Las fronteras o cesuras o compartimentos estrictamente localizados del cerebro para explicar las diferentes funciones volitivas consciente (o inconscientes, que ya adelantábamos en la anterior entrada) del ser humano, parecen diluirse en determinados momentos y circunstancias propiciados tras la observación de su dinámica singular, y de la que hacíamos referencia anteriormente, a modo de ejemplo, al caso de la sinestesia. La idea mecanicista del sistema neuronal hoy parece ponerse en total cuestionamiento, sobre todo al constatarse la plasticidad del mismo. La extraordinaria capacidad de transformación –demostrada- del cerebro nos lleva ineluctablemente a la superación del entendimiento de este como una máquina altamente especializada, perfectamente compartimentada en secciones habilitadas para cada supuesta habilidad, entraría en franca contradicción con esta propiedad otrora inaudita de la que hablamos y que le hace susceptible del prodigio de ser modificado.
Hay que reconocer que plasticidad es claramente reconocible y que los cambios de su estructura y función (del cerebro) será posible en virtud de determinadas actividades y (o) pensamientos, de lo que puede inferirse que aun cuando se deducen mayores recursos de esta extraordinaria propiedad, también se colige una mayor susceptibilidad o vulnerabilidad a los factores externos. En este caso excepcional veremos cómo incide y emparente esta visión plástica y moldeable de la entidad biológica –orgánica- de la mente, el cerebro, en la propia concepción de la conciencia poética y de su relación (e interconexión) con el mundo de los sentidos (de lo perceptual) e integración con el mundo material en el que interacciona en virtud de su instrumento genuino por excelencia : el poema, allí donde en verdad será posible ver las voces, que anunciaba el Libro Sagrado en el célebre pasaje de su Éxodo. (20,18).