Traemos la segunda entrega de Como te iba diciendo (cartas a cielo abierto), de nuestro querido amigo, Manuel Vergara, para la sección de Pensamiento, del blog Ancile, esta vez bajo el título particular de, El perro semihundido.
EL PERRO SEMIHUNDIDO,
DE MANUEL VARGARA
Esta postal es de Goya. En un formato
curiosamente idéntico al anterior, pintó el maestro la más extraña de sus
pinturas negras. No lo es por su color (pinceladas de un ocre amarillento que
se ha dicho, con razón, recuerdan a Tapies), mas sí por el dramatismo de la
escena.
Justo donde Hakuin situaba el
puentecillo con el caminante cabizbajo, pone Goya la cabeza, entre blanca y
negra, de un perro suplicante, con los ojos puestos en algo o alguien que debe
estar arriba. Lo vertical y estrecho se acentúa con el ascenso de esa mirada.
Pero el patetismo es mucho mayor en este poema mudo que en aquel otro, ya que
del abismo sube una llamada de socorro (de
profundis clamavit). Y eso, a pesar de que en esta situación el perro (todo
perro) mantiene una contención más que humana: nada comparable a las bocas, los
ojos y, el eléctrico erizado de pelos humanos en Los desastres de la Guerra
(que él subtitula: lo que no se puede ver:
¿querrá decir que lo pintó sólo para él?).
El perro mantiene la boca cerrada y las orejas
en su sitio. No hay más en esta abstracción que el cuerpo hundiéndose y la
mirada arriba; pero que la demanda venga de la inocencia muda, es lo que
contribuye más al dramatismo de la escena.
Existen fotografías (años 70 del S.
XIX) de la pintura, cuando todavía era óleo sobre pared en la “Quinta del
sordo”; antes de que -mal repintada-, pasara al Prado. Allí, en blanco y negro,
parecen verse unas aves en la vertical de la mirada del perro, y al fondo lo
que podría ser una cascada que se descuelga casi desde todo lo alto (¿no hay
pinceladas curvas, arriba a la derecha de la foto, que mostrarían claramente esto?).
En este caso la diagonal en primer plano, que a punto está de engullir al
perro, bien podría ser la turbulencia del agua, y no arena como se ha dicho.
Caso de que fueran aves, roquedo y, cascada, la impresión de espacio sería
también mayor. Pero si Goya quiso crear una abstracción (se adelanta al simbolismo,
dicen), quizá sale ganando -¿qué sabe uno?-, tal y como está ahora en El Prado..
Riner María Rilke, por L. Pasternak
En la piedad con la que Goya trata
esa cabecita, no ha de leerse sino compasión, digamos, cristiana. El dulzor en el peligro que madura (Rilke),
en cambio, ya es muy otra mirada (que, para empezar, como un exorcismo, aleja
de él el pensamiento del suicidio, con el que tuvo que bregar en Ronda): De
hecho, si, como un Zaratustra, se dirige al lector (llámame…), es para que, interiorizando también la muerte (la santa
ocurrencia de la muerte dirá más tarde), se una a la fe de Orfeo, su Señor;
el que con su canto, rescata del abismo:
Llámame en aquella de tus horas
que te resiste
inacabablemente:
suplicando cercana
como el rostro
de un perro…
(Los sonetos a Orfeo XXIII)
Goya nos
salva con el pincel; Rilke, con Orfeo: Del perro más humanamente español; a su
interpretación (¡encontrar dulzor en ser a la vez el hacha y la rama, tiene
tela!), más existencialista. Volveremos sobre esto si te parece.
Manuel Vergara
No hay comentarios:
Publicar un comentario