Presentamos un nuevo e interesantísimo trabajo sobre El Quijote, por el profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección habitual de Microensayos, del blog Ancile. Anunciamos que para finales de año saldrá, para los lectores interesados, a la luz de la imprenta una publicación (en Jizo Ediciones) que recogerá todos los estudios sobre esta obra magna de la literatura universal del genio cervantino, algunos de ellos ya publicados en este medio, otros aparecidos en revistas diversas y algunos otros inéditos, les tendremos al tanto de esta primicia. Sirva también esta publicación para conmemorar el centenario de su aparición.
DON QUIJOTE: DE LA UTOPÍA AL MITO
Si existe algún héroe utópico o
eutópico ése es sin duda don Quijote. Aunque el Quijote no es, formalmente, una utopía stricto sensu, nadie puede
negar que a lo largo de la obra cervantina podemos encontrar numerosos
episodios, pasajes, discursos que destilan temas, contenidos, intenciones y
anhelos inequívocamente utópicos. Entre ellos recordemos, por ejemplo,
episodios como el “Discurso a los
cabreros” (capítulo XI de la Iª parte), la aventura de la “Liberación de los galeotes” (capítulo
XXII de la Iª parte) o las peripecias de Sancho, gobernador de la “ínsula Barataria” (capítulos XLII hasta el LIII, alternativos, de la IIª
parte). Ejemplos, todos, de alguna de las diversas variantes temáticas que
configuran y especifican convencionalmente el
género literario y de pensamiento que es la utopía: la variante arcádico-pastoril
o nostálgica de la Edad de Oro -el locus amoenus o aetas
aurea de los clásicos grecolatinos desde Hesíodo hasta Ovidio u Horacio -;
la variante libertaria de la libertad y de la justicia absolutas y
la variante utópica del buen gobierno.
José
Antonio Maravall en una obra ya clásica sobre el tema -“Utopía y contrautopía en el Quijote”- y refiriéndose al anhelo quijotesco de retornar a la Edad
Dorada, señala que este intento o sueño de vivificación del mundo
caballeresco-pastoril a través del voluntarismo de la acción individual
esforzada de don Quijote, según los cánones de la caballería como método, y en
el contexto de una vida natural al
margen de la realidad social, política, económica y tecno-científica de su
tiempo, estaba abocada al fracaso más estrepitoso.
En
efecto, el proyecto quijotesco de la
aurea
aetas, (ese
sueño de una sociedad
caballeresco-pastoril) era la expresión anacrónica de un intento de
refeudalización estamental y agrarista de la sociedad de su tiempo,
reivindicado por la
pequeña nobleza
decadente en lucha frente a las nuevas clases en ascenso, la burguesía y la
nobleza enriquecidas. Una ofensiva o reacción señorial que era un disparate
total, y mucho más si trataba de realizarse en el preciso momento de
cristalización de un nuevo modo de producción social, el capitalista, y de
afianzamiento y consolidación del emergente estado moderno. Algo, pues, absolutamente
estéril e imposible de realizar en las condiciones objetivas de su tiempo.
Precisamente
por eso, Cervantes refleja este ideal utópico arcádico-pastoril en el
espejo de la sutil y amarga ironía, tan suya, que se ha hecho acreedora del
calificativo de “cervantina”. Esta
ironía es la que da un carácter totalmente ridículo a esas aspiraciones
utópicas, hasta el punto de convertirse en una utopía de evasión, o contrautopía,
como la llama Maravall en el título de su libro. Pero hay que notar que no es
una ironía cruel, sino compasiva, diríamos incluso que cristiana, y llena de simpatía por el personaje y por sus ideales.
¿Es,
entonces, el “Quijote” un libro antiutópico, pesimista, cáustico y
desesperanzado? No, de ninguna manera. Es un libro que expresa un gran
desengaño, un gran desencanto, un gran escepticismo, sí. Pero también, un libro
que alimenta, encarnada en la figura de su protagonista, una llama inextinguible
de esperanza: que no entiende el fracaso, la desgracia o la lucha por los ideales como estériles o inútiles. Su
canto a la libertad y a la igualdad, su apuesta por los menesterosos, por los
débiles y desvalidos, por las mujeres indefensas, por los marginados, los
apaleados, los que padecen persecución y agravios por causa de la justicia -que
impregnan todas las páginas del libro- siguen, deben seguir, vigentes y
actualizables.
Y
es que una cosa es la certera, consciente y desencantada propuesta crítica del
autor de la obra, Cervantes, contra los desvaríos utópicos y quimeras ucrónicas
e irrealizables de la España de su tiempo, y otra, muy distinta e inevitable,
es la fascinación que su protagonista principal, don Quijote -desprendido de la
obra literaria que le diera origen- va a ejercer en el presente, ejerció en el
pasado y ejercerá sin duda en el futuro en las mentes y en la imaginación
colectiva de sus lectores y también en el folclor y la iconografía popular,
convertido o transformado en un auténtico mito extra o transliterario: “Cuando
determinado ente de ficción creado por un poeta -escribe Francisco Ayala en “El
mito de don Quijote”- salta de las páginas del libro […] para adquirir
autonomía, instalándose en la imaginación colectiva, de manera que su figura
llegue a ser familiar aún para quienes nunca han leído el libro […] e incluso
para quienes acaso ni siquiera tengan noticia de que existe la obra literaria
donde se originó” nos encontramos con un verdadero mito que ha adquirido
existencia y personalidad propias.
Por
su parte, Vladimir Nabokov, en su polémico ensayo sobre “El Quijote”, al
explicar este mismo proceso de personificación o encarnación extratextual de un
mito -como el de don Quijote- coincide significativamente con lo indicado por
el gran pensador granadino, al señalar lo siguiente: “Estamos ante un fenómeno
interesante: un héroe literario que poco a poco va perdiendo contacto con el
libro que le hizo nacer […]. Lleva
trecientos cincuenta años cabalgando por las junglas y las tundras del
pensamiento humano, y ha crecido en vitalidad y en estatura. Ya no nos reímos
de él. Su escudo es la compasión, su estandarte es la belleza. Representa todo
lo amable, lo perdido, lo puro, lo generoso y lo gallardo. La parodia se ha
hecho parangón”.
Pues
bien, a pesar del fracaso de su utopía específica (la ensayada concretamente
por
Don Quijote en el inmortal libro)
el proyecto utópico de su misión, o mejor, el
“espíritu de utopía” que
espíritu sigue presente en el horizonte
humano como una estrella polar, como un punto cardinal de sentido,
telos y orientación del caminar humano
por la historia; y no se diluye, no desaparece, no muere, como no lo hace el
personaje cervantino. Don Quijote personifica, trasciende las
intenciones de su autor o artífice, Cervantes, alcanzando -como Ayala o Nabokov
han mostrado y explicado- su plena autonomía y emancipación. Ese
Renace
siempre de sus cenizas, como el ave Fénix, y asume diversos nombres y
personificaciones, que han cambiado realmente nuestro mundo, haciéndolo un poco
mejor: quijote Francisco de Asís, quijote Teresa de Ávila, quijote Gandhi, quijote Martin Luther King, quijote
Obispo Romero, quijote Ignacio
Ellacuría, quijote Teresa de Calcuta, quijote
Nelson Mandela. Ese espíritu es inmortal: es la utopía mil veces anhelada
de la aspiración a la libertad, a la justicia, a la paz y al amor que alienta
inextinguible en lo más profundo de todos los seres humanos.
Tomás Moreno Fernández