EL ser y la esencia de lo trascendente: la conciencia del ser, lleva por título la entrada siguiente, para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, en la que sigue con las reflexiones sobre la idea de Dios de post anteriores, esta vez indagando sobre lo que el ser en la realidad sea y lo que signifique bajo la interpretación lingüística del mismo.
EL SER Y LA ESENCIA
DE LO TRASCENDENTE:
LA CONCIENCIA DEL SER
No entraremos en esta nueva
entrega sobre la fascinante idea de lo trascendente y su siempre controvertida
disquisición, en una exhaustiva descripción sobre la no menos compleja cuestión
del ser, que sin duda tendrá sugestivos elementos de relación con lo que
debatimos en estas últimas entradas. En cualquier caso, es interesante
establecer al menos algunas directrices entorno a lo que entendemos por ser y
si este puede, como el existir, ser objeto de experiencia, o si, como otros
exponen, es el Ser mismo el que
revela su naturaleza.
Si
en cierto modo atribuimos rasgos del ser a lo más sutil e íntimo de las cosas,
también hay quien se lo atribuye en igual medida al existir (Tomás de Aquino),
será porque el ser se revela así mismo como adelantábamos, mas también porque
revelará todas las cosas. Pero, ¿esto no implica una nueva insistencia dualista
en la que el objeto y el sujeto son imprescindibles para el reconocimiento no
solo de la realidad inmediata (de los sentidos y experiencias, también de la
realidad última (o trascendente)? La idea de Dios bien puede pasar por un tamiz
en realidad de un profundo carácter monista, si es que la única realidad posible es la del
Ser mismo, y el existir de las cosas son
solo ilusión y apariencia que hacen caer en el olvido y la ocultación al
Ser mismo; ya denunciaba Martin Heidegger que la misma
metafísica no es sino ese olvido del ser
,
en cualquier caso la idea del ser ha sido (véase a Platón, como la idea perfecta,
y a Aristóteles, como la sustancia compuesta de materia y forma
inseparablemente constituidas….) y es debatida en nuestros días y, según parece
es cuestión que está lejos de superarse o subsumirse.
El
Dios de Berkeley (acaso en deuda singular con la visión ideal platónica de lo
que es en realidad perfecto y eterno), ofrece la visión monista contrapuesta al
materialismo del existir mediante el sentido, en tanto que son las ideas,
esse es percipi, las que hacen que las
cosas materiales percibidas sean en realidad conjuntos de ideas, pues es la
voluntad las que las hacen reales (Schopenhauer, después) y las mentes son
activas, aunque al pairo siempre de la inteligencia trascendente, mucho más
poderosa que nuestras mentes. Este realismo inmaterial puede tener un cierto
rasgo pansiquista que encaja con ciertas corrientes de pensamiento actuales
.
De hecho la
,
y de esto es responsable la conciencia que será la que en definitiva precipita
como acontecimiento de la experiencia esta o aquella posibilidad
.
Es interesante hacer una advertencia diciendo que sería nada menos que el
propio John von Neumann, quien sugería la realización del colapso cuántico en
virtud de la toma de conciencia del observador, aun cuando esto puede parecer
una vuelta a la dualidad cartesiana, cabe otra proposición mucho más
fascinante, a saber: la de un monismo idealista en el que se refiere a la
conciencia como la realidad última y causa primera de la materia, hipótesis
que, como digo, recuerda a la visión de mi muy admirado Berkeley, de donde se
deduce que el fundamento del ser es la conciencia misma.
posibilidad es tan real como lo es la actual –existencial- (nos advierten que incluso más, en tanto que
la potencia existe en un domino intemporal)
Debate
en torno a la naturaleza de la realidad no menos interesante sería el que
pudiera establecerse en virtud de lo que las ciencias de la información, y lo
que pueden aportar en relación con el ámbito de las realidades virtuales, sobre
todo en el dominio de la denominada emulación cuántica. Aun cuando no tenemos
ordenadores cuánticos, sí se puede teorizar
sobre la posible realidad de procesadores cuánticos capaces de emular la
realidad física, así lo señalaba Feyneman nada menos, en el año 1981. Sirva
este apunte como mero inciso sobre la
cuestión de la conciencia y la realidad que debatimos, sobre todo en relación
con la cuestión del ser y el vínculo con la conciencia.
