martes, 29 de julio de 2025

LA ERA DE LOS NOMBRES OCULTOS, DE JESÚS GARCÍA CALDERÓN

Para la sección Editoriales amigas del blog Ancile, Traemos un nuevo post sobre el libro titulado, La era de los nombres ocultos, editado en Madrid por Letrame editorial, este año 2025, cuya temática es de gran interés y actualidad, por lo que recomendamos vivamente la lectura de este post y del libro en su totalidad. Aportamos, junto a una reseña de los contenidos,  un fragmento de dicha obra.


LA ERA DE LOS NOMBRES OCULTOS,

DE JESÚS GARCÍA CALDERÓN






No deja de sorprender que la enconada controversia y ruidosa alarma que produce el cambio climático y sus consecuencias en las sociedades avanzadas de nuestro tiempo no extienda su preocupación hacia su manifestación quizá más frágil, aunque menos visible, que es la del deterioro del clima de nuestros derechos. Esta creciente quiebra social, viene incrementándose de una manera imparable con el uso doméstico de los últimos avances tecnológicos, generando en la ciudadanía la sensación de que pagamos voluntariamente un engañoso peaje para convertirnos, de manera más o menos consciente, en súbditos o sujetos de escrutinio, en ciudadanos con una identidad disminuida, en una nueva especie de esclavos felices que sacrifican parcelas esenciales de su libertad y lo hacen con entusiasmo y para alcanzar el disfrute masivo de herramientas de ocio e información, prácticamente inagotables.

Este breve ensayo parte del suicidio asistido de nuestra intimidad y su paulatina sustitución por el nuevo paradigma de la identidad digital, en una inquietante transformación que acentúa extraordinariamente nuestra condición de seres tremendamente vulnerables. El texto, aunque lo parezca, no se limita a exponer otra percepción pesimista. En España el pesimismo siempre ha tenido prestigio y tan profundo error nos ha conducido reiteradamente, a través del camino de su exhibición impúdica, hasta distintos abismos que aún no somos capaces de recordar sin rencor. Sin embargo y afortunadamente, esta situación se atisba como una forma de tenue lucidez colectiva, como un bondadoso aviso que nos llega a tiempo y que nos permitirá aprovechar aquellas oportunidades que, en el futuro, probablemente nos ofrezca el azar.

Por primera vez en la historia, la tecnología pretende construir una nueva naturaleza y nos impone otra relación con nuestro entorno. Este proceso se desarrolla a un ritmo vertiginoso y sin conocer con exactitud cuáles puedan ser las consecuencias reales de su implantación. La desaparición de la intimidad, sustituida por la engañosa identidad digital, es la primera de una larga serie de limitaciones a nuestros derechos más esenciales que debemos reconocer y combatir. Las nuevas pautas sociales nos debilitan y apenas nos permiten escapar de los más rígidos sistemas de control. También nos devuelve este proceso al viejo mito de los nombres ocultos. Solo la trascendencia nos permitiría comprender la verdadera identidad que se esconde tras nosotros. Desvelar prematuramente ese nombre puede destruirnos y hasta hacernos desaparecer. Este breve ensayo nos recuerda los principios que pueden guiarnos en esta defensa de nuestras libertades más esenciales en un futuro que se antoja distópico y cruel, ajeno muchas veces a los sentimientos que deben inspirar a una sociedad justa y democrática.








Fragmento


Es evidente que siempre hay una zona oscura que no se quiere compartir ni siquiera con nosotros mismos, pero ello no significa que esta zona contenga pensamientos o actos ilícitos, inconvenientes o reprobables. Este espacio apartado de la realidad virtual parece ser el único que rechaza enérgicamente la exposición pública que impone la nueva naturaleza de nuestra existencia.

En general, por ejemplo, negamos cualquier aspecto virtuoso a la tristeza, incluso llegamos a negarle, en un alarde de irresponsabilidad, cualquier sentido práctico o utilidad. Si excluimos los aniversarios fúnebres de la familia o las notificaciones sancionadoras de organismos públicos, son muy escasos los mensajes que refieren alguna forma de tristeza. Parece que las redes quieren aparecer ante nosotros como un infinito jardín de infancia en el que solo debemos transmitir mensajes muy positivos o formas de agradecimiento o asombro[1].

Cabría añadir a lo anterior que no mostramos nunca, cuando menos en lo personal, aquello que nos duele, quizá porque nos presenta como sujetos más débiles o vulnerables. Todos los desajustes que nos imponen las circunstancias que nos rodean, no merecen ser advertidos o comentados con los demás y los marcamos con un signo denigrante que los condena al silencio. La exhibición impúdica y próxima, casi ampliada, de lo cotidiano y ordinario nos empobrece y aísla, nos desnuda como si diéramos la espalda a la realidad para no tener que mirarla.

Pero si el mundo digital es un mundo sin intimidad, habría que preguntarse qué o quienes ocupan ese espacio vacío. Podríamos imaginar como solución una intimidad más profunda, pero advertimos muy pronto que se produce un hito paradójico ya que ese espacio profundo es demasiado grande para que pueda convertirse en refugio de sentimientos íntimos. El problema, por tanto, no es que no nos quede un espacio propio en ese pozo inmenso para subsistir: El problema es justamente el contrario y es que el espacio disponible es tan grande y descabellado que alojaría un intimidad siempre abrumada por la vastedad del aposento que la acoge. La intimidad requiere un espacio corto y cerrado, un horizonte humano y por eso lo íntimo se escapa para buscar el lugar natural y proporcionado que verdaderamente le corresponde. ¿Pero dónde puede acudir? ¿Qué viene para ocupar su lugar, para habitar ese inmenso espacio vacío?

Sabemos que lo íntimo deja de tener valor y que lo sustituye el rastro de registros que deja nuestro paso por el camino de la virtualidad, la suma de anotaciones que genera nuestra vida cotidiana y que podríamos considerar el reflejo de nuestra nueva identidad digital, el imperio definitivo del dataísmo en los términos pesimistas que se describen en el famoso ensayo de Yuval Noah Harari[2].

