Continuando con el análisis de Sexo y carácter, de Otto Weininger, traemos el post titulado, Sexo y carácter, dos hermenéuticas: La andrógina clásica y la gnóstico cristiana, por el profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección, Microensayos, del blog Ancile.
SEXO Y CARÁCTER. DOS HERMENÉUTICAS:
LA ANDRÓGINA CLÁSICA Y LA
GNÓSTICO-CRISTIANA
Un texto de los inicios de su Ensayo –casi en el comienzo del mismo,
en el capítulo Primero de la Primera parte de su obra (“Machos y hembras”) - Weininger nos ofrece ya una pista o clave
interesante a la hora de llevar a cabo una interpretación de esta doctrina. En
él, Weininger nos remite a dos tradiciones hermenéuticas, o constelaciones
míticas, que tienen que ver con el núcleo de su mensaje: el de la de la
bisexualidad innata y originaria de todos los seres vivos y la necesidad de
retornar a las mismas:
“La idea de
bisexualidad de todos los seres vivos (sin que jamás se presente una completa
diferenciación sexual) es antiquísima. Es posible que los mitos chinos no hayan
sido ajenos a ella, pero de cualquier modo alcanzó mayor desarrollo en Grecia.
Pruebas de ello son la personificación del hermafrodita como una figura mítica,
la narración de Aristófanes en el festín platónico y, en tiempos posteriores,
la secta gnóstica de los Ofitos que representaba al hombre primitivo con
caracteres masculinos y femeninos al mismo tiempo” (SYC, p. 29).
La
primera tradición alude al mito
pagano clásico y renacentista del andrógino, la segunda nos sitúa en la tradición religiosa gnóstico-cristiana
de los ofitos u ofitas[1],
o de los gnósticos cristianos en general. Ambas participan del mismo objetivo y
de la misma temática –la nostalgia de la bisexualidad perdida- pero el modo de recuperarla así como su
significación y sentido son muy diferentes.
H. Moreno[2]
ha analizado magistralmente a este tema mítico subyacente a lo largo de su
libro. En su opinión, la figura del
andrógino será desarrollada por el Romanticismo a
partir del conocido mito platónico del Simposio,
narrado por Aristófanes, que remite sin
duda a una tradición de la que el Renacimiento es una clara secuela: la
tradición de la androginia, a la que
podría añadírsele su otra cara, la de la figura del hermafrodita (tal y como aparece en la Metamorfosis de Ovidio)[3].
Figuras ambas que, en distinta forma y sentido, se vincularían con la idea
weiningeriana de intersexualidad o
bisexualidad originarias: presencia simultánea de caracteres de los dos
sexos en una conciencia descarnada, espiritual, sin cuerpo (en el primer caso)
o en un cuerpo material (en el segundo) con
la intención lograda de esclarecer la importante cuestión del contexto desde donde se sitúa y desde
donde parte Weininger.
La
exposición de Weininger giraría en torno a la definición y esclarecimiento del
binomio masculino-femenino como una supuesta conjunción de rasgos presentes, en
equilibrios diversos, en todas las personas, para luego desembocar en una
contraposición esencial e incompatible entre hombre y mujer donde la
pertenencia al sexo femenino estaría determinada por la carencia ontológica
(“la mujer es nada”), mientras que el hombre vendría caracterizado por el ser. De esta manera, apunta H. Moreno, Weininger reinscribe la
diferencia sexual que antes había tratado de desvanecer o disolver en una
totalidad sintética.
Se
restablece así una distinción básica del binomio masculino/femenino, que se
concreta en una serie de oposiciones binarias vinculadas con él y expresivas de
las categorías esenciales de ambos: espiritual/material, alma/carne,
cultural/naturaleza, racional/irracional, humano/animal, superior/inferior”[4]. La feminidad quedará así establecida como el
factor que ata al hombre con lo efímero:
el cuerpo, el nacimiento, la sexualidad, la precariedad de la vida, la
podredumbre[5].