Es necesario
hablar también de la cuestión del ser desde una óptica semiológica (y
semántica, de la que ya apuntábamos algo al principio: el
to on aristotélico entendido como ser existente y el
ens (entidad
),
y que Peirce
decía
que tiene una
extensión ilimitada y una
intensión (comprensión) nula y que, como aclaraba Eco, es como referirse a
todo, pero sin tener significado alguno. Pero si ese ser, en definitiva, se
refiere algo, es inevitable acabar preguntándonos en esa referencia
al algo del que queremos hablar, a la
producción de signos, en fin, para su referencia. No entraremos en
disquisiciones de filosofía del lenguaje, solo es bueno tenerlo muy presente a
la hora de incidir sobre cuestiones de tanto interés, puesto que hablar del ser
implica inevitablemente establecer la famosa interrogante leibziana del
pourquoi il y a plutôt quelque chose que
rien.
Todo parece indicar que el ser es el ámbito natural de la conciencia, puesto
que debe de haber algo en el mismo instante que nos interrogamos sobre el por
qué hay algo en vez de nada, por eso la cuestión del ser es tan importante para
establecer la idea de Dios, porque quizá sea antes que la de Dios mismo, ya que
sin esta primera evidencia no cabría la interrogante divina. Todo parece
indicar que el ser
es algo del que se
puede
decir algo, por lo que
difícilmente será desarraigado del lenguaje y toda su problemática.
Los
onomata
parmenideos, dignos de toda desconfianza, ponen en evidencia no solo la
enfermedad del discurso,
sino que el ser es indefinible y que la única manera de referirlo es mediante
la analogía (poética) que exceda la
penuria
nominum del común del lenguaje. No será la metafísica (ya lo advertía
Heidegger, en tanto que se preocupaba del ente y no del ser), sino la poesía
(en tanto que quiere hablar y revelarse a través de los afectos creativamente)
la que atienda a dicho fundamento del
ser, en tanto que este no es un problema a debatir por la metafísica sino que
es cuestión que atañe a la misma existencia, pues, el ser es el que revela este
lenguaje –poético- capaz de durar, y por
lo tanto, será lo que dura la obra singular de los poetas
.
Es así que, como advertía
,
y reconocer que solo por la vía poética (mediante el símbolo, la metáfora, la
analogía… puede hablar y reconocer el ser mismo, vía que acaba por ponerse al
servicio de la misma ciencia positivista en cuanto que esta evidencia sus
propios límites en la definición de la realidad, y la poesía ofrece en su
singular lenguaje los medios de expresión de esa realidad indefinible por el
común lenguaje. Hablábamos unos párrafos atrás de la emulación de la realidad
mediante procesos de información cuántica de datos, como una vía científica de
representación de la realidad, pues será el arte poética como impulso creativo,
no tanto el que defina el ser, sino el que trate de rivalizar con el ser mismo
mediante su emulación. Es evidente el agotamiento de los actuales paradigmas
para identificar el ser y, por tanto, la realidad en virtud del límite en el
que nosotros mismos nos situamos.
Por todo esto,
creemos que, si no es posible una metafísica del ser (y acaso sí una semiótica
del sentido –Hjelmeslev-)
,
es seguro que sí lo puede referir una poética mediante la que se acepte el
sentido (o sentidos prohibidos)
del ser, y en la que pueda sucederse al albur de aquellos límites –
noes sobre los que el lenguaje común no
puede hablar- que comentábamos, y es que el verbo poético pone sobre la mesa
las negaciones –es decir la nada- que se infieren del ser, para ser convocadas
en total libertad mediante el lenguaje poético afirmativamente, afirmación que
es precisamente la de ser.
Seguiremos con
estas y otras aproximaciones sobre el tema argumentado de manera diversa en
siguientes entradas de este blog.
Francisco
Acuyo
Lo verdaderamente importante de estas corrientes de pensamiento es el énfasis
que ponen en el supuesto de que las ondas de posibilidad no se mueven en el
espacio y el tiempo.