Para la sección Microensayos, del blog Ancile, que completa nuestro querido colaborador, filósofo y amigo, Tomás Moreno Fernández, traemos un nuevo post que sin duda hará las delicias no sólo de los interesados en la disciplina filosófica, también a los amantes de los felinos, que verán en esta y otras posteriores entregas, un fondo de saber y curiosidades sobre los gatos y sus enamorados seguidores información del todo harto interesante y plena de peculiaridades que ilustrarán con grato y avisado conocimiento sobre el mundo de los felinos y el mundo del saber filosófico, artístico, literario y poético, y todo bajo el título: Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física.
GATOS AND
NARRADORES, POETAS Y FILÓSOFOS.
PARA UNA
TEORIA DE LA META-GATO-FÍSICA
Se moquer de la philosophie c’est
vraiment philosopher (Pascal, Pensamientos)
I. Muy
pocos dudan de que en el zoo literario-filosófico perros y gatos han alcanzado incuestionable
protagonismo desde el origen mismo del orto literario occidental, por su
vínculo afectivo y sentimental con los humanos. Desde la Antigüedad se utilizaron los animales como
protagonistas de relatos y cuentos con una intencionalidad parenética,
exhortativa y moralmente edificante. Fábulas, parábolas, apólogos, alegorías pertenecen
a las clases más corrientes de ese género literario de breve expresión literario-moralista.
Todas ellas se distinguen entre sí, pero suelen
a veces confundirse. Pero es en la fábula, narración de acontecimientos
ficticios con la intención de presentar enseñanzas morales, verdades útiles, en
donde hay una referencia específica a alguna historia entre animales (a veces,
incluso plantas o seres inanimados) con una moraleja explicita. Las Fábulas de Hesíodo (VIII a. d J. C.),
las del poeta lírico Arquíloco (VII aC)
o sobre todo las de Esopo (Vi aC.) son relatos y cuentos edificantes
protagonizados por animales. En el Renacimiento Leonardo da Vinci, por ejemplo,
compondrá un libro de fábulas. Más tarde,
ya en la época ilustrada, esas fábulas o historias inventadas con moraleja,
lecciones o enseñanzas morales serán continuadas por escritores como el francés
Jean de La Fontaine, y por los españoles Tomás de Iriarte con sus Fabulas literarias y Félix María
Samaniego con sus apólogos y cuentos, entre otros muchos.
Más
recientemente los escritores y pensadores se han servido también de los
animales para la caracterización de cualidades y defectos de los seres humanos,
a los que atribuir los caracteres positivos o negativos, virtudes y vicios que cada época ha visto simbolizados o representados por
ellos: la crueldad y la compasión, la brutalidad y la mansedumbre, la fortaleza
y la debilidad, la humildad y el orgullo, la templanza y la voracidad, la
limpieza y la suciedad, la astucia y la estupidez, la lealtad y la deslealtad, la
castidad y la lascivia, la laboriosidad y la indolencia, la obediencia y la
rebeldía. Los ha antropomorfizado tanto o más que los fabulistas clásicos, bien
para exaltarlos como paradigmas de virtud a imitar o bien para demonizarlos y
estigmatizarlos como seres despreciables, merecedores de nuestra repulsa y
exclusión del espacio humano.
No
son, sin embargo, perros y gatos los únicos elegidos como motivo de su interés
o reflexión, abundan otras parejas de animales objeto de su atención,
domésticos (de compañía, auxiliares y, de cría) o salvajes: burritos y asnos
(Juan Ramón Jiménez y Maquiavelo), cigarras y hormigas (Esopo y Hobbes), abejas
y arañas (Mandeville, Fourier, Marx,
Rilke y Plutarco o Francis Bacon), mariposas y pájaros (Hegel, Fourier y Aristófanes),
lobos y corderos (Hobbes y Unamuno) moscas e insectos (Machado, Monterroso y
Kafka o Miguel D’Ors), zorros y leones (Maquiavelo, Isaiah Berlin), ranas y
ratones (Seudo-Homero y Esopo ) palomas y serpientes (Platón, san Agustín y
Nietzsche), gallos y águilas (Sócrates y Nietzsche), lechuzas y la golondrinas
(Hegel y Bécquer). Alguna de ellas ha servido, en distintas ocasiones y épocas,
a escritores, poetas, científicos y filósofos para simbolizar ---desde la
observación de su imagen o conducta--- dimensiones
profundas del ser humano y de sus formas de organización social: colectivistas
(colmena, hormiguero) o en distinto grado anarquistas o libertarias (del
griego “an”, que significa “no”, “sin” y de la raíz “ârkhe”, que significa “origen”, “principio”, “poder”,
“carente de fundamento”).