El horror a lo femenino en Weininger –concluye
H. Moreno- es el horror al cuerpo y a la sexualidad, esto es: el horror a la
muerte. De ahí su machacona insistencia en el tema de la inmortalidad sólo
asequible al espíritu y de la que nos priva trágicamente su unión inevitable
con lo femenino: el sexo; pero el problema de la muerte no es sólo la extinción
de la vida, sino el enfrentamiento con el sinsentido: la feminidad, asimilada a
lo material, a lo corpóreo, a la naturaleza, representa el caos, la ausencia
del logos, la orfandad humana de asideros racionales[6].
La
segunda hermenéutica nos remite a
otra tradición andrógina, no menos documentada y latente a lo largo de las
páginas de su libro: una tradición que se remonta a los primeros gnósticos cristianos (influidos evidentemente por el
pensamiento platónico). El cristianismo -recuerda H. Moreno siguiendo a Estrella
de Diego-[7]
“desarrolla este motivo en diversos momentos doctrinales donde se exacerba el
horror a la carne, identificada con el pecado, el demonio y, por supuesto, la
feminidad. En san Pablo y en el Evangelio de Juan, la androginia es considerada
una de las características de la perfección espiritual pues señala una
trascendencia del mundo físico; esto se refleja en numerosas representaciones
andróginas de Cristo, donde tal característica se relaciona con la capacidad
masculina para la maternidad”[8].
En
efecto, la similitud de los temas, símbolos, expresiones y de los mitologemas
gnósticos con numerosas ideas y pasajes de la obra de Weininger es altamente
reveladora y sintomática[9].
No olvidemos que el tema del gnosticismo y de los gnósticos estuvo muy de moda
en los ambientes culturales de Alemania, Austria y Suiza finiseculares[10].
La referencia a las palabras que Cristo dirigió a Salomé, que hace nuestro
joven y recién converso autor, pertenecientes a un texto de Clemente de Alejandría (SYC, p. 338),
representante post-apostólico de un esoterismo cristiano ortodoxo, de una
verdadera gnosis cristiana, puede ser una pista apreciable (posteriormente
citará también a Gregorio de Nisa y
los escritos del seudo Dionisio el
Areopagita). Su alusión expresa a los ofitos u ofitas[11] -secta
gnóstica que que representaba
al hombre primitivo con caracteres masculinos y femeninos al mismo tiempo-
al final del capítulo primero de la Primera parte, es otra y ciertamente
significativa.
En
efecto, para los gnósticos[12]
la gnôsis
(conocimiento salvador) se oponía a
la vulgar pistis (creencia); se puede llamar gnosis o gnosticismo a toda doctrina o actitud religiosa fundada en la
teoría o en la experiencia de la obtención de la salvación por el conocimiento. La gnosis traduce siempre una necesidad individual o colectiva de
salvación o de liberación, obtenida en el curso de una iluminación que es
regeneración y divinización del sujeto que la experimenta. El gnóstico se
salva, pues, mediante el conocimiento. Pero ¿de qué necesita o debe ser
salvado?: para la mayoría de las sectas gnósticas el hombre debía ser salvado
de la materia, de su cuerpo, de la carne, de la sexualidad, del mundo material
y de la existencia sensible en general: “No tengáis piedad de la carne nacida
de la corrupción –proclama una oración cátara- pero apiadaos del espíritu
aprisionado en ella”[13].
El
gnóstico es radicalmente dualista
y ofrece, por tanto, una valoración negativa del cuerpo y del mundo. El
gnóstico considera su cuerpo como la
“prisión” donde se halla cautivo su auténtico yo. La existencia sensible es el
mal: el hecho mismo de existir es la condena a la que el hombre ha sido
destinado por un demiurgo malo.
Arrojados a este mundo nos sentimos ajenos al mismo, exiliados, extranjeros en
este mundo terrenal y temporal sintiendo la nostalgia lacerante de la patria
original de la que ha caído y anhelando su liberación: el retorno a la misma.
El problema del gnóstico es saber de qué modo su alma –que es una chispa divina
extraviada en la tierra- podrá retornar a las regiones superiores desde donde
ha caído. Mas la angustia del gnóstico es que el alma, que pasa perpetuamente
de prisión en prisión corporal, está sometida a incesantes reencarnaciones, la
misma angustia que siente Weininger ante el sometimiento de hombres y mujeres a
la esclavitud del sexo y de la reproducción.
