DIÁLOGOS DEL CONOCIMIENTO: CON JOSÉ ESPADA
Este diálogo es un fragmento extraído de la grabación llevada a cabo en su domicilio de Granada, apenas dos meses antes de su fallecimiento, el cual tuvo lugar en Madrid, el día uno de marzo de 1999. Se guardan, en archivo personal, una serie de conversaciones anteriores a ésta, las cuales se hicieron en un espacio de tres a cuatro años. Por deseo expreso de José Espada, no han visto la luz pública ninguna de ellas hasta el momento. Siguiendo el criterio de este para mí tan querido contertulio, sigo el margen mínimo de dos años después de su muerte, período de tiempo que quería hubiera transcurrido para la publicación de algunos de los fragmentos de estas conversaciones, voluntad que se ha querido escrupulosamente respetar.
NADIE SABRÍA DISTINGUIR y menos aún valorar con dignidad suficiente, tras de semblanza tan apresurada cual aquella que este o cualquiera diálogo refleje o intente bosquejar(2) respecto de la imagen verdadera, si entrañable, de aquel espíritu indagador, curioso y avisado del mundo de las artes, de la ciencia y, sobre todo, de la poesía, y cuya exquisitez se hizo expresa figura (e inolvidable) en la mesura de su afectuoso trato; muy bien saben de lo que hablo quienes tuvieron la fortuna de gozar siquiera unos momentos con su charla amena y la benignidad de su talante. Entiendo predilecta delicia de su vida, la incesante curiosidad que, traducida en una suerte de inclinación singularísima hacia las disciplinas del saber, ofrecía la imagen siempre inquieta, de un hombre peculiar que obtuvo de la poesía su fuente primordial de fruición, y también manantial inmarcesible de conocimiento.
Decía, de uno y otro personaje, del anfitrión benévolo, respecto del hombre inquieto, observador, atento, vigilante de toda ciencia, que habrían de ofrecerse indistinguibles, pues su carácter siempre abierto, de pulcras pero solícitas maneras, no exigía sino dejarse apenas llevar por su afectuoso y delicado tratamiento. Su casa quiso ser ese santuario liberal (acaso ideal) para todos los espíritus aptos a instruir (e instruirse) en el calor de la amistad.
Mas esta redacción quizá transcribe el secular y torpe consejero que, con desasosiego se acostumbra a vivir desde la prisa, y ofrece uno de los varios diálogos que tomados de viva voz, y muy distendidamente, se grabaron una mañana gélida de enero que ahora ofrezco, aquí, vestidos con tan exiguo ropaje literario, si fueron concebidos espontánea y francamente. Día que recuerdo entre otros tan felices vivamente.
Mª Jesús Alonso |
Quisiera comentarte (a raíz de la lectura de algún poema tuyo, y en relación con la relectura que hice de otros de Vicente Aleixandre) que, la cuestión del conocimiento en poesía, es asunto en verdad peliagudo. Las incógnitas que plantea el conocimiento fenomenológico en general (si es que éste fuese posible totalmente) son de una complejidad enorme; pero respecto a la poesía, acaso no puedan ser nunca despejadas.
Sucede en algunos casos, sobre todo con la poesía rigurosamente articulada (rítmica, métrica, sintáctica y musicalmente) que, uno queda, como suspenso de aquella armonía, y sobre todo, tras lecturas epidérmicas o apresuradas, perdido (u olvidado) de lo que acontece al significado implícito de los versos. Pero debo confesar que con algunos poetas surge, si cabe, un mayor desconcierto, y, como es tu caso o el referido a aquellos versos que decía de Aleixandre, porque aparece un factor esencial para la comprensión de los poemas: atañe éste, a aquellos valores de un marcado carácter trascendente, pues los dota de una singular naturaleza epistemológica.
El socorrido paradigma de la poesía de Vicente Aleixandre es ilustrativo de la poesía moderna, aun marcando divergencias muy sustanciales entre unos y otros poetas (tú mismo), en lo que se refiere a la cosmovisión particular de cada uno, o en el tratamiento del verso, en cada cual particularmente significativo, y que atañe ya a lo referente a la expresión poética.
FRANCISCO ACUYO.- Es regla casi general del poeta que tiene (o quiere) decir algo, que no sólo lo haga correctamente, también exige de la dicción del verso que esté intrínsecamente conectada al valor estético que quiere alcanzar (belleza, precisión, misterio...), y el grado de conocimiento que quiere poner al alcance del lector.
J.E.- Sí; pero curiosamente, la comprensión, en una primera lectura, conlleva atisbos de luz, de sorpresa e incluso de asombro, mas no a una intelección total e inmediata; no obstante, algo que trasciende la singularidad expresiva o el rigor formal, nos habla subrepticiamente.
