Tercera y última entrega de: Don Quijote en el Nuevo Mundo, en nuestro blog Ancile, en la ya muy estimada sección de microensayos, de Tomás Moreno, nuestro profesor de filosofía y muy querido amigo, que nos regala con su erudición y magnífico tino intelectual en cada uno de sus trabajos.
DON QUIJOTE EN EL NUEVO MUNDO
(CLAVILEÑO EN AMÉRICA) III
Don Quijote en el Nuevo Mundo (Clavileño en América) (y 3).
“Don Quijote y Sancho […]: esa pareja es inmortal y cuatro siglos después de venida al mundo en la pluma de Cervantes, sigue cabalgando […] En la Mancha, en Aragón, en Cataluña, en Europa, en América, en el mundo” (Mario Vargas Llosa)
(V) - Ya lo entiendo mi señor: viajar y conocer América fue, pues, una de las grandes ilusiones no cumplidas de Don Miguel de Cervantes. Y América se perdió la oportunidad de conocerles, tanto a él como a vuestra merced en persona, ¡qué pena!
- No fue así del todo, en verdad: América, como tú la llamas -para mí sigue siendo las Indias- tuvo muy pronto conocimiento de Cervantes a través de su libro, esto es, de la crónica de mis empresas, hazañas y aventuras. Y allí, nos conocieron, admiraron y quisieron tanto o más que en nuestros lares. Como buen viajero y aventurero que fui, y que aún soy, viajé a ultramar. Fresca todavía la tinta de la impresión del “Quijote”, en la primera mitad del 1605, salieron para América cientos de ejemplares de mi biografía[1].
El equipo editor de la edición conmemorativa del Quijote (en el 2004)[2], cuyo Prólogo se debe a Mario Vargas Llosa, extraordinario escritor peruano de tu época -que con el tiempo lo verás, ¡seguro!, de Premio Nobel de Literatura[3]- nos recuerda en la “Presentación” de la obra -mi verdadera biografía- cómo doscientos sesenta y dos ejemplares del Quijote cervantino fueron, a bordo del “Espíritu Santo”, a México, y que un librero de Alcalá, Juan de Sarriá, remitió a un socio de Lima sesenta bultos de mercancía que viajaron en el Nuestra Señora del Rosario a Cartagena de Indias y de allí a Portobelo, Panamá y El Callao, hasta llegar a su destino. Se perdieron en todo el trayecto varios bultos, pero así comencé mi andadura americana. Lo que no había conseguido Cervantes en persona, lo lograba yo, su criatura, en el Nuevo Mundo.
- Cuénteme vuestra merced algo más de su viaje.
- A decir verdad que el viaje no fue todo lo cómodo que yo hubiera deseado, acabé más molido aún que en mi singular combate con los molinos de viento: aprisionado en los libros -burdamente pegados, cosidos, encolados- hacinados junto con las barricas de vino, vasijas de aceite y todo tipo de animales en las bodegas de la nao, salí de Palos de Moguer, en la compañía de toda una variopinta humanidad de andaluces, castellanos, extremeños, vascos y judíos (clandestinos). En Cartagena, Veracruz y Portobelo los libros tocaron puerto, y allí, comerciantes al por mayor lo compran, al lado del aceite y las telas, la pólvora y las gallinas. Luego en mula o a lomo de indio, entraré con el libro, claro, al interior del continente[4]…
Recuerdo, incluso, mi llegada mucho antes de 1615 a Lima, en donde en unos carnavales o juegos de sortija[5], vistieron los de una comparsa con trajes y figuras mías y de mi escudero, montados sobre unos remedos del Rocinante y del Rucio que causaron la hilaridad del público asistente. Los seguía la princesa Micomicona. Y en un pequeño pueblo del altiplano de “cuyo nombre no quiero acordarme”, en el que también se celebraba la fiesta de carnaval, ¡oh sorpresa o encantamiento! víme de nuevo en presencia de mi figura y de la de mi fiel Sancho, caracterizados en forma de gigantes y cabezudos.
