Con razón, sin razón y contra ella
Miguel de Unamuno
Haría yo, sin duda, manifiesto agravio
a los dictados, propiedades y muy justa y no menos rara y viva naturaleza de la
poesía de don Miguel de Unamuno, si no aclarase muy convenientemente algunas
consideraciones que atañen a heterogéneos cuando no inmerecidos dictámenes
sobre la muy variada producción poética del insigne autor de Vida de
Don Quijote y Sancho. Vagas e imprecisas exégesis de propias declaraciones sobre la poesía, que hicieron
vacilar incluso a mentes no poco atentas, cuando no muy más que advertidas,
sobre lo que el discurso literario en general sea y el poético de manera muy
singular, tuvieron indubitablemente mucho que ver. Aquello de que, Algo que no es música es poesía […] diera mucho argumento para,
en verdad, divagar sobre la concepción misma de la poesía que albergaba en lo
más hondo de sí mismo D. Miguel.
Se
le atribuye de manera discrecional, y sin demasiada diligencia y miramiento,
una monotemática coincidente con el resto de sus obras de relato reflexión, así
como las proverbiales influencias y no
muy esmeradas apreciaciones sobre las que serían sus grandes influencias, por cierto, que serán
siempre decimonónicas. Ni que decir tiene la habitual referencia a su inclinación devota hacia el quehacer
poético del gran Francisco de Quevedo. No menos característica es la alusión a
la irregularidad (muy singular, por otra parte) de su cancionero. Tópicos
también (muy generación del 27) son las habituales menciones a su poesía de
ideas, siempre con ceñudo carácter reflexivo, donde todo diríase quedar
recluido y concluso en estas o aquellas ponderaciones más o menos meditabundas
e incluso metafísicas, versos iluminados excepcionalmente con alguna
composición harto sencilla, austera y de
romanticismo
algo frailuno.
Incongruencias y contradicciones notables pueblan los juicios sobre la poesía
de Unamuno: desde su fobia al juego músico retórico del verso, pasando por el
monotemático poeta al variopinto fluir de asuntos de su cancionero; de la
sencillez de sus mejores versos, al reconocimiento e interés por autores
excepcionalmente musicales en su producción poética (Lorca o Alberti).
De
la
unidad indestructible de la obra
de Unamuno se ha hablado desde luego con mucha razón, sobre todo si se atiende
a esa visión vitalista tan particular suya que vendría a traducirse en ese
ansia por no morir, desvelada siempre por una preocupación (metafísica) que pide
con
El sentimiento trágico de la vida expreso de consuno en su obra
general y, de manera muy singular en la poesía, ofrece una no menos peculiar
dialéctica entre la razón (lógica y científica) y aquel afán, casi zozobra, en
desazón con entenderse a sí mismo y el mundo, así como su inevitable inclinación hacia lo trascendente,
expresa en una fe cuyo impulso irracional habría de alimentar lo más granado de
la obra poética de Unamuno. En base a esto podemos afirmar que, pese a todos
los evidentes prejuicios críticos sobre el conjunto monumental de su producción
literaria e intelectual, habría de primar (junto a los prejuicios críticos) su
amor sobre la poesía en relación al resto de su producción literaria, cosa que
no afirmamos nosotros, sino que el propio Unamuno habría de señalar
puntualmente, no en vano su expresión vital encontraría en ella, al pasar de
los años, la manera dilecta de revelación y testimonio vital de nuestro autor.