Pero
lo cierto es que esa pareja, de canes y felinos, es la que concita más presencia en la
literatura, la poesía y el pensamiento de
todas las épocas. Fijémonos, por ejemplo, en los perros. Ya en la Odisea, canto XVII, nos conmueve la escena en que Odiseo regresa disfrazado de anciano mendigo a
su casa, después de un largo y proceloso periplo viajero, tras veinte años de
ausencia. A duras penas puede esconder
sus lágrimas al ver levantarse a su viejo perro galgo, Argos, de la pila de
cieno sobre la que yacía, acercársele solícito y comprobar que es el único que lo
reconoce entre todos los huéspedes del palacio. El héroe al verlo de reojo
trata de proseguir su camino. Argos muere a los pies de su amo, después de
haberle hecho con la cola un débil y conmovedor saludo, como símbolo de
absoluta lealtad y felicidad por su rencuentro. Odiseo enjuga una lágrima y
trata de ocultarle a Eumeo, su acompañante, su fuerte emoción. Los filósofos
cínicos (de Kynós, perro) elevaron
al perro a la categoría de animal filosófico; asumieron incluso el nombre de los canes para denominar su movimiento filosófico y su actitud vital (Carlos Garcia Gual, La
secta del perro, Alianza, Madrid, 1987).
Platón situó en su República
(II) a los “perros guardianes” al nivel
del thymós (alma irascible o
afectiva, alojada en el corazón), intermediario entre la cabeza (la razón) y el
vientre (los instintos).
Sabemos
cómo los perros han tenido amigos y admiradores tan prestigiosos como Cervantes, quien les dedicará una de
sus Novelas ejemplares más conocida, El coloquio de los perros: Cipión y
Berganza. Y, por supuesto, Schopenhauer que llegó a decir de ellos que “si no hubiese perros no querría vivir”. El
nombre de su caniche Atma alude al vocablo
sánscrito que los brahmanes dan al alma del mundo, al que adoptó en 1840. Tras
su muerte, acogió a otro caniche, Butz.
El éxito de su filosofía en Frankfurt,
donde vivía, indujo a muchos conciudadanos a comprarse caniches como animales
de compañía, para homenajear así al filósofo del pesimismo. Para terminar con Albert
Einstein, que, como expresión de su
estima, puso a su perro el nombre de “Chico” en honor al menor de los hermanos
Marx.
Según
Armelle Le Bras Chopard (El zoo de los filósofos, Taurus, Madrid,
2003, pp. 130-135), su representación
desde la más remota Antigüedad es dual, ambivalente y evolutiva: en su conducta
puede presentar determinadas distorsiones. En el sentir del Platón de República los perros presentan, en efecto, ese doble
carácter de ser “la cosa más dulce para la gente de la casa” y lo contrario
para aquellos a los que no conocen”. A la vez, “dulce para con los suyos y rudo
para con los enemigos”. Antístenes, filósofo estoico griego, llegó a escribir
un tratado alegórico y ético titulado “Sobre el perro”. Para los cínicos, en
realidad, la imagen de de la raza canina, como por otra parte la de la
animalidad en general, se sintetizaba en un forma de vida salvaje opuesta a la
forma de vida urbana y civilizada oficial de Atenas: “Comer crudo, abolir la
prohibición del incesto y reivindicar el endocanibalismo”, en expresión de M.
Detienne (Dyonisios mis a mort, París, Gallimard, 1980, p. 154). Dejando aparte sus rasgos conductuales y
circunstanciales más “agresivos”, el perro ha sido caracterizado por su
fidelidad y lealtad hacia el hombre, su amo; “de gran corazón, afectuosos y
cariñosos”, según Aristóteles; amigable, en general con el hombre y con un gran
y definitivo apego afectivo hacia su amo.
II.
Pero son los gatos los que ahora nos
interesan. Escritores y poetas de fama han mostrado cierta predilección por los
gatos especialmente por su, digamos, “interés filosófico”. En el caso de los
gatos, su carácter solitario, individualista, libre e independiente, los hacen
el animal perfecto para convivir con un escritor, poeta o pensador. Es cierto
que, como animal de compañía “para acariciar”,
el gato es una invención relativamente reciente, y que su papel de ”predador
de ratas” ha pasado a segundo plano. Nos
recuerda Armelle Le Bras (op. cit., p.
135) que si en Egipto era un genio
tutelar, en Grecia no era apreciado y raramente se le apreciaba en los textos.
