martes, 23 de marzo de 2021

DEL MENSAJE MÍTICO Y EL HÉROE A LA BÚSQUEDA DE LO TRASCENDENTE

 Siguiendo con las reflexiones sobre los conceptos de fe y trascendencia, traemos un nuevo post para la sección Pensamiento del blog Ancile, bajo el título: Del mensaje mítico y el héroe a la búsqueda de lo trascendente. 


Del mensaje mítico y el héroe a la búsqueda de lo trascendente.  Francisco Acuyo



DEL MENSAJE MÍTICO Y EL HÉROE

 

A LA BÚSQUEDA DE LO TRASCENDENTE

 

 

 

En cualquiera de las grandes religiones reviste una importancia fundamental el trasfondo de sus mensajes evangelizadores o iniciáticos. Una de las más fascinantes interrogantes sobre el cristianismo radica precisamente en el mensaje fundamental de su doctrina. Que el Reino de Dios estaba cerca y que era un reino que bien podía no ser de este mundo (Evangelio de San Juan) es una cuestión decisiva.

            No será extraño que encontremos en los ritos antiguos iniciáticos como unidad nuclear del monomito[1]. El Héroe encaminado hacia las regiones del prodigio para ofrecer los beneficios fabulosos al prójimo, ser acaso enviado por la divinidad misma bajo la apariencia de un hijo del hombre.[2] Es el caso que el mensaje de Jesús se entiende más que por la doctrina por las obras llevadas a cabo en su misión prometeica. Los prodigios y milagros obrados por el enviado heroico obedecen en muchos casos a los recogidos por los textos mágicos helénicos y egipcios[3] indubitablemente paganos, cuyo significado simbólico es necesario tener muy presente.

Del mensaje mítico y el héroe a la búsqueda de lo trascendente.  Francisco Acuyo

            La salida al mundo de Jesús (como de otros tantos Héroes prometeicos: Gautama Sakyamuni (Buda), Moises…) elevan y dan sentido moral a sus hazañas y muestran el ciclo cosmogónico de creación y destrucción del mundo revelada al héroe triunfador que vierte a este como como el hijo del rey o el Hijo de Dios como imagen divina creadora y redentora que acaso esta está en todos nosotros escondida.[4]

            El valor inmenso de estas figuras redentoras heroicas subyace el que son el espejo donde se ha de proyectar lo interior y lo exterior, el objeto y el sujeto y el misterio de lo ha de venir en virtud de la proeza de l héroe que la de dar cuenta de la unidad del mundo expuesta en la multiplicidad de la que el héroe es el cargado de dar a conocer a los interesados.

            Resulta extremadamente curioso que la figura (¿mítica?, en el sentido que nosotros barajamos) y representado en los mismos Evangelios se nos ofrezca con una clara raigambre mágica (pagana del mundo greco romano)  inferible de sus curaciones y exorcismos y en la misma eucaristía en relación al misterio del Reino de Dios pues, él mismo se proclama Hijo de Dios, cosa que no tiene precedentes en la tradición judía. No en vano el Talmud denuncia la brujería que trajo Jesús de Egipto para seducir a Israel con sus artes ocultas.[5]

            El héroe y mago Jesús hace justicia a la tradición mítica del carácter y naturaleza excepcionales del héroe prometeico y las relaciones de los conceptos de fe y de trascendencia. De todo ello daremos cuenta en entradas posteriores de este blog Ancile.

 

 

 

Francisco Acuyo

 

 

 

 



[1] Acepción tomada por Josep Campbell como fórmula de los ritos de iniciación que se transcribe como separación-iniciación-retorno.

[2] Daniel 7:13-14.

[3] Picnett, L. y Prince C.: op. cit. pág. 266.

[4] Campbell, J.: op. cit. 43.

[5] Laible, H.: Jesucristo en el Talmud, Falman, págs. 47 – 52.




Del mensaje mítico y el héroe a la búsqueda de lo trascendente.  Francisco Acuyo


sábado, 20 de marzo de 2021

"DELTA", DE FRANCISCO SILVERA

 Para la sección Poetas invitados del blog Ancile, tengo el placer de publicar como primicia estos poemas de Francisco Silvera que llevan por título Delta, que conforman el corpus general de textos poéticos del que ofrecemos una muestra breve de los mismos. 



Delta, de Francisco Silvera
De J.P. Suárez





DELTA,


DE FRANCISCO SILVERA 

 

 

 

 

 

Todo está en su lugar;
mi alma tiene el envés entero helado,
fuentes antiguas de silencios graves
tienden cristales rotos
y el cielo transitorio empuja nubes
que jamás volveré
a ver de nuevo, magia de la vida,
todo está en su lugar:
Invierno.

 

 

 

 

 

Si pudiera atraparte en mi pecho, si pudiera amarrarte a mi corazón, si pudiera pesar tu alma y como Miguel condenarte o premiarte conmigo; si con el aire de mi ala darte la vida pudiera, si con el frío de mi lanza penetrarte y elevarte y tumbarte y quererte pudiera: alzarías la cabeza, me mirarías y yo, de frente, sin el miedo que me da tu espalda, te diría: Te quiero.

 

 

 

 

 

El hogar está donde el corazón camina. Nada permanece, es nuestra casa una senda, una vereda, una rambla de vida y luz. Nadie hay a nuestro lado, nadie, sólo el árbol desaforado que parece ofrendarse a nuestro paso como si fuéramos dioses... pero no lo somos, el mundo sólo es la nube al final del sendero, como un faro que llenara de claridad la marcha. Aquí está todo.