Si
constatamos de la lectura atenta de sus versos el impulso tan suyo (creativo),
traducido por Dámaso Alonso como
aliento
que empuja su labor poética, quizá encontremos la plataforma ideal para
imbuirse tanto de los contenidos como de las formas de expresar dicho
contenidos que, a pesar de la insistencia en los tópicos atribuidos, pasará
esta sucedánea y falsa obstinación a un cuestionamiento radical de buena parte
de ellos, sobre todo a tenor del prejuicio asumido (decía párrafos atrás, muy
generación del 27) de una obra poética plétora de ideas y acaso no demasiado
expuesta al lirismo exigido por los propósitos éticos y estéticos
del verdadero poeta. En realidad, si
atendemos detenidamente a lo que acontece en lo más selecto de su creación
poética, sucede precisamente lo contrario, superando los juegos malabares en
bastantes de sus composiciones, algunas veces sorprendentes, en el uso y abuso
de terminologías y palabras, todos ellos en singular desfile y curiosa
logomaquia. La energía, la fuerza, el impulso, decíamos, creativo de sus versos
más selectos cabe, no obstante, inferirse la palabra poética como el antígeno
más radical de lo superficial, ideológico y reiterativo y falso musical del
verso. El concepto poético unamoniano no es fruto baladí e imprudente
literario, si es que en él viven y perviven las semillas más íntimas
(etimológicas) y profundas del lenguaje.
Precisamente por ello, y a pesar de los convencionales escrúpulos de la crítica
de hace años, a nuestro juicio insostenibles hoy, si basada entonces en la
supuesta sobriedad y sencillez de lo mejor de su poesía, entendemos que las
cuestiones estéticas, métricas y retóricas del verso, sin embargo, habrían de
preocuparle sin duda, pudiendo extraerse una didáctica muy
sui generis que se vería especialmente bien reflejada de su
Cancionero, desde donde se ha extraído únicamente su afición al juego
filológico
(atribuible por muchos tanto en verso como en prosa).
Que
abominase del vacuo agasajo musicalmente obsequioso (y le llevara a entender y expresar,
en referencia a la actividad del poeta, que su labor sería: De escultor, no de sastre), y esto no
iba a impedir cuidar el verso con grandes dosis de paciencia y mimo, y a
reconocer en la función poética aquel irracional impulso que conlleva a su vez
el empuje hacia lo trascendente, todo lo cual no hace sino poner en evidencia
que toda la instrumentalidad disponible del poeta estará al servicio de aquella
fuerza honda, crucial e inevitablemente subida que le empuja.
La
indagación y la búsqueda de lo esencial pensado y sentido por parte del poeta,
y la huida de la quincallería y hojarasca verbal e ideológica, serían
presupuestos capitales en su producción poética, haciendo de su retórica algo
en verdad singular y transparente, y cuya sencillez pudiere llevar a interpretaciones
equívocas en la concepción y desarrollo de su realización creativa en el ámbito
del verso. La áspera y a veces fatigosa construcción de algunos de sus poemas,
en su severidad y porfiada energumenizante-
en ocasiones, llevada a término tantas veces por el poeta bilbaíno, todo lo
cual tiene la virtud de la ofrenda inequívoca de una voz poética tan original
como inimitable, yendo, no obstante, dirigida a los más trascendentales temas del espíritu y del sentimiento.
Que
D. Miguel fuese incluido entre los histéricos geniales
,
por su rasgos contradictorios, egocéntricos, histriónicos y muchas veces, por
su personalidad incesantemente inconstante y aun harto variable (de algunos de
estos rasgos daremos cuenta más adelante en relación con su concepción y visión
sobre la poesía), no debe resultar extraño verlos traducidos y francamente
expuestos a la luz de su trayectoria literaria y poética y, sobre todo, vital.
Los antagonismos y contrariedades varias (ciencia y religión, música exterior e
interior del verso….), al margen de los trazos y dramatizaciones literarias que
pudieren conllevar, son manifestación evidente de peculiaridades de su
condición personal e idiosincrasia de su genio , que incidirán, insistimos,
también de manera inevitable en su poesía, estemos o no de acuerdo con aquel
carácter unitario y orgánico de su obra y del que avisara Pedro Salinas, aun
cuando provenga su inspiración (admoniciones al respecto que ya hicieran Alvar
e Yndurain
)
de vivencias familiares, religiosas, de la vida doméstica, del vivir
cotidiano,… que se retroalimentarían en
virtud del culto a su personalidad, pues de todo pueden colegirse no pocos
rasgos identificadores genuinos de la concepción poética de Unamuno.
