Este Mito o Alegoría platónica constituye un verdadero Paradigma no ya de su propio pensamiento,
sino de la filosofía en cuanto tal. Se trata del también conocido como
"Mito de la caverna", una especie de relato o narración
expresada o codificada simbólicamente, que exige una decodificación,
interpretación o hermenéutica del mismo. En
realidad, más que un mito en sentido estricto, es un símil, comparación, metáfora o alegoría en la que Platón
condensa simbólica y poéticamente su
concepción ontológica, gnoseológica, ético-antropológica, pedagógica,
político-social y hasta escatológico-religiosa. Es decir: un epítome todo su pensamiento. Se trata,
pues, de un relato polisémico, de
una metáfora.
Tal vez haya sido el filósofo alemán Hans Blumenberg[1]
quien mejor ha indagado desde su “metaforología”
en el significado de las grandes metáforas –las de la luz, la navegación, el
naufragio, el libro, el geocentrismo, el tropezón del sabio (Tales) despistado,
cayendo en la zanja en por mirar al cielo- que no pueden ser reemplazadas, o
sustituirse, por conceptos. Las
denomina “metáforas absolutas” en cuanto que cada una de ellas constituye una
representación de la realidad como un todo, con una claridad plástica y una
carga de sentido que nunca puede ofrecer ningún concepto y porque mediante
ellas puede orientarse debe orientarse y se orienta el pensamiento y la acción
humana así como su historicidad y su historia.
Esas metáforas son, en
consecuencia, representaciones fundamentales de la orientación humana en el
mundo, imágenes determinantes del mismo, fuentes de sentido, que tanto la
literatura, como la filosofía y la teología han utilizado para expresar y
profundizar en el misterio de la existencia y las opciones antropológicas
fundamentales: el mal, la muerte, la esperanza, el sentido[2].
Es posible, incluso, que –como afirmaba Borges[3]
(“La esfera de Pascal”, en Otras inquisiciones)- “quizá la
literatura universal es la historia de la diversa entonación de algunas
metáforas”.
Pues bien, una de esas metáforas
absolutas es, sin duda, la de la caverna platónica, un símil o
“fábula filosófica fundamental” (Urgleichnis
de Philosophie). Para el pensador
germano ella es la metáfora absoluta en la que se
pueden leer, como ya se ha afirmado, todas las prestaciones de sentido que
contiene la misma. Pocos textos filosóficos tan ricos y pregnantes de
significado han gozado de tantas lecturas e interpretaciones a lo largo de toda
la historia de la filosofía occidental durante casi de veinticuatro siglos, han mostrado una vigencia siempre renovada y
sorprendente. Su influencia se ha hecho notar en numerosos filósofos,
escritores (literatos).
A título de ejemplo
podemos recordar en filosofía y literatura griega las alusiones a las cavernas
como primitivas moradas humanas de los Órficos,
Plutarco, Esquilo -cuando relata, por ejemplo, la vida de Prometeo- y otros.
Símiles o alegorías relativas a la dificultad de discernir entre el sueño y la
ficción son numerosas en la literatura clásica griega. Píndaro en sus Himnos al
referirse a las victorias atléticas como “sueños de sombra”; Aristóteles aludirá a una especie de “teatro de
marionetas” (De Coelo, 398b y Sobre la filosofía, frag. 12) semejante
al escenario que los prisioneros contemplan en la caverna platónica; Proclo (neoplatónico), Cicerón y Averroes, en sus respectivos “Comentarios a la República” también
utilizan mitos, expresiones y metáforas parecidas. No podemos olvidar a este respecto la influencia que la
alegoría platónica ejerció en la doctrina baconiana de los Ídola (en su Novum Organum) que se interponen entre
nuestro entendimiento y el conocimiento y dominio de la naturaleza y
obstaculizan el descubrimiento de la verdad. Según Francis Bacon esos Ídola
son cuatro: ídolos de la tribu,
comunes a todos los seres humanos; ídolos
de la caverna, propios de cada individuo: temperamento, educación, lecturas
y experiencias particulares de cada uno; ídolos
del foro, nociones transmitidas por las palabras e ídolos del teatro, de los sistemas filosóficos anteriores, de sus
métodos y lógica.
Lo que sí es cierto y digno de destacar, por otra parte, es que cada época ha diseñado su propia alegoría de la caverna, y su propia hermenéutica de la misma. Como señala Simon Blackburn “la fuerza de la alegoría del mito de la caverna de Platón es directamente proporcional a su falta de especifidad”[4] y, por ello mismo, las lecturas e interpretaciones de la misma pueden ser de lo más variado y heterogéneo. Así, desde el punto de vista político, la alegoría ha sido leída en clave idealista y materialista, conservadora y revolucionaria. La alegoría se ha utilizado tanto para denunciar el fascismo y el comunismo, el liberalismo y el conservadurismo, como para reprobar la economía colectivista o la economía de mercado. Incluso la feminista Luce Irigaray dedico una atención especial al mito fundacional del pensamiento platónico, en un original ensayo filosófico-feminista: Speculum. De l’autre femme, publicado en 1974[5].
