Con el título: Saint-Simon. Profeta de una nueva religión, traemos un nuevo post para la sección, Microensayos, del blog Ancile; texto del profesor y filósofo Tomás Moreno.
SAINT-SIMON. PROFETA DE UNA NUEVA RELIGIÓN
Claude-Henry de Rouvroy, conde de Saint-Simón -descendiente del
autor de las Memorias sobre la corte de
Luis XIV, poseedor del mismo título nobiliario- filósofo e historiador francés, nace en París en 1760. Educado en un ambiente aristocrático, tuvo como preceptor
al ilustrado d'Alembert, según confiesa en sus Memorias, y muy joven conoció a Jean-Jacques Rousseau, lo que marcó
un hito en su vida. Participó a los 19 años en la revolución americana, como
miembro de una expedición militar francesa a favor de los insurrectos,
regresando a su país con 23 años. Con
menos de treinta años ya manifiesta su pasión fáustica por la ingeniería y por
el dominio tecnológico de la naturaleza: en España presenta al rey un proyecto
de canal para unir Madrid con el mar; para ello buscará la colaboración del
banquero Conde de Cabarrús.
Cuando
regresa a Francia ya ha comenzado la Revolución. Asiste, sin una intervención
activa, a los acontecimientos revolucionarios. Enemigo de los privilegios de la
nobleza, llega a renunciar a su título nobiliario (1790), convirtiéndose en un
simple sans-culotte. Encarcelado en
1793 en el Luxembourg, durante el Terror, por Orden del Comité de Salvación Pública, acusado de negocios o especulaciones financieras
fraudulentas, tuvo allí, como en sueños, una especie de aparición alucinada de
la imagen de Carlomagno quien le profetizó éxitos filosóficos que igualarían a
los suyos en el campo de batalla. A partir de ese instante se consideró su descendiente y llamado a un gran destino histórico. Se
cuenta que cada mañana el ciado encargado cada mañana de despertarle, le decía:
“Recuerde, señor conde, que tiene usted que hacer grandes cosas”.En octubre de
1794 se le pone en libertad.
Durante más de veinte años
había tratado de encontrar un método científico para descubrir una Ley General
de los sucesos y hechos sociales semejante a la Ley de la Gravitación
newtoniana que explicaba la totalidad de los hechos físicos del universo. A su
consecución dedico estudios e investigaciones de manera infatigable: estudió cuatro
años matemáticas, después cursos de medicina y fisiología; se relacionó con los
científicos e investigadores más importantes de Francia. Comenzó a escribir
durante el Imperio Napoleónico. En 1801 contrajo matrimonio con una literata
noble Sphie Goury de Grandchamp, y al año siguiente se divorcia. En su primera
obra, ya en su madurez vital con 43 años, Cartas
de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos (1803) traza los grandes
rasgos de lo que será su sistema filosófico. Propugna en él un gobierno
inspirado en Newton, constituido por matemáticos, físicos, químicos,
fisiólogos, literatos, pintores y músicos. Marcha a Alemania para conocer su
nivel científico, que le decepciona. En esa época conoce la miseria económica. Pide ayuda a todos sus conocidos,
que, incluso, solicitan para él una pensión de Ministerio del Interior, que
rechaza. Su antiguo criado Diard lo acoge generosamente y le ayuda
económicamente a editar su Introducción a los trabajos científicos del
siglo XIX (1808) en el que por vez primer analiza su “física social” que se
convertirá con el tiempo en nuestra “sociología”. También se dirige a los
intelectuales y a los gobiernos demandando una reorganización social presidida
por un sistema unitario del saber.
Con 54 años Saint Simon comienza a encontrar sus primeros discípulos: en 1814
el historiador Augustin Thierry, Léon Halevy, y otros. El conocido banquero
Lafitte se convierte en su mecenas, asignándole una elevada pensión mensual y
sufragando su revista “L’Industrie”. Se relaciona con
financieros, científicos y artistas.
La
popularidad ya le alcanza: Béranger,
vedette de la canción popular compone una canción sobre él, que canta Rouget de
L’Isle y Lafayette[1]. Gentes del pueblo y magnates
de las finanzas lo reconocen. De 1817
a 1824, tiene como
colaborador al joven Augusto Comte, de 19 años, futuro fundador
de una “religión secular rival” (el positivismo), que llega a decir de su maestro -al modo de un Juan el Bautista redivivo- que será el “profeta que debe salvar al
género humano”.