Quizá por eso muchas personas, conscientes de su naturaleza como sujetos de rendimiento[3], pero críticos e infelices con este sistema, muestran su rebeldía y adoptan viejos usos o comportamientos sociales que les permitan evitar ese rastro electrónico pegajoso e interminable. Procuran, por ejemplo, pagar sus transacciones con dinero efectivo[4], de manera que el papel moneda adquiere en nuestras manos un aire clandestino y equívoco. Algo tan natural como utilizar el dinero físico que lícitamente poseemos, se convierte en un acto sospechoso o en una fuente de leve intranquilidad. Para muchos, será preferible sufrir un pequeño robo, apareciendo como víctimas, que ser descubiertos en el pago efectivo por las autoridades tributarias, algo que los transforma y registra como personas sospechosas.

Sin incurrir en exageración alguna, podríamos considerar que esta situación es una consecuencia más de la intimidad social sustituida por una identidad digital que busca convertir al ciudadano en un sujeto previsible y feliz. Además, las aristas de esta cuestión nos trasladan, en tal caso, a nuevas preguntas que procuran descubrir a qué o a quienes sirve el nuevo súbdito digital.

En apariencia, el dueño digital que determina y medio gobierna nuestra voluntad es un espejo. El amo de nosotros somos nosotros mismos, pero un nosotros devaluado y confundido. He ahí la tragedia que se nos presenta y nos confina en un callejón sin salida. Partimos del famoso aforismo de Franz Kafka que inspiró las primeras enseñanzas de Byung-Chul Han[5]: El animal le arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo.

La brillantez del silogismo nos atrapa y solo queremos creerlo con un sincero fervor, pero nos ofrece una visión un tanto limitada del problema, que exige buscar respuestas más eficientes en el mundo del derecho si seguimos entendiendo que una de sus funciones primordiales, máxime en este tiempo distante y desdibujado, es el arte de trazar límites[6], una labor cuya dificultad se ha incrementado en términos exponenciales con el desarrollo, imparable e impredecible, de las nuevas tecnologías.

Es cierto que el esclavo se apodera del látigo, pero lo hace como un sujeto inducido y devorado por la nueva dimensión de la virtualidad. Esta dimensión es una tierra infértil, un légamo invisible que lo atrapa, que acoge su identidad digital y que rinde el fruto de una nueva intimidad que no es más que la relación ordenada y sumisa de la mayor parte de sus actos. El amo digital no se impone por la fuerza: solo nos confunde: Nos entrega la llave del habitáculo en el que nos confina para que creamos que podemos abrirlo y salir, pero la llave solo sirve para entrar porque nos ha convertido previamente en
esclavos vocacionales que no pueden, ni quieren, ni saben abrir la puerta de su libertad. Si lo hicieran azarosamente, como un simple impulso mecánico, se encontrarían con un muro invisible alzado con la corteza del miedo y la adicción a una soledad muda, plana y casi opaca que se esconde de la naturaleza real y que vive una sensación contraria o antagónica a esa soledad sonora que descubrieron y cantaron, con tanto acierto, los místicos españoles[7].

Este nuevo sujeto de rendimiento y de consumo tiende a convertirse, además y entre otras pobres alternativas, en un sujeto de escrutinio que analiza sus acciones de manera compulsiva. Se convierte en un minúsculo engranaje de un mundo de recuento, un mundo ciego que no sabe muy bien dónde se
encuentra y donde se dirige. Rinde ante sí mismo con su explotación, consume para sostener materialmente el sistema y se evalúa continuamente para mantener el firme compromiso, tácitamente aceptado, de que sus acciones no pierdan un valor apreciable. Este comportamiento resulta tan agotador que lo incapacita o lo limita para afrontar otras acciones enriquecedoras, saludables y hasta placenteras que obstinadamente esquiva o incluso olvida para persistir en una tarea que parece que no tiene fin. El sujeto de escrutinio es una danaide agotada que sigue arrojando el rastro electrónico de su vida a un tonel sin fondo.

Paradigmas de esta tortura, leve pero persistente, serían las alarmas del teléfono móvil, zumbidos, vibraciones o campanillas que suenan una y otra vez y nos obligan a interrumpir conversaciones o ensueños. Silenciar el teléfono no basta porque, al fin y al cabo, el aplicado registro nos obliga, tarde o temprano, a detener nuestra vida y mirar las pantallas para borrar un sinfín de alarmas innecesarias o de intentos de acoso o fraude. En definitiva, este nuevo sujeto de escrutinio se ha transformado en el esclavo vocacional e incansable que desconfía de su libertad y acaba por traicionarla y que, a veces, hasta la odia porque le exige la toma propia de decisiones.

El incremento de la auto explotación nos ha llevado hasta una auto evaluación generalizada y miserable porque sustituye o confunde el benéfico examen de conciencia que aprendimos al estudiar el catecismo católico o al descubrir los elementos básicos de la ética. Ahora no sabemos, dónde acabará llevándonos esta forma de pequeña esclavitud voluntaria en un futuro no muy lejano.



Jesús García Calderón

 

 



[1] Debo la imagen al dramaturgo Francisco Nieva (1924-2016). Solo recuerdo haber leído una entrevista, de la que no guardo referencia alguna, en la que preguntado sobre la opinión que tenía tras visitar la Exposición Universal de Sevilla de 1992, contestó que le parecía haber visitado, un inmenso jardín de infancia.

[2] Homo Deus: Breve historia del mañana; Yuval Noah Harari; Editorial Debate, traducción de Joandomènec Ros i Aragonès, Madrid, 2016.

[3] La sociedad del cansancio, Byung-Chul Han, ob. cit.; páginas 25/30. “La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya sujetos de obediencia sino sujetos de rendimiento. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos […] El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo […] La supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que la libertad y coacción coincidan […] se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en auto explotación”.