Cernuda
avisaba, según juicio propio –discutible, a mi parecer- la dureza de oído y la
tosquedad de expresión, serán característica peculiar e idiosincrática de su
poesía, cuya concepción rítmica y musical del verso nos muestra, no obstante,
una enorme previsión y cuidado por el lenguaje y la palabra poética, todo lo
cual no hace sino mostrar su obsesiva prevención por las frivolidades
(¿modernistas?) de la musicalidad externa, prevaliendo siempre para Unamuno el ritmo interior manifiesto en esa
especial manera de expresión sin concesiones, acaso opuesta a la concepción
dulzona musical modernista, hacia la que tanto rechazo mostraba, manifiesta en
el uso y abuso de recurso y licencias del verso; y no digamos en su relación
odio, y admiración posterior, hacia el uso de la rima, de la que también
haremos alguna referencia posterior.
El
carácter de
praeceptor y
excitator Hispaniae
de Unamuno ha conllevado, inevitablemente, junto a determinadas controversias
en relación a sus posturas ideológicas y políticas, irremisiblemente también
poco objetivas valoraciones en relación a su obra lírica. Además diversos
juicios sobre su obra y personalidad (
apologista
de la contradicción y de la paradoja)
le delegaba lejos de cualquier intento de sistematización de pensamiento, así
como cierto tufillo romántico que le habría de situar, como adelantábamos
anteriormente, lejos de la estética del siglo XX, añadiendo que buena parte de
su producción escrita vería la luz en artículos periodísticos, todo lo cual ha
contribuido a que su obra poética (acaso la totalidad de producción literaria) no
se haya estudiado con el rigor preciso para una contemplación objetiva de la
misma. Si a todo esto venimos a sumar el ya proverbial
antiprogresismo unamoniano, nutrido, cuando no explotado, de manera excesiva por el
27, tendremos un panorama bastante difícil para encontrar, con excepciones de
algunos grandes romanistas e hispanistas, un apoyo crítico literario fidedigno
para acercarnos a la obra poética del bilbaíno sin el lastre de no pocos
prejuicios, amén del proverbial de la dureza -ya advertida- de las estructuras
de su discurso poético.
Sería muy
conveniente al menos mencionar ese aspecto supuestamente antiprogresista
de la personalidad de Unamuno, que muy bien pudo haber relegado a cierto
ostracismo por buena parte de la crítica de su siglo su producción lírica. No
obstante de su supuesta
enemistad de
fondo hacia la razón y la ciencia (cuestión esta que pudiese haber
servido, por su irracionalismo, como argumento de adelantado a su tiempo en el
ámbito poético) tuvo siempre muy clara su inclinación a la poesía, en una
suerte muy original de intuición reflexiva expresa en lo más granado de sus
versos. En cualquier caso siempre se tuvo su posición intelectual por muy
reaccionaria frente a los intentos del ser humano por mejorar, si es que
consideraba que la verdad no era posible mediante la materia sino por la
dinámica aupada por el espíritu. Toda la (infernal) parafernalia tecnológica y
mecanicista era ocasión y motivo para la despersonalización y alienación del
individuo (véase su artículo de 1913 Mecanópolis). Todo esto fue terreno
perfecto de cultivo para que generaciones coetáneas e inmediatas posteriores llevasen a cabo sus críticas o su
distancia con nuestro poeta. La atribuida falta
de realismo o mejor de
permeabilidad de Unamuno en relación al progreso científico y tecnológico,
puede estimarse hoy día como muy propio del escepticismo moderno en relación a
los avances en este mismo ámbito. Su desidia por la obtención del fruto
perecedero de lo material puede emparentarlo también con ciertas corrientes de
pensamiento actuales a su vez influidas por las filosofías de oriente. Pero lo
que nos parece más inaudito es la miope visión del poeta contemporáneo y del
27, para reconocer esa vena de irracionalismo (y simbolismo), por otra parte
tan moderna.