 

 

 

 

 

Eres ceniza, no lo sabes pero eres cenizas y agua: nada más. Por eso te recoges, como si pudieras impedir derramarte sobre la vida, como si quisieras sobreponerte al mundo y reinar sobre quienes te miran... pero no, eres una nube gris disuelta en la cuenca de un río fluyente que lame las piedras sin término, como si no hubiera mar y las riberas de la rivera no las copasen las cañas que silban al viento solitario. Ceniza eres, flotas, vuelas, eres ceniza.

 

 

 

 

 

Cuánto dolor; el mar soplaba tierno
y un vendaval humedecía lento
mi corazón, atardecía en rojo:
Toqué tus labios y después partí.

 

 

 

 

 

Estoy borracho de árboles. Déjame irme o empuja mi alma para que arranque a volar hacia sus copas porque la tierra ya no me aguanta... y querría volar, escalar como un animal herido buscando la protección del ramaje elevado porque voy ebrio de madera... y quiero aire, busco la fruta geométrica, el cálculo exacto, la acrobacia medida: hermosa pirueta.

 

 

 

 

 

Paz de luz, nube de danza y agua, tiene el océano celeste la espuma del horizonte y rompe a nuestros pies como si el tiempo fuera la marea. Silencio, mar y cielo, desierto de cristal y la esperanza de un atardecer de balón naranja que moja todo de brillo muriente; leve cenit enrojecido de una noche joven que llega como el invierno, brisa fría, un aire que parece claro y vital y, sin embargo, en el quiebro lastimoso de una rama desnuda se nos muestra la muerte.

 

 

 

 

Pasó el agua y se llevó lo que el verano guardaba. Lloramos pero la lluvia caía, caía, tres veces caía como las bendiciones angélicas de Dios, tal las potencias incontestables de los tres coros celestes que comunican la inmaterialidad del Creador con este mundo de mierda... y no podíamos hacer nada, sufrir, sólo sufrir, sufrir y dejar que el agua se lo llevara todo, todo... todo.

 


 

Delta, de Francisco Silvera



SOBRE EL ARROYO

 

Piensas en ese recodo
del camino cuando nadie
pasa, en el atardecer
al bajar lenta la luz...
Y en esa curva sin nadie
está la añoranza toda
de tu vivir, la esperanza
de que todo sea nada
y aquel orden sublimado
de morir alivie al menos
el dolor imaginado
de no estar...

 

 

 

 

 

La paz sin aire de la muerte queda,
queda el calor y permanece grave
la lentitud, la pesadez tan suave
que nos domina, marca y adocena.
 
Sostiénese en la luz del alma y pena,
se desvanece, reconstruye y sabe
desenvolver con tanto abril que cabe
en una lluvia o resplandor de seda.
 
Dulce condena, sepultura dulce
donde morir con balanceo y fe
de lo que no transcurrirá jamás;
 
ciega vereda que senil conduce
por la quietud y languidez detrás
de todo aquello que, por fin, dejé.

 

 

 

 

 

 

Por los campos de estío
pasea mi recuerdo
lento como la brisa.

 

 

 

 

 

Venimos a ofrecerte, perro santo que ladras sin fin a la noche, los bienes de nuestro trabajo. Todo para ti, aplaca a las furias, calma todo deseo y déjanos descansar, a mí, protector de las alimañas incluidas las bestias humanas, a mi hermano el arcángel que pone las ánimas en la balanza, que la paz sea contigo y con tu espíritu... Bendigamos al perro que todo lo puede: idos, la obra ha sido enviada, váyanse.

 



 Francisco Silvera

del libro inédito Delta





Delta, de Francisco Silvera


jueves, 18 de marzo de 2021

DEL MITO AL MISTICISMO EN LA EXPLICACIÓN DE LA FE COMO FUNDAMENTO PARA LA BÚSQUEDA Y ENTENDIMIENTO DE LO TRASCENDENTE

 Siguiendo el hilo de anteriores entradas sobre los conceptos de fe y trascendencia, incluimos un nuevo post para la sección de Pensamiento del blog Ancile, bajo el título: Del mito al misticismo en la explicación de la fe como fundamento para la búsqueda de lo trascendente.



Del mito al misticismo en la explicación de la fe como fundamento para la búsqueda de lo trascendente. Francisco Acuyo




DEL MITO AL MISTICISMO EN LA EXPLICACIÓN

 

DE LA FE COMO FUNDAMENTO PARA

 

LA BÚSQUEDA Y ENTENDIMIENTO DE LO TRASCENDENTE

 

 

 

Que para los gentiles de la época de lo primeros cristianos fuese motivo de interés la fe cristiana, sin duda tuvo que ver aquellas experiencias místicas de los primeros cristianos. Pablo da cuenta de ello (el don de lenguas y profético inspirado por el Espíritu Santo) en sus escritos formando estas vivencias parte vertebradora de aquella Iglesia primitiva.

            Pero tendremos que reconocer que estas inmersiones místicas no será en modo alguno coto exclusivo del cristianismo, si bien es detectable en la cultura y religión pagana (con el despliegue innumerable de profetas y profetisas). Los aspectos políticos, culturales y religiosos que incidieron en su difusión son motivo de otra discusión, por lo que nosotros sólo los señalaremos, y todo para seguir incidiendo en las influencias del culto del misterio y la magia pagana como factores convergentes y de un más que razonable parentesco, y que como decimos no entraremos en su muy interesante perspectiva histórica, para centrarnos en los elementos míticos de revelación de lo sagrado.

