curiosidad sobre lo que incitó a sus autores a
escribir.
Entrar
en una biblioteca es mucho más que recreo y entretenimiento lector. Es abrirse
a tantos mundos y conciencias como escritores hubo, hay o puede haber. Es más
que aprender, educarse, adquirir conocimientos: es vivir muchas vidas, hacer
muchos viajes y compartir el enigma mismo de la existencia con los autores que
llenaron aquellas páginas. Es trascender el propio conocimiento que los libros
aportan, es crecer interiormente para elevarse incluso sobre uno mismo y
comprender que la conciencia es algo que nos distingue y al tiempo nos iguala.
Cada libro es un ser vivo. Por tanto, con conciencia, voluntad, emociones y
deseos. Por eso amo tanto los libros, porque con ellos dialogo sobre lo más
inmenso del universo, pero también con lo exiguo, pequeño y hermoso que pueda
portar una diminuta flor, o una austera y silenciosa piedra.
Que
no os cause extrañeza este relato, porque lo que quiero decir es que lo que
aquí hay, entre estos libros, no es sino pasión, reverencia, entusiasmo,
profundo agradecimiento hacia aquellos que cada día salvan mi vida con sus
ficciones, sapiencia, emociones, con el rigor de su ciencia o la fantasía de
sus proposiciones literarias o verdades poéticas. Además, cada libro lleva el
sello del artificio más sublime que se manifiesta en una pulcra impresión, en
un diseño cuidado, en una encuadernación acertada. Todo esto conforma el cuerpo
de cada libro, mas, la sangre, la sangre es la emoción, la curiosidad, el anhelo
de entender de cada lector, quien aviva, al fin, cada anaquel como las venas de
la biblioteca y que palpita corazón en cada libro. Y el espíritu inmortal de la
conciencia se respira como aliento perpetuo de autor a lector y con ellos vive
en este espacio infinito, en este eterno instante que constituye el acervo todo
de cada biblioteca.
Una
biblioteca tiene espíritu, un espíritu ecuménico que abarca lo más selecto del
ser humano en el mundo. Por eso merece el mayor de los respetos, pues, en
cierto modo está allí, aquí, lo más granado y excelente de cada cual que quiere
acercarse a la fuente donde mana el agua más fresca, para saciar la curiosidad,
el ansia de saber, que va más allá del conocimiento, pues, quiere, a través de
este espíritu singular, merecer el entendimiento de nuestro devenir en el
mundo. Eso lo aportan los libros y está encerrado en cada biblioteca deseando
abrirse para todo aquel que quiera beber las excelencias de sus aguas
cristalinas.
Francisco
Acuyo