viernes, 25 de junio de 2021

EL DIGNIFICARE EN LA POSMODERNIDAD: UNA ACCIÓN SIN CONSIDERACIÓN ÉTICA O ENVERGADURA MORAL

Siguiendo las directrices de la anterior entrada, traemos esta nueva para la sección Pensamiento del blog Ancile, bajo el título de: El "Dignificare" en la posmodernidad: una acción sin consideración ética o envergadura moral.


EL DIGNIFICARE EN LA POSMODERNIDAD:

UNA ACCIÓN SIN CONSIDERACIÓN  ÉTICA O

ENVERGADURA MORAL

 


El "Dignificare" en la posmodernidad: una acción sin consideración ética o envergadura moral. Francisco Acuyo


El valor del individuo es, decíamos, noción fundamental (dignitas) para el consecuente respeto de cada ser humano en virtud de aquella idiosincrática humana individualidad. El ethos o valor moral innegociable de aquel dignus que es propio de cada uno, se dice que es siempre inestimable. La acción de dignificar (dignificare) equitativamente a cualquier persona es fundamento básico de cualquier reconocimiento a todo hombre, el cual, a su vez,  es dignatario de ese principio básico de reconocimiento.

                Sí, el dignatario, el que porta dignidad, desde la antigüedad (Roma) era el portador de valores altamente representativos de buena conducta y de no menos alta consideración moral. No era, pues, extraño que aquél que ganaba en dignidad fuese tenido como ejemplo ético y de reconocido prestigio en atención al valor que tenía el honor obtenido  de su conducta y proceder  ejemplar.

                Si todo lo que atente contra la dignidad huma es intolerable por indigno, cabría reflexionar si en la actualidad aquella Oratio de hominis dignitate[1] de Pico de la Mirandola, tiene alguna vigencia, sobre todo ante las continuas y grandilocuentes referencias a la Declaración Universal de  Derechos Humanos en la modernidad. Lo que resulta más chocante es que ni siquiera se plantea el individuo esta cuestión de la dignidad desde la perspectiva individual más básica. Pero, ¿cómo se falta el respeto a sí mismo el ser humano en la actualidad? Acaso deberíamos afrontar esta interrogante dirigiendo nuestra mirada hacia aquellos hombres ejemplares que debieran ser modelo para cualquiera que pretenda respetarse a sí mismo, y plantearse si hay alguno en lo más prominente de la vida pública entre nosotros. Parece, a primera vista, que no es nada fácil de encontrar en este ámbito social de responsabilidad pública, si, pongamos los mandatarios no se respetan a sí mismos poniendo en contradicción continua el valor de su misma palabra (es tristemente constatable que nuestros próceres políticos miente más que hablan con todo desparpajo y sin vergüenza alguna)

                Aquel reflejo moral del mundo sustentado por el logos para llegar al ethos mediante el que promover y educar nobles y muy necesarias intenciones,  precisa hablar consigo mismo con sinceridad para hacerlo posible con igual honradez con el mundo, y todo porque anhela ser algo más que mero azar, caos, naturaleza, pues requiere un designio para sí entre aquellas circunstancias inevitables.

                Que la aspiración de este ethos era (y es) sin duda el impedimento de la destrucción personal y social basada en la excelencia humana (areté) que indaga en la justicia, en la verdad y el bien, que precisa de la aspiración sincera a la bondad, ¿dónde ha quedado en nuestros días aciagos esta fundamental aspiración?

                ¿Somos realmente lo que hacemos?[2] ¿Acaso también lo que pensamos?[3] Por las obras los conoceréis, pero también por la ideología que subyace muchas veces más como prejuicios que como reflexiones razonables. El agathós (bondad) social e individualmente  útil se inspira muy por encima de la utilidad egoísta que se hace expresa gracias al logos. La palabra que no tergiversa el valor de sus significados es de capital importancia si quiere ser realmente universal su significado.

                ¿Es hoy esto algo posible? La era de la postverdad (posmodernidad) lo pone todo crudamente en entredicho, y la socialización de aquellas obras que deben ser verdad para todos pierden la esperanza de su autenticidad, que no otra que la que aspira la anthrópeia philosophía (filosofía de las cosas humanas).

                Veremos hasta qué punto es disparatado el mundo de los conceptos y del lenguaje en nuestros días, y lo imposible de desarrollar un proyecto ético genuino sin los antiguos parámetros ético filosóficos  en la edad de la posmodernidad. Esto será en siguientes entradas del blog Ancile.

