Tenemos el placer de ofrecerles unos párrafos de una sugerente y singular autobiografía del artista y buen amigo, Martín Noguerol, y todo ello para la sección de Narrativa del blog Ancile, bajo el título Introspectio, fragmentos para una autobiografía. Hemos seleccionado el inicio de Témpora (estaciones), y el texto con el que abre dicho capítulo Hiems (invierno). Podremos constatar en estos textos que, si para el artista plástico la pintura puede ofrecerse como pensamiento, también la escritura puede verterse como una suerte muy particular de imagen plástica, haciendo del diálogo entre las artes una realidad acaso de muy necesario y constante reconocimiento.
INTROSPECTIO, FRAGMENTOS
PARA UNA AUTOBIOGRAFÍA,
DE MARTÍN NOGUEROL
TEMPORA
(ESTACIONES)
De Pieter Bruegel |
Sueño.
Hombres contagiados de soledad y olvido a ambos lados, pueden llegar a entender
ciertos misterios y el misterio como una realidad, como una certeza y ésta como
un camino reconocible en la vieja memoria. «Esa geografía siempre es pasado»,
escribe y describe acertadamente un narrador de quimeras. Es pasado, por tanto
es tiempo remoto y cercano, cálido y frío, con su propia luz y su sombra; su
tiniebla, su certeza y su enigma, tiempo irreversible ya consumido, no tiempo.
Sus estaciones ya conclusas, ya renovadas que giran y giran.
Esa
geografía es un islote que flota sobre sí mismo, remoto, perdido y evocado;
como una nave etérea y, a la vez, aferrada a su raíz primigenia ¿Podría ser un
sueño, una invención, un escenario en el teatro del mundo? Actores
desconocidos, rostros dispersos, ajenos a mi fría mirada. Pero hoy es una
presencia ignota, vacía en el tiempo ya agotado, murmullos que zarandean mis
pensamientos y sólo por instantes convierte las sombras del ayer en leves
rendijas donde poder ver destellos de luz como minúsculos discos dorados.
HIEMS
(INVIERNO)
Frío.
Hemos dejado atrás la penumbra que nos sostiene. Nostalgia; la sombra que
desdibuja siluetas y nos ofrece amorfas presencias; hemos perdido la senda en
el deambular por la espesura de la noche, el inacabable fragor de lo nocturno,
noche que nos anuncia inexorablemente el eterno regreso del día; éste es el
desarrollo del tiempo circular ya pasado que nos describe y alienta, el tiempo
del retorno que fue, deseo inacabado; interrumpido en el fluir de la espera y
su soledad...
Vigencia
aún del tiempo crepuscular. Noche y día, claridad y oscuridad difuminadas en el
cielo, sobre su bóveda, contornos que ocupan su espacio perdido en el
embotamiento nocturno. La luz crece sobre la escarcha, ilumina los grises
colores; humo, olores milenarios... Pereza.
Miro
a través de la ventana, vieja peña contorneada sobre el matizado lienzo
celeste. Trazo el eje que une mi mirada y su inmutable presencia ¿Se ajará como
mi piel infantil? ¿Ella también me mira cada mañana? ¿Será pasto de la erosión,
o de la infamia del hombre?
Vacío.
El rito de la minúscula espera. Debemos partir, la calle es, de nuevo, el
escenario y atmósfera que nos guía, pura topografía desbaratada; la cuesta, un
accidente tan arcaico y apenas domesticado... ¡Oh ese callejón tan estrecho que
cruzo veloz! temo que alguna mano me sujete y no me deje escapar, temor
infantil anidado en la memoria.
La luz eterna brille para ellos. Y bajo ella, encuentren el
descanso que esta su tierra no pudo
concederles. Acoge en tu seno Madre aquellos que dejaron su existencia lejos de ti en la esperanza de su regreso.
Protégenos el día de la ira y su juicio final.
Silencio.
Es la hora de la instrucción. ¿Será este saber duradero?, ¿O sólo es un
sustrato superficial del conocimiento? un conocimiento temporal sobre nuestra
infantil presencia. Un no-conocimiento que gravita errante como una lección no
aprendida. Viejo caserón donde los pasos se ajustan al tiempo redimido; recreo,
patio fijado, otra vez, a su plano, a su estricta geometría, prolongación,
acaso, del sueño y su misterio.
El
cielo invernal sujeta los colores con esparadrapos y el poniente se ilumina
ante mi insignificante presencia, ajeno a ella. He sentido caer la luz en la
tarde al final de la peña, el fluir temporal de lo inhallable, de lo
inescrutable. Es tiempo de observar desde la abstracción y el vacío, desde el
rito iniciático, desde la calle herida. Melancolía...
En
comienzo está mi fin [...] en mi fin
está mi comienzo.[1]