[4] Con el habitual lenguaje críptico de este tipo de normas, la Ley 11/2021, de 9 de julio, de medidas de prevención y lucha contra el fraude fiscal, de transposición de la Directiva (UE) 2016/1164, del Consejo, de 12 de julio de 2016, por la que se establecen normas contra las prácticas de elusión fiscal que inciden directamente en el funcionamiento del mercado interior, de modificación de diversas normas tributarias y en materia de regulación del juego, nos recuerda en su Exposición de Motivos que la previa modificación de la normativa tributaria y presupuestaria y de adecuación de la normativa financiera para la intensificación de las actuaciones en la prevención y lucha contra el fraude, en la línea también seguida por otros países de nuestro entorno, determinó la limitación al uso de efectivo para determinadas operaciones económicas. En ese sentido y ante los positivos resultados obtenidos, se introduce una nueva modificación en el régimen sustantivo de los pagos en efectivo, dirigida a profundizar en la lucha contra el fraude fiscal, disminuyendo el límite general de pagos en efectivo de 2.500 a 1.000 euros.

[5] La tonalidad del pensamiento, Byung-Chul Han, Paidós Contextos, Editorial Planeta, Barcelona 2024; traducción de Lara Cortés Fernández; página 74. “El animal piensa que es libre cuando se azota a sí mismo. Y nosotros hemos sucumbido a esta ilusión fatal. Nos explotamos voluntaria y apasionadamente, con la ilusión de que nos estamos realizando. […] Soy al mismo tiempo amo y siervo. Esta es una libertad paradójica en la que confluyen presión y libertad.”

[6] El arte de trazar límites. Sobre la defensa del lenguaje jurídico para comprender el lenguaje. Jesús García Calderón. Anales de la Real Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia, número 8, 2016, páginas 31-39. “Fue Manuel Olivencia quien también reclamara, con tanto acierto y en su recordado Discurso de Ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, pronunciado en 1981 y titulado Letras y letrados, la importancia de la lengua para el jurista. Allí nos recordaba los consejos del maestro Joaquín Garrigues Díaz-Cañabate, autor del famoso Curso de Derecho Mercantil que aparece en años tan decisivos para el devenir de España y Europa como 1936 y 1940 y allí nos refiere también su impagable enseñanza al imponer a cualquier jurista que se precie, entre otras muchas obligaciones, la de buscar la claridad, señalando que el Derecho es el arte de trazar límites y el límite no existe cuando no es claro”.

[7] La noche sosegada/en par de los levantes del aurora, /la música callada, /la soledad sonora, /la cena que recrea y enamora; ya aparece en esta estrofa del Cántico de San Juan de la Cruz o en otros muchos poemas o poemarios decisivos en la literatura española y universal como La soledad sonora (1908) de Juan Ramón Jiménez.





viernes, 25 de julio de 2025

EL CÁLCULO AMBIGUO DEL NÚMERO POÉTICO

Para la sección de Ciencia del blog Ancile, traemos un nuevo post bajo el título de: El cálculo ambiguo del número poético, siguiendo las indagaciones sobre estos interesantísimos aspectos matemático poéticos.


EL CÁLCULO AMBIGUO

 DEL NÚMERO POÉTICO


El cálculo ambiguo del número poético, Francisco Acuyo


Del algoritmo métrico (en poesía), podríamos decir muchas cosas de gran interés las cuales no debieran sorprendernos, ya que dicho número es uno de los garantes de la singularidad del discurso poético. La métrica poética es un caso ejemplar de cómo el significado de un algoritmo no puede ser completo, ni unívoco ni literal,[1] y por lo tanto tampoco deducible un funcionamiento mecánico del mismo. El error expreso o entendido como desvío en algunos casos que trasgreden la normativa del precepto métrico,[2] devienen  porque el cálculo del número poético es necesariamente ambiguo. Las técnicas de enumeración no son exhaustivas y nos muestran que la comprensión del fenómeno poético, a través de la razón instrumental, es imposible.

También en poesía el número y sus errores o desvíos no mecánicos nos acaban hablando de la incompletitud de los números y de sus sistemas, incluido el métrico, pero también de la increíble potencia de aquellos algoritmos constituyentes que se muestran inagotables e inimaginables, llevando el discurso poético incluso en sus estructuras numéricas al ámbito, para muchos harto incómodo, del infinito.

Se diría, en fin, que el número en poesía ofrece un ámbito singular donde la creencia del número versus logos se pone en cuestión de manera excepcional y profunda, acaso porque el número poético es dueño y señor del engaño de una extensión impropia, de la cual, sin embargo, procede la veracidad.[3] El contar pies métricos, sílabas… nos ofrece la posibilidad de alcanzar algo que pueda ser objeto no sólo de episteme, de conocimiento, también nos abre una vía asombrosa para reconocer el origen, lo inicial, lo primero, la unicidad de la que deviene lo múltiple, porque en ella no valen las determinaciones o delimitaciones o fronteras entre lo razonable, lo lógico, lo mítico o lo trascendente. 

El cálculo ambiguo del número poético, Francisco Acuyo

La poesía y su razonamiento especial numérico nos muestra que, tras la pérdida o la trasgresión del límite, de la medida, del mismo concepto, radica la potencia fundamental de lo creativo, que es infinito por inagotable. El número poético parece indicarnos que el origen del número es el del mito, el del dios que regresa de su exilio[4], y que no es sino el continuum de la vida, y que el apeiron, el caos de la percepción, es susceptible de proporción, medida y estructura algorítmica.

La poesía vive y se recrea en su carácter proteico: de ser y estar en la realidad del fuego y del agua, de nadar entre el caos y el número, pues en ella conviven lo continuo y lo discreto. En la naturaleza de la poesía (y en la poiesis de todo arte) la convivencia del número y del logos, se entrevé su singular simiente, la cual ha de crecer como potencia de lo creativo: el cómputo (taxis) y el logos van de la mano, y su cálculo no hace sino proponer la pertenencia o no a secuencias recursivamente numerales como criterio de definición y progresión jerárquica de conceptos[5], aunque, también ¿pudiera considerarse que proviene de un enigmático origen ritual? ¿Es el número poético una suerte de conjuro contra el caos?

