Ofrecemos bajo el título, Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los
poetas habiten el lenguaje y la ciudad, para la sección Microensayos, del blog Ancile, trabajo del filósofo Tomás Moreno
Fernández, con motivo de la publicación que lleva el mismo nombre, editada en (Entorno Gráfico Ediciones, Colección El Torno Gráfico, Granada, 2018.
PRESENTACIÓN DEL LIBRO NECESIDAD DE LA POESÍA:
QUE LOS POETAS HABITEN EL LENGUAJE Y LA CIUDAD
Antes de entrar en materia, permítanme
expresar una serie de consideraciones previas y obligadas. Como casi todo lo
bueno que hace el hombre, este libro es también el fruto de la amistad y de la generosidad. De la amistad y de la generosidad de estos queridos y
admirados amigos que me acompañan en este acto.
En
primer y distinguido lugar quiero referirme a José Antonio Rodríguez –ilustre director
de la Editorial Entorno-, que, en mi modesta opinión, ha hecho de su empresa toda
una fundación social y cultural solidaria y ejemplar. Su apuesta o empeño por la promoción cultural y artística de
la ciudad, su generoso mecenazgo –del que yo mismo me he podido beneficiar con
la publicación de este ensayo- y, sobre todo, su compromiso decidido con otras
causas aún más urgentes y humanitarias, merecen, creo yo, un público y
agradecido reconocimiento. Los dos libros recientemente publicados En unos pocos corazones fraternos, para
un proyecto de recogida de alimentos, y otro recién salido de la imprenta, para
la ONG bosconiana, sobre la situación de las niñas y /jóvenes africanas,
son buena prueba de ese encomiable talante solidario y altruista al que
antes me he referido. Quede de ello constancia.
A
José Ignacio Fernández Dougnac, al que todos conocéis, le debo una especial
gratitud y no sólo por su inestimable colaboración en este libro, sino también por compartir con nosotros, tan asiduamente,
en público y en privado, su extraordinario talento y su disposición siempre
amigable y solícita cuando se requiere su colaboración para algún evento
cultural o académico. En su bellísimo Prólogo “El poético afán del pensamiento”,
ha escrito la mejor de las introducciones posibles a mi ensayo, el pórtico
soñado por cualquier autor, pleno de generosidad, de sabiduría y de
sensibilidad.
Y,
por supuesto, tengo que agradecer también, con énfasis no retórico sino cordial
(vale decir: emanado del corazón), a
mis amigos poetas aquí presentes (José, Francisco y Manuel) que depositaron en
mí su confianza, a la hora de presentar
públicamente o de prologar alguno de
sus libros.
Una
vez expuestas estas consideraciones previas ya podemos entrar de lleno en el análisis
de este ensayo que desarrollaremos en cuatro breves apartados.
I.
En primer lugar, debo decir que se
trata de un libro breve, sencillo,
legible. Y sobre todo, precioso, de
una gran belleza literaria (y no lo digo, obviamente, por mi personal aportación
al mismo, sino por la cantidad de textos, versos, versículos y poemas de estos
tres grandes poetas que se despliega en sus páginas). Consta de tres Partes en las que se reflexiona sobre los
poemas y se dialoga con sus autores, desde una óptica más filosófica que estrictamente crítico-filológica:
La primera parte se titula: Islas de claridad. “El poetizar pensante
como revelación de la verdad en la poesía de José Gutiérrez”; la segunda: “De la transfiguración de la
belleza en los Haikús de la Alhambra
de Francisco Acuyo”; y la tercera, “La
poesía como celebración del ser y de la vida en Viviré del aire de Manuel Salinas”.
Significativamente,
cada uno de los diferentes poemarios representan los distintos modos de
entender la poesía (sin por ello ser excluyentes o incompatibles entre sí, al
estar inevitablemente entreveradas en
sus respectivas obras las distintas funciones –referencial o informativa,
estético/formal y emotiva o expresiva- del lenguaje poético):
a)
En el primer caso, nos encontramos con la Poesía entendida como método de
conocimiento, pues mediante la intuición poética el poeta descubre
aspectos esenciales (metafísicos) de la realidad hasta ese momento desconocidos
e inaccesibles por la vía del razonamiento discursivo porque como decía el
viejo Heráclito: a la naturaleza/realidad
le gusta ocultarse (Physis
kryptesthai philéi). Mediante ella –mediante la poesía- el poeta es capaz
de descubrir o des-ocultar la verdad de lo real, la aletheia (lo no oculto, lo desvelado y manifiesto). Recordemos que
el vocablo griego aletheia: procede de
las raíces “a”, alfa privativa, que
significa sin y “letheia”, del verbo “lanzano”,
ocultar). Pero más allá de sus cualidades
cognoscitivas, siempre está en ella presente la emoción contenida y cordial del
poetizar pensante.
b)
En el segundo, la Poesía se nos muestra como una auténtica heurística (como un peculiar modo de descubrimiento) o búsqueda
incansable de la Belleza, que
encierra en sus arcanos lo real; la mirada del poeta transfigura la realidad,
aparentemente gris, sombría o anodina del mundo, para revelarnos su escondida y
luminosa hermosura, poniéndola de manifiesto a través del lenguaje y del
artificio poético propio de un artista u orfebre de la palabra.
