Para la sección, Microensayo, del blog Ancile, traemos un nuevo post del profesor y filósofo Tomás Moreno, que lleva por título: Fourier y la armonía pasional del nuevo mundo.
FOURIER Y LA ARMONIA
PASIONAL
DEL NUEVO MUNDO (I)
Natural
de Besançon, cerca de la frontera
suiza, hijo de comerciante lyonés, Charles
Fourier (1772-1837) es uno de los más relevantes “enemigos del comercio” de
la historia del pensamiento social occidental. Su juramento de “odio eterno” al
mismo se fundamentaba en que, en su opinión, el comercio desarrollaba en el
individuo todo tipo de impulsos egoístas y un desmesurado afán de lucro, y, sin
embargo, hubo de dedicarse a él desde su juventud como viajante y encargado de
la correspondencia de una casa comercial. Tras ganarse la vida en los más
variados oficios en diversas ciudades, se instaló en París, dedicado a difundir
sus doctrinas y encontrar adeptos capaces de hacerlas realidad. El 10 de octubre de 1837, su portera lo encuentra muerto en
su apartamento parisino, vestido de levita, arrodillado en medio de sus flores
y de sus gatos. Considerado como uno de
los fundadores del Socialismo Utópico,
junto con Saint-Simon y Robert Owen,
en 1806 publicó su obra más polémica, Teoría
de los cuatro movimientos[1], posteriormente, en 1822, el Tratado de la asociación doméstica y
agrícola[2] y, en 1829, El nuevo mundo industrial y societario, obras que ampliarán su
concepción original sobre la organización de los falansterios. El Nuevo Mundo amoroso[3], una de sus
obras más importantes e interesantes, será publicada póstumamente por Simone Debout en 1967, 130 años después de haber sido
escrita. Pierre Klossowski nos lo
recuerda como profeta de la felicidad, loco, visionario, poeta, utopista,
reformador social, experimentador societario, inventor de extravagantes
neologismos y vocablos. Por su audacia imaginativa, su actividad lúdica, su
rechazo de toda represión y su atención al mundo infantil ha sido considerado
como precursor del arte moderno, del psicoanálisis, de la pedagogía e incluso
del urbanismo de vanguardia,[4]. E. Dühring lo definió como un “alquimista social”; Marx y Engels como un ingenuo y simple
“novelista poético” e Italo Calvino afirmará: “Lo que debemos a
Fourier, ese soñador sublime, único
en su género, es la facultad de concebir un mundo completamente diferente, y el
de describirlo hasta el menor detalle”.
En su obra se encuentran los
principios de una crítica radical del orden social existente en su época y toda
una teoría de la civilización dependiente
de una filosofía de la historia peculiar, así como un conjunto de propuestas
para construir un nuevo mundo armónico.
Según Fourier, el mundo había pasado por cinco etapas cada vez más degradadas:
el estado
de naturaleza, el salvajismo, el patriarcado, la barbarie
-que identifica con la edad Media- y la civilización, época en la que
Fourier escribía. En el desarrollo futuro veía una etapa intermedia de
transición hacia las nuevas formas colectivas de convivencia (“garantismo”), y,
finalmente, la humanidad remontaría hasta un período de realización plena de
sus ideales más elevados de organización social denominado “sociantismo” o “Armonía”, que durará por espacio de
70.000 años, y cuyo principio o regla fundamental prescribirá que la felicidad
de unos no debe fundarse nunca en una desgracia definitiva de otros.
Para Fourier la civilización
se define por tres constantes fundamentales: reprimir, corregir, moderar. Constantemente la civilización no es
más que represión, corrección, moderación de lo “real”, en donde no introduce
más que desorden, despropósito y violencia. Como ha hecho notar Roland Barthes[5], Fourier no intentará establecer una
teoría “correcta” de la civilización sino sólo mostrar las condiciones
prácticas de la liberación de la realidad social así moderada, corregida, y
reprimida. La civilización es
criticable desde el principio mismo de toda organización social que ella
produce: cada hombre tiene en ella necesidad de la desgracia del otro. Tanto en
economía como en política, los principios del liberalismo, basados en la
competencia, están siempre de parte del más fuerte, del más mentiroso, astuto y
egoísta. La sociedad está organizada sobre la incoherencia, la coacción y la
división, de forma que selecciona los peores parásitos, tales como los
rentistas, los soldados, los comerciantes, los científicos. Su crítica de la
civilización –más allá de los aspectos
económicos y políticos de la misma- abarca también todos los aspectos de la “vida
cotidiana” de los individuos: educación, familia, matrimonio, sexualidad,
urbanismo, polución, descubriendo por todas partes las huellas de la coacción.