En cualquier caso, el número del verso forma parte esencial del discurso poético, cuyo ritual numerológico es opuesto al taxonómico, que habría de dar lugar a la ciencia, aunque el número poético forme parte intuitiva también de la ontología del número, que reconoce el sentido del logos más allá de la definición y síntesis de la fonación y el significado. Se manifiesta como la apofainesthai aristotélica que se renueva continuamente, como si se tratase de una creación y recreación divinas. El ritual métrico, con sus series numéricas, forma parte de ese ceremonial que nos conecta con lo trascendente.


Francisco Acuyo



[1] Zellini, ob. cit. Pág. 461.
[2] Acuyo, F.: ob. cit.
[3] Zellini, P.: ob. cit. pág.11
[4] Heine, H.: Gli Dèi in Exilio, pág. 21.
[5] Zellini, P.: ob. cit. 43.


El cálculo ambiguo del número poético, Francisco Acuyo


martes, 22 de julio de 2025

PARA JESÚS CABEZAS, POR ANTONIO CARVAJAL

 Por mediación de mi querido amigo y admirado profesor y poeta Antonio Carvajal, traigo para la sección de homenajes un texto dedicado a su amigo Jesús Cabezas, el cual acompaña un enlace que remite al artículo publicado en el Faro de Motril, intitulado: Se cumplen sesenta años de la apertura del Instituto laboral, al que puede acceder clikeando en el mismo título de esta entrada, o al final del texto de Antonio Carvajal. 


PARA JESÚS CABEZAS,

POR ANTONIO CARVAJAL





Mi admirado Jesús Cabezas, motrileño, médico, poeta y memorialista, se ha jubilado y, en vez de caer en depresiones, va adquiriendo un aspecto cada vez más luminoso, como si el alejamiento del urgente dolor físico ajeno (que tanto duele a quien lo sabe y trata de remediarlo) hubiera cedido plaza a la libre creación y a la contemplación de lo vivido que le permite mostrar cómo desde el humus (mantillo con nutrientes diversos) se alzan los frutos de la tierra, unos de ofrenda suave y otros cuajados de espinas. En un artículo enjundioso(doy el enlace para su disfrute) evoca la creación del primer instituto de enseñanza media (bachillerato) de Motril y nos da por añadidura una lección de intrahistoria de la ciudad y la comarca costera. Frágiles de memoria, en estos tiempos en que por la frivolidad de los poderes en España, además de los valores heredados se ha perdido la presunción de inocencia en aras de la calumnia y la impunidad de quienes la practican, un artículo como el de Jesús Cabezas, en que se evocan con nombres y apellidos a quienes lucharon por el bien de sus conciudadanos presentes y futuros, se recibe como un don supremo de generosidad e inteligencia.



Antonio Carvajal



SE CUMPLEN SESENTA AÑOS DE LA APERTURA DEL INSTITUTO LABORAL






viernes, 18 de julio de 2025

DEL ALGORITMO PREDICTIVO Y LA FE EN LOS NUEVOS ¿MITOS? DE LA CIENCIA

Abundamos sobre cuestiones de gran actualidad que afectan a la vida ordinaria, científica y artística, y todo para la sección de Ciencia del blog Ancile, bajo el título general de: Del algoritmo predictivo y la fe en los nuevos ¿mitos? de la ciencia?


DEL ALGORITMO PREDICTIVO 

Y LA FE EN LOS NUEVOS ¿MITOS? DE LA CIENCIA


Del algoritmo predictivo y la fe en los nuevos ¿mitos? de la ciencia? Francisco Acuyo


El algoritmo predictivo y la fe en la IA(1)  exponen una situación en verdad inédita en la historia de la civilización humana. Ofrecen una aproximación para la interpretación del mundo nacida desde la perspectiva más positivista de la ciencia, que parece abocar a una nueva creencia, cuyo fundamento se arraiga (dixit) en la ciencia misma. El afán determinista de tecnologías y ciencias como las que sostienen la IA establecen los fundamentos hacia nueva aproximación (casi religiosa) de los nuevos algoritmos predictivos, que nutren las ciencias de la información y que configuran los nuevos y espectaculares avances de la IA.

    Parece que uno de los principios más revolucionarios de la ciencia del siglo XX, cual fue el principio de incertidumbre, pretende ser puesto en cuestión por esta corriente impulsada por la IA que vende su potente algoritmo predictivo como la ilusión cierta de poder controlar el futuro. Se alimenta esta fe en la creencia de que el algoritmo conoce y nos conoce mejor que nosotros mismos. Se nos olvida que estos productos de alto y potente ingenio matemático, no pueden ser en modo alguno óbice para el desarrollo de la comprensión amplia y profunda de lo que nos acontece, pues acabaría desvirtuando los valores de la cultura y los nuestros propios.

Del algoritmo predictivo y la fe en los nuevos ¿mitos? de la ciencia? Francisco Acuyo    Está, creo que muy apropósito traer a Soren Kierkegaard para hacer una suerte metátesis de una afirmación suya, convertida en pregunta: ¿el algoritmo predictivo entiende que la vida sólo puede entenderse mirando hacia atrás, pero, no debe vivirse hacia delante? ¿Sabremos distinguir los mundos on line u offline, el yo virtual, el yo imaginario y el yo real?(3) ¿Distinguimos realmente lo que es comprensión de lo que es predicción? ¿La eficiencia de la curiosidad y del entendimiento? ¿Podrá, en fin, la máquina preguntar por qué y cómo suceden las cosas? 

    A la luz de los acontecimientos e interpretaciones de los aportes de la IA en la actualidad, no sabría decir con certeza, si aquellos algoritmos predictivos anunciados no son el resultado de unas nuevas artes adivinatorias(3)  de la modernidad. ¿Es posible un resurgir del mito en nuestros días, cunado la ciencia se supone que había superado tantos? ¿O estamos ante una nueva suerte determinismo cientificista que nos obliga a una nueva lucha por hacer las preguntas correctas ante los retos de la IA? ¿La visión especular del mundo propiciada por las nuevas tecnologías (IA, realidad virtual, metaverso…) no dificultarán la distinción entre lo real y lo emulado?