c)
En el tercero y último, la Poesía es asumida como una especie de ritual auto-expresivo
y comunicativo que celebra la vida y el ser en todas sus manifestaciones
posibles, desde las más cotidianas hasta las más sublimes o inefables –como nos recomendaba Rilke en su famoso
poema “Yo celebro” (de Dedicatorias), y como mostraba, por otra
parte, Jorge Guillén en todos los versos de su Cántico o Claudio Rodríguez en su sensible -hasta llegar a ser escalofriante-
“Don de la ebriedad”. Una poesía, en
fin, que exalta gozosa el eu zen
(aristotélico): la feliz (eu) vida (zen), la vida buena, el buen vivir.
En
los tres casos la Poesía nos conecta respectivamente con la metafísica (que investiga el ser de la realidad, a la
manera machadiana), con la estética (que trata al modo juanramoniano de la belleza del ser) y
con la ética (que apunta guillenianamente al gozo de la vida buena, a la afirmación de la alegría
de vivir). Es decir con los denominados trascendentales
del Ser: Verdad, Belleza y Bien.
Es
por ello mismo, por lo que es posible y profundamente deseable un diálogo cada
vez más fecundo entre poesía y filosofía, entre pensadores y poetas; diálogo
que ya demandaba Martín Heidegger en su Introducción
a la metafísica cuando constataba que “pensadores
y poetas habitan vecinos en cumbres distantes”. Con este libro sólo hemos
pretendido modestamente aproximar o acercar ambas cumbres. (Objetivo que a
lo largo del siglo XX trataron de llevar a cabo muy ilustres poetas y
filósofos: desde los más clásicos
como Heidegger (Hölderlin y la esencia de
la poesía), Jorge Santayana (Tres
Poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe), Antonio Machado (Juan de Mairena) María Zambrano (Filosofía y Poesía) o Paul Valery (La
necesidad de la poesía) hasta los más
próximos en el tiempo como José María Valverde (Estudios sobre la palabra poética), Diego Romero de Solís (Poiesis. Sobre las relaciones entre filosofía
y poesía a la luz del alma trágica), o Pedro Cerezo (Palabra en el tiempo. Poesía y filosofía en Antonio Machado).
II.
Es preciso también, explicar o justificar el porqué de su peculiar título y subtítulo. En cuanto al título -Necesidad de la poesía- queremos constatar
algo obvio para el amante de la palabra y del lenguaje, algo que no necesita
justificación. Como no necesita justificación lo necesarios que son -por
imprescindibles- el aire y el agua para la vida biológica. Pues bien, lo mismo representa
la poesía para la vida del espíritu y
de la cultura: Es una necesidad “fundamental”. Como
decía el gran poeta francés Yves Bonnefoy (en La necesidad de la poesía, conferencia dictada en su recepción de
un importante Premio Internacional de poesía en México, en 1993, poco antes de
su muerte): “La poesía es el fundamento de la vida en la sociedad. Debemos
comprender que la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue poco a poco en
nuestra relación con el mundo”.
La
Poesía es algo, pues, verdaderamente esencial si se conserva aún un ápice de
sensibilidad humana. La poesía es un bien gratuito, no útil ni valioso desde
criterios utilitaristas o burdamente prácticos imperantes, sino irrenunciable e
imprescindible para el ser humano desde parámetros algo más espirituales, ajenos
al sórdido mercantilismo economicista hodierno (que “confunde valor y precio”
–como diría Juan de Mairena- o que no distingue entre precio y dignidad, en versión kantiana). Como venía a señalar Mario
Bunge, en un celebrado texto: “Hay muchos y variados argumentos contra el
“practicismo en la enseñanza y en la vida”,
y uno de ellos –tal vez el fundamental- es
que “si queremos seguir siendo
hombres debemos cultivar nuestras mentes algo más que nuestros primos
fracasados, los monos”. La poesía, indudablemente,
contribuye a ello.
Por
otra parte, en momentos de sistemática degradación del lenguaje y de su uso
adulterado, políticamente correcto, y
en circunstancias –como las actuales- en que el lenguaje no se utiliza como
vehículo de entendimiento sino como instrumento demagógico para engañar,
separar y persuadir –como lo utilizan políticos sin escrúpulos, adulterándolo
con el empleo de significantes flotantes, inconcretos o vacíos de significado
cognitivo que sólo sirven para manipular conciencias y movilizar emociones instintivas,
y tribales- sólo la Palabra poética, la palabra no pervertida
ni degradada, la palabra de los poetas, se nos muestra como llena de sentido
auténtico, de significado pregnante y verdadero.
III.
Por lo que se refiere al subtítulo, en él hemos querido expresar el doble deseo
de que los poetas habiten el lenguaje y
de que habiten también la ciudad. El
primero de ellos, porque la palabra –el Logos,
la facultad del día-logos- es lo que
nos constituye como seres humanos. Así nos definía Aristóteles: zoon ejon logon (el hombre es “animal
que tiene logos”, esto es: lenguaje,
palabra, razón). No olvidemos tampoco las dos verdades que Hölderlin nos
reveló: por una parte que los hombres “sólo
somos diálogo” y, por la otra, que “poéticamente habita el hombre la tierra”.