Me han contado que, incluso, hay ciudades de locos, como Popayán en Colombia, donde todo el mundo jura que estoy enterrado; en Guanajuato, México, se celebra todos los años un multitudinario festival cervantino: el pueblo llena las plazas cada noche que se anuncia mi llegada y la de mi escudero en efigie y compra en las tiendas de juguetes lindas reproducciones nuestras. Hasta este punto había calado mi historia y hazañas en las entrañas de América.
He sabido, por otra parte, por un erudito hispanista de tu tiempo[6] que la difusión de la novela de mi vida en América fue espectacular, que se difundía por ésta, mi segunda patria, con más rapidez que Rocinante por las llanuras de Castilla. El propio año de 1605, Juan de La Cuesta despachó tres Quijotes a Juan de Guevara, a Cartagena; y doscientos sesenta y dos a Clemente Valdés, a San Juan de Ulúa; y el mismo año, cien Quijotes a Diego Correa y a Antonio del Toro, a Cartagena de nuevo. Esto sigue en progresión continua para esas ciudades y para Santa Marta, Río Acha, Puerto Rico, Santo Domingo, Panamá, La Habana etc. Portobelo, en fin, era el centro a donde llegaban los comerciantes de Lima que distribuían para el resto de Sur América Quijotes y Quijotes y Quijotes[7].
- Pero vuestra merced -intervine yo- sabe que su presencia y su legado en América han continuado cada vez con más fuerza, forjando con el tiempo un linaje espiritual y cultural que se resume en la lengua y en la literatura hispanoamericana.
- Dices bien, mi gentil niña, Y ¿cómo es que tú sabes de ello?, me asombra y me admira sobremanera.
- Tengo buenos profes, mi señor, además he tratado de informarme, revisando diversos libros sobre su figura y unas cuantas historias de la literatura y anotando las diversas referencias y evocaciones cervantinas y quijotescas mencionadas en los mismos. Si quiere vuestra merced se las puedo ir leyendo.
- Será, para mí, todo un honor.
- La primera ficha que tengo es de Pedro Laín Entralgo. Se la leo: “hay un idioma, el “nuestro”, de españoles y americanos: las gentes castellanas de Burgos y Segovia y las gentes americanas de México, Paraguay o Colombia. En las cortes virreinales del XVII en donde lopizaba la limeña Amarili y gongorizaba la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz…”[8].
Otras de mis fichas me indican que en ese idioma, mi señor Don Quijote, escribieron también como sabes, poetas y prosistas tan ilustres como tu contemporáneo el Inca Garcilaso (1539-1616), con sus Comentarios reales de los Incas y su Historia general del Perú; como José Hernández, con su Martín Fierro o Ascasubí con su Santos Vega, por citar las primeras epopeyas de la vida americana autóctona. Es el idioma del argentino Manuel José de Albarden, con su Oda al Paraná, del ecuatorianao Juan Montalvo y del cubano José Martí, sabiamente utilizado por ellos para autoafirmarse y emanciparse de la metrópoli europea. Lingüistas y gramáticos, como Sarmiento, Andrés Bello, Miguel Antonio Caro, Rufino J. Cuervo, Marcos Fidel Suarez, fieles herederos de Elio Antonio de Lebrija, pulieron, fijaron y adaptaron a la fonética suramericana los vocablos, expresiones y sintaxis de nuestra lengua. En castellano cervantino y quijotesco, se expresaron los primeros modernistas, Santos Chocano, Leopoldo Lugones, Guillermo Valencia, José Enrique Rodó y, a la cabeza de todos ellos, el sin par Rubén Darío: su Letanía de Nuestro Señor Don Quijote es, como sabe vuestra merced, uno de los más bellos y emocionantes poemas dedicados a ensalzar su egregia figura, mi querido amigo… Recordadlo: “Rey de los hidalgos, señor de los tristes…”.
- Cuando lo conocí me emocioné, en verdad, dijo Don Quijote, que estaba asombrado por la aplicación y erudición que mostraba la joven estudiante.
