Con la entrada que lleva por título: El arte como vía inmanente y trascendente de terapia, seguimos el rumbo de anteriores entradas para la sección de Ciencia del blog Ancile.
EL ARTE COMO VÍA INMANENTE
Y TRASCENDENTE DE TERAPIA
¿Qué sería de la angustiosa o
feliz búsqueda del arcano ágnostos theos sin el arte? ¿Qué sería del conócete
a ti mismo oracular (gónthi seautón) y conocerás el universo, sin el
impulso creativo? ¿Dónde reconocer la oposición proverbial de la naturaleza y
el espíritu que acosa la conciencia sin la imaginación del artista? ¿Qué más
óptima y necesaria plataforma que los procesos creativos para reconocer los límites del
propio método científico? ¿Qué lugar más idóneo que el de la poiesis
para dar solución al problema de la conciencia individual frente a la totalidad
-¿de la primera conciencia?-? ¿Qué mejor vía que la del arte para reconciliar
los contrarios y establecer una terapéutica desde la que afrontar el yo y el
mundo? ¿Qué senda más propicia para indagar lo inmaterial de nuestro espíritu y el
orbe de la materia y la experiencia sensible que el arte muestra en sus múltiples
variantes?
El
arte ofrece sin duda la herramienta cognitiva propicia para acceder a la
realidad que nos escinde, para proponer como una curación contemplativa y a la
vez una sanción creativa para regir con equilibrio nuestras vidas. Es a mi juicio,
el vínculo extraordinario entre lo que el hombre es capaz de extraer de significado,
de sentido a la naturaleza.
Tampoco
puedo poner en duda que el ejercicio artístico es la plataforma singular desde
la cual desarrollar nuestra personalidad y afrontar con garantías de éxito trastornos
que impiden ese desarrollo y la vivencia gozosa de lo que nos ofrece la
convivencia, no siempre pacífica, entre lo consciente y lo inconsciente que nos
habita. Es más, es lugar en el que lo consciente y lo inconsciente son reconocibles como la totalidad de nuestra psique.
A través del arte aprendemos que la verdad íntima que nos habita contiene una vida que discurre cuando la voluntad consciente no interviene, porque aquello que alimenta el trastorno también es alimento del mito, y el arte lo hace imagen reconocible para nosotros mismos. Que, en fin, la relegación, la inhibición del espíritu de lo más profundo que nos habita y es creación puede enfermarnos.
El
arte planifica, en el que lo vive creativa o contemplativamente, la vía donde es posible la
conjunción terapéutica a través de la transferencia de lo más íntimo en virtud
de los símbolos y signos que acaban conformando la obra de arte, y todo ello como muestra viva de lo
que nuestra psique exige para mantener un equilibrio saludable. En ese caer en
la cuenta del ser creador reside el conocimiento de sí mismo y nos ofrece al
mundo como agentes activos capaces de cambiarlo.
El
arte es la residencia en la tierra que no renuncia al cielo del espíritu porque es
capaz de transformar la materia, donde se conectan lo físico y lo psíquico. El
arte es mucho más que una imaginación activa que hace posible o reales nuestros
más íntimos fantasmas, es la ventana en el tiempo que va más allá del tiempo
para confrontar lo más sombrío que agobia en el pasado o amenaza en el futuro.
El ejercicio creativo lleva nuestros juicios y pensamientos más allá de lo que
la razón objeta para que ese pensar sea.
A
través de la imagen artística (que es posible también en la escritura), pone a
nuestro alcance lo que no es admisible en la abstracción y el juicio cuantitativo, porque se abre al dominio de las cualidades para hacerlas asequibles: la alegría, el
sufrimiento, la empatía… toman cuerpo de realidad ante el que accede a ella.
Es
el arte el lugar de creación y recreación perpetuos donde el ser se ofrece como
la potencia que nos abre a la libertad de instaurar nuestra personalidad y su
configuración continua. Hacer de aquellos fantasmas que nos torturan los
aliados para la lucha por el equilibrio, será lo que nos realice como persona. Quizá,
también, donde conocer sea recordar la fuente, el origen enigmático donde todo
proviene y que a través del arte no nos es desconocido.
Francisco Acuyo