El laboratorio estaba en baja. La crisis económica
había dejado a muchos sin trabajo; otros no podían hacer el copago, en fin, que
casi nunca se llenaban los cuartos para las pruebas de sueño.
El jefe andaba pensando en algunas opciones para no
tener que rebajarnos el sueldo o despedir a Juanzo, el técnico más joven. Una
de ellas fue suspendernos el seguro dental. Cuando me enteré por la nota en la
pizarra de la oficina, decidí sacarme la muela lo más pronto posible.
Y todo vino como anillo al dedo, porque a Zenobio, el
jefe, se le había ocurrido transformar
uno de los cuartos en consulta estomatológica.
En par de días colocaron el sillón, los gaveteros, las
vitrinas con veinte mil herramientas, pomitos, jeringuillas y de cuanto Dios
creó.
Nadie se preocupó por el nombre del dentista, nos
bastó con lo de Doctor; pero sí supimos que era pariente de Zenobio y que sería
una gran ayuda para las finanzas del laboratorio.
El mismo día que estuvo lista la consulta, llegó el
inspector del condado, y estuvo revisando hasta el número de losas del piso,
hasta que todos quedaron contentos.
_ Pastor, si al fin te sacas la muela, ya sabes,
puedes ser el primero_ Me dijo Zenobio palmeándome la espalda.
Yo me quedé pensando si además, sería el primer
paciente en la vida del Doctor, porque decían que era demasiado joven.
Esa noche, cuando llegué para hacer dos pruebas de sueño, pude ver el letrero en
la puerta:
ESTOMATOLOGÍA:
SE TRABAJAN LAS 24 HORAS.
TOQUE EL TIMBRE.
Y más abajo, en letras pequeñas:
Se aceptan todos los seguros dentales
Precios módicos al que no tenga seguro
Todos los viernes se hará una rifa para seleccionar
tres casos, que serán atendidos gratuitamente (a cinco dólares el ticket).
Acabando de leer se abrió la puerta y me enfrenté al
médico. Detrás pude ver a la asistente, quien se abotonaba la blusa
desesperadamente y más roja que un tomate maduro.
_Hola; ya Zenobio me dijo que se va a sacar una muela.
¿Está listo?
_No, Doctor. Esta noche tengo dos pacientes. Mañana
estaré libre. ¿A qué hora?
_A esta misma hora está bien. Si acaso no me ve, toque
a la puerta y Adelita, mi asistente, le irá llenando los papeles.
_Doctor, déjeme aclararle que es una muela del juicio,
y creo que tiene las raíces torcidas. Siempre ha sido una guerra sacarme
cualquier diente.
_No se ocupe…mire_ y me enseñó los bíceps sonriendo
engallado.
Como uno de mis casos avisó que no podría venir, y el
otro se demoraba en la cafetería de la planta baja, me puse a recorrer los cuartos
en busca de un control remoto para el televisor. Eran cuatro habitaciones,
además de nuestra oficina, donde estaban las computadoras para el monitoreo.
Ahora, con lo del dentista, nos quedaban tres.
Al entrar en el último cuarto, frente al de la consulta,
noté un gran desorden. Sabía que dos días antes habían hecho una fiesta con los
médicos que nos remiten casos, pues se acercaba la Navidad, pero era
injustificable el reguero que habían dejado. De seguro los de limpieza se
habían negado, porque aquello estaba fuera de su contenido de trabajo.
El lavamanos estaba atascado con granos de maíz,
muchos de los cuales nadaban en un agua sanguinolenta, probablemente donde
habían preparado la carne de cerdo. Ya apestaba. El piso tenía marcas de suelas
de toda forma y tamaño, y el inodoro rebozaba mierda y orine rancio. Encima de
la cama, las cajas de cartón con restos de comida, y en una butaca botellas de
cerveza bostezando. La peste salía hacia el pasillo, por lo que cerré la
puerta.
Esa noche, mientras le colocaba los electrodos al
anciano, hablamos de muelas y dentistas.
_ En mi época el que sacaba los dientes era el
barbero. Había que tener cojones de verdad. Ahora con esa mariconada de la
anestesia cualquiera es hombre.
_Pero me imagino que serían muy pocos los suicidas.
_ ¡Ja! Tiene razón; pero los había, sobre todo cuando
el dolor era perro. No mi tío Ito Sánchez, que ese era un salvaje. Llevaba un
mes que no dejaba dormir a nadie en el batey, y cuando ya se quedaba sin
fuerzas y su mujer trajo ayuda para llevarlo al barbero, agarró el machete y le
dejó bien claro a todo el mundo que de allí lo sacarían muerto, que él era un
hombre de pelo en pecho y no necesitaba ayuda para tal pendejada. Se puso que
echaba candela por los ojos y agarró una pita encerada, de las de pescar. Con
una punta aseguró la muela y la otra la ató al pico de la montura del caballo.
Imagine usted, una bestia que de mirarla salía como una bala. Y así fue, que le
dio un grito y el animal enfiló hacia la guardarraya como alma que lleva el
diablo.
_ ¿Y la muela? _Lo interrumpí desesperado, sintiendo
el dolor.
_Mire, no me lo va a creer, pero se lo llevó a rastras
casi tres cordeles, hasta que se trabó mi tío con una palma caída y la pita
sonó como cuerda de guitarra. Allí mismo saltó la muela como un proyectil y fue
a darle en el culo al caballo, que hasta el día de hoy no se ha vuelto a saber
de él.
Creo que nunca había deseado con tanta fuerza que el
tiempo no pasara, total, si hacía una semana que no me dolía el dichoso cordal.