Tampoco (olvidemos) aquella otra verdad prístina o primigenia que Heidegger,
por su parte, nos descubriera en su Carta
sobre el humanismo en la que señalaba: “El lenguaje es la casa del ser. En
su vivienda mora el hombre. Los pensadores y los poetas son los vigilantes de
esa vivienda” (esta es la primera cita
que preside el inicio del ensayo).
El
segundo deseo –el que expresa el
segundo sintagma del subtítulo: que los
poetas habiten la ciudad- reivindica la presencia de los poetas en ella,
porque ellos –los poetas- suponen un seguro baluarte de denuncia y resistencia frente
a la tiranía de ideólogos visionarios y
utópicos de antaño como el Platón (de República,
595 a-b), que recomendaba su expulsión de la Kalípolis, Ciudad Bella), o contra los nuevos ingenieros sociales de hoy, que también prescriben su eliminación
–la de los poetas y pensadores incómodos-
de la utópica Ciudad Radiante futura,
que nos prometen edificar. Su proscripción o prohibición supondría
inevitablemente la ausencia irrecuperable del pensamiento en libertad, dado que su presencia en la misma comportaría
un factor de subversión para el buen orden de su pretendida sociedad perfecta; además de ejercer una influencia negativa y corruptora
para la educación y adoctrinamiento moral
de los jóvenes. Platón justificaba su expulsión de la ciudad por el
carácter mimético de sus versos, que
les hacía imitar las conductas menos morales o virtuosas de los dioses, como se
mostraba en las epopeyas homéricas o en las poco ejemplarizantes aventuras y peripecias
de los protagonistas de las obras de los poetas trágicos atenienses, que
excitaban las bajas e irracionales pasiones de los jóvenes y de los ciudadanos
en general y no propiciaban ni la práctica de la virtud, ni el conocimiento o descubrimiento
de la verdad.
Ambos
deseos, creemos, deben ser cumplidos sin ningún tipo de limitación o excusa,
porque sin la existencia y libre expresión de la palabra poética y sin la presencia
en la ciudad de los poetas (y también
de los pensadores) –ejerciendo en ella su conciencia crítica y rebelde contra
la injusticia y los abusos del poder- esas perfectas Ciudades utópicas e imaginarias se metamorfosearán fatalmente en su contrario: al
principio todas se presentan como sociedades paradisíacas, bellas, armónicas,
radiantes y bien ajustadas, al final -en su obstinada búsqueda de la
perfección total y definitiva, tal y como la diseñaron sus visionarios e iluminados
legisladores- se transformarán inevitablemente en la más horrible antesala del infierno totalitario. Cumpliéndose así
fatalmente las palabras -escritas en el dintel mismo de la puerta del Infierno
dantesco lasciate ogni speranza
(“abandonad toda esperanza”)- referidas a todos aquellos que se atrevan a internarse
o adentrarse en esa ciudad del llanto
(tal y como denomina a ese infierno el inmortal Dante en los inicios del Canto
Tercero de su Divina Comedia).
IV.
Concluyendo: donde habiten los poetas y
se aloje la palabra poética, se hará
algo más difícil, en circunstancias límite de opresión y
despotismo soportar la mordaza y acomodarse al silencio. La historia política y
la de la literatura así nos lo confirman. Ante la falta de libertad y contra la
injusticia en la ciudad, frente a la barbarie de cualquier signo, siempre se
alzará la voz de un poeta (habitante de
la ciudad), tal vez uno solo y solitario, pero se alzará: “El poeta si de
veras lo es, habla por todos” por ser
la voz colectiva del pueblo oprimido,
afirmaba Vicente Aleixandre, en un acto en homenaje a Antonio Machado celebrado
a principios de años cincuenta en la Universidad de Madrid. Por eso es tan
importante, tan necesario, que los poetas habiten
la ciudad, y que la habiten desde la libertad, desde el libre lenguaje de
la poesía, el mejor artificio fictivo -(que no arma)-, el más eficaz instrumento pacífico contra el poder
despótico o tiránico, que jamás se haya inventado. Esa es, en definitiva,
nuestra esperanzada propuesta: que esos poetas y pensadores se erijan -en todo
momento- en conciencias lúcidas, atentas y críticas de la sociedad, como
propugnaba el Juan de Mairena
machadiano, para quien la misión de los poetas era precisamente: “aumentar en
el mundo el humano tesoro de la conciencia
vigilante”.
Para que todo
ello pueda cumplirse confiemos en que esas voces insobornables del pueblo –esas
poéticas voces- se hagan presentes habitualmente en el ágora
cívica y política de nuestra ciudad
imperfecta, desajustada y conflictiva, sí, pero la única verdaderamente libre y humana que, como seres
vulnerables e imperfectos que somos, nos es dado habitar.
Tomás Moreno
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