Del mito al misticismo en la explicación de la fe como fundamento para la búsqueda de lo trascendente. Francisco Acuyo

            La deuda con Egipto nos parece clara e ineludible que nos habla de un eclecticismo en la religión cristiana que no deja de resultar fascinante. Ahora bien, ¿el reconocimiento de estas influencias (de herejía) contribuirían, en su reconocimiento, sobre la fe del creyente? ¿Hasta qué punto la fe se sostiene en virtud del origen mítico de la misma, o en virtud del constructo institucional eclesiástico?

            Los manuscritos del Mar Muerto (y entre ellos principalmente el Manual de disciplina, que lo emparentan por su terminología con la de los misterios) ponen de manifiesto que la secta del Qumrán estaba familiarizada con dichas prácticas mistéricas, las cuales, a nuestro juicio, no socavan los fundamentos de fe, si los emparentamos adecuadamente con la relación mítica con lo sagrado. Pero razonemos un momento esta posición que puede parecer cuando menos sorprendente.

            Que los doctores de la Iglesia hayan tratado de sustentar su fe personal y la de la misma institución eclesiástica de manera más menos pacífica se debe en muchos casos más que al propio razonamiento con el que fundamentar los presupuestos de creencia en una realidad trascendente acorde con esos principios de razón, con la potencia inmensa que subyace poderosa y no siempre de manera racional, en la verdad singular de los mitos.

            Es claro, si atendemos al producto subconsciente de esta fe, que existe en todos los seres con conciencia, una nostalgia del absoluto (que diría Steiner). Indagaremos en profundidad en esta añoranza mítica en próximos capítulos de este blog Ancile.

 

 

Francisco Acuyo

 



Del mito al misticismo en la explicación de la fe como fundamento para la búsqueda de lo trascendente. Francisco Acuyo


 

martes, 16 de marzo de 2021

LAS TRADICIONES MÍTICAS EGIPCIAS Y HELENAS COMO INFLUENCIA INNEGABLE DE LA IDEA DE LO TRASCENDENTE

Bajo el título: Las tradiciones míticas egipcias y helenas como influencia innegable de la idea de lo trascendente, para el apartado Pensamiento del blog Ancile. 




Las tradiciones míticas egipcias y helenas como influencia innegable de la idea de lo trascendente, Francisco Acuyo



LAS TRADICIONES MÍTICAS EGIPCIAS Y HELENAS


COMO INFLUENCIA INNEGABLE


DE LA IDEA DE LO TRASCENDENTE

 

Yo soy la verdad, es una afirmación que encaja mucho más que con la tradición judía, con la helénica  y sobre todo egipcia.[1] Cabe preguntarse en virtud de esta aproximación si aso fue esta la razón por la que el cristianismo se extiende más allá de la tradición judaica, más allá del influjo del mismo Pablo, y que lo erige como redentor del mundo.

                Que la Iglesia se vea, a lo largo de los tiempos, obligada a rechazar figuras coetáneas a los primeros cristianos evangelizadores como la de Simón el Mago, responde a  que acaso competían en dominios similares con capacidades muy parecidas, sin contar con que Simón pudiese ser sino  un gnóstico, sí un protognóstico reconocido.

                La evidencia en los estudios modernos del maestro común de ambos (de Jesús y Simón) en Juan el Bautista parece poner de relieve estos rasgos que lo despegan de la tradición mítica y religiosa del judaísmo y ponerlos en relación con los secretos mistéricos paganos, que acaso pone en cuestión los orígenes mismos que creen a pie juntillas la mayoría de los cristianos. Las relaciones del Bautista (y de Jesús por vía de aquél) con la secta de los Mandeos[2] hoy se ponen en evidencia y que su misión primordial es la de guardar o preservar los secretos. Entre los rituales más importantes se encuentra el del bautismo (masbuta), y cuya herencia parece aún más antigua en una región entre Egipto y Palestina.

                Pero hay una faceta donde el mito y la visión de los Evangelios sinópticos encuentran un raro (o no tanto) parentesco: el misterio de la destrucción, que en el tiempo es la vida, y que nos recuerda que aquello que hemos vivido en nuestro tránsito existencial nos lleva a la muerte. La muerte de Cristo debe llevar en primer lugar a la catarsis trágica como purificación interior de todos nosotros, mas, el final feliz de su resurrección como la trascendencia de la tragedia universal del hombre,[3] y que al final es lo que une al Héroe con Dios.

Las tradiciones míticas egipcias y helenas como influencia innegable de la idea de lo trascendente, Francisco Acuyo

                No debemos olvidar que aquella muerte terrible  del Héroe habría de ver la luz una de las corrientes religiosas más importantes y persistentes de la humanidad,[4] y que su deuda simbólica con las corrientes de los misterios de la antigüedad es incontestable, y la importancia de esa muerte y resurrección es de una capital importancia, de hecho: si Cristo no se hubiera levantado, nuestra prédica sería inútil así como vuestra fe… si Cristo no ha resucitado, tu fe es inútil.[5]

                Es claro que uno de los fundamentos de la fe cristiana está radicada en la resurrección de Cristo. Mas ¿es esta fe una creencia que pueda sostenerse racionalmente tal y como advertíamos en capítulos anteriores en relación a la fe y la posible realidad de los trascendente colegido a través de la razón?