Aristóteles lo situaba entre los animales salvajes. Las excavaciones
arqueológicas atestiguan que, hasta el siglo XI, en Occidente era rara su
presencia en la vida cotidiana
En la antigua China eran símbolo de
sabiduría y serenidad con inteligencia. A lo largo del Medievo es el “cazador
de ratones” encargado de eliminar al Rattus
rattus, considerado responsable de la peste. La Iglesia, se encargará, por
otra parte, de demonizar a este animal, como una de las metamorfosis preferidas
del diablo o de las brujas. Durante la época ilustrada, la agronomía pondera su
gran utilidad
para el campo (Rozier), aunque se le considere un “doméstico
infiel” (Buffon), molesto y ruidoso, tanto que gran Isaac Newton tuvo que
inventar la gatera o pequeña puerta para la entrada y salida de los gatos para
que no lo interrumpieran en sus estudios y experimentos científicos con sus
maullidos de reclamo. Misteriosos, enigmáticos, calmados, estoicos e
indiferentes frente al medio, autónomos e independientes parecen actuar
exclusivamente por su propio interés. Su egocentrismo los convertirá en un
símbolo del narcisismo humano. Para Sigmund Freud “forman parte de esos
animales a los que parece que no les importamos (Introducción al narcisismo y
otros ensayos, Alianza, Madrid, 1977).
Entre los rasgos que se les atribuyen la literatura
felina destaca su “malignidad innata”, su falsedad de carácter y perversidad
destructiva, además de una lubricidad o lascivia ---más acentuada en la gata
(Aristóteles)--- que se ha instalado en el imaginario Occidental de manera
indeleble. La demonización y feminización de su sexualidad explica que, como ya
anotamos, se le asocie sistemáticamente a la brujería y a lo demoníaco. Por una serie de causas variadas, en las que
no podemos entrar ahora, la reputación del gato, empezará a cambiar e incluso a
invertirse a partir de los siglos XVII y XVIII, en los que el minino inicia su
ascensión de los infiernos. “Pero”, como nos advierte Armelle Le Bras-Chopard (op. cit. p. 138),
“la vida de los clichés fijados en el vocabulario es larga. Las palabras gato,
gata, minino […] tienen desde hace siglos un sentido obsceno. Y como la parte
designa el todo, los vínculos ente la mujer y el gato siguen siendo estrechos”.
Vayamos
ahora, con sus defensores o fans ---que
ha tenido desde antiguo y los tiene sin dudad alguna hoy día--- con fidelidad a
toda prueba. Esopo (VII-VI aC.) singularmente dedicó a los gatos varias de sus
clásicas fábulas, “El gato y el ratón viejo”, “La zorra y el gato” “El cascabel
del gato”. El gran artista Leonardo de Vinci dijo en una ocasión que “el más
pequeño gato es una obra maestra”. Lope de Vega dedicó a los gatos, La Gatomaquia, un poema épico-burlesco,
en 1634, en 2.500 versos bajo el
seudónimo de Tomé de Burguillos sobre
los amores entre Zapaquilda y Micifuf, con final feliz. Charles Perrualt les distinguirá con uno de sus más famosos
cuentos, El gato con botas (1695). Edgard Allan Poe se inspiró en ellos para
escribir su obra El gato negro (1843), uno de sus mejores cuentos de terror.
La francesa Gabrielle Colette luchó para defender los gatos de Chartreux en
peligro de extinción y escribió La Chatte,
en 1933, una novela breve para narrar un
peculiar conflicto entre el amor humano y el felino, y Gigi and the Cat (1945) un relato autobiográfico sobre su infancia.