Acaso
será en aquella propuesta poética intimista (lejos del agonismo privativo
unamoniano) en la que muchas veces se deleita, dónde podemos detectar con mayor
claridad el valor simbólico de su poesía. Se manifestarán elementos de esta
índole de capital importancia y que serán susceptibles de una interpretación de
labor como poeta más original y significativa, así: el agua, el sueño, la
madre, el niño…. en el que el mundo de los símbolos sirve para
desnacer a la verdad revelada:
en el claustro maternal me pierdo //
en él desnazco perdido.
Todo lo cual casa con aquella visión rebelde y antisistemática de su
personalidad vitalista y de su discurso intelectual heterodoxo, si es que en
verdad el sistema destruye la esencia del sueño y con ello la esencia de la
vida.
De
todo lo anteriormente referido cabe inferirse el influjo, cuando no el reflejo
fiel, en la misma concepción y desarrollo material (lingüístico y de estilo) de
su producción poemática. Especialmente curiosa será la ya aducida alergia a la
musicalidad (excrecencias ripiosas de algunos modernistas) que, no obstante,
acabará con una defensa enfervorizada de la rima, que previamente rechazaría
con repudio no poco contundente. Del bárbaro artificio nacido de la decadencia
romana
y de la rima que gusta el modernismo (ricas y variadas) y que él rechaza, declara
su admiración por Wordsworth o Coleridge, los versos libres de José Martí
y el verso de Withman ( y
Teresa.
La cuestión es que, conforme va evolucionando como poeta, el recurso de la rima
es cada vez más insistente, llegando a sorprender cuando afirmaba en referencia
al soneto:
Qué intensidad de emoción
alcanza un sentimiento cuando se logra encerrarlo en un cuadro rígido, en una
forma fija, cuando se consigue hacer un diamante de palabras con sus catorces
facetas lisas y brillantes y sus cortantes aristas.
Veremos en el
Cancionero
la siguiente confirmación de la rima cuando dice:
Arrima palabras, rima; //
ve
soldando retraedros; //
ya vendrá el
soplo que anima; //
de cristales hará
cedros.
Sobre
la musicalidad del verso veremos igualmente notables contradicciones en
relación a la musicalidad genuina del mismo:
¿Qué os importa el sentido de las cosas //
si su música oís y entre los labios //
os brotan las palabras como flores //
limpias de fruto?
Musicalidad, no obstante, que rememora la armonía pitagórica de las esferas y que
puede tenerse por verdadera, si es la que se pone en conexión y concordancia con
la armonía del universo y la del espíritu, como generatriz fecunda que lo
emparenta íntimamente con la esencia de la
poiesis
como impulso creador genuino que tanto nos puede recordar a Baudelaire.
El
singular, por no decir proverbial, carácter contradictorio de D. Miguel es fiel
reflejo de su pensamiento y segura refracción de su producción poética. En
cualquier caso, no extraña que la crítica en ocasiones se vea sorprendida y que,
en virtud de esta, nos veamos sorprendidos nosotros con algunas valoraciones
poco acertadas (sin atender a las evaluaciones –ideológicas- llevadas a cabo
sobre su supuesto antiprogresismo), y que acabará por afectar inevitablemente a
la consideración de su producción lírica. No obstante, las insignes excepciones
de Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, serían más que
suficientes para una replanteación de la tendenciosa valoración de su obra
poética. En cualquier caso, y para mi gusto y modesto entender, Ricardo Gullón
y Oreste Macrí, en sus alegatos en defensa de su estimable influencia
modernista la que, junto a otras iniciativas recientes,
establecerán una óptica más adecuada a la realidad de su valor poético. Me
centraré en este punto sobre algunos motivos recurrentes de su poesía que muy
bien pudieren hacernos reflexionar sobre el carácter simbolista
de su obra y que, a su vez, pudiese darnos otras perspectivas que pueden
resultarnos de grande interés para una mejor comprensión de la labor poética de
nuestro peculiar poeta.