Tiene
59 años cuando escribe y publica, ya en plena restauración monárquica su
célebre Parábola política (1819). Además de la Parabole,
propone un modelo de gobierno con tres Cámaras: una cámara de invención, en la que estarían los ingenieros, escritores
y artistas (los jóvenes franceses de mayo del 68, hablarían de “la imaginación
al poder”); una cámara de examen en
la que estarían los hombres de la Razón: matemáticos físicos y fisiólogos; y
una cámara de ejecución, en la que se
reunirían los más prósperos industriales. Le siguen otras dos obras Del sistema industrial (1820-22) y “El catecismo de
los industriales” (1823-24), compuesto por cuatro
cuadernos, en tres de los cuales colabora Comte. Por esas fechas, 1819-20, edita el periódico L'Organisateur,
en donde ha publicado su famosa “parábola” sobre la inutilidad de la
aristocracia y demás clases improductivas. En 1823, tras perder el favor de su amigo Lafitte, tiene una
tentativa de suicidio, la bala sólo afecta “la apófisis del ojo”.
A
las pocas semanas del incidente, tuerto pero restablecido, conocerá a nuevos y
decisivos discípulos (los hermanos Eugène y Olinde Rodrigues, banqueros y
Politécnicos y a Prosper Enfantin, también Politécnico, el doctor Bailly y Duvergier;
aunque pierda a uno de los primeros y más queridos: Augusto Comte, cuya
manía persecutoria empeorará con la edad: tras seis años de unión afectiva e
intelectual al sospechar que quiere apropiarse de sus ideas filosóficas
Tras su ruptura con Comte, su
pensamiento asume un carácter marcadamente ético religioso y señala como fin
último de la reorganización científica de la sociedad la mejora de las
condiciones de la “clase más pobre y numerosa”. En su inconcluso El Nuevo Cristianismo (1825), dejó a sus
seguidores un mensaje social por el que puede
incluírsele entre los “socialistas utópicos” y también entre los fundadores de
una nueva religión secular, social o civil: un Nuevo Cristianismo. Las últimas líneas del libro que dejó inacabado
dicen así: “¡Príncipes!: Escuchad la voz de Dios, que os habla por mi boca;
volved a ser buenos cristianos, dejad de considerar los ejércitos a sueldo, los
nobles, el clero herético y los jueces perversos como vuestro principal sostén;
unidos en nombre del cristianismo, sabed cumplir con todos los deberes que éste
impone al os poderosos; recordad que él
les manda emplear sus fuerzas en acrecentar, lo más rápidamente posible, la
felicidad social del más pobre”[2].
Este fue el último descubrimiento de
Saint-Simon: que la humanidad tiene un futuro religioso, que sólo una
regeneración religiosa podrá organizar y sustentar la felicidad social. El 19
de mayo de 1825, el profeta de esa nueva religión fallece en París. Su
periódico Le Globe, publicará, poco tiempo después, esta especie de testamento espiritual del gran
reformador francés destinada a Rodrigues y demás discípulos: “La última parte
de mis obras, el Nouveau Christianisme,
no será comprendida inmediatamente. La gente creyó que debía desaparecer todo
sistema religioso. Fue una equivocación; la religión no puede desaparecer del
mundo, solo se transforma […]. Para hacer grandes cosas hay que ser apasionado
[…]. Toda mi vida se resume en un único pensamiento: asegurar a todos los
hombres la mayor libertad posible para que puedan desarrollar sus facultades.
El partido de los trabajadores se constituirá cuarenta y ocho horas después de
haber salido nuestra segunda publicación. El porvenir es nuestro”.
TOMÁS MORENO
[1] Dominique Desanti, Los socialistas utópicos, Editorial
Anagrama, Barcelona, 1973, pp. 73-177. En las calles parisinas, fábricas y
talleres se escucha esta chanson: “He
visto a Saint-Simon, el profeta / Primero rico, después con deudas / que, desde
la base hasta la cima / Rehacía la sociedad / Rico por su obra iniciada /
Viejo, para ella, tendía la mano / Seguro de que abrazaba las ideas / que debían salvar al
género humano” (Ibid, p.89).
[2] Sébastien Charléty, Historia del Sansimonismo, Alianza
Editorial, Madrid, 1969, pp. 30-32.