                El yo lo creo, en principio, es totalmente irracional, pero que no es genuina y única de la fe cristiana, en los mitos e incluso en la tradición judaica existe la creencia en una resurrección física del cuerpo que pueden retrotraernos a los misterios de Isis y Osiris. ¿Hasta qué punto la teología gnóstica no subyace la idea de supervivencia del héroe redentor? Lo que sí parece claro es que la Iglesia, a lo largo de los siglos ha tenido que combatir denodadamente no pocas herejías (enredadas muchas de ellas en los secretos de los misterios esotéricos del gnosticismo) sobre el origen y destino de Jesús.

                Pero, finalmente, ¿por qué hubo de perdurar, al margen de las controversias advertidas, con sus potenciales herejías, durante tanto tiempo la fe cristiana?  Todas las respuestas posibles al respecto, tendrían mucho que decir sobre la idea misma de fe y de trascendencia en el mundo no solo de la teología, también de la filosofía y a todas aquellas reflexiones que afectan al mundo de los símbolos y de los mitos en los que puedan reconocerse. Hablaremos en próximas entradas de estas y otras cuestiones al respecto.

 

 

Francisco Acuyo

 



[1] Smith, M.: Jesús el mago, Martínez Roca, Madrid, 1988, pp.125-126.
[2] Comunidad que se dice es incluso hoy día única superviviente del gnosticismo antiguo; sepan que la palabra manda de donde deriva el gentilicio mandeo, significa conocimiento.
[3] Cambpell, j.: op. cit. pág. 33.
[4] Picnett, L. y Pince C.: op.cit. 409.
[5] Pablo, Corintios 15:14, 17.


Las tradiciones míticas egipcias y helenas como influencia innegable de la idea de lo trascendente, Francisco Acuyo


sábado, 13 de marzo de 2021

"LIBRO DE LOS SILENCIOS", DE FRANCISCO SILVERA

 Para la sección Editoriales amigas, del blog Ancile, nos complace traer unos relatos de nuestro querido amigo y gran escritor Francisco Silvera, en dos entregas;  recogemos algunos de las breves narraciones que integran la edición de Libro de los silencios, premio de la Crítica de Andalucía, en edición  tan cuidada como acostumbra a llevar a cabo Ediciones de Aquí (e.d.a.), y que si no han tenido ocasión de leerlo, desde aquí lo recomendamos vivamente.




El libro de los silencios, Francisco Silvera






LIBRO DE LOS SILENCIOS,


DE FRANCISCO SILVERA





 

 

 

Libro de los silencios, Francisco Silvera
De J. P. Suárez






La Huerta del Sordo




Lorenzo no sabe por qué llaman a su casa la Huerta del Sordo. Todo tiene un motivo. Ya era la Huerta del Sordo cuando llegó. A fuerza de soledad, la casa y el hortal se han hecho compañeros. Lorenzo quiere a esta tierra; piensa en Juanillo, en cómo derribarán su casa y con ella cualquier recuerdo del hombre; la higuera, resistente a las generaciones, sucumbirá a una pala mecánica apenas en unos minutos, terminando despedazada en los hogares de otras familias lejanas e ignorantes que quieran quemar esa leña. Mira Lorenzo su tierra y siente pena.

Se oye el barullo de un tren. Después: silencio. La casa de Lorenzo está rodeada de encinas, chaparros, alcornoques... A veces surge de la tierra una cresta de pizarra gris oscura, a sus pies crecen mejor los acebuches, y el lentisco desaforado agarra y medra donde quiere y se le permite. Unos metros delante del frontal, el terreno entra en declive y profundiza formando parte de una hoyada, resto de una torrentera que sigue su curso hasta desaguar en una gran lengua de tierra reverdecida; a lo lejos se ve el pueblo. Desde la casa de Lorenzo, elevada en una orilla de este valle, se extiende el mundo.

A Lorenzo le gusta reposar la mirada en el horizonte. Su casa es un fortín, una atalaya, un púlpito desde el que todo sermón consiste en mirar, y ahí está la única verdad que Lorenzo concibe. Todo padecer, las angustias que, muy de vez en cuando, atenazan su corazón: vuelan en el sentido de la torrentera hasta hacerse tierra y rocalla.

Hace mucho que no corre por allí el agua. Han crecido almendros, nogueras, en algunos recodos alguien plantó vides y también melocotoneros. Son vestigios de la abundancia unas acequias y pozos, hoy cegados, que ya no riegan nada. Dentro de un pozal hay matorrales abundantes y en uno de ellos, como en casa de Juan, una higuera imposible nació en el adobe del interior, brotando su ramaje como un esplendor de madera y aguas que no están. A Lorenzo, llegado el tiempo, le gusta acercarse a coger su fruto fácil.

La Huerta del Sordo no tiene vallas. Se llega a ella por caminos muy distintos, aunque casi nadie los frecuenta. Vive Lorenzo solo con su terrazgo, allí pasa los días hasta que le hace falta algo de La Venta o el pueblo. Lorenzo no es de mucho hablar. No entiende el paso del tiempo sin la grita de las aves, el tronar del cielo, el crepitar del sol o el roce aguanoso de las brisas y las lluvias.

