Terminamos las entregas dedicadas al mito de la caverna de Platón, redactadas por el profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección, Microensayos, del blog Ancile; esta última lleva por título: La alegoría platónica desde la filosofía española.
LA ALEGORÍA PLATÓNICA
DESDE LA FILOSOFÍA ESPAÑOLA
Entre todos los
comentarios de los pensadores españoles sobre la significación del Mito
platónico de la caverna hemos elegido dos que consideramos de los más
sugestivas e interesantes y que destacan su componente crítico-político y
pedagógico. La primera de ellas es la que defiende Cesar Tejedor Campomanes, en su Historia
de la Filosofía[1], para
el cual en la Atenas en la que vivió Platón el significado de la Alegoría
asume una inequívoca dimensión política. La dialéctica sombra-luz,
abajo-arriba, interior-exterior, oscuridad–luminosidad que preside, sin lugar a
dudas, el relato platónico puede mostrarnos la verdadera intencionalidad
política platónica a la hora de proponerla en el inicio del Libro VII de República, su magna obra política. En su
opinión la caverna no se refiere
únicamente “al mundo físico en que vivimos”, al mudo físico, visible o
sensible, sino que remite sobre todo a la Ciudad
(al Estado o a la Politeia).
La caverna es “la ciudad de las sombras”, la Atenas de su
tiempo, ciudad regida por hombres “prácticos en sombras” (516c-d), es decir,
“por gente engañada y engañadora: los sofistas” y “sumida en la oscuridad del
error y la injusticia”. “¿Cuál es su salvación?”, se pregunta nuestro filósofo:
“Alguien –o algunos- debe romper las cadenas que le ligan a las sombras para
poder contemplarla iluminada por la verdadera luz. De este modo ‘la ciudad de las sombras’ se podrá convertir
en ‘la ciudad de la luz’, es decir, en la ciudad de la verdad y la justicia”[2].
Pero para ello será indispensable la presencia activa en la ciudad sombría de
la educación (Paideia), que tiene un
carácter liberador (515c), pues debe curar del error (función de la ironía socrática) y orientar hacia la
luz (función de la mayeútica) a los
prisioneros de la caverna cívico-social.
Finalmente nos encontramos en el relato con la necesidad
que tiene el filósofo -que ha contemplado, tras su ardua ascensión al exterior de la caverna,
el mundo del Bien y de la Justicia
verdaderos- de hacer partícipes al resto de los ciudadanos de su liberador
descubrimiento… Pero entonces Platón nos presenta el destino trágico de todo
verdadero filósofo: aparecer ante sus conciudadanos como un iluso, como un
personaje inadaptado al mundo de las sombras, y su discurso resultará increíble
por no decir risible. Si insistiera demasiado, molestaría a todos, y fatalmente
sería llevado a la muerte. “¿No tiene pues, salvación la ciudad? La alegoría
parece dar a entender que solamente si todos son educados, liberados de las
cadenas de la oscuridad y encaminados hacia la luz podrán aceptar las
enseñanzas y el gobierno de los filósofos y entonces la ciudad de las sombras se convertirá en ciudad de la luz[3]
.
La segunda es la desarrollada por Emilio Lledó en numerosas páginas de su extensa y valiosa obra. La
suya es la lectura que, sin duda, marca un “antes y un después” en los
comentarios sobre el significado filosófico de la alegoría platónica en la
literatura filosófica escrita en español, por uno de nuestros filósofos más
ilustres, al que ya antes nos hemos referido. La aproximación de Emilio Lledó
al Mito de la caverna- en un capítulo
de su ensayo La memoria del Logos- es verdaderamente profunda y modélica.
Su lectura distingue en el relato de la caverna cuatro espacios bien
delimitados: el primero, el más interno de la gruta o caverna y más alejado de
la salida, muy cercano de la pared del fondo en la que se reflejan las sombras,
que contemplan “unos personajes encadenados desde niños”; el segundo, detrás de
los prisioneros y tras un muro alto, es el
espacio de la simulación y el engaño, por el que circulan unos personajes que
portan objetos “cuyas sombras verán los prisioneros”; el tercero, lo ocupa la
hoguera, “cuya luz proyecta la sombra de los objetos sobre el telón final de la
caverna”; y el cuarto y último, “es el que representa la salida (Eisodos) hacia la realidad iluminada,
hacia el mismo sol”.
La lectura política
que E. Lledó lleva a cabo, tras constatar “la modernidad del mito que
parodia, certeramente, el más perfecto esquema de las relaciones establecidas
entre el espectador pasivo y el señor de
los objetos, del tiempo y del poder”, nos muestra con objetividad la
manipulación a la que sistemáticamente están sometidos los prisioneros de la
caverna política –de cualquier tiempo y lugar- con estas palabras: “Los
paseantes de realidades engañosas, los programadores de la violencia y la
falsedad, como en el mito, siguen en pie luchando hábilmente por convertir el
mundo en una gran caverna frente a la que colocarán su inmensa pantalla de
sombras”. Frente a semejante situación no cabe otra solución o posibilidad
–otra esperanza- que instar, desde alternativas políticas creadoras y
revolucionarias, impulsadas por una
verdadera praxis creadora, a cambiar
la realidad y “hacer que no sean sombras las que en la caverna anidan, y que no
sean prisioneros sus habitantes”.
Cabe finalmente una lectura
trágica que asume la imposibilidad de cualquier forma de mejorar la vida y
a los hombres prisioneros de la caverna política y que opta por reventar sus
paredes, eliminar el escenario mismo en el que se representa la farsa: “No
queda otra solución que el derrumbe total de su tramoya. La caverna no tiene
salida. Fuera no hay luz, ni sol. El abrir, desde la oscuridad, esa puerta a la
esperanza, forma parte del engaño, de un engaño lejano y último al que apenas
llegan ya las palabras del texto […]. La salida no es caminando hacia la luz,
sino haciendo, en última instancia, que esa luz de fuera, si la hay, irrumpa
sin peregrinaciones ni dosificaciones, en el centro mismo de la oscuridad
incompatible. Al hacer saltar los muros, entrará en el mundo, si no la
realidad, al menos la posibilidad: la posibilidad de que otro mejor podría
levantarse”.
No se conforma Emilio Lledó, no obstante, con ninguna
solución aporética como las hasta ahora contempladas en su investigación. Tal
vez haya otra salida, una utopía posible entendida como ideal regulativo, una razón
con esperanza que nuestro pensador
alienta y proclama en las últimas frases de su ensayo -y que da forma y
contenido a su verdadera lectura
pedagógica del mito de la caverna, sin duda sugerida e insinuada en su
texto- al proponer una “lucha decidida, revolucionaria, desde presupuestos
absolutamente nuevos, contra las caverna, contra los muros. Ello se logra con
el arma sutil y mal usada de una palabra simple: Paideia, educación. Porque mucho más peligrosa que la inflación de
las cosas, es hoy la galopante deflación de los cerebros[4]
(cont,).
TOMÁS MORENO
[1]
Cesar Tejedor Campomanes, Historia de la
filosofía, Ediciones SM, Madrid, 1999, p. 44. Inolvidable y admirado profesor y compañero, autor de varios libros de textos de
Filosofía de extraordinaria calidad y éxito, trágicamente desaparecido en un accidente
doméstico, en 2005.
[2] Idem.
[3]
E. Lledó, La memoria del Logos, op.
cit.
[4] Ibid.