En lo que se refiere al matrimonio burgués, por ejemplo, Fourier
considera que los principios del mercantilismo presiden esa institución: no es
más que un negocio basado en el engaño, donde todos son engañados, fuertes y
débiles, hombres, mujeres y niños; todos coexisten en el disimulo y la
agresividad contenida. Porque la civilización “ha organizado el régimen del
amor basado en la coacción general, y por consiguiente en la falsedad general:
porque donde hay un régimen coercitivo, sólo hay falsedad por todas partes. La
prohibición y el contrabando son inseparables tanto en el amor como en el
comercio”. La situación de “las jóvenes”
se aproxima a la de la “esclavitud”: puestas en venta “a quien quiera negociar
su adquisición y su propiedad exclusiva”; igual la de los “niños” “encerrados
en su mejor edad” y tan mal educados por esos “educadores” que no tienen “ni
los recursos, ni la pasión, ni los conocimientos, ni el discernimiento”
necesarios para su educación. Pero el “sexo
fuerte” tampoco conoce la felicidad. Fourier
elaborará un irresistible “cuadro analítico del cornudaje”, pasando revista a
76 tipos de “cornudos” (¡sic!). Así describe a sus integrantes en El nuevo mundo amoroso:
En ciernes o precoz,
marcial o fanfarrón, vigilante o cauteloso, irreprochable o víctima, por
prescripción, por salud, regenerador o conservador, auxiliar o coadjutor,
trascendente o de alto rango, federal o mancomunado, de estribo o prestanombre,
embrujado o con cataratas, apóstata o tránsfuga, de urgencia o de salvaguardia,
juicioso o de garantía[6].
Y termina esta sabrosa enumeración
con este breve recordatorio:
“Moralistas, si atacáis un vicio como el adulterio, lo denunciáis en la mujer y
lo toleráis en el hombre es porque es
el más fuerte”. En este punto, como
en muchos otros, su crítica supera de lejos la de Marx y Engels: más que un
producto de la lucha de clases, el adulterio, como toda tara de la
civilización, no existe para Fourier más que como una mentira a la que obliga
la coacción. En resumen, todo está por hacer; hay que sustituir el mundo “civilizado”
por el mundo “armónico”, tratando de pensar “al revés” de los principios y
directrices impuestos por la civilización: la teoría de las pasiones o la ley
de la atracción pasional se encargará de ello.
En efecto, entre lo más fantasioso de sus
afirmaciones, Fourier se ufanaba de haber descubierto en la conducta humana una
ley comparable a la ley de la atracción física que Newton había descubierto en
la vida natural. Esa ley -llamada ley de atracción apasionada o pasional-
era la que gobernaba la conducta individual y también la que regía el mundo
social. En el “Discurso preliminar” de su Teoría
de los cuatro movimientos (1818) hace la siguiente síntesis de su
concepción:
La primera ciencia que descubrí fue la teoría de la atracción apasionada
[…]. Pronto me di cuenta de que las leyes de la atracción apasionada se
conformaban en todas sus partes a las leyes de la atracción material explicadas por Newton; el sistema de
movimiento del mundo material era el del mundo espiritual. Sospeché que esta
analogía podía extenderse de las leyes generales a las leyes particulares y que
las atracciones y propiedades de los animales, los vegetales y los minerales
quizás estaban coordinadas de la misma manera que las de los hombres y los
astros […]. Así fue descubierta la analogía de los cuatro movimientos:
material, orgánico, animal y social. Apenas estuve en posesión de las dos
teorías, la de la atracción y la de la unidad de los cuatro movimientos,
comencé a leer el libro mágico de la naturaleza[7].
Fourier se da cuenta de que la
civilización reprime una realidad que hay que rehabilitar con urgencia: la “pasión”, (luego llamada “deseo” y “placer”). Sólo la sociedad ha decretado cuáles son las buenas y
las malas pasiones, provocando así la fragmentación, la atomización, las
guerras, la coacción. Sólo el respeto de todas las pasiones en la atracción apasionada, y su combinación
sucesiva de atracciones, conducirá al género humano a la unidad y a la armonía
universal. Frente a Freud, no es el principio del placer el que debe
acomodarse al principio de realidad,
sino al contrario. Si para Sade el
placer era esencialmente agresión y transgresión y para Freud subversión (por eso la sociedad, so pena de perecer
desgarrada por las pasiones e instintos, deberá recurrir a la represión y a la sublimación), Fourier,
en cambio, afirmará que todas las pasiones
y manías (“perversiones o
desviaciones”) no son más que notas
de la atracción universal. Es posible
y deseable para él, por consiguiente, una forma de civilización humana sin
represión y sin sublimación: una auténtica “utopía libidinal”[8].