Cae la tarde y Lorenzo nota la frialdad en el pecho. Se sienta a la puerta de su casa con las piernas descansadas; ve caer la lumbre del sol, cómo todo se dora y humedece, cómo cambian los tonos; y las cosas, siendo las mismas, se hacen noche. El hombre mira con sus ojillos escondidos, encerrados entre pieles, desde la altura contempla los huertos geométricamente sembrados, oye a distancia un rumorcillo que podría ser el pueblo, pero se le montan los campos encima hasta asordarle los sentidos, hasta convertir todo fragor de vida en un silencio tranquilo, casi dormido, paciente.

Mirando las tierras, piensa Lorenzo por qué se matarán los hombres. Habrá canallas, si no: no se explica uno; lo que nos hace falta está al alcance de las manos. Habrá gente que quiera más, pero a Lorenzo no le parece que sea ésta buena manera de vivir. Lorenzo no quiere hermandades, ni grupos ni pueblos, todo le suena a complicado y enredoso; el mundo es muy grande y fértil, quien no tenga que se acerque, repartiendo las tierras hay para todos. Y que agachen el lomo, porque Lorenzo llama trabajar a la faena del campo; cuando quiera uno más de lo que pueda comer ha de emplearlo para no doblarse, y volverán los canallas. Mejor no pensar en los hombres.

El sol cae anaranjado, con una aureola que anuncia aguas. En realidad, antes Lorenzo preveía cuando iba a llover. Ya cambió el clima. Sabe Dios. Todo está transformándose, quizás para bien; o para mal. Observando la misma arboleda de siempre siente que son otros los que están ajando el tiempo, pero ¿qué puede hacer?

Hay un silencio grande de sonochada. No oyó nunca silencio igual. Está como sordo; a lo mejor por esto se llama su casa la Huerta del Sordo. Quién sabe.

 

 

La desidia

 

 

 

Aún no se ha decidido el tiempo. Es la tarde; desde la Huerta del Sordo, Lorenzo ve cómo los cielos se abalanzan sobre él, unos cúmulos grises que se podrían tocar. La primavera viene de camino, se ve en las cunetas, en el azul ponzoñoso entre tanto verdor, ora oculto ora manifiesto, de las borrajas.

Pero la grisura del celaje, el sol a ratos, todavía no dejan que las amapolas salpiquen los esteros amarillos de jaramagos. El invierno no ceja de lanzar su ventolera; por todo el desaguadero, por todo el valle ve Lorenzo subir los aires fríos, tiempos todavía con placidez de brasas, refugio y soledad en las noches.

Lorenzo, algunas tardes, se sienta en la entrada de su casa y mira a la naturaleza ocurrir. Piensa, y se acuerda del chaval apesadumbrado por tantas ideas; tiene toda la razón, todo el mundo la tiene, porque todo el mundo sabe la verdad: estas cosas de ahora son una terrible confusión del hombre, estamos hechos para el laboreo, para morir cuando sea el momento, para penar con gusto en la briega diaria. Pero, ¿quién es él para hacer este discurso por ahí? ¿Quién es para contestar, siquiera, al muchacho inteligente? No hubo cambio, y ya no cambiará; sea esto lo poco que tenemos, con ello hemos de vivir.

Mira Lorenzo hacia la tarde, que reposa en los cielos, en los almendros, las encinas, acebuches, alcornoques, higueras, limoneros y en una morera vieja, sin hojas todavía, toda ramaje torcido. Mira la tarde en las mareas de cantos de pájaro, en los cambiantes tonos de la verdura en la distancia, en ese zumbar perenne de la sierra viva... Y la tarde pasa.



Francisco Silvera,

De Libro de los silencios

 

 


El libro de los silencios, Francisco Silvera


jueves, 11 de marzo de 2021

EL MITO EN LA FE TRASCENDENTE Y EL SABER CÍNICO DE LA PARRESIA

 Insistiendo en la temática de la razón y la trascendencia, ahora tocamos la incidencia del mito como fundamento para un entendimiento de la inclinación hacia la creencia trascendente, y todo esto en un nuevo post para la sección de Pensamiento del blog Ancile; entrada que lleva por título: El mito en la fe trascendente y el saber cínico de la parresia. 



El mito en la fe trascendente y el saber cínico de la parresia. Francisco Acuyo



EL MITO EN LA FE TRASCENDENTE


Y EL SABER CÍNICO DE LA PARRESIA

 

No podemos obviar en cualquier texto sagrado que el héroe o el sabio de sus escritos no es sino una constante en gran variedad de textos, que muestra realmente casi siempre un atrevimiento en el habla (parresia).  Antístenes y sobre todo Diógenes de Sinope pueden ser las figuras más reconocibles de la filosofía cínica y de su manera tan singular de elocuencia, aunque también el epicureísmo hizo gala de este atrevimiento expresivo. Pero nos parece aún más llamativo que en los textos evangélicos extraídos de la palabra de Cristo, se ponga en evidencia esta forma de contextualizar  la palabra en torno a la sorpresa y la profecía.

                Todo el bagaje de verdad y fantasía que conllevan los textos del Nuevo Testamento sobre la vida y obra de Jesús no están exentos de esta parresia estimuladora de sorpresa y de temor e incluso espanto en algunos de sus escritos (sobre todos en los apocalípticos) que, en verdad nos hace pensar en la figura de Jesús como un hombre culto y erudito (naggar, en arameo), que sabía perfectamente la naturaleza y la potencia del mito, cosa que hace de su personalidad se revista de aún más misterio.

