Para la sección de Narrativa del blog Ancile, traemos un par de relatos del muy recomendable y precioso libro Relámpago de asombro, editado por la editorial amiga Esdrújula Ediciones, de la escritora de Tlaquepaque, Jalisco, Alana Gómez Gray; esta escritora mejicana que recomendamos vivamente en estas páginas de nuestro blog, fue premio Nacional de Cuento Efrain Huerta, en 2005, con el libro La fortaleza. Es investigadora literaria de excepción en temas de feminismo en la literatura popular, así como de nuestro muy admirado escritor universal Francisco Ayala. Es directora de Impossibilia y asesora en varias revistas literarias de prestigio. Es blogger avisada sobre diversas temáticas y Doctora en Teoría de la Literatura y de Arte y Literatura Comparada por la Universidad de Granada, y Maestra de Literatura Mexicana (España) por la Universidad de Guadalajara (México). Para la ocasión publicamos el relato inicial del libro y el siguiente, que lleva por título Como de flores.
Invitamos desde nuestro soporte digital, a la lectura de esta hermosa publicación de Alana Gómez Grey, y es que este Relámpago de asombro les proporcionará momentos muy duraderos de intensa emoción y gozoso deleite propios de muy buena literatura.
RELÁMPAGO DE ASOMBRO,
DE ALANA GÓMEZ GRAY
No sé qué edad tengo.
Debo de ser muy pequeña
porque me visten y me peinan. No estoy comiendo en la mesita de latón de la
cocina, ni está mi nana para servirme más agua fresca de guayaba si lo deseo o
retirarme el plato cuando, aún sin haberlo probado, el tiempo ante él indica
que ya es hora de quitarlo. A la par, debo de ser muy mayor puesto que mi
cabeza está llena de recuerdos, imágenes y voces. Son demasiadas para una sola
vida, incluso. Estoy desmadejada sobre una superficie y solo alcanzo a ver un
trozo de cielo gris a través de una ventana alta. No hay nada verde ni azul,
con todo lo que esos colores significan. Debo dormir. Esta vez sí me han
quitado los zapatitos, pero no llegará nadie a poner sobre mí una toalla o un
rebozo calentados al sol pues estoy suficientemente cubierta como para tener
frío. Tal vez cuando despierte pueda ver a mi madre. Como en esos días cuando
nadie iba de visita a casa y ella me permitía estar un rato a su lado, callada,
quieta —como siempre, como ahora—, para admirarla.
COMO DE FLORES
El suelo era de mosaico muy pulido
debido al paso de tantos pies y tantas veces la escoba y el trapeador. Su
diseño, con decoración fitomorfa en gris sobre fondo blanco, fue hecho bajo los
cánones de otro siglo: un gran cuadrado con una cenefa que lo enmarcaba. La
habitación era grande y había muchas personas sentadas, frente a frente, en
sillas colocadas a lo largo de tres de sus paredes. Una mujer de bondadosa y
perenne sonrisa presidía al mismo tiempo que organizaba la sala de espera. Su
rotundez parecía apenas contenida por los brazos que rodeaban su cuerpo y por
sus manos entrelazadas en el centro del vientre. Fungía más como anfitriona que
como recepcionista en el consultorio de la doctora Trinita, homeópata que nació
vieja y durante cerca de cincuenta años mantuvo su negocio en la esquina de 5
de Mayo y Zaragoza. Se supone que en ese sito la niña aprendió a caminar. Ella
misma lo creía muy probable, pues recordaba con especial nitidez los dibujos de
las baldosas. Según contaban sus mayores, ella estaba sentada, manoteaba con
torpeza para asir esas formas como de hojas, como de flores. De pronto, sin pasar
por el proceso previo del gateado, se levantó y con pasos tambaleantes echó a
caminar por el recinto. Cuentan que fue la sensación de la tarde. Jamás tuvo la
precedente investigación vía manos y rodillas de su entorno. Las hermanas y la
madre explicaban que este proceso (sentarse - arrastrarse - gatear - caminar)
quedó incompleto porque le molestaba ensuciarse las manos. Ella cree que
aquello era una exageración. Quizá era tal su afán de investigación infantil
que, sorprendida ante la textura del polvo, lo veía y sentía con detenimiento.
Quizá sus mayores interpretaron su actitud como un desagrado. Quizá solo se
hartó de que cada vez que se entregaba al análisis, la llevasen al lavabo.
Quizá pensó que en eso consistía todo: sentarse, observar, poner las manos y
las rodillas en el suelo, detenerse a estudiar las palmas, ser lavada, ser
colocada de nuevo en el suelo, observar, poner las manos y las rodillas...
Quizá solo por romper la monotonía de la infancia, decidió ponerse en pie y
caminar
Alana Gómez Gray
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