Cerramos las entradas entorno al filósofo Otto Weininger con el post del filósofo Tomás Moreno que lleva por título: Otto Weininger: un gnóstico cristiano, para la sección, Microensayos, del blog Ancile.
OTTO WEININGER: UN GNÓSTICO CRISTIANO
La actitud de Otto Weininger respecto de
la sexualidad y de la naturaleza de la mujer, a lo largo de su ensayo y
especialmente en el capítulo XIV, refleja, pues, toda una antigua concepción
religiosa soteriológica, cuyos orígenes -ya lo hemos indicado en el anterior
epígrafe- se remontarían al herético gnosticismo cristiano de los primeros
siglos cristianos. Permítasenos reiterar en los párrafos que siguen algunas de
sus similitudes. En efecto, si el gnóstico puro execraba la sexualidad
y el parto -responsable del primer “encarcelamiento” corporal de las almas
desdichadas- y vinculaba su aversión por el mundo sensible y su aversión por la
unión carnal (idea profundamente enraizada en la gnosis), Weininger -fallido fundador de una
religión ascética y antifemenina- también
predicaba el exterminio (gnóstico) de
todo lo carnal. Porque éste era, en definitiva, el estado de agregación al que
veía ineludiblemente condenados a mujeres y judíos: “El hombre tiene que
redimirse del sexo y sólo así redimirá a la mujer. La mujer perecerá como tal,
pero surgirá de sus cenizas renovada, rejuvenecida, como ser humano puro” (SYC,
Ibid).
El objetivo de
la continencia
es esencialmente, para el gnóstico, evitar la procreación para evitar la muerte
y la rueda de la existencia. La opción
de Weininger por el ascetismo, la castidad y la continencia (“se trata”,
confiesa paladinamente nuestro filósofo, “de la pretensión de la castidad para
ambos sexos”) en nada difiere, como se ve, de la de los gnósticos y su objetivo
es el mismo: “La negación de la sexualidad tan sólo mata al individuo corporal,
pero confiere existencia al espiritual” (SYC, p. 339). Ese es el requisito
imprescindible, según Weininger, para liberarse de la prisión de la naturaleza
y poder acceder a un nuevo estado de superior y soberana libertad. Entre los gnósticos cristianos la mujer con su matriz
es la que perpetúa la rueda de las generaciones, el círculo -concebido como
infernal- de los nacimientos y de la muerte, obra de un aciago demiurgo. El texto del evangelio
apócrifo de Tomás así lo refleja:
“Simón Pedro les
dijo: ‘Que María salga de entre nosotros, pues las mujeres no son dignas de la
Vida’. Jesús dijo: Pues yo voy a guiarla
a fin de hacerla varón, para que se convierta ella también en un espíritu
viviente parecido a nosotros, varones. Pues toda mujer que se haga varón
entrará en el Reino de los Cielos”.
En
Weininger las mujeres, como hemos visto, esclavas del cuerpo y de la
sexualidad, ni pueden liberarse por sí mismas, ni pueden tampoco ser liberadas
o redimidas ya que “en tanto que la mujer no deje de existir como mujer para el
hombre, no dejará de ser mujer” (SYC, p. 337). Para Weininger la condición para
dejar de ser mujer es renunciar sincera y voluntariamente a ese acto sexual –el coito- que como una cadena ata al
género humano a esa vida inferior que comparte con las hembras de las demás
especies y que la somete y obliga a asegurar “la continuidad de la especie, mezquino sustitutivo de su falta de fe en la
vida eterna” (SYC, p. 339). La redención,
por consiguiente, sólo puede llevarla a cabo un ser que participe de la vida
superior, un espíritu puro: el hombre, lo masculino en su máxima encarnación posible. La liberación de la
humanidad, y en primer lugar la de la mujer, de lo demoníaco causado por el “eterno femenino” (y que comprende también
en términos raciales el espíritu judaico en su conjunto) exige, pues, matar
todo lo carnal, todo lo material, renunciar a todo lo sexual. Exige, ni más ni
menos, la abolición radical de los dos sexos:
El hombre debe
redimirse del sexo, y sólo así redimirá a la mujer. Sólo su castidad, no su
lujuria, como ella cree, es su salvación. La mujer perecerá como tal, pero
surgirá de sus cenizas renovada, rejuvenecida, como ser humano puro. He aquí
por qué el problema de la mujer persistirá mientras haya dos sexos, y tampoco
se resolverá antes el de la humanidad” (SYC, p. 338).