 

 

 

Francisco Acuyo

               

               



[1] Discurso sobre la dignidad del hombre

[2] Aristóteles: Ética Nicomáquea.

[3] Damampada.




El "Dignificare" en la posmodernidad: una acción sin consideración ética o envergadura moral. Francisco Acuyo


martes, 22 de junio de 2021

SOBRE LA SOLEDAD Y OTROS DILEMAS

 Cambiamos de tercio temático para la sección Pensamiento del blog Ancile. Traemos en este nuevo post otras reflexiones que nos parece que vienen al pelo (por cuestiones personales de reciente suceso que por comedimiento y pudor no descubriré), sobre todo porque por la muy baja consideración que se tiene en la posmodernidad sobre la propia dignidad de las personas en el mundo, y todo bajo el título: Sobre la soledad y otros dilemas.



SOBRE LA SOLEDAD Y OTROS DILEMAS


 

Sobre la soledad y otros dilemas. Francisco Acuyo

SIEMPRE anduve solo. Acaso no  tuve consciencia de mi soledad  hasta que la ocasión  de andar con otros  no se me presentó cierta y, ante  todo, muy estrecha. Desde entonces he querido que sirva  mi soledad para abrazar con palabras aquellos muy queridos sitios donde, con tanto gozo como  tristeza, caminé con compañía, aun siempre solitario.

                Esta a(p)titud[1] dícese que es rasgo común de algunas almas (¿excéntricas?): señal, carácter o atributo en el que me reconozco amplia y profundamente. Pero de ser así de sencillo esta idiosincrasia personal, no merecería ninguna reflexión: es soledad cuyo semblante apunta detalles acaso mucho más complejos. Por ejemplo, es inevitable atribuirla como peculiaridad de otro rasgo común a todas las criaturas: el sufrimiento. Es esta marca del mal[2] la que en no pocas ocasiones, dentro de su desdicha, al menos sabemos que estamos vivos, y aunque sé que en una sociedad profusa y confusamente gregaria estará muy mal visto la soledad deseada, no puedo evitar e incluso pedir el amparo de esta y al obtenerla gozarla como una gracia dada también para cualquier ser consciente, no obstante, no la defenderé por darse por hecho que no es apropiada, cuando no totalmente rechazable, y porque sé  que una mala causa empeora con la defensa. Sin embargo, hablaré de ella como uno de los hechos más potentes (no circunstancia) que nos contemplan en el mundo.

                La solitas latina[3] será el estado desdeñable para el que aspira a ser integrado en sociedad con la dignidad que le pertenece (casi siempre según las normas del grupo prevalente por ideológicamente dominante), dignidad que es siempre resultado de aquello sobre lo  que es merecedor (dignus) el individuo social. La raíz indoeuropea dek (de dignus), nos traslada al dokein (opinión) griego  que resalta su configuración como la opinión de algunos. O al verbo latino decet (apropiado) que impone en mayor grado la decencia que se ha atribuido socialmente al señalado. Estas etimologías son traídas al caso de manera no baladí, el ser del lenguaje no es cosa de manejo caprichoso en lo más profundo de sus significados.

Sobre la soledad y otros dilemas. Francisco Acuyo

                Es rigurosamente cierto que esta soledad, que de consuno suele acompañarme, conlleva una seguridad personal que se refleja en una manera de entender y hacer las cosas que, por ser mía, es intransferible y profundamente liberadora, y que diría dañar al que la observa, aun no siendo esta posición mía, ni arrogante ni sospecha de pretender diferencias con el prójimo, no en vano siempre he considerado la amistad[4] como uno de los más raros tesoros que pudiera contener en su vida cualquiera persona. En esta soledad entendida en sentido soteriológico he podido constar, con el transcurso de los años, que me es muy genuina. También que el rechazo de mis congéneres ante esta soledad deseada se ha manifestado a la par que la incomprensión, por este ser y estar acaso en este grado de soledad tan singular en sociedad. En verdad que no puedo negar un cierto grado de misantropía que me hace sentir libre y también comprometido con la causa de la verdad que tantas veces es tergiversada por los intereses egocéntricos personales, infames por políticos y deleznables por ideológicos, y q ue todos acaban por traducirse de manera informe en la masa social. Pero esta aptitud (y también actitud) tiene un precio: la relegación inevitable al ostracismo.

                Viendo el comportamiento de mis coetáneos he podido constatar que la societas ha perdido su valor esencial, si su valor de significado viene del socius (compañero, aliado que comprende y sigue al otro) y que según su sufijo, tas, se refiere a la cualidad, en este caso la cualidad de la variedad. Es la variedad aceptada de todos los individuos lo que debería configurar la pluralidad social.