Volviendo
en este punto a la cuestión de la musicalidad, hemos de reconocer que esta,
para Unamuno, es un reflejo fiel de la música íntima del alma, que aspira a una
retórica total en la que:
El universo
visible es (sea) una metáfora de lo invisible, del alma
y que, como ya se ha reconocido,
está muy vinculada a los presupuestos del más ortodoxo de los simbolismos.
Rubén Darío será quien diese una de las claves para el mejor entendimiento de
la poesía de Unamuno cuando aclaraba que:
si
poeta es asomarse a las puertas del misterio y volver de él, (será
siempre),
con una vislumbre de lo
desconocido en los ojos.
Este ansia de trascendencia es precisamente la que lo revela como poeta
verdadero, si es que este debe aspirar a trascender la realidad atrapada en el
caos de las sensaciones, y si es que el
creador debe siempre aspirar (a través de un particular irracionalismo) hacia
la liberación del tiempo y el espacio, anclados fuertemente al pensamiento
lógico racional. Desde aquí diríase vislumbrarse nuevos signos de parentesco
con lo más granado de las corrientes de lo simbólico, en tanto que el creador
ha de apurar su esfuerzo en revelar la luz última de lo verdadero. He aquí el
valor generatriz, importantísimo de los procesos imaginativos, serán movidos
por la intuición y por el mismo sueño, adquiriendo este último un valor
simbólico capital del que daremos cumplida cuenta más adelante.
El
lenguaje desviado de la poesía, gracias al recurso retórico simbólico, es el verbo
que se niega a sí mismo en el reconocimiento de que la palabra es del todo
incompetente para la expresión de la realidad última, y será el símbolo el
cauce y el reducto desde el cual, como decíamos anteriormente, el poeta se
asome a lo indescifrable y genuino para
volver
con el vislumbre de lodesconocido en los ojos. El vitalismo
dinámico y complejo (semiológico) propio de lo simbólico identificado con las
razones y sin razones íntimas que encierra, nos parece ideal para acercarnos a
una interpretación cercana y clarividente del sentido poético de los versos de
Unamuno, y que nos parece de aplicación fundamental en la poesía en general, si
como decíamos anteriormente, la especialidad del discurso poético aspira a
superar el mismo pensamiento verbal que, a su vez, desde lo individual, íntimo,
aspira a alcanzar lo universal. En los poemas del autor de Niebla (Nívola), podremos constatar que, desde la experiencia
personal se aspira a superarse a sí mismo (superando en este punto el símbolo al
emblema y la alegoría).
Si
para Salustio,
el mundo es un objeto
simbólico, para Unamuno será la manifestación de los contenidos
espirituales del pensamiento en relación a las cosas y el origen y sentido del
mundo. A nuestro juicio, el manejo del símbolo en nuestro poeta es una muestra
muy peculiar, en la que la base mítica del mismo en modo alguno se queda en la
primigenia noción o signo del concepto y de la abstracción lógica, sino que la
trasciende ampliamente, en virtud de que la misma palabra es trascendida, pero
en poesía lo será paradójicamente,
por la misma especialidad de su palabra, mediante la cual el símbolo que la
exterioriza hace expresa realidades que van más allá del uso ordinario del
lenguaje. La instrumentalidad espiritual del símbolo en la poesía (y
singularmente en la de Unamuno) conforma la carta primordial de naturaleza de
cualquier ejercicio artístico (y místico) sintético creativo, si es que el
symbolon es el signo, la imagen,
unificador(es) de aquella realidad invisible a la que inexplicable (e
inevitablemente) aspira el alma humana.
