Para cerrar este ciclo de entradas sobre la misoginia llevado a cabo por el filósofo Tomás Moreno, ofrecemos el tercero y último post intitulado: La exacerbación antifemenina, en el trabajo general que ha aparecido bajo el título Tres filósofos misóginos. Broche de cierre de gran interés que recomendamos para su lectura y reflexión.
TRES FILÓSOFOS MISÓGINOS:
LA EXACERBACIÓN
ANTIFEMENINA (3ª PARTE)
III. En su fase final decadentista e irracionalista
-que es en la que podemos incluir al epígono Otto Weininger, último de los filósofos aludidos en este ensayo- la
misoginia romántica exacerbó su postura antiilustrada y su antifeminismo más
virulento tratando de resucitar, como ha escrito María José Villaverde, “los antiguos valores femeninos del
sacrificio, la renuncia, la abnegación y el vivir para los demás, frente al
ideal ilustrado de la autorrealización”.
En efecto, continúa nuestra autora, si el siglo XVIII alumbró a grandes
defensores de la mujer como Diderot
y Condorcet, los personajes más
eminentes del XIX fueron destacados misóginos. Y como prueba, recuerda no sólo
los vitriólicos comentarios sobre la mujer expresados por Schopenhauer y por Nietzsche
en sus obras o la correspondencia de Freud
con su novia Martha Bernays -en la
que puntualiza sin rubor que quiere una mujer convencional que cuide de la casa
y de los hijos-, sino también la intolerancia posesiva de Gustav Mahler con Alma, su
esposa, impidiéndole componer música para dedicarse a él en cuerpo y alma e,
incluso, la celosísima relación de K.
Marx (apodado significativamente “el Moro”) con su mujer-para-todo Jenny[1].
Paul Julios Moebius |
A
ello, también contribuyó, y no en poca medida, el desarrollo de las nuevas ciencias biológicas del siglo XIX
-en su mayor parte protociencias o pseudociencias- que fomentaron, sobre
supuestas bases científicas, la misoginia más descerebrada y fanática. En efecto
la anatomía y la fisiología de la época, recuerda María Jose Villaverde, diseccionaron el cuerpo femenino y
subrayaron las diferencias con el varón. La frenología y la craneología, por su
parte, pesaron y midieron su cerebro y llegaron a la conclusión de que era más
pequeño y de menor peso. La psicología, finalmente, “buceó en su mente y
desveló las llamadas enfermedades de los nervios -entre ellas, la histeria-,
síntomas de su sensibilidad desbordada y de su emotividad enfermiza”[2].
Todas estas investigaciones que Paul
Julios Moebius (1853-1907), médico de Leipzig, recogió en su folleto-libro Sobre la imbecilidad fisiológica mental de
las mujeres (Ubre den Physiologischen
Schwachsinn des Weibes, Leipzig, 1900), auténtico best-seller de la época, reeditado sin cesar en las primeras
décadas del XX, fueron utilizadas para corroborar su inferioridad intelectual[3].
Incluso,
como señala Alicia H. Puleo, una
particular aplicación de la teoría de la evolución al análisis de fenómenos
tales como el colonialismo, el capitalismo, el patriarcado y el darwinismo
social, contribuyó a esta amalgama en la que el oprimido adquiere perfiles
bestiales y demoníacos. Sexismo, clasismo y racismo coinciden en la adjudicación de los mismos rasgos al
individuo sometido: animalidad y sensualidad portador del caos. Para Bram
Dijkstra, se trata de un claro mecanismo de dominación que posee dos
funciones: justifica la discriminación y explotación practicadas sobre ciertos
grupos y canaliza sobre fáciles chivos expiatorios la ansiedad y frustración
generadas por las transformaciones capitalistas. La misoginia y el odio estarán
así estrechamente unidos en este período que anuncia el genocidio posterior[4].
Sigmund Freud |
Finalmente,
el factor que se revela como fundamental en la virulencia antifeminista
finisecular, es el desarrollo de los movimientos femeninos de emancipación
que exigen un cambio respecto a la
cuestión de la mujer y el tema de la igualdad de los sexos, demandando con
coraje y determinación el ingreso de la mujer en la ciudadanía mediante el
sufragio, el reconocimiento de sus derechos cívicos y de su dignidad humana.
Los tres tendrán, pues, como interlocutor más o menos visible, aunque
activamente negado, el movimiento feminista que, en ese momento, se está
desarrollando tanto en Europa como en los Estados Unidos y que está debatiendo con
fuerza e intensidad el tema de la emancipación femenina y vindicando la
igualdad y los derechos de las mujeres.