En su ya aludida Teoría de los Cuatro movimientos, Fourier distingue 12 pasiones fundamentales, como las notas musicales, más una nota
13 (el pivote): 5 sensitivas (vista, tacto, gusto, olfato y oído; 3 distributivas o directrices consideradas “vicios” por los no
iniciados (la mariposera o tendencia
al cambio y a la variedad; la cabalística
o afición a la intriga, espíritu de partido y la compuesta es la pasión de la fogosidad opuesta a la razón); 4 afectivas (amor, amistad, paternidad/maternidad y ambición) que, cuando se encuentran
reprimidas, “atascadas”, se convierten en perjudiciales. La nº 13 es la de la
unidad, que está reprimida en el mundo “civilizado” o de la “imbécil
civilización”. Estas doce “pasiones” en sus múltiples combinaciones producían
otras 810 pasiones para cada sexo,
todas naturales y dichosas que determinarían la existencia de 810 tipos
diferentes de personalidad. Y, por eso mismo, su falansterio está
constituido por 1620 componentes,
precisamente para que estén representados todos los caracteres de uno y otro
sexo.
El conocimiento de las pasiones
tenía importancia a fin de agrupar a los individuos de manera que pudieran
complementar sus propensiones y combinarse en labores que se identificaran con
su temperamento, para lograr aquel objetivo cardinal de hacer el trabajo atractivo, ubicando a cada cual conforme
a sus aficiones. Aceptadas totalmente, las “pasiones” nos conducen a resultados socialmente
beneficiosos para todos. He aquí, por ejemplo, uno de los hallazgos más
sorprendentes y famosos de la pedagogía fourierana: los niños que se complacen
en la suciedad se convertirán en beneméritos servidores de la “sociedad
armoniosa” porque, para ellos, la limpieza urbana es placentera como un juego
divertido. Como nos advirtiera Simone
Debout, Fourier es el primero, o el único, de todos los socialistas románticos en llevar a cabo
un explícito desplazamiento desde lo económico a lo psicológico, dado que, en
su opinión, “la transformación social no depende de la sola reorganización
industrial, sino de la metamorfosis de todas las relaciones ente los hombres y
de los hombres con las cosas”[9].
Para Pierre Klossowski, Fourier se revela en dicha obra como un pensador
anti-Sade y anti-Freud, sin que su conocimiento de las pasiones humanas haya
sido menor que el de ellos. Es realmente un autor escandaloso, que con Sade y
Freud, se opondrá a una tradición ética, moral y cultural de casi dos mil años,
coincidiendo en cierto modo con aquellos en una “visión negativa del
judeocristianismo”. Reivindicado por Mayo del 68, Octavio
Paz comentará que Fourier fue un adelantado de la liberación de la mujer y de
la liberación sexual por haber soñado un mundo sin represión, y por haber
descubierto con enorme soltura cosas que a Freud le habían costado mil trabajos
pensar:
“La figura de Fourier es central lo mismo en la historia de la poesía
francesa que en la del movimiento revolucionario. No es menos actual que Marx
(y sospecho que empieza a serlo más). Fourier piensa, como Marx, que la
sociedad está regida por la fuerza, la coerción y la mentira pero, a diferencia
de Marx, cree que lo que une a los hombres es la atracción apasionada, el
deseo. La palabra “deseo” no figura en el vocabulario de Marx”[10].
TOMÁS
MORENO
[1] Charles Fourier, La armonía pasional del nuevo mundo,
Taurus, Madrid, 1973. Se trata de una selección de los siete primeros volúmenes
de sus Obras Completas (Teoría de los cuatro movimientos, Teoría de la Unidad universal, El nuevo mundo industrial y El nuevo mundo amoroso) conservando un
coherente y amplia unidad temática.
[2] Publicada en versión castellana
reducida con el título de Charles Fourier,
Doctrina social (El Falansterio),
trad. de José Menéndez Novella,
Ediciones Jucar, Madrid, 1978.
[3] Le Nouveau Monde Amoureux
formó parte de sus escritos inéditos y fue publicado por Simone Debout,
en éditions Anthropos, París, 1967. Existe una versión parcial del mismo en
castellano –el dossier 2 de sus
manuscritos: “Des harmonies polygames en
amour”- de Miguel Gimenez Saurina, publicado con el título de Elogio de la Poligamia, Ediciones
Abraxas, Barcelona, 2005.
[4] Pierre
Klossowski, “Sade y Fourier” en Aproximación
al pensamiento de Fourier, Octavio Paz y otros, Castellote, Madrid, 1973,
pp. 107-146).
[5] Cf. Roland Barthes, Sade, Fourier,
Loyola, Seuil, París, 1972.
[6] La armonía pasional del nuevo mundo, op.
cit., pp. 217-279.
[7] “Teoría de los cuatro
movimientos”, en Charles Fourier, La
armonía pasional del nuevo mundo, op. cit., pp. 61-64.
[8] Cf. Eduardo Subirats, Utopía y subversión, Anagrama,
Barcelona, 1975.
[9] Simone Debout, L’Utopie de Charles Fourier, Payot,
París, 1978.
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