Creemos
que, atendiendo con prontitud al ámbito simbólico de determinados poetas (como es
el caso de D. Miguel), el símbolo se manifiesta como algo mucho más complejo y
profundo que una manera de expresión primordial del espíritu humano como
depósito de lejanas creencias y de los más
antiguos fundamentos de la ciencia,
sino como la forma de expresión de la legítima necesidad de trascenderse el ser
humano, en virtud de la intuición y reconocimiento a través de esta(s), de la
realidad de la vida y el mundo invisible que anima el espíritu humano. El
discurso simbólico poético hace de las aclaraciones del lenguaje una puerta
abierta a nuevas conjeturas
que son posibles a tenor de su
no
lenguaje.
De
aquella necesidad de Unamuno por superar la estricta (absoluta y racional)
realidad espacio temporal es de donde se puede colegir este sentido del símbolo
del que venimos hablando y que precisa de un ir más allá de lo rigurosamente
sensible y que lo sitúa
en el umbral del
No ser.
El valor simbólico del sueño en nuestro poeta casa perfectamente con la
cualidad simbólica del sueño como prefiguración del olvido y actualización de
la muerte, pues en verdad, en poesía y su ámbito simbólico, se sueña para
morir. El símbolo poético trasciende el dominio lingüístico del significado, ya
que el objeto y el sujeto (el significante y el significado) quedan ajenos en
poesía del
uno con el otro y se traduce
en la multiplicidad de sentidos del mismo. Por eso cuando Unamuno desconfiaba
de lo racional (abstracto), lo hacía también del signo tradicional lingüístico,
a tenor de la enorme carga de afectividad y dinamismo que exige el
entendimiento (poético), acaso para movilizar
alguna suerte de totalidad del psiquismo.
En
poesía es donde puede constarse más clara y vívidamente la activa vitalidad del
símbolo y su vocación de conciencia total, y que aspira al contacto con las
categorías de lo invisible que tanto fascinaban a D. Miguel y que pueden
situarlo en el ámbito de la poesía plenamente simbolista, cuya epifanía
simbólica manifiesta en sus poemas no está exenta de la implicación existencial
del poeta.
El
irracionalismo militante que tantas veces hace de Unamuno un poeta moderno,
acusador de la falsedad de la lógica racionalista, es partícipe, no
obstante, de la singularísima lógica
poética que en el símbolo encuentra su manera más sublime de expresión. Su
coherencia es funcional, si se entiende que es el mundo quien habla mediante el
símbolo. No es la lógica del concepto la que aquí impera, sino la de las
emociones, la de los instintos, dada la incompetencia de la razón para
satisfacer su ansia de trascendencia.
Pero
veamos un ejemplo significativo expreso en alguna de sus composiciones poéticas
más representativas de este simbolismo
unamoniano. Lo haremos a través de uno de los poemas en los que toca una de
sus temáticas dilectas, y en la que podremos constatar el funcionamiento de
este peculiar simbolismo del que hablamos, se trata del poema intitulado, Al sueño, en el que iremosEl Cristo de Velázquez,
estrechamente vinculados al sueño los símbolos del agua (fuente, mar, río, lago…),
de la madre, del niño (hijo), del alma, del sol, la noche,… en tan
singular desfile simbólico que nos parece de muy digna e interesante
consideración.
Sueño,
alegórica divinidad que es hijo de la Noche y hermano de la Muerte
,
ocupará dentro de los mitos lugar señalado, el cual habría de instalarse
singularmente en la literatura (de ficción, histórica, religiosa…) universal,
desde la Biblia a Homero, Ovidio… hasta nuestros días, cuya interpretación
(mitológica, premonitoria, psicoanalítica, mística…) ha ocupado y ocupa un
lugar en el ámbito del símbolo extraordinariamente destacado, pero sobre todo
porque el sueño es una fuente de creación de símbolos.
Uno de los valores más significativos y más valorados por nuestro poeta será
que, el sueño, no sólo escapa a la voluntad y responsabilidad del soñador, sino
que está no sujeta a la producción lógico racional de nuestros procesos
psicológicos (inconscientes), así como su profundo arraigo a los más hondo de
nuestra realidad psíquica. Además está íntimamente ligado al proceso de
producción de símbolos vivos, pues estos están estrechamente sujetos a nuestro
devenir existencial, por eso el sueño: […]
nos
mete al alma //
cuando luchando por
vivir padece,
// la dulce y santa
calma //
que a la par que la aquieta
la enardece.
