Abundando sobre la interesante y candente cuestión de la misoginia, traemos una nueva entrada que lleva por título: El psicoanálisis y la oscuridad mental femenina: Sigmund Freud, de la mano del filósofo Tomás Moreno, para la sección; Microensayos, del blog Ancile.
EL PSICOANÁLISIS Y LA
OSCURIDAD
MENTAL FEMENINA: SIGMUND FREUD
Sigmund Freud (1856-1939), coetáneo de Weininger en la Viena
finisecular, participa, en su obra El porvenir de una ilusión (1927), de
esa conceptualización negativa de la inteligencia femenina, aunque lo haga de
forma indirecta, poniendo de manifiesto, por ejemplo, cómo la neurosis
religiosa, que afecta mucho más a las mujeres que a los hombres, es algo
derivado o fruto del instinto y del
infantilismo y de la debilidad mental,
y sólo mediante la inteligencia/razón -el “único medio que poseemos para
dominar nuestros instintos”- podremos liberarnos de ella:
¿Cómo, pues, esperar que estos
individuos, sometidos a un régimen de restricción intelectual, alcancen alguna
vez el ideal psicológico, la primacía del intelecto? Tampoco ignora usted que a
la mujer, en general, se le atribuye la llamada “debilidad mental fisiológica”
(Moebius, 1903), esto es, una inteligencia inferior a la del hombre. El hecho
mismo es discutible, pero uno de los argumentos aducidos para explicar
semejante inferioridad intelectual es el de que las mujeres sufren bajo la
temprana prohibición de ocupar su pensamiento con aquello que más podía interesarlas,
o sea, con los problemas de la vida sexual[1].
El texto es
ambiguo: por una parte piensa que es “discutible la debilidad mental
fisiológica de la mujer”, pero, por otra, culpa a la temprana represión de la
sexualidad que sufren las niñas como causa de esa supuesta deficiencia
intelectual. Esto ya lo había explicado Freud años antes en su
artículo de
1908, “La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna”:
No creo que la antítesis biológica entre
trabajo intelectual y actividad sexual explique la “debilidad mental
fisiológica” de la mujer, como pretende Moebius en su discutida obra. En
cambio, opino que la indudable inferioridad intelectual de tantas mujeres ha de
atribuirse a la coerción mental necesaria para la coerción sexual[2].
A
pesar de esa matización, en El malestar en la cultura va a
proclamar la “oscuridad de la mujer” y su carácter de auténtica rémora de la
cultura y enemiga de la civilización que “viéndose relegada a un segundo
término por las exigencias de la cultura”, cuyos valores están ligados al
elemento masculino, adopta frente a ella una actitud hostil:
Las
mujeres representan los intereses de la familia y de la vida sexual; la obra
cultural en cambio, se convierte cada vez más en tarea masculina, imponiendo a
los hombres dificultades crecientes y obligándoles a sublimar sus instintos,
sublimación para la que las mujeres están escasamente dotadas. Dado que el
hombre no dispone de energía psíquica en cantidades ilimitadas, se ve obligado
a cumplir sus tareas mediante una adecuada
distribución de la libido. La parte que consume para fines culturales la
sustrae, sobre todo, a la mujer y a la vida sexual; la constante convivencia
con otros hombres y su dependencia de las relaciones con éstos, aun llegan a
sustraerlo a sus deberes de esposo y padre[3].
En
consecuencia, “las mujeres no tardan en oponerse a la corriente cultural
ejerciendo su influencia dilatoria y conservadora […]. Sin embargo, son estas
mismas mujeres las que originalmente establecieron el fundamento de la cultura
con las exigencias de su amor”[4]. Al vivir, pues, en un permanente estado infantil, tienen como
rol o función natural y principal la domesticidad:
la maternidad, la conservación de la prole y el cuidado o protección del grupo
familiar. Y eso es, precisamente, lo que las hace permanecer junto al macho:
las exigencias del amor a su prole y no las del amor romántico. Por ello mismo concluye
Concepción Fernández Villanueva en un penetrante estudio sobre la mujer desde
la perspectiva del psicoanálisis freudiano: “La misma necesidad que Freud
reconoce a la mujer de crear, de expandir su libido es la maternidad. La mujer es su descendencia”[5].
Sin
embargo, y a pesar de que Freud rechaza la equiparación o equivalencia absoluta
de los dos sexos tanto en el plano intelectual como en el moral que tantos feministas de ambos sexos tratan de
imponer, está muy dispuesto “a concederles que también la mayoría de los
hombres quedan muy atrás del ideal masculino y que todos los individuos
humanos, en virtud de su disposición bisexual y de la herencia en mosaico,
combinan en sí características tanto femeninas como masculinas, de modo que la
masculinidad y la feminidad puras no pasan de ser construcciones teóricas de
contenido incierto”[6].
En definitiva la
posición androcéntrica que Freud
defiende en sus acercamientos a la comprensión de la feminidad, su concepción
de la mujer como inferior intelectual y moralmente, su calificación de la misma
como mero sujeto paciente frente al carácter agente del varón, o como rémora de
la cultura frente al carácter activo y dinámico del varón -como sujeto del
cambio y del progreso civilizador-, hacen del pensador austriaco más una especie de patriarca judío o de continuador del misógino pensamiento
aristotélico-tomista, propugnadores de la sumisión e infantilización de la
mujer, que un decidido partidario de su mayoría de edad y de su necesaria
emancipación.
Jung, por su
parte, postulará también la dimensión irracional de lo femenino, sosteniendo
además que el inconsciente y los dominios entendidos como “irracionales” de la mujer, constituían en realidad el “lado
femenino” de todo ser humano, de modo que cada uno de nosotros tenía en sí
mismo un aspecto alógico que correspondía a la vez a los planos de la feminidad
y de la primitividad. (Cont.).
TOMÁS MORENO
[1] Sigmund Freud, Psicología
de las masas. Más allá del principio
del placer. El porvenir de una
ilusión, Alianza Editorial, octava
edición, Biblioteca Fundamental de Nuestro Tiempo, tr. Luis López Ballesteros y
de Torres, Madrid, 1984 p. 185
[2] Sigmund Freud, “La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad
moderna” (1908), en Obras Completas,
Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, p. 1259. Sólo les atribuye como aportación
cultural, la invención del tejido: “Se estima que las mujeres aportaron pocas
contribuciones a los descubrimientos e invenciones de la historia de la
cultura, pero quizás, después de todo, inventaron una técnica: la del trenzado
y el tejido”. Cf. François Collin y otros, Las
Femmes de Platon a Derrida, p. 602.
[3] Sigmund Freud, El
malestar en la cultura, Alianza Editorial, Madrid, 1975, op. cit., pp. 46 y ss.
[4] Ibid.
[5] Concepción Fernández Villanueva, “La Mujer y la psicología”, en M. Ángeles
Durán (edit.), Liberación y utopía,
Akal Editor, Madrid, 1982, p. 83..
[6] Sigmund Freud, “Algunas consecuencias psíquicas de la
diferencia sexual anatómica”, Obras Completas, vol. III, trad. de Luis López
Ballesteros, Biblioteca Nueva, Madrid, 1967, p. 491.
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