No
otra fue –en opinión de Weininger- la aspiración del antiguo gnosticismo
cristiano, tal y como nos transmiten las palabras de Clemente de Alejandría, según el cual Cristo habló en este mismo
sentido a Salomé, afirmando que “la muerte continuará en tanto que las mujeres
paran” y que “la verdad no alumbrará hasta que de los dos sexos haya surgido un
tercero que no sea hombre ni mujer” (SYC, p. 338). El
texto del Padre de la Iglesia viene textualmente a decir lo siguiente:
“A Salomé, que
preguntaba cuánto duraría el tiempo de la muerte, el Señor respondió: El tiempo que vosotras las mujeres
deis a luz hijos. Y Salomé le dijo: Luego, he hecho bien en no dar a luz. El
Señor le respondió: come de todos los frutos, pero no del que es amargo. Como
Salomé le preguntara qué debía entender por ello, el Señor le respondió: Cuando
hayáis pisoteado el ropaje de la vergüenza, el cuerpo, y cuando ambos –el macho
y la hembra- sean sólo uno, ya no habrá hombre ni mujer”.
En
este caso no sería, pues, el retorno al
paraíso andrógino y el logro de la completitud
del ser humano, en su dimensión biológico-orgánica como bisexualidad o
intersexualidad, la aspiración última de su doctrina salvadora –como afirmara
la primera de las interpretaciones que hemos examinado- sino la extirpación y
anulación radical y definitiva de la feminidad, de la mujer pura o absoluta,
con el consiguiente establecimiento de un nuevo
reino espiritual, en el que no tengan ya sentido ningún tipo de realidades corporales ligadas a cualquier
tipo de sexualidad -sea ésta la bisexualidad o sea la diferencia sexual- ya que
se habrá producido la total superación de la misma en un mundo puramente
inmaterial y asexual trascendente.
Al
terminar de leer libros como éste nos preguntamos: ¿Qué es lo que,
verdaderamente, nos está proponiendo su autor? ¿Qué tipo de discurso
presuntamente científico es éste, que nos invita a la extinción de la humanidad
como paso previo a su total redención y salvación? ¿A qué se refiere su autor
al aludir a expresiones propias del lenguaje religioso: un anhelado “reino de
Dios”, “partícipe de lo divino”, “fe en la vida eterna”, “redimirse del sexo”,
“ser humano puro”? ¿Qué discurso científico se revestiría de semejantes kerigmas soteriológicos?¿Qué claves
hermenéuticas utilizar para adentrarnos en su verdadero sentido y significado?
¿Cómo
interpretar esta obra tan compleja y esotérica que le llevó a su autor, Weininger, desde una cientificidad de
partida a construir un sistema que resultó tan extravagante e irracional como
las ideas no científicas que decía menospreciar?
La conclusión a la que llegaría Weininger, en la interpretación de H. Moreno, “apunta hacia esta
discrepancia entre los dos mitos: si bien su punto de partida había postulado
la presencia de los dos sexos –inclusive- en caracteres físicos- en cada
individuo humano, el punto de llegada exige la desaparición de todo aquello que
a lo largo de medio millar de páginas se ha caracterizado como lo femenino”. Para nuestra autora la recuperación de la completitud perdida a consecuencia de la
expulsión del paraíso andrógino, sería la propuesta de salvación
weiningeriana. Ello significaría, en efecto, la completa anulación de la
feminidad –la expulsión del cuerpo
femenino maternal- del panorama humano.
En
nuestro caso, al escuchar su mensaje doctrinal nos parece asistir más a la
predicación de un falso profeta de un
nuevo cristianismo gnóstico regenerado,
a la soflama mística de un teósofo o
de un romántico esotérico y ocultista,
de los que tanto abundaban en su medio social, que al discurso racional de un racionalista exaltado representante del
cientificismo y del positivismo finisecular como trataba de presentarse. El pathos con el que Weininger acomete su
propuesta soteriológica, su doctrina salvífica, es más propio de un mesías iluminado, tan abundante, por
otra parte, en la tradición judaica, que de un científico objetivo, atento a
los hechos.
No
olvidemos, por otra parte, que el libro está escrito en momentos de profunda
crisis espiritual del joven filósofo: coincidiendo con un proceso de
“conversión religiosa” que le llevará a abrazar su nueva fe protestante: un cristianismo regenerado. Al leerlo
nos parece estar escuchando, efectivamente, la revelación del fundador de una nueva religión misógina y
falolátrica, de un delirio seudorreligioso, de un gnóstico redivivo, en la que
se nos ofrece una gnosis, un “conocimiento
salvador”, para el advenimiento de una nueva espiritualidad, de un
nivel superior de humanidad y un nuevo orden espiritual que haga posible: instalar el reino de Dios sobre la tierra
(SYC, p. 337). Y esto no se conseguirá “por
la emancipación de la mujer por obra del hombre, sino de la emancipación de la
mujer por ella misma” (SYC, p. 337). Es decir: inmolándose como mujer,
renunciando a serlo, cesando de serlo (SYC, p. 340).
TOMÁS
MORENO