- Ya lo creo, a mí también me paso, es uno de mis poemas favoritos. Me sé algunos versos de memoria… Pero sigamos con el recuento: en castellano nos han hablado del amor, de la vida, de la muerte, de la libertad, de la justicia (tus temas predilectos ¿no es así?) poetas excelsos como Gabriela Mistral, Amado Nervo, Pablo Neruda, V. Huidobro, Cesar Vallejo, Octavio Paz, Ernesto Cardenal, Nicanor Parra; en castellano de América han pensado y meditado filósofos como J. E. Rodó, J. Ingenieros, J. Vasconcelos, Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Francisco Romero… Desde los llanos del Orinoco, la sombra del Aconcagua, la Pampa argentina o la Tierra de Fuego los sonidos y la música de nuestros vocablos (y de otros autóctonos de esas tierras tan bellos y musicales como: canoa, piragua, hamaca, huracán, chocolate, jícara, petaca, tomate, cóndor, quina, coca, etc. etc.) han servido para que millones y millones de seres humanos urdieran vínculos de afecto, de comprensión y de comunicación y desarrollaran así la trama de sus vidas y de su historia. Y en todo ello, mi señor, algo tuvieron que ver vuestra merced y Cervantes.
- Verdaderamente me estás sonrojando, tal vez sea ésta una de mis más grandes hazañas. Gracias por revelármela.
- Ese idioma es la lengua de Cervantes, tu lengua señor Don Quijote, que tan donosamente manejabas en tus diatribas, consejos y discursos… Pero no quiero terminar sin referirme a la gran aportación que ha significado para la cultura hispana y europea contemporáneas la eclosión del (mal) llamado boom de la literatura hispanoamericana de nuestros días, con la irrupción, a partir de los años sesenta del pasado siglo, de escritores y poetas que están a la altura de las más grandes cimas de la literatura universal y, además, todos ellos fervientes seguidores e imitadores del maestro de maestros -Don Miguel de Cervantes y Saavedra-. Anotemos aleatoriamente sólo éstos: Miguel Ángel Asturias, G. García Márquez, M. Vargas Llosa, J. Cortázar, J. C. Onneti, A. Carpentier, J. Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, E. Sábato, A. Monterroso, Múgica Laínez, Lezama Lima, y como colofón: el gran Jorge Luis Borges[9]. Todos ellos cervantinos, todos enamorados de vuestras hazañas y discursos, mi señor; todos ellos en algún escrito, discurso, poema, ensayo u obra comentadores o glosadores de su empresa heroica y de su sublime figura[10].
Permítame, señor Don Quijote, para finalizar mi justa loa a su insigne figura, que le lea algunos fragmentos del bellísimo y emotivo Discurso pronunciado en Alcalá de Henares por el cervantista y gran escritor mexicano Carlos Fuentes con motivo de su Premio Cervantes de Literatura de 1987:
“Pero si la poética de la Mancha es la del mundo contemporáneo, también es la del Nuevo Mundo americano (…) ¿Y dónde está el Nuevo Mundo? ¿En un lugar de Macondo, de cuyo nombre no quiero acordarme? ¿En un lugar de Comala, en un lugar de Canaima, en las alturas de Macchu Picchu? ¿Existen realmente esos lugares, son ciertos sus nombres? ¿Qué quiere decir América? ¿A quién le pertenece ese nombre? ¿Qué quiere decir el Nuevo Mundo? ¿Cómo pudo transformarse la dulce Cuaunnáhuac azteca en la dura Cuernavaca española? ¿Cómo bautizar el río, la montaña, la selva, vistos por primera vez? Y sobre todo, ¿cómo nombrar el vasto anonimato humano -indio, criollo, mestizo y negro- de la cultura multirracial de las Américas? Darle nombre, voz y nombre, a quienes no lo tienen: la aventura quijotesca aún no termina en el Nuevo Mundo […] Gracias, entonces, por darle a mi pasaporte mexicano y manchego e sello de vuestra calidad espiritual. Ahora abro el pasaporte y leo: Profesión: escritor, es decir, escudero de Don Quijote. Y lengua: española, no lengua del imperio, sino lengua de la imaginación, del amor y de la justicia: lengua de Cervantes, lengua del Quijote”.