F.A.- O, acaso, nos habla más expresamente de lo que en principio cabe reconocer. Nos habla a la razón y al sentido, a la lógica y a la emoción, a la realidad y al deseo, y también se vierte para aquella percepción que ha de permanecer esencialmente alerta, y cuya observación total no se atiene al discurso que marca los efectos en razón de una causa; inquiere, sencillamente, no distinguir el objeto del sujeto. Acaso la poesía verdadera contiene el alto valor que hace olvidarnos de nosotros mismos; es el sublime ejercicio, el subido vuelo (o la inmersión abisal), que requiere una atención enorme; la que conlleva el signo de lo intemporal y requiere de la «pasión» o, lo que es lo mismo, la integridad de una solicitud total, de un estado de atención sin causa.
J.E.- Para observar atentamente, he buscado parámetros de comparación, en algún momento dispersos, pero sin duda orientativos. El vastísimo dominio que abarca el ámbito poético los requiere. Así, desde Garcilaso, Fray Luis, S. Juan de la Cruz, Góngora, Lope o Quevedo; desde Bécquer, Rubén, Juan Ramón Jiménez, Machado, Guillén, Cernuda, Aleixandre, Lorca...y, embarcado en una relectura constante, he tratado de dilucidar posibles nexos comunes con poetas coetáneos que mueven su mundo poético con marcado carácter, con personalidad singularísima.
Obvia decir que el proceso de sedimentación patente de unos a otros autores no es difícil remarcar; me refiero a aquellas influencias más o menos obvias y que, fundamentalmente, atienden a factores formales o de formación, o tienen que ver con el oficio poético. Mas, al margen de esto, y presuponiendo también las cuestiones temáticas, universales en la mayoría de los casos (el amor, la muerte, la existencia...), puedo entrever que el carácter epistemológico de la poesía (consciente o inconscientemente), ha tenido muy diversas interpretaciones.
F.A.- Con el influyente empuje del neopositivismo que, desde el siglo XIX hasta nuestros días dejó su impronta vigorosa, la ciencia positiva se ha estigmatizado de forma inexorable como la única forma de conocimiento posible de la realidad; empobreciendo acaso el propio avance de sí misma, y la más amplia posibilidad de interpretación de la fenomenología natural. Es por esto fácil de comprender que, la poesía, desde aquella óptica positiva, sea una una vía francamente desdeñable de conocimiento.
J.E.- Me parece muy razonable, pero insisto: ¿es que alrededor de la expresión poética puede establecerse una peculiar teoría del conocimiento? ¿Puede ésta marcar no sólo uno de los caracteres más singulares del ámbito poético, si no incidir en la concepción general de lo que sea el conocimiento?
F.A.- Tal vez sea preciso considerar si el conocimiento es en sí mismo, o en virtud de nuestra capacidad de entender lo que nos rodea y a nosotros mismos como parte de él. Quiero decir que el conocimiento poético está también estrechamente vinculado a los procesos discursivos racionales, aunque también son plenamente aceptados todos aquellos que afectan a la vida subconsciente (en virtud, principalmente, de los planteamientos psicoanalíticos) y que afectan, como digo, no sólo al conocimiento poético, sino que repercuten en cualquier planteamiento científico serio de la psicología humana. Desde este punto de vista, la poesía abarca los procesos lógico discursivos propios del lenguaje, mas también, por su marcado carácter irracional en otros casos, nos acerca al origen mismo del pensamiento, trasladándose un paso más allá de la dimensión conceptual propia del razonamiento discursivo.
J.E.- Es por eso precisamente por lo que, cuando un poeta (un poema) ofrece esa atmósfera de extraordinario vigor, inexplicable conceptualmente, se hace tan necesario buscar referencias; en unos casos, de otros poetas, pero no como influjo, sino como fuente de datos cierta que aproximen una interpretación tan sentida como razonable. No obstante, tengo que reconocer haber visto tambalearse todos los cimientos (mis cimientos), que una vez quisieron sostener una interpretación asequible de algunos poemas y poetas los cuales explicar y en sus versos explicarme. A pesar de todo, milagrosamente, iluminaron un instante, no sé si otra conciencia, pues no acierto a mensurar, describir o interpretar aquella claridad unívoca y su raro extravío, si no es con la luz inseparable de los mismos versos.
F.A.- Eso, en poesía, lo considero buen síntoma; marca uno de sus rasgos fundamentales y genuinos. Resulta un aspecto revelador como vía de aprehensión y comprensión de, no sólo el entorno vital, también de aquello que afecta a todas las inquietudes más allá de la experiencia y que conllevan una impronta de carácter universal.
J.E.- ¿No crees que puede pensarse en esos términos, en la poesía, como una puerta que ha de abrirse sólo para iniciados? Al que sabe, al que conoce (aunque presumo que no es a esto a lo que te refieres) está destinada la poesía: tal es el caso de no pocos de nuestros poetas áureos, los conceptistas fundamentalmente; caso de Góngora, Soto de Rojas y, por contraste, con el propio Quevedo. Era preciso saber de su entorno histórico, del conocimiento mitológico o de otros referentes más o menos inmediatos; de contextos expresados con mayor o menor concreción, y todo para acceder con ciertas garantías de comprensión al sentido, trayectoria, intención y noción de los poemas.