    Se dice que ejercicio artístico ofrece una quiralidad que lo distingue de la emulación de la IA, en tanto que el objeto reflejado nunca sería igual al original. La mímesis de la IA, en realidad, ni siquiera copia, pues imita, y en ese proceso de emulación cabría también interrogarnos con la pregunta esencial humana: ¿cuál es el lugar del hombre en la naturaleza, y, sobre si, la máquina llegaría a precisar o tener la necesidad de hacérsela?

    ¿Cuál será el papel del hombre en general y del artista en particular en los tiempos de irrupción de las nuevas tecnologías y especialmente de la IA? Acaso se hará necesaria una reinvención de la libertad, de la imaginación (sobre todo ante las amenazas de la AGI -Inteligencia general artificial-) ¿Igualará a la humana? ¿Está la privacidad en peligro?

    Parece que la ambigüedad del arte en general (y de la la poesía en particular) ofrecen una seria resistencia al determinismo de la IA. Al menos a día de hoy. En el ejercicio creativo el futuro no está escrito, sigue abierto, la incertidumbre (como principio) ¿organizador? del mundo garantiza esta irresolución y discontinuidad que tiende al infinito.



Francisco Acuyo



  (1) Nowotny, H.: La fe en la inteligencia artificial, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022.
  (2) Ibidem, pág. 30.
  (3) Espósito, A.:  Artificial comunication: How Algortithmios Produce Social Intelligence, MIT, Press, 2021. 



Del algoritmo predictivo y la fe en los nuevos ¿mitos? de la ciencia? Francisco Acuyo



martes, 15 de julio de 2025

ALGORITMOS Y POESÍA

Para la sección de Ciencia del blog Ancile, y abundando sobre el número poético, traemos un nuevo post que se titula: Algoritmos y poesía.


ALGORITMOS Y POESÍA


Algoritmos y poesía. Francisco Acuyo


Es bien cierto que la poesía es muy susceptible de interpretación, tratamiento y emulación algorítmicos. El poeta y gurú de la IA, Ray Kurweil, nos deja una muestra en El poeta cibernético. Desde luego, parece claro que el supuesto irracionalismo y hermetismo de la poesía moderna facilita dicho tratamiento algorítmico. No soy el único que intuye que lo realmente creativo no puede ser en modo alguno mecánico, aunque mantenga un sustrato descriptible matemático, porque, como ya advertíamos en anteriores ocasiones, no conforma una estructura lineal, si en verdad la estructura que la compone será más que la suma de sus partes.

    En cualquier caso, lo que fascina de la IA en los intentos de aproximación al fenómeno poético, es que en su intento subyace un recurso a través del cual damos vida propia al algoritmo o algoritmos constituyentes, y lo hacemos en virtud de nuestra propensión humana analógica a dialogar con el mundo. En este genuino diálogo humano con el mundo, ¿cómo podrá afrontar la IA aspectos como la creatividad, el sufrimiento, la muerte, la vida, la conciencia?

Algoritmos y poesía. Francisco Acuyo
    El discurso desviado, singular, de la lengua que ejerce la poesía la hace situarse un paso más allá de la percepción al uso porque se posiciona entre aquel incompleto dominio de los sensorio y el orbe de las abstracciones analógicas (deducible, por ejemplo, de fenómenos retóricos como la sinestesia), con la salvedad extraordinaria de que los parámetros numérico cuantitativos abstractos que ofrece la poesía, se deducen cualidades de la experiencia subjetiva. 

    Lo que nos enseña el número poético es que el orbe material al que puede referirse es susceptible de ser enmarcado por el número, y, sin embargo, muestra cómo paradójicamente no puede acceder por el número mismo a las cualidades de experiencia que constituyen su discurso, aunque esto nos óbice para su sistema entrelazado de relaciones en donde cuenta todo en todas partes. La poesía pone en evidencia que la información que baraja es una propiedad del sustrato de la conciencia personal empírica del poeta en conexión con la transpersonal que inunda e informa el mundo.

    A través de la indagación poética he aprendido que la existencia es lo que alcanza nuestra conciencia, y que aquello tenido por real fuera de estos parámetros, es la ilusión de un mito. La percepción del poema verdadero es la experiencia directa que no puede expresarse sino por vía de esa de esa singular aprehensión, por eso, en realidad, la poesía es algo muy, muy raro y singular,  no accesible a cualquiera que aspire a conocer, o, mejor trascender el mundo de la metis (de la ilusión, del engaño), en el que de consuno estamos imbuidos, y si los procedimientos conceptuales son los que nos llevan al engaño, la poesía nos invita a trascender los límites de la razón y la lógica convencionales. La poesía, en su corriente de paradojas continuas nos muestra el torrente de intuiciones mediante las que reconocer el engaño y la insuficiencia de la razón y su lógica conceptual.




Francisco Acuyo




Algoritmos y poesía. Francisco Acuyo


viernes, 11 de julio de 2025

ALGORITMOS Y LA PERCEPCIÓN POÉTICA

Se dice que la poesía es especialmente susceptible de conformar sorprendentes emulaciones a través de algoritmos a propósito para dicha emulación. Para la sección de Ciencia del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva el título: Algoritmos y la percepción poética.



ALGORITMOS Y LA PERCEPCIÓN POÉTICA



Algoritmos y la percepción poética. Francisco Acuyo



 Si atendemos al hecho de que los algoritmos y todo lo que devine de la programación de información se fundamenta en la matemática, a la vez que propicia emulaciones artísticas sorprendentes, creo que deviene una interrogante ineludible en relación a sus fundamentos: ¿Es la matemática creativa? ¿Puede un programa ser más que el reflejo de la creatividad del programador? ¿Puede la máquina cambiar las reglas de juego como lo hace el espíritu humano creativo? ¿Se puede aprender a ser creativo?