Es
el mismo dualismo que recorre, como
hemos visto, todas las páginas de Sexo y carácter: cuerpo y alma,
sexualidad y castidad, vida inferior animal y vida superior espiritual, mujer y
hombre. El elemento masculino y el
femenino tomados “en sí”, en estado puro (como ideas platónicas o
arquetipos) son los dos polos
antagónicos de la existencia de la humanidad. En esta tipología, Weininger descubría su principio divino en un ser ideal masculino (genial), que
supera su corporalidad por medio de la ascesis.
“El hombre puro es la imagen de Dios”, representa la encarnación de un
principio sobrenatural, la creación, lo positivo, la luz. El polo femenino identificado con el
cuerpo, la materia, el mal, representa, por el contrario su negación, el polo
opuesto de la naturaleza divina del varón, la otra posibilidad degradada de la
humanidad: la “mujer-materia-animal”[14].
La
mujer no es más que un caos de emociones, la expresión de la nada, que tiende
sin tregua con su caótica irracionalidad, a convertir en vana toda conquista de
la razón. La mujer es materia,
el hombre es espíritu.
Tal
repugnancia respecto del cuerpo
concluye, en el gnóstico, en la idea de que el cuerpo es algo “ajeno” a
nosotros mismos y que debemos soportar: es comparado con un “cadáver”, con una
“tumba”, con una “prisión”, con un “compañero indeseable”, intruso, adversario,
instrumento de humillación y de sufrimiento que atrae al espíritu hacia abajo,
en el degradante olvido de su origen. Expresa
así una repugnancia invencible respecto de las diversas manifestaciones de la
sexualidad ordinaria, condena todo deseo carnal, toda relación sexual (aun
dentro del matrimonio el comercio carnal es una mancha), y, en general, repudia
los principales acontecimientos de la vida corporal (fecundación, nacimiento,
enfermedades, vejez y muerte). La misma
repugnancia que manifiesta Weininger, como ya hemos suficientemente
comprobado, por la sexualidad, por el coito y la fecundación:
“La fecundidad
es simplemente repugnante, y nadie que quiera responder sinceramente a la
pregunta, podrá decir que siente como un deber cuidar de que perdure la
existencia de la especie humana. Y lo que no se siente como deber no es deber”
(SYC, p. 339).
TOMÁS
MORENO
[1] Los ofitas,
como su nombre indica (ophitai u ophianoi, del griego ophis ; nahasch en hebreo) eran
adoradores de la serpiente . Esta fue tomada por los gnósticos de los
misterios del paganismo, pero fue identificada con el Lúcifer del Génesis : la serpiente era
considerada un mensajero del Dios de la luz y hasta como este Dios mismo, como
el Logos.
[2] Cf. H. Moreno, Femenino y Masculino en las ideas de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), “Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico
hacia la alteridad, Anthropos,
Barcelona, 2008 pp. 144-156.
[3] Sobre el tema del ideal andrógino, la androginia griega, la
místico-gnóstico-cristiana y la androginia ritual véanse: Carl Gustav Jung, La Psicología de la Transferencia,
especialmente capítulos V y VI pp. 98-106 y 108-117; Norman O. Brown, Eros y Tanatos. El sentido psicoanalítico de
la historia, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1967, pp. 159-161.; Mircea
Eliade, Mefistófeles y el andrógino,
Guadarrama, Madrid, 1969, pp.131-145. Para la androginia en la literatura del
XIX y en el Romanticismo véase: Mircea Eliade, ibíd, pp. 124-130. Es un clásico del tema: Marie Delcourt, Hermafrodita, Editorial Seix Barral,
Barcelona, 1970. Para su presencia posmoderna en las imágenes artísticas, literarias,
en el cine, la fotografía, el vídeo y la música del siglo XX y su función
ideológica véase: Estrella de Diego, El
Andrógino sexuado. Eternos ideales, nuevas estrategias de género, La balsa
de la Medusa, Visor, Madrid, 1992.
[4] H. Moreno op. cit., pp.
148-149
[5] Ibíd., p. 149.
[6] Idem.
[7] Estrella de Diego, El
Andrógino sexuado, op. cit, p.
27.
[8] H. Moreno, op. cit., p.
