Para la sección nueva, Cuadernos espirituales, del blog Ancile, y muy a propósito de estas fechas navideñas, traemos un post titulado: Breve Reflexión histórico-teologíca: ¿Cuándo nació Cristo?, de Alfredo Arrebola (Profesor- Cantaor; Maestro de Enseñanza Primaria; Doctor en Filosofía y Letras (Sección de Filología Clásica, 1978); Licenciado en “Ciencias Religiosas”; Director del “Aula de flamencología” de la Universidad de Málaga (desde 1977).
BREVE REFLEXIÓN HISTÓRICO-TEOLÓGICA:
¿CUÁNDO NACIÓ CRISTO?
Guiado por mi inmanente inquietud de “dar razón a mi fe”, he
dedicado buen tiempo en reflexionar acerca del nacimiento de Jesús de Nazaret,
pensando que todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo
en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y
practicarla, conforme al espíritu de la Carta Apostólica “Dignitatis humanae” .
Porque, a la verdad, ninguna otra celebración religiosa, ni siquiera la Pascua
que es la más importante de las fiestas
cristianas, tiene la carga de ternura y recogimiento que encierra la Navidad.
La noche del 24 de diciembre millones de personas conmemoran, con la más
profunda emoción, otra noche de hace dos mil largos años, en la que Cristo vino
al mundo. Así estaba prescrito desde los
más remotos tiempos bíblicos.
En muchas partes del mundo, recordando ese día, se suspenden las
guerras, se conceden indultos, se saludan quienes no se hablaban. Aún más: la
gente trata de ser más amable y generosa de lo que es el resto del año. Lo que
nos lleva a pensar que el 25 de diciembre se reviste de ciertos toques mágicos. Por otra parte,
pienso, en perfecta comunión con el Papa Francisco, que la Iglesia no es un
refugio para gente triste. Nada más
lejano: la Iglesia es la casa de la alegría, que encuentra su razón de
ser en el saberse acogidos y amados por
Dios. De ese Dios, el mismo “Logos”, hecho carne humana” (Jn 1,14) en las purísimas entrañas de María.
He aquí, pues, la base y fundamento metafísico de nuestra alegría:
Nativitas Christi.
Ahora bien, ¿Jesucristo nació realmente ese día? No. El 25 de
diciembre no es la fecha histórica del nacimiento del Señor. Creo conveniente,
incluso didáctico - para todo seguidor
de Cristo - , recordarle que durante los dos primeros siglos de la Era
Cristiana nadie sabía ni le importaba cuándo nació Jesús. Luego, unos y
otros empezaron a celebrar el nacimiento en fechas muy distintas, el 1 y 6 de
febrero, el 25 de marzo y el 20 de mayo. Esta última fecha fue la que obtuvo
más aprobación en aquel entonces puesto
que san Lucas en su Evangelio dice que los pastores estaban vigilando sus
rebaños en plena noche, lo que solo acontece en la época en que nacen corderillos , no en invierno. El texto lucano
dice así. “Había cerca de Belén unos
pastores que dormían al aire libre en el
campo y vigilaban sus ovejas por turno durante la noche” (Lc 2, 8), cfr.
“Navidad Flamenca”, pág. 12-13 (Málaga, 2019), de Ángel Rodríguez Cabezas/ Alfredo Arrebola.
¿Cuál es, entonces, el día exacto del nacimiento de Jesús? No lo
sabemos. Sí es posible saber – escribe Ariel Álvarez en “Evangelio y Vida”,nº
366 (Nov.Dic. 2019) – el año de su
nacimiento (fue, aunque suene extraño, alrededor del año 7 antes de
Cristo). Pero saber el día resulta imposible con los
datos que disponemos actualmente. Una
simple reflexión nos lleva a tener en
cuenta la climatología de Palestina; sabiendo, además, que la región cercana a Belén es sumamente
fría y
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lluviosa durante el invierno, cuesta admitir que en ese mes
había pastores cuidando
sus rebaños. Tanto las ovejas como los pastores
permanecían dentro de los establos. Sólo a partir de marzo, mejoradas ya las
condiciones climáticas, solían pasar la noche a la interperie. Por consiguiente,
si cuando nació Cristo había pastores con sus ovejas a la interperie, pudo
haber sido cualquier otro mes menos diciembre.