    A tenor de lo inmediatamente expuesto, cabe advertir un hecho curioso, y es que la herramienta algorítmica (fundamento de la IA) es en realidad mucho más antigua que los ordenadores, y que dichos algoritmos son un fundamento vertebrador de las matemáticas. El lenguaje algebraico (Al Juarismi) que lo sustenta (donde una letra puede representar un número), ofrece un recurso lingüístico a la matemática que permite el entendimiento de las relaciones entre los mismos números, para explicar los patrones que rigen entre ellos. En realidad, gracias estos algoritmos, el ordenador no necesita pensar: sólo hay que seguir las instrucciones algorítmicas para encontrar la solución a lo que se busca.

Algoritmos y la percepción poética. Francisco Acuyo
    Hasta aquí, todo parece entrar en la normalidad del cálculo y no ofrece nada que pueda parecer inquietante. Se trasciende esta normalidad cuando observamos la nueva generación de algoritmos cambiantes que interactúan con los objetos, hasta tal punto que el propio programador no alcanza a entender las elecciones que hace. ¿Significa esto que el algoritmo puede plantearse preguntas, si estamos en un error? Esto es una noción clara de inteligencia, pero, ¿también de conciencia? Los denominados perceptrones(1) quieren explicar estas relaciones tan extrañas plantean más preguntas ¿El funcionamiento

neuronal biológico humano es reducible a un perceptrón? ¿Serían estas neuronas artificiales algo sin datos? ¿Es la experiencia vital susceptible de verse reducida al funcionamiento de aquellos perceptrones? ¿Se le pude llamar aprendizaje a la sustitución de unos datos por otros?

La base cartesiana que sustenta buena parte de la matemática de la información nos dice que una imagen ¿puede que una obra de arte o un poema? es una mera traslación de a un número, pero ¿puede dar nociones esta traslación de ideas como, por ejemplo, lo que entendemos por belleza? ¿Puede crear arte la IA? ¿O es solo una herramienta a usar por el artista (véase el arte fractal)(2)

Si la música se ha considerado como el sonido de las matemáticas, ¿qué cabría decir de la poesía? ¿Si la música es un ejercicio aritmético inadvertido en el que la mente no sabe que está calculando(3), qué podíamos decir de la poesía y del número poético? Y ¿qué decir de las emociones que surgen de aquellas estructuras matemáticas que hacen posible la pieza musical o el poema, o son las emociones las que orientan las estructuras numéricas de sus diferentes constructos? En la estructura métrica del verso parece claro el acomodo de determinadas posiciones rítmicas que se sitúan estratégicamente en sílabas establecidas para mayor expresividad del verso, aunque a veces no concuerde con la preceptiva recomendada.

Hay ingenios informáticos como EMMY, que en el ámbito musical tienen gran relevancia, pero no debemos olvidar que la base de datos que trabaja estuvo generada por un ser humano. Estos artefactos empiezan a ser aceptados con cierta normalidad, como es el caso sería del algoritmo AIVA (2016), que fue determinante para crear máquinas compositoras que han sido aceptadas incluso, por la Sociedad de autores, compositores y editores de música (SACEM), en Francia. También en el país francés se ensayó una literatura de origen algorítmico, así OULIPO, es un grupo que inauguró un taller de literatura potencial, allá en el año 1960, y de cuyas restricciones numéricas en la escritura extraían una suerte de nueva libertad (que me suena muy familiar en el aspecto métrico de la poesía).

En relación a estos intentos algorítmicos de emulación, daremos cuenta por su interés en próximas entradas del blog Ancile.



Francisco Acuyo



(1) Son algoritmos lineales o neuronas artificiales (redes neuronales artificiales) que se utilizan en el aprendizaje automático. Se distingue el perceptrón simple y el multicapa. El primero sólo puede analizar objetos linealmente separables con resultados binarios: 0-1; el segundo es similar al primero pero con más capas ocultas y que tiene la característica de la retropropagación, es decir que se ejecuta en dos etapas; hacia adelante y hacia atrás.
(2)Véase el programa Aarón de Harold Cohen, el cual toma decisiones propias, o los intentos del ICA (instituto de arte contemporáneo, en Londres (1968), donde pretendía trasladar la creatividad a la máquina, hasta el año 2018, en la galería Christie’s, donde se vendió la primera obra generada por un algoritmo.
(3) Leibniz G.W.: Cartas a Goldabach, 1.717.




Algoritmos y la percepción poética. Francisco Acuyo





martes, 8 de julio de 2025

VIDA, EXISTENCIA: LOS SÍMBOLOS ACTIVOS Y EL NÚMERO POÉTICO

De nuevo indagando en el inquietante mundo de la IA, traemos un nuevo post para la sección de Ciencia del blog Ancile. esta vez bajo el título de: Vida, existencia: los símbolos activos y el número poético.


VIDA, EXISTENCIA: 

LOS SÍMBOLOS ACTIVOS Y EL NÚMERO POÉTICO



Vida, existencia: los símbolos activos y el número poético. Francisco Acuyo


La poesía vive y se desarrolla a través de símbolos activos que rigen en la propia existencia, en el dominio de las experiencias vitales del artista ¿Podrá la IA llegar a transmitir y desarrollar algo similar esto? La poesía usa el número porque instintivamente se sabe entre el cielo y el infierno, y debe usar el número paras establecer los límites. El orden numérico no hace sino tener en cuenta la medida fundada en el ritmo, que es el número mismo que, paradójicamente, conduce al continuo, al infinito que supera lo numerable. ¿Puede la IA llevar a cabo algo así? El poeta sabe, en fin, que su impulso creativo no está dirigido por él mismo, aunque esté traducido tanto en el número poético como en la singularidad de su discurso, ya que están sustentados por la intuición del poeta a la búsqueda de la verdad que no está determinada, sino en continuo proceso de creación.

