Volvemos a Federico García Lorca para completar la entrada: Federico García Lorca: entre poeta en Nueva York y el Público, publicada en su momento en este mismo blog Ancile. Iremos aportando con posterioridad otras entradas con esta misma temática. Todas ellas, y un artículo que se publicará en una revista de una universidad americana, darán cuerpo a un ensayo que llevará el título genérico de Paráfrasis de la verdad y el amor poéticos. Sirvan estos post para ofrecer una semblanza de la totalidad del trabajo y de introducción a la extraordinaria producción teatral y poética del genio granadino.
FEDERICO GARCÍA LORCA: SUPERREALISMO
Y LÓGICA POÉTICA. CRÓNICA DE UN INFLUJO
MODERADO EN EL PÚBLICO Y POETA EN NUEVA YORK.
MODERADO EN EL PÚBLICO Y POETA EN NUEVA YORK.
DE manera, por frecuente y acostumbrada, bastante habitual la crítica señala que los influjos surrealistas[2] en la obra de Lorca deben tomarse con mucha circunspección y no pocas dosis de prudencia. Acaso de Poeta en Nueva York, cabe destacarse momentos de influencia no del todo desdeñables del célebre movimiento de vanguardia francés. En cuanto a, El público, no parecen apreciarse demasiadas características que puedan considerarse como fundamentales de este movimiento (se dice que el elemento onírico y el ámbito conceptual en el que se mueve el subconsciente y, por supuesto la ironía y el humor, tan propios de este grupo son acaso poco enfatizable, por lo que insistimos en nuestras consideraciones, las cuales tomarán siempre un camino de especial y minuciosa atención seguida de mucha cautela).
Con esta llamada de atención podemos establecer algunos criterios, en este caso, diferenciadores de algunos momentos en una y otra obra literaria (teatro y poesía), de tal modo que puede hablarse de Poeta en Nueva York como un conjunto literario en principio más permeable a los movimientos de vanguardia y, en concreto, al surrealismo, de igual forma que así se dice que lo asumieron algunos de los miembros coetáneos del denominado grupo del 27.[3] Así, podemos constatar que en este poemario el verso se alarga, el léxico y la imaginería ya no reflejan el mundo sensorial andaluz... aparece un nuevo tratamiento de los temas.[4] No obstante, en El público se observa un alejamiento obvio del surrealismo, instigado sobre todo porque no se ofrece de manera manifiesta la incoherencia y el ilogicismo que le son propios al superrealismo: por lo que paradójicamente podemos hablar, sin temor a equivocarnos, de una férrea y no obstante laboriosa lógica en esta obra, pero será sin duda una clase muy singular de orden y razonamiento, a la que denominaríamos lógica poética: será así que desde esta óptica podamos vislumbrar, no sin cierto asombro, cómo todo va a ir encajando en el complejo mecanismo de su constructo con una sobresaliente e inaudita precisión.
Parece rechazar o así cabe deducirse de su postura literaria práctica y teórica –conferencias y entrevistas- (como algún otro insigne poeta de la época)[5] el automatismo, que se consagraría como una de las piezas fundamentales que habrían de vertebrar el proceso de creación de buena parte de aquellos artistas afiliados a su movimiento. Opta, como decíamos, por esa suerte de lógica poética que, además, estimamos que sería una de las constantes de las dos obras que traemos a colación. En cualquier caso debemos considerar que el influjo del surrealismo fue una realidad, pero sobre todo porque supuso un auténtico impulso de liberación para Lorca, y parece también claro que de inspiración para la realización de una nueva temática. Puede deducirse esto para el teatro, por ejemplo, en la forma que afecta a la concepción de los personajes, no tanto por su individualidad, sino en función del yo creador, es así por lo que se decide por denominaciones genéricas en la mayoría de los personajes que constituyen, dinamizan y alientan su obra. Pero donde se ofrece con mayor grado de evidencia el influjo del surrealismo (sobre todo en El público) será en todo aquel envoltorio desordenado, tan propicio para crear ese ambiente de ilogicidad al que nos hemos referido con asiduidad en otras ocasiones, y todo para la búsqueda y consecución de un mayor dramatismo, sin mencionar el complejo aparato desplegado para ofrecer un lenguaje escénico insólito, inaudito y desplazado.