La
función totalizadora y de integración del sueño queda manifiesta, así como su valor
y cometido terapéutico; léase: […]
tú nos das
la verdad eterna y viva //
que
nos sostiene el alma, //
la alta
verdad augusta, //
la fuente de la
calma //
que nos consuela de la adversa
suerte, //
la fe viva y robusta
//
de que la vida vive de la muerte. Es
interesante, y de ello hablaremos seguidamente, que el sueño vivo es símbolo a
su vez vinculado a otros mundos simbólicos en articulación singular que hace
del proceso onírico una
fuente eidológica
que manifiesta sentidos que superan lo meramente causal, respondiendo a su
naturaleza viva imbricada en los más íntimo de nuestro ser que aspira a un fin
trascendente; por eso el sueño, al fin,
será:
¡Dueño
amoroso y fuerte
en los reveses de la ciega suerte,
y en los combates del amor abrigo,
del albedrío dueño,
del alma enferma cariñoso amigo,
fiel y discreto sueño!
Acójenos con paz entre tus brazos,
rompe con puño fuerte
del sentido los lazos,
¡apóstol de la muerte!
¡Pon tu mano intangible y redentora
sobre el pecho que llora,
y danos a beber en tu bebida
remedio contra el sueño de la vida!
Será recurrente en este mismo poema la figura
simbólica del niño (del hijo, unido al no menos recurrente de la
madre) y muy relacionado con el sueño como proceso simbólico especial, así,
leemos:
[…] Tú con tierno
cariño
nos meces en tu seno
como la madre al niño,
cantándonos canciones
con suave ritmo de caricias lleno; […]
El
niño será uno de esos elementos simbólicos que serán de frecuente aparición en
la producción poética de Unamuno, y que adquiere un valor añadido a los
significados habituales de la potencialidad, la inocencia, la simplicidad,
algunas veces aliñado con representaciones simbólicas típicamente cristianas
(como la del niño amantado por la madre simbolizando la caridad,
y que
recoge la enseñanza evangélica:
Si no
llegáis a ser como niños pequeños, no entraréis en el reino de los cielos),
y que el poeta refiere en relación al sueño :
Tú con tierno cariño //
nos
meces en tu seno //
como la madre al
niño, […], prosiguiendo: […]
como una madre tierna //
da en su pecho tranquilo //
al hijo dulce leche nutritiva, […]. Además,
será el reflejo del estado previo a la obtención del conocimiento que en el
sueño adquiere singular carta de naturaleza:
En tu divina escuela, //
neta
y desnuda y sin extraño adorno, //
la
verdad se revela, //
paz derramando
en torno;
[…] representación que refleja la victoria sobre la complejidad de todo
producto de conocimiento racional.
El
agua
será otro de los símbolos capitales de la obra poética de D. Miguel, expreso
como tal en la naturaleza y en forma de
fuente,
río, mar, lago, lluvia…. Y sujeta al olvido que nos inspira su corriente:
[…]
en el
rincón oculto //
en que la fuente de la
calma brota.[…]
A la paz interior en consonancia con la de la propia naturaleza: […]
Cual se lanzan ruidosos los torrentes //
de escarpadas montañas //
por abruptas vertientes //
a descansar del lago en las entrañas,[…];
el
líquido (platónico) de la verificación entera es a su vez símbolo de la
Gran Madre… asociada al nacimiento, al
principio femenino…la prima materia… y fuente de vida.
