Traemos una nueva entrada para la sección Apuntes Histórico teológicos del blog Ancile, de la mano de nuestro colaborador y amigo Alfredo Arrebola, bajo el título: Las plagas y las epidemias en la biblia.
LAS PLAGAS
Y LAS EPIDEMIAS EN LA
BIBLIA
El famoso teólogo, filósofo - el
exfranciscano Leonardo Boff (1938) – y reconocido defensor de los derechos
humanos, nos ha dejado escrito que “… desde que el Hijo de Dios asumió en Jesús
nuestra humanidad, asumió también una parte de la Tierra y de los elementos del
universo. Por tanto, estos fueron ya divinizados y eternizados. Jamás serán ya
blanco de amenazas, aunque nosotros sí
podemos serlo. Nos consuelan las palabras bíblicas que nos dicen que Dios es
el soberano amante de la vida (Sab
11,25), cfr. “Francisco de Roma y
Francisco de Asís ¿Una nueva primavera
en la Iglesia”, pág. 19 ( Madrid, 2013).
Ahora bien, Dios, para cuantos no
sólo lo niegan ni les interesa su existencia, ama siempre todo lo que un día creó. No se olvida de ninguna
criatura nacida de su corazón. Por eso, hay que confiar, de manera especial los
“cristianos creyentes”, en que El protegerá a nuestra querida Madre Tierra y, además, garantizará el futuro de la vida
que es - ¡cómo no! - el futuro de todos
nosotros. Estoy plenamente convencido de
que la vida triunfa porque Dios
-¡Vae incredulis! - está vivo y nos ha enviado a Jesús que dijo haber venido
“para traer vida y vida en abundancia”, nos dice san Juan.
La Organización Mundial de la Salud
ha calificado el COVID-19 como una pandemia, una nomenclatura “al alcance” de
muy pocas enfermedades que invita a reflexionar acerca de otras grandes
pandemias de la historia de la humanidad. Y es
que este coronavirus,
históricamente analizado, no es algo nuevo, si bien es el primer gran virus en
el siglo XXI en aparecer sin cura
inmediata.
En la mente de cualquier persona,
medianamente culta, está viva la idea de
que, a lo largo de la historia, muchas han sido las pandemias que han asolado a
la humanidad, llevándose por delante millones de afectados, con la peculiaridad de que todos
los avances de los que disponemos, en la actualidad, hace siglos no existían: lo
que supone, sin la menor duda, un riesgo
mucho mayor para toda la población
mundial.
Conforme a las enseñanzas de la
“Lumen Gentium” (33) (C. Vaticano II, 1962 – 1965), yo, cristiano
“por la fe y la razón”, estoy llamado a procurar el crecimiento de la Iglesia y
su perenne santificación con todas mis fuerzas, idea que se desarrolla en el
“Decreto sobre el apostolado de los seglares” (Apostolicam actuositatem,
18/11/1965). He aquí, pues, el sentido y finalidad de estas sencillas
“reflexiones filosófico-teológicas” mías y, por otra parte, sabiendo que la
“Historia” nos ha dado a conocer las terribles pestes, plagas y epidemias que ha sufrido la humanidad. Como también
sabemos que algunos santos perdieron su vida debido a la atención que prestaron
a las víctimas de otras pestes y pandemias, hecho que honra a la Iglesia
católica, odiada por fanáticos, vengativos,
ignorantes y embaucadores políticos.
Escribo sin miedo, pero con fundamento “in re”.
Es cierto: un virus inesperado – así
nos lo han dicho – ha generado una pandemia, nombre de origen griego, de
dimensiones planetarias. El universo entero está sometido a su fuerte poder. Es
normal, pues, que todos nos preguntemos el porqué de este feroz azote. Y es
razonable, asimismo, saber qué dice la
Sagrada Escritura (Biblia) acerca de la peste, plagas y pandemias....
La Historia – no menos la Arqueología – nos enseña que alrededor del
siglo XII a.C, la tierra de Israel
padeció graves crisis climáticas y políticas, que llevaron al colapso del
sistema urbano de Canaán. Muchas
ciudades fueron destruidas o abandonadas por sus habitantes. Y en forma
gradual, afirma el arqueólogo Dani Herman, llenaron el vacío las tribus de
Israel, pero al mismo tiempo en la franja costera del sur se asentó un grupo de
inmigrantes griegos, a quienes la Biblia da el nombre de “filisteos”. La Biblia nos cuenta la campaña en la que los filisteos derrotan a
los israelitas. Ante la derrota, el
sacerdote Helí sugiere sacar el
Arca de la Alianza, que entonces estaba en Silo, y llevarla al
campo de batalla, como leemos en
1Samuel 4,3.