En él ha llegado a
interpretar la imagen de la caverna platónica como resultado y exponente de la
cultura “falogocéntrica occidental”. Téngase en cuenta que el doble significado
de término griego “hystera” denota “caverna” al igual que matriz. Así, al asociar la caverna –espacio de la naturaleza, de la materia, ámbito de las sombras, de los
simulacros y ecos, lugar de la apariencia y el engaño- con el útero (hystera), degradando así lugar originario de la gestación de la
vida humana a espacio de lo ignoto, oscuro y carente de verdad y de logos, el
pensamiento platónico en vez de reconocer nuestra deuda con el cuerpo
materno, desprecia lo “mater-nal” y lo “mater-ial”, fundiéndolos como si el logro del conocimiento noético
superior tuviese, necesariamente, que partir de la negación de la materia del
cuerpo y lo corporal, es decir: de lo femenino, en donde se origina y produce
su gestación.
Por otra parte, su peculiar diseño ha sido vinculado con
el Panóptico benthamiano y con el Gran Hermano orwelliano, con el teatro
de sombras chino o con el arte de los titiriteros y de las marionetas. A título
sólo de ejemplo -porque no podemos extender nuestro análisis a todos los
filósofos representantes de las distintas corrientes y escuelas filosóficas que
en la historia occidental se han dado- tal vez sea la interpretación
nietzscheana una de las situadas más en las antípodas de la interpretación
platónica más convencional o tradicional Nietzsche
es el anti-platón confeso de la metafísica occidental, su interpretación de la
alegoría de la caverna reflejará sin duda alguna esa posición antitética a la
narrada por Sócrates. La imagen del filósofo establecida por el platonismo,
señala Gilles Deleuze, es la de “un
ser de las ascensiones, que sale de la caverna, se eleva y se purifica cuanto
más se eleva”[6].
Pues bien Nietzsche rechazará y denunciará ese “psiquismo ascensional”, así como “la moral y la filosofía” derivadas del platonismo por considerarlas enfermizas y anti-vitales, propias de la perversión decadentista de una cultura nihilista -inoculada por la tradición nihilista helénico-socrática y también judeocristiana- característica de los alucinados del trasmundo; dudó de su orientación hacia lo alto y “se preguntó si, lejos de representar el cumplimiento de la filosofía, no sería más bien su degeneración y delirio, empezando ya con Sócrates” (p. 166). Y es que para Nietzsche no existe nada más que la caverna de este mundo, la caverna terrenal. No hay ningún mundo exterior a ella o trasmundo ideal y celestial, ni salida hacia la altura mediante la ascensión, sino todo lo contrario: hay más bien profundidad y bajada. El ave de presa no sube salvo accidentalmente, sino que se deja caer “a plomo”, al fondo.
“Hay que decir además –apostilla G. Deleuze- que la
profundidad sirve a Nietzsche para denunciar la idea de altura y el ideal de
ascensión; la altura es una simple mistificación, un efecto de superficie que
no engaña a las profundidades y se deshace bajo su mirada”[7].
Por ello mismo el propio Nietzsche escribirá: “Detrás de cada caverna se abre
otra, aún más profunda, y por debajo de cada superficie se abre un mundo
subterráneo más rico; y por debajo de todos los fundamentos, un subsuelo más
profundo aún”[8]. Hay, en
consecuencia, que renunciar a todo trasmundo exterior, a todo ilusorio más
allá, y asumir la condición terrena del hombre, siendo fieles al “espíritu de
la tierra”, aceptando, en fin, el riesgo de la aventura existencial humana sin promesas, bálsamos o consuelos
trascendentes. Frente a la voluntad de nada, que desprecia este mundo hay que
postular esta vida y este mundo terrenal como si fueran eternos (idea del eterno retorno de lo mismo) (cont.).
TOMÁS MORENO
[1] Cf. Hans
Blumenberg, Salidas de caverna, Ed. Antonio Machado libros, Madrid, 2004.
[2] Cf. La inquietud que atraviesa el
río: ensayo sobre la metáfora, Península, Barcelona, 2001).
[3] Otras inquisiciones, Alianza editorial, Madrid, p. 16.
[4] Simon
Blackburn, La historia de la “República”
de Platón, Barcelona/Madrid, 2007, p. 106.
[5] Existe
traducción española del libro: Luce Irigaray, Speculum de la otra mujer Akal, 2007.
[6] Gilles Deleuze, Lógica del sentido,
Barral editores, Barcelona, 1970, p. 165.
[7] Ibid., p. 167.
[8]
F. Nietzsche, Más allá del bien
y del mal, Alianza editorial, Madrid, 1972 prg. 289. Parágrafo
que hará exclamar a Deleuze: “¿Cómo se reconocería Sócrates en estas cavernas
que ya no son la suya? ¿Con qué hilo, puesto que se ha perdido el hilo? ¿Cómo
salir de ellas, cómo se podría aún distinguir al sofista?” (citado en Gilles
Deleuze, Lógica del sentido, Barral
editores, Barcelona, 1970, p. 334).
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