VI. Cuando desperté me dolía la cabeza, a la mañana siguiente tenía clase y debía descansar. No sé cuanto duró mi sueño, no debió ser mucho tiempo porque la tele seguía emitiendo el mismo programa que cuando entré en mi estudio. Noté algo raro en mi mesa de trabajo: las notas y apuntes que había estado tomando para mi trabajo sobre Cervantes estaban desordenadas y dispersas por doquier y yo estaba segura de haberlas dejado ordenadas antes de dormirme. Cuando iba a levantarme noté que mi cartera estaba abierta y dentro de ella había una especie de extraño manuscrito como apergaminado y escrito en un castellano del siglo XVI o XVII. Lo tomé en mis manos con perplejidad y traté de leer el título que aparecía grabado en su inicio: “Don Quijote en el Nuevo Mundo (Clavileño en América)”, se leía en el mismo. Entonces comprendí todo, y, aplicándolas a mi fantástica experiencia, recordé las palabras con que Cervantes concluye la aventura de Clavileño, en el capítulo XLI de la segunda parte del Quijote: El ínclito don Quijote de la Mancha feneció y acabó la aventura (…) con sólo intentarla.
(Por la transcripción) Tomás Moreno
[1] Según Rodríguez Marín los primeros volúmenes del Quijote desembarcaron, en efecto, en América apenas unos meses después de publicada la edición de 1605: “Pero los trescientos cuarenta y seis ejemplares del que hallé registrados en 1605 no son, ni con mucho, todos los que se llevaron allá en el dicho año; porque es de advertir que la colección de registros de ida de naos correspondientes a aquel tiempo está muy incompleta; tanto, que de flotas en que fueron treinta y más naves, apenas si quedan los registros de ocho o diez. Para calcular el número de ejemplares del Quijote que se enviaron a las Indias en 1605, no me parece, pues, exagerado multiplicar por cuatro el número de los que se averigua que allá fueron; y, hecho así, adquiérese el convencimiento de que antes de terminar el año en que salió a luz la mejor y más donosa de las novelas del mundo, y muy a comienzos del siguiente, había en tierras americanas cerca de mil quinientos ejemplares de ella” ( Cfr. Marcela Ochoa Penroz, Reescrituras del Quijote, LOM ediciones, Santiago de Chile, 1997 pp.103-104).
[2] Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Alfaguara, Madrid, 2004,
[3] Cuando se escribe este trabajo (en 2004) todavía Mario Vargas Llosa no lo ha obtenido aún (lo recibirá en el 2010). Don Quijote lo sabe porque trasciende los límites de todo tiempo.
[4] Cfr. Juan Gustavo Cobo Borda, Un guión para la lengua. Don Quijote, de España a América, en Julio Ortega editor, La Cervantiada, Ediciones Libertarias, Madrid, 1993, pp. 216-217. Véase también: Jose Luis Martínez, Pasajeros de Indias, Alianza, Madrid.
[5] Sostiene Rodriguez Marín que si el Quijote era conocido por los cultos americanos que lo leían y que también el pueblo lo conoció en las fiestas y mascaradas que se celebraban en el Nuevo Mundo. Y ubica esta anécdota en 1607 en Pausa, Perú, donde se celebró una fiesta de sortija en honor al nuevo virrey del Perú, don Juan Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros. Entre los personajes que entran en escena figura don Quijote: “A esta hora asomó por la placa el Caballero de la Triste Figura don Quixotte de la Mancha, tan al natural y propio como le pintan en su libro, que dio grandíssimo gusto berle. Benia caballero en vn caballo flaco muy parecido a su rocinante, con vnas calcitas del año de vno, y vna cota muy mohoza, morion con mucha plumaria de gallos, cuello del dozabo, y una máscara muy al propósito de lo que representaba. Acompañábanle el cura y el barbero con los trajes propios de escudero e ynfanta Micomicona que su corónica quenta, y su leal escudero Sancho Panza, graciosamente bestido, caballero en su asno albardado y con sus alforjas bien proueydas y el yelmo de Mambrino…(p. 125). Cit en Marcela Ochoa Penroz Reescrituras del Quijote, LOM ediciones, Santiago de Chile, 1997.