    No sé hasta qué punto la IA aspira a recuperar el sentido del antiguo concepto de automaton, que anhela a un dinamismo propio que en realidad huye de todo determinismo, como lo hace el número y el lenguaje poético, incluso en el manejo de determinadas formas canónicas del metro (véase el caso extraordinario del soneto), que se procesa en lo imprevisible y no se sujeta a un formalismo cerrado, mecánico y axiomático.

    Si con los conceptos de indecibilidad e incompletitud de Gödel la matemática, y concretamente la aritmética, son en realidad un producto abierto, consecuencia y desarrollo de un trabajo creador, ¿tal vez la IA pueda emular con mejor eficiencia el complejo, no lineal y dinámico del lenguaje artístico en general, y particularmente el poético, que trascienden todos cualquier sistema estático y mecánico formal? Como vemos las interrogantes se suceden sin continuidad lógica de una respuesta clara y definitiva.

    Si es cierto que el alma es en cierto sentido todas las cosas,(1)  y sustituimos el alma aristotélica por la conciencia, podemos entender cómo el discurso y el número poético, ambos siempre al límite del lenguaje y del cálculo, como lo hace también la intuición matemática, nos habla de que todo fenómeno está comprendido en una red de infinitas conexiones con el mundo circunstante.(2)  ¿Podrá dar constancia la IA

de esta singularidad integrante e integradora del mundo?

    ¿Podrá, en fin, la IA, emanciparse de la tiranía del dato? ¿Podrá sacar rédito, como lo hace el artista en su ejercicio de inventiva, imaginación, de la ignorancia de muchas cosas? ¿Hasta qué punto no será que estemos enfrentado la inteligencia con la conciencia cuando hablamos de IA? Todo parece indicar que, cuando un ordenador emula eficazmente el proceso de información que se produce en las redes neuronales, no aparece una experiencia interior privada,(3) y esto es así porque la emulación de un fenómeno, no es el fenómeno mismo.

    Cuando decía Claude Debusy que: las obras de arte producen reglas, pero las reglas no producen obras de arte, acaso sin saberlo estaba poniendo en el dominio de las ciencias de la cognición un problema, cuya controversia, ahora cómo nunca, afecta a las potenciales capacidades de conocer y entender el hombre, frente a las nuevas tecnologías, sobre ante el despliegue de posibilidades que ofrece la IA, y que afecta a los procesos creativos, hasta la fecha, genuinos y propios del ser humano. Si la IA fuese capaz de crear, ¿indicaría que existe un código fuente accesible también a la máquina? Por esto, ¿se puede afirmar que la creatividad es o puede ser un proceso algorítmico?




Francisco Acuyo



(1)  Aristóteles, Del alma, Gredos, Madrid, 2005.
(2) Zellini, P.: La rebelión del número, Sexto piso, Madrid, 2007, pág. 232.
(3) Kastrup, B.: Pensar la ciencia, Atalanta, Gerona, 2023, pág 119.





Vida, existencia: los símbolos activos y el número poético. Francisco Acuyo


viernes, 4 de julio de 2025

EL CAYUCO, POR JUAN MIGUEL ORTIGOSA

Traigo para la sección de Narrativa del blog Ancile, este sentido relato de nuestro amigo Juan Miguel Ortigosa, cuya temática es de plena actualidad y encierra el dramatismo de la vida de tantos que buscan una vida mejor fuera de los lugares que los vieron nacer, y todo bajo el título de El cayuco.


EL CAYUCO, 

POR JUAN MIGUEL ORTIGOSA



El cayuco. Juan Miguel Ortigosa


   Y los años pasan y ni de una parte ni de otra, damos señales de querer empezar a superar el malentendido. Y digo malentendido, porque no puedo concebirlo de otra forma, porque no puedo entender que siendo todos trabajadores y trabajadoras del mundo, pueda esto ser verdadero racismo, hacia las trabajadoras y trabajadores de la otra parte. Porque el racismo, significa y encierra elitismo, supremacía, desprecio y rechazo al otro… y yo sé que esto no es así en nuestro Llano. Quizás un poco de miedo a lo desconocido, una cierta xenofobia, sea el sentimiento que mejor explique el rechazo entre ambas partes. Y cuando digo ambas partes, efectivamente, me refiero a que en los dos colectivos, autóctonos e inmigrantes, he detectado un similar rechazo. Hoy sólo quiero decirles a unos y a otros: hace ya exactamente cuarenta años que llegó al Llano el primer inmigrante procedente del continente africano. ¿No es tiempo ya, de que nos hubiéramos conocido lo suficiente, como para no considerarnos desconocidos y dejar de ignorarnos mutuamente?. ¿No es tiempo también, para que la otra parte, sin abandonar sus costumbres, creencias y tradiciones, se integren también y acepten las normas de actuación y convivencia del país de acogida? Mientras tanto resulta que la situación real, que es tan terca y obstinada nos dice, que tanto a nivel profesional, (trabajo asalariado y autónomo en la huerta) escolar o de población en general, es del 50 % en todos los estamentos, como es fácil de comprobar. En tantos años ya de “convivencia,” hemos pasado de la simpatía inicial, al rechazo, luego a la indiferencia y últimamente, movidos quizás por falsos bulos, “fake news” y exageraciones de comportamientos inadecuados, de nuevo a un cierto racismo. Cuarenta años alimentando falsos bulos de violaciones, agresiones, robos, e incluso graves atentados contra la vida, hasta ahora todos falsos o en su inmensa mayoría, dan para mantener el fantasma de la xenofobia y hasta del racismo, como así ha ocurrido. En ese tiempo, es cierto que todos esos comportamientos y otros mucho más graves, se han dado en el ámbito de nuestro Llano, sin embargo, hasta ahora, todos, ajenos a esa población inmigrante que convive con nosotros. ¿No nos dice nada esto? Y no creáis que al escribir así, es que me siento “más bueno” o “más perfecto” que los demás, que también yo he tenido que luchar contra mis propias fobias y contradicciones. Tal vez, en alguna ocasión tuve la suerte de tropezarme con testimonios como los de esta carta escrita por un inmigrante de Malí, narrando su odisea de inmigrante “ilegal”. ¿O tal vez lo he soñado?.., ya no lo recuerdo bien, pero que dice así:

  - “Tres largos días con sus larguísimas noches, llevamos en medio del mar. Tres días viendo sólo agua y cielo. El mar, unas horas calmo y otras levantisco, reflejando en su azul, el azul puro del cielo y en

El cayuco. Juan Miguel Ortigosa
momentos, gris, oscuro y sucio, como el cielo atormentado y lluvioso de este día. Noches eternas, sólo acompañadas del rumor del mar y el chirriante crujir del desvencijado cayuco. 