F.A.- Presumes con fundamento de causa respecto al momento histórico y poético al que haces alusión, pero opino que el conocimiento poético, en nuestros días, puede entenderse como una suerte de «ciencia de la paradoja». Para alcanzar su sentido quizá haga falta desasirse por completo (en contraste total con el conceptismo poético) de todo aquello que se sabe; de la ciencia que atañe a una causa, del conocimiento que advierte en virtud de un referente (cultural, experimental, ambiental...); el sentido que se extrae de un contexto muy bien puede contrastar con el sentido poético. Quizá aquellos elementos de tradición literaria, incluso la más preciada herramienta con la que se articula y estructura el poema que no es otra que el lenguaje, han de ser contemplados como elementos (necesarios pero) discordantes, y nos han de servir de seria advertencia cuando el tan traído y llevado sentido del poema no tiene que servir de reclamo a los instrumentos que le son propios a la mente discursiva, es decir, del pensamiento puramente conceptual.
La poesía no es el problema de la interpretación, es el pensamiento quien contiene el problema de discernimiento, pues se ciñe a la mecánica de sus propias actividades, ya viciadas por la dinámica puramente racional e incluso emocional. Si observas, mi planteamiento expone la poesía desde una vertiente que, a mi juicio, estimo como más cercana a su propia naturaleza, y ésta no es otra que la del «ser», por tanto muy cercana a una visión ontológica; me parece que aquélla, la poesía, excede de planteamientos literarios, filosóficos y, por qué no, científicos.
J.E.- Comprendo. Se necesita para aprehender la esencia poética más que un saber concreto, una intuición necesaria. Se trasciende cualquier exégesis y la dinámica que subyace en el prejuicio de lo ya conocido, de lo que nos viene dado, y comprende poéticamente cuando cesa el pensar.
F.A.- Cuando no hay conflicto. El milagro del conocimiento poético surge cuando se olvida el uno mismo que interpreta.
J.E.- Se diría entonces que la palabra poética trasciende su propio ámbito lingüístico. Que tiene carácter metalingüístico, y esto parece claro incluso para el poeta imbuido en el mundo de lo cotidiano, de cuyo ámbito inmediato se traslucen elementos diferenciadores de su peculiar visión y proyección de la realidad. De cualquier modo, es preciso que el poeta tenga la suficiente sensibilidad para captar aquel conocimiento, y la capacidad necesaria para hacerlo expresamente poético. Así pues, el lector de poesía también requiere ser receptivo y atento, y capaz de sentir como suyo propio el estímulo poético.
F.A.- Querido Pepe, ¿recuerdas aquellos comentarios sobre «La Sala Romana»(3)?: «La poesía no habla de la rosa, de la mar, del ser... Es Rosa, Mar y Ser. Es la luz que, cuando trasluce, nos hace ver, pero que nunca puede ser vista: aquella belleza que vimos no es el ser poético, sino el fulgor que esplende».
Para ocasión acaso más propicia dejad que os muestre el modo de reunir, de nuevo, en único haz estas espigas, si del granado diálogo mantienen mi improvisado campo tan dispersas. Y si os complace, tal vez este aliento de apresurado mensajero en otro instante menos presuroso os pinte con mayor sosiego el trazo coherente de otros varios encuentros entrañables, mas sería dejar constancia de que, en la bondad se encierra una semilla fraternal que sola no florece, sino fruto de un sosegado entendimiento.
Como de un engañoso sueño o de una vana fantasía, despierta del olvido somnoliento y vierte verosímil todavía, el artificio absorto de una sombra incierta. Testimonio nebuloso que al sentido se ofrece imperceptible estructura. Así usurpa el eco de esta voz grabada, la imagen que una vez tuvo aliento entrañable en su caricia. Su presencia lejana no es dominio del olvido, del aire, de memorias sin espíritu. Habita donde el vuelo intacto de la luz soñó reposo; allí siempre, si corazón fraterno, batir escucha el ala de lo efímero, incesante, a la orilla de lo eterno.
(1) José Espada Sánchez. Fundador y director que fue de la Revista Extramuros. Autor de «Poetas del Sur», Espasa Calpe Madrid 1990, y «Señales de Humo», Extramuros. Granada 1998. Deja inacabado un interesante estudio sobre poetas españoles que murieron en plena juventud titulado, «La Poesía Mutilada».
(2) Los «Diálogos del Conocimiento» surgen como idea para cubrir, durante algunos números, una sección de la Revista Extramuros. El título se recoge del libro de Vicente Aleixandre del mismo nombre, y vino a colación en una de estas series de conversaciones grabadas, de las cuales extrajimos este fragmento.
(3) Esta es una brevísima sección de un escrito dedicado a José Espada, con motivo de estas conversaciones, por quien suscribe estos diálogos.
Francisco Acuyo
Francisco Acuyo