151. Y siguiendo a Kari Weil –Androgyny
and the Denial of Difference,, University Press of Virginia, 1992, p.64)
afirma que la androginia también se volverá central en las versiones
renacentistas de la filosofía hermética: “En algunos relatos se describe al
Adán primigenio como alguien que tenía un cuerpo inmaterial y era andrógino,
pero su caída lo precipitó dentro del grosero mundo de las cosas, donde hay
elementos físicos y sexuales, separados y conflictivos” (Ibid., p. 151).
[9] Recordemos que el gnosticismo presenta innegable afinidad
con el romanticismo como indica Simone
Pètrement, Le dualisme chez Platon, les
gnostiques et les manichéens, P.U.F. París, 1947, p. 129): “(…) el
sentimiento que aparece en ella (en la gnosis), casi en todas partes, es el
sentimiento romántico por excelencia: el sentimiento de los límites del destino
y el deseo de romper esos límites, de quebrar la condición humana, de evadirse
de todo”). Ideas gnósticas aparecen en los escritos de importantes poetas y
escritores inmediatamente anteriores o coetáneos del joven pensador vienés: en
románticos como William Blake, Gerard de Nerval, Victor Hugo; en los
simbolistas de la segunda mitad del siglo XIX: Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé,
Lautremont y, también en el surrealismo (Breton, sobre todo).
[10] Sobre la presencia del gnosticismo en el ambiente cultural germano
finisecular véase: Richard Noll, Jung. El Cristo ario, Vergara,
Barcelona, 2002
[11] Sexo y Carácter, op. cit., p.29. Según Aurelio de Santos
los gnósticos ofitas sostenían la creencia según la cual la transgresión de Eva
consistió en un pecado sexual, concretamente en un adulterio cometido con la
serpiente del Paraíso (tanto en griego como en hebreo, ophis (serpiente) es de género masculino. (Los Evangelios Apócrifos, B.A.C., Madrid, 1975, nota 79, p. 158).
[12] Los gnósticos, eran sectas heréticas de los
primeros siglos del cristianismo (una especie de sincretismo teológico-místico
cristiano-griego y oriental radicalmente dualista) entre los que destacaron
marcionitas, basilidianos, carpocracianos y valentinianos, abominaban de su
cuerpo –expresión de la caída ontológica
de la naturaleza humana- de la “carne”, de la sexualidad y de todos los eventos
y acontecimientos de la vida corporal y sensual: nacimiento enfermedad , vejez
y muerte. La existencia es, al igual que en el pensamiento budista, la concreción
del mal y todo lo que favorezca su proliferación y perpetuación es rechazado y
repudiado. Cátaros y albigenses en la época medieval continuarán esta doctrina
sexofóbica. Para el tema gnosticismo y sexualidad, además del ya señalado de
Simone Pètrement, veánse: Hans Leisegang, La
gnose, traducción del alemán, Payot, París, 1951; Jean Doresse, Les livres secrets des gnostiques d’Egypte,
Plon, París, 1958; Serge Hutin: Los
gnósticos, traducción del francés, Eudeba, Buenos Aires, 1964; Hans Jonas, La religión gnostique, Flammarion,
París, 1978; Francine Culdaut, El
nacimiento del Cristianismo y el gnosticismo. Propuestas, traducción
española, Akal, Madrid, 1996; Michel Onfray, El cristianismo hedonista. Contrahistoria de la filosofía II,
Anagrama, Barcelona, 2007, pp. 13-74. Vid. supra, nota p. 24.
[13] Texto maniqueo citado por S. Pétrement, Le dualisme chez Platon, les gnostique et
les manichéens, op. cit. p. 185.
[14]Para el gnóstico existen dos grandes razas de hombres: los que
saben (los espirituales), destinados
a la salvación en el mundo trascendental y los que están sumidos en la
ignorancia por su vinculación a la materia (los “hílicos” o materiales), que no pueden ser salvados pues están
profundamente enraizados en la materia.[14]. En
Weininger sólo los hombres (seres
“espirituales”) pueden acceder a la vida superior del conocimiento y del saber,
al mundo de lo espiritual y de lo trascendental. Por el contrario a las mujeres (seres “hílicos”) ese mundo y
aquella vida les estarían radicalmente vedados.
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