   Todavía era noche cerrada. Si acaso, al frente a nuestra derecha, el cielo en el horizonte, tiene un ligero matiz más claro. Quizás pronto amanezca. Atrás quedaban casi setenta horas de angustioso viaje. Aún más atrás, los tres meses de deambular sin esperanza en los bosquecillos y montes del litoral norte de Marruecos. Y antes aún, la épica travesía andando, desde Malí, a través de montes, pantanos boscosos y desiertos secos e infinitos, hasta llegar a la costa.

    Habíamos empeñado todos los recursos de la familia para costear el pasaje. Uno tiene que llegar a la Tierra Prometida, para que pueda hacer de puente y tirar de los demás.

   Aquí se conocen como “mafias”, pero allí son el rostro de la esperanza, al precio que sea. Aunque demasiadas veces, el precio sea el de la propia muerte. Lo único que esperas y deseas, es que al menos sean “honrados” y cumplan lo pactado. 

    El motor del viejo y destartalado cayuco, suena entrecortado y ronco y amenaza con pararse. De pronto una luz tenue, centellea en el horizonte. ¡Es la costa!, ¡¡España, Europa, La Tierra Prometida…!! 

    Como un sólo hombre, todos comenzamos a rasgar el agua con las manos, con los pies… Hay que aligerar la marcha. En una hora, arribamos a la línea de playa. Amanece.

    Entre la turbia neblina, distinguimos una línea de formas, a menos de veinte metros del agua. Es la “policía de costas”, la Guardia Civil española. Forman un semicírculo cerrado frente a la línea de mar de más de treinta hombres. Al parecer nos esperaban desde hacía rato. Nosotros también los esperábamos a ellos. Lo teníamos muy bien estudiado y ensayado. Derrotados, exhaustos, cabizbajos, rendidos y entregados, nos dirigimos lentamente hacia ellos. Somos veintisiete: diecisiete hombres y seis mujeres. De repente, a una leve señal, como un resorte, nos abalanzamos sobre el punto de la línea que nos pareció más vulnerable. Entre la sorpresa y nuestro ímpetu, atravesamos la línea como si fuera de mantequilla. Cayeron tres, dos hombres y una mujer. Sabíamos que era el canon a pagar. Los demás, nos lanzamos a la
carrera en dirección a los montes cercanos. En ese terreno, sabíamos que no nos alcanzarían nunca. Era la ventaja de ir siempre ligeros de equipaje. ¡Lo habíamos logrado! Ahora, siempre hacia el noreste. Lo traíamos escrito en el corazón y en la cabeza: El Llano de Zafarraya, unos pueblos entre Málaga y Granada. Allí, decía Ben Amí, habría trabajo para todos. Tres días a campo a través, subiendo y bajando montes abruptos, cruzando pequeños valles y extensas llanuras… Quedábamos ocho, siete hombres y una mujer: Moussa, Sadio, Ousmane, Binta, Amidou, el menor, Lamine, la mujer, Arkia y yo, Mamadou, un poco, el jefe del grupo. Los demás, marcharon hacia el oeste. Hablaban de ir hacia Huelva, a las fresas. Varios, buscaron destino en la costa de Málaga.

El cayuco. Juan Miguel Ortigosa
Por Carolina Vigo

   Avanzaba el ventoso marzo y aunque el frío invierno había remitido, las rachas de viento y agua, hacían muy penosa nuestra marcha. Anochecía, cuando desde la cumbre de una sierra de rocas de gris claro y un denso pinar en su falda norte (la Torca), divisamos El Llano de Zafarraya. Bajamos en tropel. Diluviaba. Agotados, sin fuerzas y con el estómago en huelga de varios días…, ¡pero aguantábamos! Abajo ya, nos echamos al resguardo del viejo muro de una nave agrícola. La noche avanza y a la luz del último crepúsculo, centellean los cetrinos y chorreantes rostros de mis compañeros. ¿Son las gotas de lluvia, o es una lágrima que se escurre fugaz por la mejilla del benjamín del grupo, Lamine? De pronto, recordé un viejo dicho de mi pueblo allá en Malí: “los peces también lloran, pero el agua nos impide ver sus lágrimas”. Y unas gotas tibias, bajaron también por mis mejillas. 

    Al fin y al cabo, ahora sólo se trata de aguantar tres años, siendo “pez y no pescado”, y… ¿que son tres años, para los que llevábamos tantas vidas esperando? (Es el tiempo que necesita acreditar cualquier inmigrante irregular, para poder acceder a regular su situación y tener papeles). 

    Los faros de un coche, rasgan la oscuridad de la noche. El dueño de la nave, nos observa sereno. Se apiada de nosotros, abre la puerta de la nave y nos invita a pasar y se marcha. Media hora después, vuelve con varios cartones de leche y unas tortas. Se llama Rafael. No cruzamos más palabras, pero con el gesto basta. ¿Es posible que en el mundo todavía exista eso que llamamos solidaridad y altruismo…?

    Es noche cerrada, pero el horizonte se ilumina. ¡Son los fuegos de la nueva esperanza!

    De todo esto, hace ya cinco años. Ya llevo dos con papeles en regla y contrato permanente de trabajo. Ya me he traído de Malí, a dos hermanos y un primo. Me siento bien en El Llano de Zafarraya y aquí pienso echar raíces. Y me siento patriota, porque la verdadera patria de un pobre, es donde come y trabaja. 




                      Juan Miguel Ortigosa



El cayuco. Juan Miguel Ortigosa