Aprovechando la ocasión de la celebración de la Tercera Jornada Rural de Astrofísica y Poesía, que celebra el centro de mayores de mayores de Zafarraya, Blas Infante, ofrecemos a nuestros seguidores un post para la sección de Noticias del blog Ancile. El evento en cuestión tendrá lugar el día 23 de noviembre. Por el mismo desfilarán personajes no menos interesados en el mundo de la astrofísica y la poesía, a saber: desde la misma de la alcaldesa de Zafarraya, Rosana Molina, pasando por el concejal de cultura Miguel A. Palma, o el catedrático Catedrático de la UGR, Eduardo Battaner, que hablará sobre Einstein para gente del campo, o la directora del Instituto de Geofísica de Andalucía, Inmaculada Serrano, que expondrá sobre: Terremotos y volcanes, ¿qué podemos aprender de ellos?, y todo ello acompañado de la poesía de mano del propio Miguel A. Palma, de Juan Miguel Ortigosa Palma, a la sazón, promotor de estos eventos de poesía y astronomía, y Javier Calatrava Requena.
Acompañamos este post con el tríptico de actividades y sus respectivos horarios, invitando a los potenciales interesados a que acudan en esta singular ocasión para contemplar cómo la ciencia y la poesía pueden hermanarse sin ninguna controversia. Acompañamos al anuncio de este evento una muy breve nota de arqueoastronomía y un poema que muy bien puede servirnos de referente para entender la fascinación de los cielos constelados de la noche, poema nada menos que del mismísimo Fray Luis de León, que no hubo de quedar indiferente ante tan mirífico espectáculo, demostrándolo en la extraordinaria oda que para la ocasión ofrecemos.
TERCERA JORNADA RURAL DE
ASTROFÍSICA Y POESÍA DE ZAFARRAYA
NOTA MUY BREVE DE APROXIMACIÓN
A LA ARQUEOASTRONOMÍA
La noche, que abre el exterior de nuestro mundo a los ojos curiosos, atentos, al ámbito constelado de los cielos, también es verdad que en ella se abr lo más profundo de nuestro espíritu, como peculiar reflejo que diríase conectar el anima mundi del universo con lo más íntimo que vive conectado en nuestras almas.
Mirar al cielo nocturno es volver, regresar, restituir lo más enigmático de todo origen. Es otear la simiente, el hallazgo, el germen primigenio del tiempo y el espacio mismos. Desde aquellas primeras y sin duda fascinadas y fascinantes y perplejas observaciones estelares que subyugaron el espíritu y la imaginación de los hombres, turbados ante el espectáculo mirífico del sitial celeste, se debatían en pos del entendimiento y descripción de los célicos parajes y entre la universalidad arquetípica del mito, así como de los iniciales balbuceos sistemáticos de reconocimiento, clasificación y taxonomía de la cúpula estelar que, en su insólito y espectacular despliegue, llenaron sin duda de insomne inquietud aquellas noches arcanas en las que se pierden la memoria de nuestra trajinada y siempre curiosa estirpe humana anhelante de toda suerte de novedad y trascendencia.
Desde, como digo, las primigenias e incipientes catalogaciones siderales mesopotámicas y egipcias, transmitidas por Grecia, pasadas por el tamiz de las minuciosas consideraciones árabes, siempre indiscutiblemente interesantes, hasta el rigor circunstante en la ciencia astronómica de nuestros días, veremos que, sin embargo, tanto para el lego como para el avisado, no cejarán en modo alguno de hacer audible la sublime cadencia de las vívidas magnitudes de los astros.
será tras la observación de la (virtual o aparente) rotación diurna del cielo cuando encontramos los primeros textos de predicción históricamente catalogados: se trata de documentos asirio-babilónicos denominados Ea Anu Enlil (que datan de entre el año 1400 a 1000 a. C.), donde se infiere la triple división clasificatoria que contempla las siguientes subdivisiones: Enlil: que conforman las estrellas circumpolares; Anu, que se refiere a las estrellas del ecuador, y Ea, las que designan aquellas situadas al sur del mismo ecuador. Los griegos portarían cuidadosamente, como advertía con anterioridad, estas descripciones hasta nuestros días: así, este cielo –en pleno solsticio- de verano que está en estos días culminando sobre nuestras cabezas, en su constelado y mágico esbozo, marca la posición solar que, desde antaño, coincide con la difícilmente observable constelación del Cangrejo -Cacri- o Cáncer.
Desde el siglo II a. C., con Hiparco, hasta el siglo II d. C., especialmente con Claudio Ptolomeo, no habría de encontrarse un catálogo tan numeroso de objetos celestes (más de mil estrellas y la agrupación de 48 constelaciones, incluidas las zodiacales) que ha mantenido asombrosa vigencia durante más de 1500 años, en primum mobile de cantidad nada despreciable de poemas. Veréis aquí, esta noche, el discurrir del ritmo celeste con la abstracción y la emoción que posibilita el milagro de la intuición poética, participaréis del Somnium Scipionis ciceroniano de un espacio trascendido, pero sin duda también trascendente.
Para nuestra perplejidad, podemos encontrar singulares instrumentos de aplicación ¿tal vez astronómica? que datan de hace 4600 años, como el monumento de Stonehenge; o en China, datadas en el s.VIII a. C., a figuras tales como el emperador Huang Ti, que ya había adoptado el calendario lunar de 19 años, tres siglos antes que Metón, en Grecia; o si no, pasmémonos ante el observatorio de La torre de los espíritus, de Che Kong no muy distante en el tiempo del anteriormente citado emperador; o de la célebre escuela de Bagdad, destacando al gran Abu Abd Allah Muhammad al-Battani (en occidente conocido como Albatenius), allá por el año 900 de nuestra era; o el astrónomo hindú Aryabhata en el siglo V d. C., marcando época con su magna obra Varaha-Mihira, donde, por ejemplo, ya estudiaba el fenómeno de las manchas solares; pasando por Pitágoras de Samos y los números que describen la celeste armonía de las esferas; el Heliocentrismo de Aristarco (310 a. de C.); qué decir de Platón y su doctrina matemática que deduce el origen cósmico de la psique, y del que habría, Tomás de Aquino, de deducir el locus beatorum que es el cielo constelado, si morada de los bienaventurados, y que asumiría tan magistralmente nuestro Fray Luis de León en sus poemas; Eudoxo y Aristóteles, sin contar los cómputos matemáticos de los Mayas y las alineaciones Aztecas para la confección de sus enigmáticos calendarios; en fin, desde Alfonso X el sabio, Tycho Brahe, Copérnico, Galileo, Hevelius, Besser, Keppler, Messier, Cassini, Bradley, Schiaparelli, Herseschel, Argerlander, Hale, Eddington, Huggins, Baade, Hubble y tantos otros que nos han legado un fondo extraordinario de conocimiento astronómico para deleite e inspiración de quienes, como no pocos de nosotros, amamos el cielo de la noche.
NOCHE SERENA
Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,
el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
Loarte y digo al fin con voz doliente:
«Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?
¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que, de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido?
El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando;
y, con paso callado,
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.
¡Oh, despertad, mortales!
Mirad con atención en vuestro daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y de engaño?
¡Ay, levantad los ojos
aquesta celestial eterna esfera!
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.
¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?
Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto
sus pasos desiguales
y en proporción concorde tan iguales;
la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos della
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor la sigue reluciente y bella;
y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado;
-rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro-:
¿quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y destos bienes la destierra?
Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.
Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.
¡Oh campos verdaderos!
¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»
Fray Luis de León