Desde
este punto de vista, “la posición misógina” de Schopenhauer, de Nietzsche y de Weininger (e incluso del
propio Freud[5]),
es una respuesta reactiva y reaccionaria ante esas exigencias de igualdad que
reclaman las mujeres desde el movimiento emancipador sufragista y feminista de
la época y un intento de aportar nuevas
justificaciones teóricas sobre la “naturaleza de la mujer” que sirvieran para
apuntalar las ya obsoletas y cuestionadas ideas tradicionales sobre los roles
de género todavía imperantes. Representaban, además, una respuesta también
resentida, que trataba “de echarlas de las posiciones” que habían ido ganando
en la cultura y en la sociedad de su tiempo y que siempre derivaron en alguna
manera de descalificar al sexo femenino en su conjunto[6].
En
definitiva, para Amelia Valcárcel
las ideas gestadas por la misoginia romántica tuvieron fortuna y éxito y no es
exagerado decir que aún perviven fuera del discurso público. “Son”, escribe,
“la inexplícita armazón de muchas ideaciones y prácticas corrientes. Ceden
terreno poco a poco y saltan a primer plano a poco que se rasque en la conciencia
común”. Por ello considera adecuado conocer su génesis histórica y sus primeras
y principales presentaciones. “Tales ideas no son simplemente inerciales y se
corresponden con los tiempos en que fueron concebidas. Entonces apuntalaban un
orden que comenzaba a tambalearse y lo hacían conscientemente. Eran
reaccionarias, resistenciales y tenían intervención inmediata en la acción
pública contra cualquier demanda de igualdad y ciudadanía”[7].
En
la actualidad cabe preguntarse, concluye Amelia
Valcárcel, el porqué de su silenciosa vigencia, el porqué de la sistemática
reedición de textos menores inspirados en ellas como los panfletos
pseudocientíficos de Paul Julius Moebius
o de Otto Weininger, sin contar con
la sistemática edición de los aforismos
de Schopenhauer dedicados a las
mujeres en su ensayo Sobre las mujeres
(de los Parerga y paralipomena de
1851). La respuesta a esas preguntas es, para la filósofa asturiana,
lamentablemente obvia: “Puede que resulten confortables o confortadores para
quienes, debiendo acatar en público los cambios producidos, mantiene hacia
ellos radical desconfianza. Puede también que continúen validando una jerarquía
sexual que en la práctica se mantiene con asombroso vigor”[8].
Tomás
Moreno
[1] María José Villaverde, op. cit.
[2] Ibid. Cfr. también Nerea Aresti, Médicos, Donjuanes y Mujeres Modernas. Los
ideales de feminidad y masculinidad en el primer tercio del siglo XX,
Servicio editorial Universidad del País Vasco, Bilbao, 2001, pp. 49-61
[3] Paul Julius Moebius (1853-1907)
natural de Leipzig, médico en 1877, psiquiatra alemán, neurólogo en el
Policlínico Universitario de Leipzg y en la Policlínica Neurológica del
Albert-Verein de Leipzig, centró sus investigaciones en las enfermedades
nerviosas funcionales, en la frenología y en la diferencia entre los sexos etc.
Su obra Über den Pphysiologischen
Schwachsinn des Weibes fue traducida al castellano con el título de La deficiencia mental fisiológica de la
mujer, con prólogo de Carmen de Burgos Seguí, en Valencia, F. Sempere y Cía
Editores, 1904. Hay otra traducción de Adan Kovacsics Meszaros, La inferioridad mental de la mujer, con
prólogo de Franco Ongaro Basaglia, Barcelona, 1982. Influyó en el primer tercio
del siglo XX en una activista corriente antifeminista española representada por
dos médicos misóginos Edmundo González Blanco, autor de El feminismo en las sociedades modernas, 1903, y Roberto Novoa
Santos, con su libro La indigencia
espiritual del sexo femenino (Las pruebas anatómicas, fisiológicas y
psicológicas de la pobreza mental de la mujer. Su explicación biológica),
Valencia, 1908).Cfr. Nerea Aresti op. cit.,
pp. 49-61.
[4] Alicia H. Puleo, Sexualidad y mal en la filosofía contemporánea op. cit. Cfr. Bram Dijkstra, Ídolos
de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo,
Debate, Madrid, 1994
[5] Tampoco Freud, que participó de muchas de
estas ideas misóginas románticas, se comprometió en un diálogo franco y
explícito con el sufragismo de su tiempo.
[6] Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres, Narcea, Madrid, 2002, p. 153. Celia Amorós
también destaca este factor como determinante de la reacción misógina: “La misoginia romántica puede asumirse como un
fenómeno reactivo a las virtualidades emancipatorias de las abstracciones
ilustradas para las mujeres, tal como se pusieron de manifiesto en la
Revolución Francesa y como, tras su primera derrota, de forma latente y
soterrada fueron tomando cuerpo a lo largo del siglo XIX para, en concurrencia
con los efectos de la revolución industrial, emerger en los movimientos sufragistas.
Las vindicaciones feministas son, pues, el referente, silenciado, de las
conceptualizaciones de lo femenino propias de los románticos” (Feminismo y filosofía, op. cit. p. 82).