¿Por qué razón
celebramos la Navidad el 25 de diciembre?
Estamos, sin la menor duda, ante
un complejo y difícil problema
histórico-teológico. Ya he dejado dicho que en los primeros siglos, los
cristianos mostraron poco interés en celebrar el nacimiento de Jesús. Los
motivos eran bien sencillos: en aquel tiempo se festejaba con toda solemnidad
el cumpleaños del emperador, pero los cristianos no estaban dispuestos a
colocar a Jesús en el mismo nivel que éstos. Así - la historia lo dice –
el teólogo Orígenes (185 - 253), hacia el año 245,
repudiaba la idea de celebrar la “Nativitas Christi”, como si fuera la de un
emperador.
No obstante, de vez en cuando aparecía algún teólogo proponiendo
una fecha para su nacimiento . Por ejemplo, San Clemente de Alejandría (siglo III) decía que era el 20 de
abril, en tanto que San Epifanio la fijaba el 6 de enero. Hubo teólogos que hablaban
del 25 de mayo, o 17 de noviembre. Es
decir, no se llegaba a un acuerdo definitivo por falta de datos y argumentos
ciertos para justificarla. Por tanto, durante los tres pimeros siglos la fiesta
del nacimiento del Señor se mantuvo incierta. Pero – según la ley de la
“Evolución histórica” - en el siglo IV sucedió algo inesperado, que llevó a la
Iglesia ineludiblemente a tomar partido por una fecha definitiva y dejarla - cómo no! - totalmente asentada.
En este afamado siglo IV apareció una temible y peligrosa herejía
que no sólo perturbó la paz de los cristianos, sino que puso
en jaque a los teólogos y pensadores de aquel
tiempo: El Arrianismo, doctrina creada y difundida en Alejandría de Egipto por
el sacerdote Arrio, nacido en Libia en el 256. Este, ordenado sacerdote hacia
el 315, se ganó la admiración de cuantos llegaron a conocerle, debido a sus
prácticas ascéticas y a su gran capacidad de convicción, cfr. “Diccionario
Teológico”, pág. 46
al tiempo
e inmediatamente del Padre, de manera
distinta al resto de las criaturas, pero sin
ser sustancial del Padre. Así, es a la vez engendrado y creado, es Dios
por participación lo mismo que nosotros, entidad media entre Dios y el mundo.
Como prueba, este “Logos” tuvo que hacerse hombre, de tal manera, según el
arrianismo, que el “Logos” ocupó en Jesús el lugar del alma, de forma
que Jesús carecía de alma humana”. Estas
teorías fueron condenadas en el primer Concilio de Nicea (325).
(Herder, 1966), donde podemos leer: “Según el arrianismo,
el “Logos” no es eterno como el Padre, aunque recibe la existencia con
anterioridad
Para los que no han estudiado Teología, les diré que el
pensamiento de Arrio puede reducirse a
esto: Jesús no era realmente Dios. Era, sí, un ser extraordinario, maravilloso,
grandioso, una criatura perfecta, pero no era Dios mismo. Dios lo había creado
para que le ayudara a salvar a la humanidad. Y debido a la ayuda que Jesús le prestó a Dios con su pasión y muerte
en la cruz, se hizo digno del título
de “Dios”, que Dios Padre le regaló.
Pero no fue verdadero Dios desde su nacimiento, sino que llegó a serlo gracias a su misión cumplida en la tierra. En
esta misma línea está el pensamiento del teólogo A. Álvarez Valdés ( op- cit.
“Evangelio y Vida”, 16).
Aunque Arrio fue
totalmente derrotado, sus seguidores siguieron defendiendo sus teorías y
dándolas a conocer por toda la Iglesia alcanzando gran cantidad de adeptos, de tal manera que
treinta años más tarde no se encontraba un obispo que defendiera el “credo” de
Nicea, excepto San Atanasio, obligado a
sufrir destierro varias veces.
Pero gracias a la habilidad del Papa Julio I (337 – 352), quien
se dió cuenta de que una manera rápida y eficaz de dar a conocer la idea de la
divinidad de Cristo era propagar la fiesta del nacimiento de
Jesús – contrarrestando, por otra parte, las teorías de Arrio – poco conocida.
Pensaba el Papa que si se celebraba el nacimiento del “Niño-Dios”, las personas dejarían de pensar que Jesús llegó a ser Dios solo de grande.
