PSICOLOGÍA DEL IMPULSO
POÉTICO CREATIVO
La poesía, como proceso creativo,
es la muestra acaso más palmaría de cómo el alma humana no acaba por ajustarse
al proceso que consideramos como propio de la ley natural. El ciclo vital,
ascendente en principio, acaba por declinar y extinguirse inevitablemente. La
poesía, en su impulso de creación, diríase mantenerse en un pulso perpetuo de
un tiempo que no discurre, sino que está
situado en una infancia perenne que no reconoce el final de su trayectoria,
condenada a resistir de manera imperecedera.
La
reflexión anterior sobre la psicología del impulso poético demuestra que será la vida misma, aun siendo
efímera, la que sustente y nutra sus más íntimos fundamentos. Pero será muy
conveniente atender a que su propósito sin propósito no es otro que el de la
vida del que sabe que ha de morir con ella, y que, acaso, con Epicuro en la
memoria, no ha de significar gran cosa,[1]
si es que el vivir y el morir forman parte inseparable del mismo proceso
existencial de todas las criaturas. Pero tengamos presente que este
reconocimiento de mortalidad la consciencia poética no participa ni puede
identificarse como una perversidad o inmadurez psicológica. Muy al contrario.
El poeta genuino, en su proceso creativo no hace sino olvidarse del sí mismo
(que ha de morir) para ser en el misterio mismo de la vida y de la muerte. La
poesía puede considerarse un artefacto (¿antinatural, si todo acaba muriendo?)
que embarca a la conciencia hacia lo transfinito. ¿O acaso es la conciencia en
sí, un ente transfinito? La cuestión es que la poesía , como fenómeno creativo
psicológico, mejor afronta esa extraña finalidad que es la extinción de la que
forma parte la vida. O lo que es más importante, da un significado no solo a la
vida, también a la muerte.
Que
obtengamos un sentido y un significado a la vida a través del proceso creativo
poético puede parecer, incluso natural, pero, ¿cómo darle un sentido al muerte
en virtud de un proceso creativo como es la poesía?
Si
la poesía es creación (poiesis), debe
participar de facto y de manera absoluta
de la terminación, de la extinción, de la muerte, si lo que queremos en verdad
es ser creativos. La creación aspira a lo radicalmente nuevo, a lo nunca antes
expresado, a lo jamás visto. Para ello hemos de morir a cualquier tipo de
conocimiento. Hemos de nacer de nuevo y ser inocentes como niños para una
posibilidad de auténtica novedad.
El
aspecto religioso que tiene toda poesía[2]
es precisamente el de una expresión del genuino ritual que nos prepara para la
muerte, si es que en verdad queremos ser creativos, y es que ciertamente el
sentido último de la existencia se completa con su extinción. El impulso
generativo de anima la poesía es la creación, y por tanto, de manera inevitable
el de la destrucción (o el amor) que aspira a la generación de lo genuinamente nuevo.
El
incentivo psicológico poético es de una naturaleza siempre simbólica que en
modo alguno pueden ser engendrados desde lo únicamente racional, más bien al
contrario, nace de las simas de lo inconsciente y tiene una carácter
profundamente arraigado en la revelación que supone cualquier proceso creativo.
Seguiremos
en próximas entradas insistiendo sobre
este carácter psicológico singular de todo verdadero ejercicio poético.
Francisco Acuyo
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