Así, el
agua (con el sueño): […]
Eres el lago
silencioso y hondo //
de reposada
orilla, //
el lago en cuyo fondo
//
descansa del desgate el sedimento,
[…]; por esto también se emparenta el material onírico con el flujo que lleva a
la inconsciencia y al olvido. No es casualidad que encontremos en la poesía de
Unamuno las referencias acuáticas emparentadas a la tradición bíblica,
siguiendo la línea tradicional cristiana abierta a la instauración de nuevos
mundos, así, el sueño se emparenta con el agua:
// ¡oh, sueño!, ¡mar sin fondo y
sin orilla!, //
mundos sin cuento surgen de tu
seno […]; siendo, además,
vinculada
Este
poema resuelve las tres significaciones simbólicas del agua ejemplarmente:
Fuente de vida, medio de purificación y centro de regeneración
, y
donde la tradición cristiana es patente en su simbología como origen de toda creación, temática simbólica que en
nuestro autor requeriría ya una prolija y única exposición que excede el
propósito de esta que ahora ofrecemos.
Las
relaciones entre el sueño, el agua, el niño y la figura de la madre son también
evidentes y no menos interesantes. Así, en relación a esta última, los versos:
[…] //
como la madre al niño, //
cantándonos
canciones //
con suave ritmo de
caricias lleno; //
y cuando llega tu
hora, //
jadeantes se tienden las
pasiones //
a dormir a tu sombra bienhechora.[…];
la madre, única manifestación existente de todos los dioses cuyo
asentimiento gobierna las brillantes alturas de
los cielos, las saludables brisas marinas y los silencios lamentables
del mundo subterráneo
; origen
de vida, arquetipo femenino y, nuevamente, enlazando con la tradición
cristiana, símbolo de purificación y bautismo del hombre.
También
símbolo del inconsciente (colectivo, según Jung), del lado izquierdo y nocturno de la existencia
(nuevo
parentesco con la noche y el sueño) y que ocupa, como principio femenino,
una
fase fundamental del ser humano. A su amparo, que es el del sueño (y del agua),
dirá nuestro poeta: […]
De tu apartado hogar en el asilo,//
como una madre tierna //
da en su pecho tranquilo //
al hijo dulce leche nutritiva, […] La
madre (
mer – mére, en francés) está
muy relacionado con el agua (el mar) y que podíamos enlazar con la visón
cristiana del símbolo de sublimación más perfecta del instinto y la armonía más
profunda del amor
(La Madre
de Dios, que concibió a Jesús del Espíritu Santo, véase especialmente esta
reminiscencia simbólica en
El Cristo de
Velázquez).
El
alma será el último de los símbolos al que atenderemos en este breve y
apresurado estudio, dejando otros muchos para ocasión más propicia y en lugar
donde contemos con más espacio para llevar a término una escrupulosa descripción
analítico-simbólica del poema.
¡Dueño amoroso y fuerte,
en los reveses de la ciega suerte
y en los combates del amor abrigo,
del albedrío dueño,
del alma enferma cariñoso amigo,
fiel y discreto sueño!
La idea
del alma como la psique o la mente (de clara tradición cristiana), también se
hace constatable en este mismo poema, pero sin perder sus raíces con lo
inconsciente de este principio vital. Véase, ya a punto de cerrar el poema
aquello de:
[…] y en los combates del amor abrigo,
del albedrío dueño,
del alma enferma cariñoso amigo,
Todo
lo cual quiere poner de manifiesto que el alma (en el ámbito ideal del sueño)
expone que esta es mucho más que el mero enlace con la materia con el soplo
sublime del espíritu, si en realidad es el vínculo que constituye integralmente
al sujeto soñador y al poeta, que restituye de forma total a su ser en el seno
terapéutico y gratificante del sueño, reconstituyente de su ser completo. Será
precisamente el sueño el que acabe con las ilusas y falsas cogniciones y
representaciones de la vida racional y su lógica consciente, por eso el sueño
nos alerta con su mano intangible de la realidad redentora:
¡Pon tu mano intangible y redentora
sobre el pecho que llora,
y danos a beber en tu bebida
remedio contra el sueño de la vida!
Francisco
Acuyo