Prosiguiendo con los trabajos sobre la misoginia, del profesor y filósosofo Tomás Moreno, traemos para esta ocasión uno nuevo para la sección, Microensayos, del blog Ancile, que lleva por título, Rousseau y la educación de las mujeres: "Sofía o la mujer", un manual del perfecto domador.
ROUSSEAU Y LA EDUCACIÓN DE LAS
MUJERES:
“SOFÍA O LA MUJER”,
UN MANUAL
DEL PERFECTO DOMADOR.
Desgraciadamente los
escritos pedagógicos de los adalides de
la Razón, los filósofos de la Ilustración (Le
Siècle des Lumières), abanderados por Rousseau,
muy poco o nada conservarán de estas tesis y posiciones favorables a las
mujeres. Es más, significaron un claro retroceso en el ideal de emancipación de
las mujeres y en su lucha por la igualdad entre los sexos[1]. El movimiento ilustrado, con sus tesis a favor de
la universalidad y de la libertad, del derecho natural, del contrato social y
de la razón, olvidó a las mujeres; siguió relegándolas a un segundo plano en
todos los aspectos de la vida intelectual, social y política y, por supuesto,
en lo que respecta a la educación. La
mayoría de ellos, y sobre todo
Rousseau, prescribirán que a las niñas hay que dispensarlas “luces
tamizadas”
filtradas por la “noción de sus deberes” ineludibles.
La lectura atenta de su novela pedagógica Emilio (1762) y, dentro de ella, del
capítulo V dedicado a Sofía o la mujer,
nos lo confirmará. Sofía o la mujer
es un verdadero tratado de cómo deben de ser educadas las mujeres, aunque, una
vez leído con detenimiento, más que un simple tratado pedagógico, nos
atreveríamos a calificarlo de “Manual del perfecto domador”, como agudamente
hace C. Amorós[2]
:
Las jóvenes deben ser vigilantes
y laboriosas; pero eso no es todo; deben
estar sujetas desde hora temprana. Esta desgracia, si lo es para ellas, resulta
inseparable de su sexo, y jamás se libran de ella sino para sufrir otras mucho
más crueles […]. Hay que ejercitarlas ante todo en la sujeción a fin de que
nunca les cueste nada, hay que domeñar todas sus fantasías, para someterlas a
las voluntades de otro. Si quisieran estar siempre trabajando, se debería
obligarlas a veces a no hacer nada.” (EOE,
V 552-553).
Constatamos,
en efecto, que nada escapa en dicho capítulo al interés del ginebrino en lo
referente al control de todos los aspectos de la vida de Sofía, de la mujer: su
educación, su comportamiento, sus valores morales y éticos, la vida familiar,
el matrimonio, las relaciones conyugales, las sociales:
Una vez que se ha demostrado que
el hombre y la mujer no están ni deben estar constituídos igual, ni de carácter
ni de temperamento, se sigue que no deben tener la misma educación. Según las
direcciones de la naturaleza deben obrar de consuno, pero no deben hacer las
mismas cosas; el fin de los trabajos es común, pero los trabajos son
diferentes, y por consiguiente los gustos que los dirigen. Después de haber
tratado de formar al hombre natural, para no dejar imperfecta nuestra obra
veamos cómo debe formarse también la mujer que conviene a ese hombre (EOE, V, 542).
Rousseau afirma,
dado que el hombre depende
directamente de sí mismo y la mujer totalmente del hombre, que ella debe ser
educada en función del hombre, de las necesidades del hombre, a su
incondicional servicio:
Por eso toda la educación de las mujeres
debe ser relativa a los hombres. Gustarles, serles útiles, hacerse amar y
honrar por ellos; cuando jóvenes, educarlos; cuando grandes, cuidarlos;
aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce: he aquí los
deberes de las mujeres en todas las épocas, y lo que se les debe enseñar desde
su infancia” (J. J. Rousseau, EOE, V
545)[3].
Dotada
de una astucia especial, que es “una
justa compensación por la inferioridad de su
fuerza”, la mujer debe cultivar
por ello estudios que se refieran “todos a la práctica” y al estudio o
conocimiento de los hombres. Por lo tanto:
Todas las reflexiones de las
mujeres deben tender, en lo que no atañe de modo inmediato a sus deberes, al
estudio de los hombres o a los conocimientos agradables que sólo tienen el
gusto por objeto: porque en lo tocante a las obras de genio, éstas superan su
capacidad; tampoco tienen suficiente precisión y atención para triunfar en las
ciencias exactas. (EOE, V,. 579).
Y apela a sus lectores para que le respondan con
sinceridad lo que les parece han de ser los deberes y labores propias de una
mujer:
¿Qué os da mejor opinión de una
mujer cuando entráis en su aposento, qué os hace abordarla con mayor respeto,
verla ocupada en labores de su sexo, en los cuidados de su hogar, rodeada de
las ropas de sus hijos, o encontrarla escribiendo versos sobre su tocador,
rodeada de folletos de todo tipo y de billetitos pintados de todos los colores?