Pese a que los israelitas tenían la moral alta, el resultado de la batalla fue el mismo: una
terrible derrota de los israelitas.
Además, el Arca de la Alianza cayó en manos de los filisteos. Hay autores que
defienden que los filisteos fueron castigados con una terrible plaga de
hemorroides. Los filisteos, desolados por esta plaga se dieron prisa en
deshacerse del Arca de la
Alianza, que
fue trasladada
primero a la ciudad filistea
de Ekrón. Y fabricado un carro a sus dimensiones, el Arca
se envió al “camino de Bet-Semes, sin
apartarse a
derecha ni
a izquierda (1S 6,12). El
Arca vuelve a manos de los israelitas,
celebrando el acto con gran alegría y sacrificio de animales (1S 6,13).
Pero más tarde, un ángel de Yahvé golpeó a
los habitantes de la ciudad. “Entonces
hizo Dios morir a 70 hombres de Bet -Semes porque habían mirado dentro
del arca de Jehová. El pueblo hizo gran duelo por haberlos herido Yahvé con tan
gran plaga”
(1S 6,1).
La Sagrada Escritura (Biblia) nos
hace ver que las pestes, plagas y todo tipo de males no son más que fiel
cumplimiento de la voluntad de Yahvé, que quiere castigar los comportamientos
erróneos del hombre. Es fácil recordar que la peste fue la quinta plaga de
Egipto. Dios desea liberar a su pueblo de
aquella esclavitud a la que estaba sometido. Moisés, en nombre de Dios,
transmite al faraón la orden recibida : “Deja marchar a mi pueblo para que me
rinda culto, pues si te niegas a dejarlo marchar y lo sigues reteniendo, la
mano del Señor golpeará a tus ganados del campo – los caballos, los asnos, los camellos, las
vacas y las ovejas – con una peste terrible”(Ex 9, 1). El relato nos informa que, a pesar de esta profecía, “el corazón del
faraón se endureció y no dejó ir al pueblo” (Ex 9,7).
Asimismo, la Biblia nos muestra cómo el pueblo de Israel , según
el salmista, se mostró rebelde en su
travesía por el desierto, sin acordarse de que Dios no había salvado a los egipcios de la muerte y había entregado sus
vidas a la peste, tal como lo desarrolla el salmo 78 (Vg 77). Sabemos también
que en la Ley muchas veces se encarga a los padres que recuerden a sus hijos
las antiguas maravillas de Dios a favor de Israel, para excitar en ellos
sentimientos de gratitud y fidelidad (Ex 12,26; 13, 8; Dt 4, 9). No obstante
sabemos que la peste no sólo había de afectar a los enemigos de
Israel. Desde Cadés Barnea, en el
desierto de Farán, Moisés envió a doce hombres – uno por cada tribu – a explorar la tierra de Canaán. De
los doce exploradores, sólo Josué y Caleb intentaban de suscitar confianza en
el Señor.
Cuando la revuelta se transformó en
amenaza de muerte para aquellos profetas de la esperanza, dijo el Señor a
Moisés: “¿Hasta cuándo me va a rechazar este pueblo? ¿Hasta cuándo van
a desconfiar de mí, con los
signos que he hecho entre
ellos? Voy a herirle de mortandad y a hacer de tí una gran nación, más grande y más
fuerte que ellos” ( Núm 14, 11-12). Sin
embargo, la intercesión de Moisés logró que Yhavé no llevara a cabo su
propósito: “Los perdono – díjole a
Moisés – según me lo pides” (Núm 14,20).
Y no menos nos enseña la Biblia, una y otra vez, que se
le recuerda al pueblo que si escucha la voz del Señor y cumple sus preceptos,
recibirá bendiciones. Pero si no la escucha, será maldito y
el Señor hará que se le pegue la
peste y las enfermedades hasta consumirlo y destruirlo, como claramente lo narra el Deuteronomio: “Yahvé te herirá
con las úlceras de Egipto, con almorranas, con sarna, con tiña, de que no
curarás. Yahvé te herirá de locura, de ceguera y de delirio” (Dt 28,27-28).
No debe, pues, extrañarnos que
Salomón implore a Dios que escuche las plegarias que su pueblo dirija hacia el templo , “cuando haya en la tierra
hambre o pestilencia, o tizón, añublo, langosta o pulgón; y cuando el enemigo
asedie a tu pueblo en su tierra, en sus ciudades; cuando haya enfermedades y
plagas de cualquier clase; si todo tu pueblo, Israel, reconociendo la llaga de
su corazón y alzando las manos hacia este lugar, te hiciere oraciones y
súplicas, óyelas desde los cielos, desde el lugar de tu morada, y perdona” (1Re
8, 37-39; 2Cró 6,28).
Alfredo Arrebola
Septiembre 2020
(Continuará)