                Es claro que la noción de mito que aquí barajamos excede la ingenua de fábula o ficción, huyendo de la definición griega (mythos) que acabo relegando a este a la mera invención que está alejada de la realidad. Es curioso que el mismo Nuevo Testamento, alude a este mismo concepto pagano (griego) de mito en tanto que relega a este al dominio de la mentira y la ilusión. ¿es esto una contradicción con la referencia de Jesús conocedor de la verdadera dimensión del mito? No lo vemos así nosotros, en tanto que la versión supuestamente testimonial de los Evangelios sinópticos u ortodoxos, acaso no acaba de casar con la realidad de la figura del Héroe del cristianismo, tal vez

El mito en la fe trascendente y el saber cínico de la parresia. Francisco Acuyo

mucho más influenciado por sectas ¿gentiles?  y sabidurías ¿mistéricas? no del todo reconocidas por la Iglesia , sobre todo a tenor de la relación, parece que incontestable, con la figura enigmática de Juan el Bautista.[1] La cuestión es que con el mensaje cristiano, al menos el primitivo, acaso más cercano a la figura de Jesús,  puede constatarse que la idea o concepto subyacente de su palabra en relación al mito aparece llena de una vitalidad que pone en duda cualquier referencia a una fantasía banal sin contenido vivo: véase como  preclaro ejemplo el mito del aniquilamiento del mundo seguido de una nueva creación y de la instauración de una Edad de Oro[2].

                LA realidad profundamente compleja del mito ya subyace en esa parresia audaz y arrojada de Jesús que exige una interpretación desde muchas y múltiples perspectivas. El hecho de lo sagrado esté presente en la supuesta relación histórica en la que se circunscribe el mito, trasluce una trasfondo de profundidad considerable que recoge la tradición que enlace con el hecho de que el sujeto o sujetos implicados son sin duda seres sobrenaturales, que no hacen sino descubrir la irrupción de lo sagrado en el mundo,[3] que no hace sino poner en evidencia la mortalidad del hombre y finitud del hombre, por eso su historia siempre es una historia verdadera. Se precisas de esas criaturas ejemplares para toda actividad y aptitud que sea resueltamente significativa.

                Será el lapso sagrado de la vida y muerte de Cristo un ejemplo proverbial para el entendimiento profundo de cualquier mito, porque conocer los mitos es aprender el secreto  del origen de las cosas.[4] De esta cuestión seguiremos abundando en próximas entradas del blog Ancile.

 

Francisco Acuyo

 

 



[1] Es fascinante el reconocimiento de que la cueva de Suba, donde el Bautista reunía a sus adeptos, tenía ya más 700 años del nacimiento de Juan, y que ya venía utilizándose para diversos ritos, y que recoge una tradición antiquísima de baños rituales, aunque, asombrosamente, no hay una tradición de esta índole israelita que hace que nos interroguemos sobre su origen.

[2] Eliade. M.: Aspectos del mito, Paidós, Barcelona, 200, pág. 14.

[3] Elíade, M: op. cit. 17.

[4] Ibidem, pág. 23.



El mito en la fe trascendente y el saber cínico de la parresia. Francisco Acuyo


martes, 9 de marzo de 2021

ENTRE LA PISTIS Y LA GNOSIS: LAS RAZONES DEL MITO EN LA IDEA DE TRASCENDENCIA

 Para la sección Pensamiento del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: Entre la pistis y la gnosis: las razones del mito en la idea de trascendencia.


Entre la pistis y la gnosis: las razones del mito en la idea de trascendencia. Francisco Acuyo


ENTRE LA PISTIS Y LA GNOSIS:


LAS RAZONES DEL MITO EN LA 


IDEA DE TRASCENDENCIA

 

 

NO deja de resultar harto curioso cómo en la misma cristiandad primitiva no acaba de resolverse la disputa entre las dos ópticas preponderantes a la hora de atender  al fenómeno de los propios fundamentos del cristianismo: la fe (pistis) y el conocimiento (gnosis) basado en la razón.

                Los designios divinos no son alcanzables al conocimiento y voluntad humanos (según se infiere del mismo Pablo de Tarso) por lo que el camino de toda redención radica en la fe y el desasimiento de cualquier voluntad  entendimiento de los hombres ante la disposición divina representada por Jesús, el Cristo.

                El imperio de la razón de un sector muy importante de aquellos primeros cristianos encontraba fundamento y salvación, sin embargo, en la gnosis basada en el empírico discernimiento que se puede hallar en la comprensión directa del mensaje de Jesús, porque acaso esto sea lo verdaderamente importante.

Entre la pistis y la gnosis: las razones del mito en la idea de trascendencia. Francisco Acuyo

                Al margen de los intereses institucionales que se derivan de una y otra postura (la fe exige de una orientación en los momentos graves de duda de la que se encargará todo el aparato eclesiástico; y la gnosis que elude cualquier tipo de necesidad orientativa que no sea la regida por la propia razón sostenida en un conocimiento que no se impone organizativamente y que no desea dirigir en modo alguno la orientación en los momentos difíciles.

                La cuestión es que aunque con la renuencia de la jerarquía institucional cristiana, acaso desde una óptica teológica y doctrinal[1], mucho le debe a aquel gnosticismo primitivo en tanto que en sus presupuestos encontró una vía de autodefinición de gran calado intelectual, y tal vez no pueda separarse tan claramente de la idea de fe (amparada siempre en un grado racional que de sentido a sus presupuestos doctrinales, buena fe dan de ello los no pocos padres de la iglesia que razonaron filosóficamente sobre los fundamentos de su propia fe, estableciéndose como los gnostikoi –conocedores- en intérpretes racionales de sus convicciones teológicas).

