Ofrecemos para la sección De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, la última entrada dedicada al fenómeno de la angustia y sus derivaciones, bajo el título, Angustia: Dolencia y enfermedad; materialidad y conciencia.
ANGUSTIA: DOLENCIA O ENFERMEDAD,
MATERIALIDAD Y CONCIENCIA
Seguramente será
inevitable recurrir, tras las aproximaciones llevadas a cabo sobre el fenómeno
de la angustia en las páginas anteriores, a la también señalada problemática de
las relaciones (y supuestas diferencias) entre los fenómenos –y conceptos- de la
mente y la materia - en el ámbito inexcusable de la visión dualista-, y el recurso
para su explicación a disciplinas del saber científico (neurociencia y
psicología, primordialmente) como de la indagación filosófica, si es que
queremos aproximarnos a la auténtica naturaleza, no sólo de la angustia, de
cualquier estado, condición o proceso mental.
Cerrábamos el
anterior capítulo (y entrada de post anteriores) sobre esta interesante
temática, centrada sobre la cuestión nada baladí de la conciencia, en tanto que
esta existe realmente y, cuya esencia, no parece fácil separar del viejo
problema de la dualidad y presunta interacción de la mente y el cuerpo. Tanto
el aparato teórico y práctico materialista, como el explanado de forma íntegra
y extrema por el idealista, no acaban de explicar la naturaleza y singulares
propiedades de la angustia, ni, desde luego, las que afectan a la mente.
El significado
(la relación semántica) de los términos utilizados en esta problemática es
cuestión de capital importancia, si, como todo parece indicar, no es posible
cualitativamente compartir la sensación, la experiencia, la vivencia interna de
la angustia, ante todo porque esta es experimento introspectivo. Mas, si la
función del lenguaje como comunicación es esencial, no debemos obviar sus
apreciaciones semánticas en tanto que, además, el concepto de la angustia (como
el de otras sensaciones o percepciones internas) responde a significados que
pretenden describir una red de relaciones causales[1]
que vienen a interrelacionarse con infinidad de acontecimientos y cosas que, al
fin y al cabo, otros también, potencialmente, pueden observar. Pero, ¿esto
supone necesariamente que, en lo que a este trabajo concierne, el estado mental
de la angustia es un estado que responde siempre a un origen de naturaleza
física, material o fisiológica? Tendremos que llegar a una conclusión lógica en
la investigación del origen y naturaleza de este fenómeno, el cual acabará incidiendo
necesariamente en el ámbito de la epistemología, en tanto que aquella (la
angustia) puede
alcanzar y afectar la
forma de conocer la realidad de nosotros mismos (o del mundo que nos rodea,)
como ya venimos insistiendo desde el principio de esta exposición.
La experiencia
(subjetiva) de la angustia afecta también, y de manera muy particular, en el
complejo problema (traído y abundado insistentemente en este debate) de las otras mentes; si cada uno tiene
conciencia de sí ¿cómo apreciamos la opacidad de la vida mental de otras
personas? La percepción y la vivencia de la angustia, insistimos en ello, se
ofrece como una vía de introspección tan enigmática como esclarecedora, porque
diríase tender puentes entre los rasgos mentales y materiales de la vivencia
existencial, no en vano se ha podido constatar empíricamente la incidencia de
ciertos procesos de angustia sobre el corpus
fisiológico del individuo, produciendo cambios evidentes en el mismo.
Si bien la
enfermedad (semánticamente) extiende su significado a un mal funcionamiento
orgánico (material), diagnosticado instrumental y experimentalmente por la
medicina tradicional, la dolencia tiene un carácter subjetivo que no sugiere
estar al alcance de la expresión paradigmática materialista que pretende
abarcar fenómenos como el de la angustia, la ansiedad, la depresión….). En
cualquier caso, no parece un reproche falaz advertir que el consenso científico materialista no ha
dejado ver el bosque de la conciencia (que es sobre el que habla
fundamentalmente la angustia) por la evidencia del árbol que le impide la
visión panorámica y esclarecedora del complejo e intrincado fenómeno.