De igual manera, la novelista estadounidense Patricia Highsmith relatará en “La
mayor presa de Ming” (1979) cómo un pequeño gato siamés interfiere en la
relación entre su dueña, Elaine, y su amante, para vengarse, tratando así de
enfatizar su capacidad emocional y
sentimental, aparentemente ausente en los miembros de su especie. Doris Lessing,
la escritora británica autora de El
cuaderno dorado (1962), que creció en una granja africana, acostumbrada a
felinos grandes y pequeños, salvajes y domesticados, también escribió una especie de autobiografía de uno de sus gatos
favoritos titulada “La vejez de El
Magnífico” en la que mostró sus simpatías y sensibilidad hacia su mascota. Lewis
Carroll, en “Alicia en el país de las maravillas” (1965), creó la figura de el Gato
de Cheshire el sarcástico e ingenioso guía de Alicia, racional, sensato y
razonable que pone orden y coherencia en el caos existente a su alrededor. Charles
Bukowski dedicó un poema a su mascota felino, confesando su admiración: “caminan
con una dignidad sorprendente, pueden dormir veinte horas al día, sin duda y
sin remordimiento: estas criaturas son mis profesoras”. William S. Burrougs, el novelista de la
generación Beat, vagabundo, drogadicto y alucinado, mostrará en su “Gato encerrado” su identificación con el
gato ---solitario, deseoso de refugio,
insobornable-- para destacar que, en el fondo, los gatos son seres interesados,
egoístas y utilitarios: “como todas las criaturas puras, los gatos son
prácticos”, lo cual, en su sentir, no es un reproche sino un elogio. También Julio
Cortázar amaba a sus gatos (Clac,
Flanelle y Polanco) con pasión. Fue Calac,
el elegido de ellos, merecedor de una profunda reflexión en la que llegó a confesar que era su mejor “alter ego” (“El agua entre los dedos”, de Salvo el crepúsculo, Alfaguara, Buenos Aires, 1996). Además de mencionar a los gatos en varias de sus
obras (“Rayuela”, y sobre todo en “La vuelta al día en ochenta mundos”) permitió
que en su vida íntima y cotidiana los gatos aparecieran como si fueran íntimos
amigos, como consta en numerosas fotografías.
Otros muchos escritores de renombre, sin llegar a escribir obras
literarias, ensayos o poemas, sobre los felinos caseros, sí que mostraron sin
reservas su admiración y su sincero amor por ellos, de la manera más
incuestionable: compartiendo su existencia en su propio hogar. Así, por
ejemplo, las hermanas Charlotte y Emily Brontë convivieron un significativo
espacio de tiempo con un gato llamado Tiger, que jugaba con el pie de Emily
mientras ella escribía sus relatos. Mark Twain comentó sobre los gatitos que si
se cruzaban gatos con personas, sin duda mejoraría la especie humana, pero
empeoraría la de los gatos. Theóphile Gautier, declarará que el gato “se
convierte en compañero de tus horas de soledad, melancolía y pesar. Permanece
veladas enteras en tus rodillas, ronroneando satisfecho, feliz por hallarse
contigo, y prescinde de la compañía de animales de su propia especie. Los gatos
se complacen en el silencio, el orden y la quietud, y ningún lugar les conviene
mejor que el escritorio de un hombre de letras. Es una labor muy difícil de
ganar el afecto de un gato; será tu amigo
si siente que eres digno de su
amistad, pero no tu esclavo”.
George
Bernard Shaw Premio Nobel de Literatura en 1925 confesará que los gatos eran
sus amigos. Hermann Hesse (Nobel de Literatura de 1946) convivía feliz con su
gato Lowe, y en sus ratos libres
jugaba con él, y al igual que el dramaturgo y narrador irlandés, se consideraba
“amigo de los gatos”. El autor de Un mundo feliz (1932), el escritor británico Aldous Huxley, no solo adoraba a su
gato “Limbo”, sino que recomendaba a
un amigo aspirante al oficio literario la conveniencia de convivir con esos
pequeños felinos: “Mi joven amigo […] si quieres ser un novelista psicológico y
escribir sobre los seres humanos, la mejor cosa que puedes hacer es llevarte un
par de gatos”. François Sagan, la novelista francesa de Bonjour, tristesse
(1954), confesaba sentirse acompañada en su soledad por su gato Brahms y su gata Minou.
Truman
Capote, el autor de A sangre fría
(1966) se pasaba la vida acompañado de sus dos gatos y un perro bulldog. Ernest
Hemingway amaba tanto a los gatos que una periodista estadounidense escribió un
libro sobre su relación con ellos Los
gatos de Hemingway, en donde se le atribuye esta declaración: “Un gato es
absolutamente honesto emocionalmente: los seres humanos, por una razón u otra,
pueden ocultar sus sentimientos, pero un gato no lo hace”. Dos de los grandes escritores estadounidenses de
ciencia-ficción del siglo XX un filósofo y un verdadero poeta respectivamente, Philip
K. Dick y Ray Bradbury, se mostraron firmes defensores de los gatos. El autor
de Fahrenheit
451 (1953) comentaba con frecuencia acerca de la capacidad creativa de su
propio gato, “Willis”, y de los gatos en general y la conveniencia de imitarlos
al respecto. En la lista de los escritores que no podían ni querían vivir sin un gatito que les hiciera compañía, debemos incluir a Gertrude Stein, André
Gide, Margueritte Duras, Alberto
Moravia, y Murakami, García Márquez y José Donoso, entre muchos más, como
iremos viendo. (Continuará).
Tomás
Moreno Fernández