                La fe como idea sustentadora de la comprensión (incomprensible) hacia la voluntad de Dios, entra en franca confrontación con el conocimiento iniciado (revelación secreta) que les conecta directamente con la trascendencia. Quizá de aquí surja el dualismo acaso más engañoso de historia de la humanidad, al confrontar materia (defectuoso de origen) y el espíritu creador (perfecto por naturaleza), cuya armonización proviene del Redentor (el Héroe) enviado al mundo para la salvación unánime de las criaturas.

                La herejía gnóstica, hoy lo sabemos, era en realidad mucho más antigua que el propio cristianismo (acaso proveniente de Egipto), influyó de manera decisiva en el propio trasfondo que fundamentaría el concepto mismo de su fe, y si se observa con detenimiento, nos pone en duda sobre si este pensamiento no fue el que de manera más profunda influyó en la doctrina (no evangélica)  deducible del mensaje de Jesús.

                No alimentaremos controversias en este punto porque lo que a nosotros nos interesas es la idea de fe y su genealogía compleja e interesante. Cosa  que abordaremos en próximos post de este blog Ancile.

 

Francisco Acuyo



[1] Picnett, L. y Pince, C.: op. cit. pág. 86.



Entre la pistis y la gnosis: las razones del mito en la idea de trascendencia. Francisco Acuyo


lunes, 8 de marzo de 2021

UNA REFLEXIÓN NECESARIA: TEOFANÍA II,POR ALFREDO ARREBOLA

En segunda entrega traemos esta reflexión de nuestro amigo y colaborador Alfredo Arrebola para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, y bajo el título de: Una reflexión necesaria.

 

Una reflexión necesaria.2 Alfredo Arrebola



   UNA REFLEXIÓN NECESARIA: 

TEOFANÍA II


Uno de los más sobresalientes psiquiatras actuales, el estadounidense Brian Weis, nos ha dejado dicho que “por el conocimiento nos acercamos a Dios”, tal como leemos en “Muchas vidas, muchos maestros”, pág. 51 (Barcelona, 2020). Esta idea del afamado psiquiatra no es más que fiel reflejo de  aquella aguda inquietud de los filósofos judíos y musulmanes  medievales: Ibn Hazm, Averroes, Maimónides,  Avicebrón, Ibn Arabi, etc. De todos ellos, posiblemente es  Averroes (1126 – 1198) quien más me ha llamado la atención, ya que este cordobés - teólogo, jurista, médico y filósofo - defendió la idea  de que no hay contradicción entre la fe religiosa y las conclusiones filosóficas que la razón humana puede extraer. Incluso defendió la teoría de la doble verdad, idest, la fe llega a unas conclusiones y la razón a otras. Y  dignas de admirar son  sus palabras: “...el mayor respeto a Dios consiste en el conocimiento científico de sus obras: la naturaleza”, como lo recoge Sebastián Gámez  Millán en “100 filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos”, pág. 26 (Madrid, 2016).

     Ahora bien, acuciado por esta triste circunstancia vital, ya demasiado larga, y el difícil horizonte que se nos presenta, he creído conveniente reflexionar un poco más acerca de la “aparición de Dios” (teofanía) , partiendo, cómo no, del don  recibido gratuitamente: la fe. Así pienso y hablo yo, respetando, por supuesto, toda creencia e ideología. Y cuantos digan ser cristianos convencidos en Jesús de Nazaret, deben tener siempre presente que una de las señales de su identidad es la de vivir identificados – en solidaridad compartida - con los  que sufren y padecen, ¡que, por desgracia, van aumentando días tras día!.

  Es cierto, asimismo, que los cristianos sabemos que “todo sirve para el bien de los que aman a Dios” (Rom 8, 28). ¿Y para qué – me pregunto – puede servirnos esta situación tan delicada de la pandemia del Coronavirus?. Es posible, conforme a mi criterio, para hacer una lectura más profunda de la vida de fe, reflexionar sobre la esperanza, para crecer en humildad, solidaridad y, sobre todo, responsabilidad. Al fin y al cabo, todos “somos hijos de Dios”, hasta los llamados ateos: su no dios (a+theós) es su Dios.

 

Una reflexión necesaria.2 Alfredo Arrebola

Escribe el famoso teólogo Leonardo Boff (1938 – 2020): “Partimos de una intuición básica, afirmada siempre por el cristianismo, por los místicos y también por los espíritus más atentos de la humanidad: todo es Misterio y todo puede hacerse portador de Misterio. Este Misterio no es el límite de la razón  ni un abismo aterrador que reemplaza a la razón, sino una fuente inagotable de amor, de ternura y de acogida”, cfr. “Cristianismo. Lo mínimo de lo mínimo”, pág. 12 (Madrid, 2013). Ese Misterio se comunica y, además, quiere ser conocido. Sin embargo, podemos constatar que, sorprendentemente, cuanto más se conoce el Misterio más Misterio permanece en todo conocimiento, intensificando la voluntad humana de conocer más y más en un proceso sin fin. El flamenco, posiblemente, lo diga más  sencillo:

“Por aquella noche oscura,
yo iba buscando a Dios
sin saber que lo llevaba
dentro de mi corazón”, 

cfr. “Mi cante es una oración”, 
A. Arrebola (Málaga, 1989).
 