La experiencia de
la angustia se manifiesta como la vivencia de la materia (que incluye nuestro
propio cuerpo) como algo externo, cambiante, frágil y mortal, mas esta óptica
nos ofrece el referente más íntimo de nosotros en relación con la verdadera
naturaleza de nuestra realidad mental como seres conscientes, cuya vida mental
en relación con el mundo de lo netamente material no es suficiente fianza para
satisfacer las intuiciones de trascendencia del espíritu.
A la luz de esta
nuevas reflexiones no cabe más remedio que interrogarse sobre si la conciencia no es más que un mero
exorno de la materia, sin aptitud, vigor o eficiencia causal, criterio amparado,
a mi humilde entender, por un rancio prejuicio mediante el que, la supuesta
realidad objetiva y material del mundo es inseparable de la conciencia, o lo
que es igual: la materia (por cierto, cuya profunda naturaleza no ha sido
todavía plenamente entendida) es la que compone la totalidad de la realidad del
mundo.
Parece, en prima instancia, que una
visión dualista daría un cierto equilibrio al misterio del origen y naturaleza
de la conciencia y su lugar (¿independiente?) en el mundo, aunque siempre
estaríamos asediados por la difícil cuestión de cómo interactúan como supuestas
entidades (mente y materia) independientes y autónomas. Quizá la creencia en la
continuidad de los fenómenos anejos al mundo y a la conciencia, así como la
convicción de que todos los efectos y sus causas son siempre locales y finitos,
no ayuden demasiado a una explicación coherente.
En virtud de la atenta observación del
fenómeno de la angustia, lo primero que se pone en aflictiva cuestión es la
naturaleza espacio-temporal de nuestra conciencia (y de nuestro cuerpo, si
dependiente aquella de este), mas, una intuición inquietante y abrumadora pone
en tela juicio nuestra existencia sostenida por esta (aparente) realidad
contradictoria, pues nos habla interior y confidencialmente de una realidad
inseparable de nuestra conciencia.[2]
La manifestación de la supuesta
perturbación de la angustia existencial nos pone en emotivos y profundos
antecedentes: bien aceptamos, en deprimente solipsismo, que sólo es genuina y
real nuestra propia conciencia -de manera aislada-, siendo inaccesible la del
otro, o bien la conciencia (también la nuestra) es una, holística, unitiva y
universal que toma ilusoria individualidad a través de la experiencia. Quizá la
angustia sea la llamada de atención última para trascender los límites agotados
y agotadores de la conciencia personal[3]
en pos de subir hasta la conciencia unitiva que, al fin y a la postre, no es
más que la que impulsa lo más elevado y sublime de cualquier manifestación
mental o material: la capacidad o el impulso creativo(s), que es sin duda la
declaración más imponente y excelsa de la
conciencia.
Francisco
Acuyo
[1] Churchland, P. M.:
Materia y conciencia, Gedisa, 1999, Barcelona, p. 19.
[2] Recuerdo el singular
fenómeno advertido en el célebre experimento Einstein, Podolsky y Rosen, en el
que la interacción de dos objetos (cuánticos) se suceden en un todo no local, o
lo que es lo mismo, ocurrían en un acción a distancia de manera instantánea,
cuestión que suponía que tendría que suceder a una velocidad muy superior a la
constante de la velocidad de la luz, y
que estaba en plena contradicción con la teoría de la relatividad, ya que según
esta nada puede sobrepasar dicha constate universal.
[3] Poética (de poiesis, de creación) jerarquía
implicada que enlaza para nuestra mente la realidad exterior, supuestamente
independiente, donde se distingue el sujeto y el objeto, y que la angustia,
mediante el dolor y la inquietud, nos saca fuera del sistema de separación de
la mente y la materia, del sujeto y del objeto…
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