[6] Irving Leonard, Los libros del Conquistador, FCE, México, 1979.
7] G. Arciniegas, op. cit., p. 93. Según investigaciones de Marcela Ochoa Penroz, a la altura, pues, de 1605, Don Quijote ya era conocido por todos los estratos sociales americanos. A partir de entonces se inicia una verdadera proliferación de hipertextos derivados de esta novela. En el siglo XIX, la imitación más relevante es el libro de Juan Montalvo, titulado Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1859). Emilia Carilla en su libro Cervantes y América, cita a Luis Otero Pimentel, cubano, Semblanzas caballerescas o Las nuevas aventuras de Don Quijote de la Mancha, de1886; Tulio Febres Cordero, venezolano, Don Quijote en América, de 1905; en México José Joaquín Fernández de Lizardi imprime La Quijotita y su prima y Don Catrín de la Fachenda; Heriberto Frías, con la novela El triunfo de Sancho Panza y Manuel José Othón, con su drama El último capítulo. El poeta nicaragüense Rubén Darío nos regala sus Letanía de Nuestro señor Don Quijote y los colombianos José Asunción Silva (Futura), Guillermo Valencia, (La razón de Don Quijote) y Ricardo Nieto (¡Oh Sancho!) nuevas recreaciones del libro. En el ensayo de G. Díaz-Plaja, Don Quijote en el país de Martín Fierro, no faltan autores argentinos como: Evaristo Carriego, con su poema El alma de Don Quijote, Juan Bautista Alberdi y su novela satírica Peregrinación de la luz del día o Viaje y Aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo; Ventura de la Vega y sus dramas Los dos camaradas y Don Quijote de la Mancha (1861); Enrique Larreta, con La Gloria de Don Ramiro y La Naranja; Leopoldo Lugones con La divergencia universal (1918); Leonardo Castellani con El nuevo gobierno de Sancho (1944); Fryda Schultz Cazeneuve con Los muñecos de Maese Pedro, (1934) y, sobre todo, la célebre obra de José Hernández titulado Martín Fierro, cuyo protagonista parece encarnar al Quijote americano (Cfr. Marcela Ochoa Penroz Reescrituras del Quijote, LOM ediciones, Santiago de Chile, 1997, pp. 23-173). A todos ellos habría que añadir obras argentinas como: La Isla de Don Quijote de Martinez Payva y Don Quijano de la Pampa de C. M. Pacheco. Sin embargo; la culminación de recreaciones del Quijote será sin duda la célebre: Pierre Menard, autor del Quijote, de J. L. Borges.
[8] Cfr. Pedro Laín Entralgo, Lengua y ser de la Hispanidad, pp. 1169-1180, en Obras Selectas, editorial Plenitud, Madrid, 1965.
[9] A esta increíble nómina de grandes escritores habría que añadir los de A. Bioy Casares, Dulce María Loynaz, Jorge Edwars, Alvaro Mutis, Gonzalo Rojas, J.Donoso, M. Puig, G. Cabrera Infante, J. J. Saer, Gabriel Zaid, J. Gelman, M. Benedetti, E. Galeano, A. Roa Bastos, G. Arciniegas, S. Sarduy, A. Uslar Pietri, Fernando Vallejo, Bryce Echenique, Pedro Gómez Valderrama, Sergio Pitol etc. ¿Existe en el mundo otra tradición literaria que pueda presentar una pléyade de genios literarios como ésta, en apenas medio siglo?
[10] La literatura sobre Cervantes y Don Quijote en América es abundantísima, hasta tal punto que podemos hablar de una bibliografía de las bibliografías cervantinas americanas. Entre los ensayos más importantes destacamos: El Quijote en el país de Martín Fierro de Guillermo Díaz-Plaja, Cervantes en Colombia de Eduardo Caballero Calderón, Cervantes y el Perú de Raúl Porras Barrenechea, Cervantes en las letras chilenas de José Toribio Medina, Bibliografía comentada sobre los escritos publicados en la Isla de Cuba, relativos al Quijote por Manuel Pérez Beato.