Todo esto propicia un aspecto que también habría de provocar (en ambas obras) un mayor patetismo (perfectamente calculado y en razón de aquella lógica poética ancunciada), gracias al cual mostrarnos una sinceridad y franqueza nunca vistas hasta el momento por el autor. Véase el tema amoroso, por ejemplo, de manera similarmente tratado y que, aunque detectado en otros poetas y autores de su tiempo, aquellos si se verían mucho más marcados por las pautas y principios del surrealismo, es el caso de André Breton y su, L’Amour, o de Paul Eluard, en la Liberté ou l’amour. También veremos la confluencia de la máxima superrealista de asombrar al receptor con el juego de mixtura de elementos acaso nunca antes conjugados, cosa, desde luego, fácilmente perceptible en las dos obras que nos ocupan. De cualquier modo, volvemos a insistir que falta aquella complicidad irracional (espontánea) e ilógica que, a nuestro modesto entender, no se da ni en Poeta en Nueva York, ni en El público. Por eso observamos que la coherencia en el poemario es indiscutible en tanto que el sentimiento amoroso (y el sufrimiento que provoca en el poeta) no se agota en una composición, sino que se extiende en todo el poemario con una dinámica y unidad ejemplares; tampoco nos parece discutible aquella lógica poética peculiar en El público, que ofrece la obra con aquellas características de estructura perfectamente concebida, planificada y construida a la que anteriormente hacíamos mención.
Nos parece distinguir un núcleo también común a una y otra obra: la intimidad del poeta, la cual se manifiesta como un sistema (axiológico) de valores aplicables a su mundo íntimo y al universo que le rodea. Así veremos que muchas veces el ilogicismo lorquiano es aún mayor que el propuesto por el surrealismo y con una mayor dificultad interpretativa, pero, atención, esto no debe resultar óbice para vislumbrar la realidad lógica (poética) que estructuran ambas obras, y que puede traslucirse, por ejemplo: por la estructura narrativa en unos momentos, por las repeticiones en otros, otrora en el desarrollo de una imagen, o acaso en los falsos silogismos... barajando realidades dispares, dispersas, mas unidas por esa vertebración lógico-poética que va a coordinar toda la estructura literaria, bien en el poemario, bien en la obra dramática: así por ejemplo en, Panorama ciego de Nueva York[6] podemos obtener un modelo de esta singular coherencia detectable en su poemario.
En la tragedia El público, aunque los elementos ilogicistas son por momentos muy cercanos al ámbito del surrealismo, no obstante, la delectación y examen de la madurez reflexiva que ofrece su autor, lo alejan definitivamente de su influjo, y todo aun con el despliegue de imágenes (comunes a ambos textos) que, por el grado de irracionalidad pueden emparentarse de manera cómoda con la corriente surrealista. De cualquier manera, pensamos que en realidad no son tanto las imágenes las que son más o menos comunes como los mecanismos con los que se engarzan aquellas. No obstante, debemos reconocer que elementos propios de los surrealistas se van a dejar sentir: así el ilogicismo aliado a la mezcla de ambientes y personajes, no correspondiendo estos con el mundo objetivo (y que pueden detectarse en Jean Cocteau) como peculiar fusión de planos del todo tan característico de El público.
Así las cosas, y bajo la lógica prevención de los influjos surrealistas en ambas obras, diremos que, en la manifestación, desarrollo y tratamiento de los temas y en la elaboración original del constructo discursivo, podemos afirmar que muy bien nos encontramos ante una interpretación extremadamente singular de esta corriente, además de ofertar una superación de la misma sin parangón hasta el momento. Se irá viendo en posteriores análisis detenidos de ambas obras la especial sistemática, procedimiento y ejecución expresiva que las hace verdaderamente originales no sólo en el momento histórico que lo tocó vivir, también en su propia y genial trayectoria como dramaturgo y poeta.
[1] Este artículo conforma parte de un corpus bastante más amplio que ha ido viendo la luz progresivamente (en este mismo blog se publicó la primera parte bajo el título de: Federico García Lorca: entre poeta en Nueva York y el Público, y que, a su vez, pertenece a otro más amplio aún que lleva el título genérico de: Paráfrasis de la verdad y el amor poéticos. Hay una tercera parte que verá la luz en una revista especializada en unos meses, titulada: Entre el Público y poeta en Nueva YorK (http://www.franciscoacuyo.com/2010/11/federico-garcia-lorca-entre-poeta-en.html); el conjunto quedará bajo el título genérico anteriormente enunciado de Paráfrasis de la verdad y el amor poéticos
[2] Higginbotham, V.: La iniciación de Lorca en el Surrealismo. El surrealismo. Taurus. Madrid. 1982.
[3] Así también Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Juan Larrea o José María de Hinojosa entre otros.
[4] Breton A.: Nadja.Joaquín Mortíz. México. 1963
[5] Véase el caso de Vicente Aleixandre.