     Ese Misterio fontal es, sin duda, Dios, escondido bajo mil nombres que las culturas le han atribuido. Dios es Misterio, no sólo para nosotros sino también para sí mismo, dado que su esencia primera es ser Misterio. Y según la Teología, El se  autocomunica, y al autocomunicarse se muestra así como es: no como soledad, nos dice el teólogo Boff, sino como comunión de divinas Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo (op.cit, pág. 12).

Este nombre griego  significa aparición de Dios, o manifestación. Se sobreentiende que es la aparición  de Dios a los hombres, o sea, es una irrupción de lo divino en el ámbito humano de una manera visible. No quiere decir, sin embargo, que siempre se vea a Dios, pero que se hace patente su presencia. Por tanto, benévolos lectores, presencia y teofanía son dos términos religiosos en estrecha relación. La presencia de Dios reviste muchas formas o manifestaciones. Y juntamente con la presencia, está la gloria de  Dios. Así pues, tenemos la teofanía, la presencia y la gloria como auténticas realidades religiosas. Todas ellas, así lo confirma la tradición oral, producen el gran  sentimiento de pavor y de temblor a la vez que de fascinación y atracción en la criatura, como  afirma Carlos Castro en “Lo religioso y el hombre actual”, pág. 50 (Madrid, 1960).

    Antes que me traicione la memoria, debo aclarar que hacemos referencia, concretamente, a fenómenos cristianos y a su prehistoria hebrea, cuya característica peculiar de éstos es su objetividad. Las narraciones que tenemos de la presencia del Señor son siempre concretas, históricas. Están adornadas de todos los detalles que rodean las circunstancias históricas. De ahí la importancia y trascendencia de conocer lo mejor posible la Sagrada Escritura. La fuente de vida espiritual para el cristiano creyente es, sin duda, la Biblia.

  

Una reflexión necesaria.2 Alfredo Arrebola

La aparición de Dios ante  el hombre (teofanía) es necesaria, dado que éste es incapaz de atisbar la divinidad si ésta no se aparece. El ser humano no puede provocar la teofanía, ni merecerla nunca.

La  religión, considerada en su aspecto de relaciones con la divinidad, habría que verla como descenso de Dios hasta nosotros, es decir, una presencia de Dios en nosotros. Lo que manifestaría, por un la lado, la urgencia de divinidad con que el hombre está signado, estigmatizado. Son muchos los filósofos que han definido al hombre como “animal religiosum”: ¡tiene necesidad de Dios! (San Agustín, Kierkegaad, Unamuno, Narciso Yepes, Edith Stein, Giovanni  Papini...). Por otro lado, la sobreabundancia divina que va en busca de su criatura para instalarla en su órbita, de por sí inaccesible.

Porque es el enteramente “Otro”, el distante y el misterioso. No tenemos ni palabra siquiera para designarle. Ningún ojo humano le vio ni oído le oyó. El evangelista Juan es tajante: “Nadie ha visto a Dios” (Jn1,18). Sin embargo, nos encontramos, a lo largo de toda la Sagrada Escritura, las afirmaciones de que nuestras manos lo palparon y nuestros  ojos lo vieron. Ahí está Dios  que, en palabras de san Pablo, “lo llena todo”. Y el mismo Jesús nos dirá: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27). Los dos extremos de estas actitudes contrapuestas están unidas por un acontecer histórico largo. El hecho de que hace posible su unión es, precisamente, el motivo de esta humilde reflexión: TEOFANÍA: encuentro de la divinidad con la humanidad.

     Por eso me duele – hablo con la mayor sinceridad posible – cuando alguien se me acerca y me pregunta directamente: ¿Por qué, amigo Alfredo, permite Dios esta pandemia?. Dime, si Dios es tan bueno, tan  misericordioso, tan defensor del débil, ¿cómo permite tanto sufrimiento en sus hijos, los hombres y mujeres de este mundo? Yo le contesto: tú mismo me das la respuesta: Dios sólo “lo permite”. Las teofanías, caracterizadas por su dramatismo, se desarrollan en medio de conmociones cósmicas. El cataclismo físico es lo que las acompaña y, muchas veces, se suspenden las leyes físicas; por lo menos se interrumpe la normalidad de la naturaleza, en mayor o menor escala. Esos fenómenos extraordinarios no son más  que un paso de Dios entre los hombres – como se ha dicho – y, por lo general, van anunciados con presagios, preparados con anuncios, y tienen , según lecturas bíblicas,  una finalidad concreta en la intervención de Dios en los destinos de los hombres.

  Lee, benévolo lector, al menos, el“Exódo” donde encontrarás la descripción detallada y solemne de este encuentro de la divinidad con los hombres. Y no olvides – respetando tu libertad – que el ser humano es complejo e inconformista por naturaleza, por ello – según san Agustín, Padre y Doctor de la Iglesia (354 -430) – el hombre - cristiano, laico o ateo - está predestinado a sufrir, víctima de su propio inconformismo.  Creo  que toda persona – la “res cogitans” de Descartes -, si es honesta y honrada consigo misma, tiende a buscar precisamente lo que no ve, pero está presente, D I O S .

 

 



                                 Alfredo Arrebola

        Villanueva Mesía-Granada, Febrero de 2021.

 

 

 

 

Una reflexión necesaria.2 Alfredo Arrebola