Sin embargo, si esperaba iba a quedarme sin seguro y la gracia me costaría una
quincena de salario. Así que no había otra salida, además, no era la primera
vez; éste era el tercero que me sacaba, todos soldados al hueso, cada uno una
epopeya.
Eran historias pasadas como la del tío del paciente.
El tiempo no se detenía, por suerte, y sería cosa de par de horas cuando más,
porque lo que me daba miedo era el comienzo, la anestesia y los primeros
tirones, hasta que comprobara que no dolía. Las hinchazones, los sangramientos
posteriores, los antibióticos, eran juegos de niños.
El paciente se pasó la noche llamando para orinar,
hasta que la última vez me dijo.
_Le cambio la próstata por su muela.
Apenas dormí tres horas aquella mañana, y ni comí, por
si me daban náuseas no llenar el consultorio de vómitos. El único consuelo que
me dio la imaginación fue ver a Adelita sin blusa, rozándome la cara con las
tetas mientras preparaba los instrumentos.
El doctor me estaba esperando en la puerta.
_Va a ser el primero; pero ya tengo cuatro para
mañana. La gente se está enterando. A Zenobio se le ocurrió hacerle una
limpieza a los que vengan a la prueba del sueño, antes de salir al día
siguiente.
Yo no tenía ánimos para hablar, ni para pensar en otra
cosa.
En par de minutos ya estaba estirado sobre el sillón y
Adelita con la blusa cerrada hasta el cuello.
Cuando el médico miró la radiografía hizo una mueca,
mientras se acercaba para tomar la jeringuilla con el anestésico.
_ No va a ser fácil, mire esas raíces como pinzas de
cangrejo, soldadas al hueso. Para colmo no hay por dónde agarrar en firme,
porque la pieza está desbaratada. Va a tener que firmar unos papeles, por si
algo pasa.
_No se ocupe. No es la primera para mí. Lo importante
es que no me duela.
_Despreocúpese; de todas formas, si siente algo, me
toca para aumentar la dosis, porque una vez que empiece ya no se puede parar.
Me aferré a los brazos del sillón mientras él me
clavaba aquella aguja fina y larga como la lezna de un mosquito gigantesco.
Comencé a respirar profundamente, a tratar de relajarme repitiendo mantras para
la buena salud. Traté de imaginarle un rostro a Dios y se me aparecía el tío
del paciente de la noche anterior, arrastrado por el caballo.
Pasaron veinte minutos como si fueran veinte siglos, y
sentí que la mitad izquierda de la cara me crecía. Cuando me la toqué era como
de goma, enorme y flácida.
Abrí la boca todo lo que pude mientras escuchaba a
Adelita.
_Muy bien, menos mal que tiene una boca de tiburón.
_Déjate de joderlo, hija de puta, que lo vas a matar
antes de tiempo_ Pude oír el secreteo del dentista.
Al fin y al cabo, a aquellas alturas no tenía
opciones, y me sentía como quien espera en el cadalso. Para colmo el frío era
insoportable, a pesar de mi esfuerzo para que no me vieran temblando. Continué
repitiendo el OM y rogando para que Dios me diera fuerzas, y calor. Imaginé
cañaverales ardiendo, Sahara al medio día y yo desnudo, muerto de sed; pero el
frío no me daba tregua.
Fui sorprendido por el primer tirón. El médico
apretaba la pinza y trataba de aflojar las raíces de la ceiba, porque para mí,
me iban a sacar una gran ceiba enraizada hasta los mismos cojones.
_Creo que se movió_ Dijo el doctor comenzando a sudar.
_No, es la pinza que resbala…Ah, se partió la corona;
ahora esto va a ser una carnicería. Pobrecito_ Era Adelita acariciándome el
pelo, pero sin pegarme las tetas.
_Alcánzame el elevador. ¡Apúrate, vaga de mierda!
Sentí la punta del hierro entrando por debajo, a
través de la encía para situarse entre la bifurcación de las raíces. Vino el
tironazo hacia arriba, pero no cedió ni un ápice.
Mientras me levantaba en peso, la mandíbula crujía en
la articulación temporal como si fuera a salir detrás del caballo desbocado.
_Dame la barrena, cacho de puta, déjate de vagancia.
Con la barrena de hacer obturaciones separó las dos
raíces, mientras Adelita empapaba apósitos en mi boca, que era una piscina
repleta de sangre.
_Usa la aspiradora, que no puedo ver por la
hemorragia, coño. ¡Tendré que enseñarte! Si fuera una pinga no vacilarías.
A los pocos minutos sentí un crujido como si se me
desprendiera un pedazo de quijada.
_ ¡Aquí está la primera raíz!_ Y me la restregó en la
mejilla opuesta, entre carcajadas, secándose el sudor.
_Alcánzame el cincel y el martillo, que esta otra no
quiere ceder, ¡la muy hija de puta!
Fueron cinco o seis martillazos; y lo que más me
preocupaba a tales alturas era que me desfondara un ojo.
Al fin saltó la última raíz ensangrentada con un
fragmento de mandíbula más grande que ella misma. Pero no me importó, era el
final y el alivio fue infinito. Me sentí como un sobreviviente del Titanic.
_Déjeme darle par de puntos de sutura. En una semana
regrese para darle un vistazo. Aquí tiene las recetas de antibióticos y
analgésicos, pues el destrozo ha sido enorme, y si se infecta, le tendremos que
poner su nombre al laboratorio.
Yo me cagué en el coño de su madre, en silencio, y
salí como perseguido por un perro con rabia; pero contento después de todo.
Pastor Aguiar
Extraído de Escalada.
Editorial Poetario. USA. 2018