Si
bien la neurociencia y la medicina tradicional (alopática) estudian y analizan
el comportamiento condicionado de nuestro cuerpo con resultados positivos
inexcusables, poco o nada parecen tener que decir de los fenómenos y aspectos
dinámicos, plásticos, expresivos y creativos en los que interviene la
conciencia y que también informan de manera capital al universo que habitan (y
habitamos). No deja de resultar curioso que en el ámbito de la ciencias –duras-
como la física, se admita sin problemas la incidencia de la conciencia en los
comportamientos micromateriales (cuánticos) y, sin embargo, en el dominio de lo
biológico (y médico) se siga contumazmente con el escepticismo en la admisión
de aquellos aspectos dinámicos, plásticos y creativos que aducíamos unos
párrafos atrás, y que parecen tener un papel muy especial en determinados comportamientos
y perturbaciones fisiológicos (materiales o corporales), derivados de la
angustia (la ansiedad, la depresión…).
Para
el psicólogo Donald Campbell la causalidad descendente es la
que posibilita que la mente se imponga a la materia, por lo que la conciencia
puede ser considerada como causa agente (o primera)[1] en
disfunciones no sólo psicológicas, también biológicas –angustia, ansiedad,
depresión, decíamos…- que inciden en el organismo del que las sufre. Mas, ¿cómo
afecta o interviene esta apreciación tan radical en el ámbito de la curación de
las perturbaciones tan traídas y llevadas en las páginas que os ocupan? Según
el determinismo –positivo- clásico, el origen de la conciencia (y por tanto de
la mala percepción de esta en casos de angustia, ansiedad o depresión) es
siempre predecible
y material y, en consecuencia, ha de mantener un carácter
material, local (ubicado siempre en el organismo neurocerebral). La experiencia
y tratados en el ámbito de los estudios de las enfermedades (¿y dolencias?) mentales,
nos muestran reiterada y empecinadamente en no pocos casos, el rechazo a
cualquiera procedencia u origen de estas que no sea material. O lo que es igual,
que no proceda de un lugar concreto (localidad orgánica), ignorando otros
factores como pueden ser sociales, culturales, psicológicos…, no obstante de
constatar experimentalmente su incidencia manifiesta en cambios neuroquímicos
que solo pueden llevarse a cabo en virtud de un estado reiterado (anómalo) de
angustia, o ante un cambio positivo de conciencia, como sucede en la
meditación, todo lo cual demuestra que las fronteras entre la conciencia y la
materia no son, ni con mucho, tan evidentes como se creía, por lo que no sería
mal asunto poner en cuestión dichos y tan radicales límites establecidos por el
materialismo (o idealismo) extremo(s), pues, cada vez que estudiamos e
investigamos este asunto con más detenimiento, se constata que resulta muy
difícil separar el mundo de nuestra conciencia.
En
realidad, si mantenemos como origen principal de aquellas perturbaciones
únicamente el mal funcionamiento orgánico (químico, por ejemplo), obtendríamos
un centro neurológico sistémico (el cerebro y sus redes neuronales) muy
parecido al de una máquina capaz de procesar símbolos (semejante a un artefacto
informático), donde todo el mal funcionamiento en ese proceso de datos ha de
provenir de un sustrato orgánico o material. Pero si lo miramos con más
atención y esmero, el proceso en el que se ve implicada la mente a través del
pensamiento, no es un simple proceso de gestión y reconocimiento de datos
simbólicos,[2]
si no de significados.[3] Surgen
nuevas interrogantes ante estas evidencias: ¿Qué es la conciencia -capaz de
procesar significados-? ¿Proviene la mente de la conciencia, o son ambas la
misma cosa? ¿Puede ser la materia modificada resultado de una o varias opciones
tomadas por la conciencia?
Francisco Acuyo
[1] Campbell, D. T. (1974) Downward
Causation. En Ayala, F. J. & Dobzhansky, T. (eds.) Hierarchically
Organised Biological Systems. Studies in the Philosophy of Biology, Berkeley,
Los Angeles: University of California Press, 179-18.
[2] Penrouse, R.: La nueva mente del emperador, Mondadori,
1991.
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