Pero, por fin, ¿Qué fecha elegir, si no se sabía a ciencia cierta
qué día era?.
La tradición popular nos enseña que siempre hay “un listillo
de turno” para resolver lo imposible. Al tal – se ignora quién sería – se le
ocurrió una idea genial: servirse del folklore romano donde se celebraba una
fiesta muy popular, llamada “ El día del Sol Invicto” (Dies Natalis Solis
Invicti): celebración pagana antiquísima, llevada a Roma por el emeprador Aureliano desde Oriente en el siglo III,
consistente en adorar al sol como al dios Invencible. A esto habría que añadir
los elementos geoclimáticos del hemiferio norte para admitir el origen
de esta fiesta. A partir del 21 de diciembre – el día más corto del año – los días comienzan a
alargarse lentamente. El sol, pues, no ha sido vencido por las tinieblas, sino
que es invencible. He aquí, por tanto, la razón del festejo: 25 de diciembre,
nacimiento del Sol Invicto.
El emperador Aureliano
inauguró el nuevo templo al Sol Invicto – 25 de diciembre del año 274 – en el
Campus Agrippae de Roma, proclamándolo patrón principal del Imperio, ordenando
que ese día fuera el festival del nacimiento del Sol Invicto. Ahora bien, para los cristianos
JESUCRISTO era el verdadero Sol. Y así nos lo muestra la Sagrada Escritura. El profeta
Malaquías (siglo V a.C.) ya había
anunciado que cuando llegara el final de los tiempos “... brillará el Sol de
Justicia, cuyos rayos serán la salvación” (Ml 4,2). Por su parte, el Evangelio de Lucas nos dice que “...nos
visitará una salida de Sol para iluminar a los
que viven en tinieblas y en sombras de muerte (Lc 1, 78). Sin abusar de
los textos sagrados, el Apocalipsis de Juan
predice que en los últimos tiempos no habrá necesidad de sol, pues será reemplazado por JESÚS, el nuevo sol que nos ilumina desde ahora (Ap 21, 23).
Los cristianos tampoco debemos olvidar que a Jesús hubo un día en
que las tinieblas parecieron vencerlo, derrotarlo y matarlo, cuando lo llevaron
al sepulcro. Pero él salió triunfante de
la muerte, y con su resurrección se convirtió en invencible. Cristo, el Hijo de la siempre virgen María,
era, por tanto, el verdadero y auténtico SOL INVICTO.
Estas pruebas, histórico-teológicas, fueron más que suficientes
para que los cristianos rompieran con el tradicional rito del 25 de diciembre:
celebrar el
nacimiento de un ser inanimado, de una simple criatura de
Dios, sino más bien el nacimiento del Divino Redentor, el verdadero Sol que
ilumina a todos los hombres del mundo, creyentes y no creyentes. De esta forma la
Iglesia primitiva, con su especial sabiduría pedagógica, “bautizó y
cristianizó” la fiesta pagana del “Día natal del Sol Invicto”, y la transformó
en el “Día natal de Jesús”, el Sol de Justicia mucho más radiante que el astro rey. Y así – simpliciter simplex
– el 25 de diciembre se convirtió en la
Navidad cristiana.
La primera mención directa de esta fecha la tenemos en el calendario litúrgico escrito
por el literato Filocalo, en Roma, en el año 354. Allí se dice que “... el 25
de diciembre nació Cristo en Belén de Judea”, según leemos en “Evangelio y
Vida”,19.
Las noticias históricas recogen que fue en Roma donde tuvo
lugar la primera celebración de la fiesta de Navidad. Inmediatamente se fue
extendiendo por las distintas regiones del Imperio. En el 360 pasó al norte de
África. En el 390, al norte de Italia, y a “nuestra” España hacia el 400. En el
año 535 el emperador Justiniano decretó como ley imperial la celebración de la
Navidad el 25 de diciembre.
En síntesis, la
fiesta de la Navidad se convirtió en un poderosísimo instrumento para
“CONFESAR” y “CELEBRAR” la fe en Jesús – Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6) – y
defender, a capa y espada, que Jesús es verdadero y auténtico Dios desde el día
de su nacimiento.
A
todos mis amigos: FELIZ NAVIDAD
2019.
Alfredo Arrebola Sánchez