Toda joven literata se quedará soltera toda la vida cuando sobre la tierra no
haya más que hombres sensatos (EOE,
V,. 612-613).
La
educación femenina debe basarse, pues, en la obediencia, en la sujeción y sumisión al varón (padre o marido), para
lograr su docilidad y resignación. Insistiendo sobre la obligación de la mujer
de obedecer al hombre, declara que la mujer “está hecha para obedecer a un ser
tan imperfecto como el hombre” y a “sufrir incluso la injusticia […] sin
quejarse” (EOE, V, 554). En realidad
la mujer va a tolerar dócilmente la injusticia contra sí misma no a causa de la
dulzura de su sexo, como señala Rousseau, sino como consecuencia de una
educación orientada firmemente habituarla a ello:
“De este hábito a la sujeción
resulta una docilidad que las mujeres necesitan toda su vida, puesto que nunca
cesan de estar sometidas o a un hombre o a los juicios de los hombres, ni nunca
les está permitido quedar por encima de estos juicios” (EOE, V, 554).
En
definitiva, Sofía, la compañera que Rousseau destina
para Emilio, debe ser educada con la única finalidad de ser la esposa de Emilio, para convertirse en “la mujer del hombre” (EOE, V, 674). El nuevo orden social que
Rousseau trató de diseñar y construir es
sin duda una definición precisa de lo que sería la sociedad patriarcal
posterior. Rosa Cobo, en un esclarecedor ensayo, así lo constata, mostrándonos a Rousseau como el inspirador de
los fundamentos del patriarcado moderno[4]. De manera acrítica y dogmática, e imponiendo –en
lo referente a la forma de educar a las mujeres y al modo de conformar las
relaciones entre los sexos- una serie de prejuicios y opiniones misóginas como
verdades evidentes e incuestionables, sin someterlas a la crítica ni a la criba
de una razón libre de sexismo y androcentrismo, se da por hecho en el
pensamiento de Rousseau que las mujeres deben estar al servicio incondicional
de los varones; de ahí se derivará su nulo papel político y social.
Concepción Roldan ha tratado, por su
parte, de mostrar cómo los grandes pensadores de la Ilustración alemana, sobre
todo el Kant de las tres Críticas, perdieron su capacidad crítica
al enfrentarse a la llamada cuestión de
género “justificando con sus concepciones filosóficas, sin cuestionarlo, el
orden establecido, el cual reducía a las mujeres a las tareas domésticas en el
ámbito privado, oficiando como máquinas reproductoras y propiciando que el
varón se dedicase a tareas más elevadas y a la participación en la vida
pública”[5].
Muestra también cómo la Ilustración alemana insistió en la educación
diferenciada por sexos, en la que el pietismo jugó un papel muy importante,
como puede constatarse en el Gynaceum
de Franke (1698), así como la
recepción de la Didáctica Magna
(1675) de Comenius y del Tratado para la educación de las niñas (1687)
de Fenelón.
Frente
a la anterior ausencia absoluta de educación para las niñas, esta
escolarización diferenciada supuso al menos un sensible adelanto, aunque el
contenido de la enseñanza impartida se redujese al catecismo, a las primeras
letras y cuentas, algo de lectura y escritura, instrucciones de cómo cuidar a
niños y servidumbre y poco más. Enseñanzas que “se reflejan con muy pocas
variaciones en el capítulo dedicado a la educación de Sofía en el Emilio
del ilustrado Rousseau”[6].
(Cont.)
TOMÁS
MORENO
[1] Para un panorámico análisis de la imagen y conceptualización
de la mujer en la Ilustración francesa, véase Paul Hofmann, La femme dans la pensé de lumières,
Ophrys, París, 1977.
[2] Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo,
proyecto ilustrado y posmodernidad, Cátedra, Madrid, 2000, p. 150-162.
[5] Concepción Roldán, “Mujer y
razón práctica en la Ilustración alemana”, en Alicia H. Puleo (Ed.) El reto de la igualdad de género. Nuevas
perspectivas en ética y filosofía política, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid,
2008, p. 221 y ss.
[6] Ibid., p. 222. Las dos formas de
popularización del saber que los ilustrados alemanes idearon para paliar el
problema de la accesibilidad de las féminas a la educación –la “filosofía
cortesana” y la “filosofía para damas”-, “contribuyeron, en opinión de C.
Roldán, con su granito de arena a aumentar la convicción generalizada de la
inferioridad intelectual de las mujeres” (ibid,
p. 223). No confundir con la denominada “Filosofía para princesas” cultivada a
través de correspondencia epistolar entre filósofos y princesas, reinas y
aristócratas, como hicieron Descartes (con la princesa Elisabeth y la reina
Cristina de Suecia) y Leibniz (con las princesas Sofía, Sofía Carlota y
Carolina). Vid. G. W. Leibniz, Filosofía
para princesas, tr. Javier Echevarría, Alianza Editorial, Madrid, 1989.
Magnífico, mi querido amigo Tomás. Eres un gran especialista en el tema femenino, es un placer leerte. Cuesta hacerse idea de cómo de cabritos eran nuestros antepasados masculinos.
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