                Acaso hoy como nunca, que no hay equilibrado y avisado juicio crítico, es cuando leve y pusilánimemente se lleva a cabo el ser huero e indiferente, cuando el cometido de la razón crítica debiera estar sujeto a la investigación tanto de los hechos mismos como de las circunstancias[5] que llevaron a posicionar una obra y una personalidad en determinado emplazamiento, si es que la personalidad del artista, del intelectual, del hombre común entregado a la obra de su propia estructura existencial, nace imbricada en la esencia de aquella (de su personalidad, digo), aunque las circunstancias exteriores pudieran haberle sido perniciosas.

                Insisto en que hoy más que nunca, si la poesía es hija del retiro,[6] es preciso reconocerla en esta soledad; se ofrece, sin embargo, como objeto de banal ajetreo social y de ínsípido consumo. Es por esto que me reconozco plenamente en la soledad liberadora de ese retiro y, sin duda, al menos a mi entendimiento no cabe otro punto de razón, por eso la gran herejía de esta soledad  que no se perdona, radica en la indiferencia que siente hacia esa frivolidad donde vive a sus anchas el flagrante prurito de la fama, donde arde siempre el deseo de granjearse un buen nombre entre los hombres, aunque en el fondo, por anodino, no se merezca; mas, menos aún importa en un orbe en el que el ser y estar en dignidad no solo no interesa, sino que no vale un ardite, aunque la obra (artística, intelectual, vital)  y aun la persona pague el castigo público de la indiferencia que seguramente no merecía.

                Seguiré indagando sobre esta soledad tan necesaria para el espíritu creativo y para el alma que tenga en sí misma la certeza de que vivir con dignidad es más importante que medrar en los intereses espurios de la fatua ideología en pos del poder o del necio esfuerzo para proveer a la egolatría nunca satisfecha para obtener acaso una inmerecida y siempre efímera fama.

 

Francisco Acuyo



[1] En verdad que no la considero como una actitud movida por circunstancias (que también las hubieron y fuesen potencia e inclinación para una actitud más o menos misantrópica) pues, desde muy joven me incitaban a la contemplación solitaria del mundo.
[2] Acuyo, F.:El mal, aroma del nada. EL problema del mal en el mundo, en preparación.
[3] Solus (solo) itas (cualidad): Cualidad de estar sin nadie más
[4] Acuyo, F.: Elogio de la decepción, segunda edición, Entorno Gráfico ediciones, 2021.
[5] Ovidio: Tristes,libro I, Gredos, Madrid 2001, pág, 14.
[6] Ibidem.




Sobre la soledad y otros dilemas. Francisco Acuyo


viernes, 18 de junio de 2021

DEL PRINCIPIO DE VERIFICACIÓN A LA POSTULACIÓN DE UNA REALIDAD TRASCENDENTE

 Prosiguiendo con las aproximaciones de entradas anteriores sobre la realidad de lo sensible y sus interacciones con la no menos real manifestación de la conciencia, traemos un nuevo post para la sección Pensamiento del blog Ancile, bajo el título: Del principio de verificación a la postulación de una realidad trascendente.


DEL PRINCIPIO DE VERIFICACIÓN A LA


POSTULACIÓN DE UNA REALIDAD TRASCENDENTE


 

Del principio de verificación a la postulación de una realidad trascendente. Francisco Acuyo

 Advertíamos de la deprimente (y muy limitada) visión del positivismo lógico en relación a lo único que merece la pena atender es a aquello que pueda verificarse mediante la experiencia sensible o la confirmación empírica (principio de verificación). A partir de esta perspectiva será solo la ciencia (la lógica o las matemáticas afines a este principio de verificación) la(s) única(s) aproximación de sentido.

                Es el caso que, sin embargo, se manifiestan tozudamente hechos que no hacen sino poner en evidencia  la necesidad de una aproximación mucho más amplia ante realidades como la racionalidad inserta en la estructura del universo, el de la vida entendida como operatividad autónoma, o el origen de la vida y el de la conciencia, el pensamiento conceptual y el yo.[1]

                Si atendemos a las ¿nuevas? corrientes de pensamiento (ateísta) que confrontan con estos temas, por cierto, pasando sobre ellos de puntillas,  podremos constatar que nos encontramos ante una ya más rancia óptica positivo lógica que se niega a aceptar sus evidentes limitaciones. No en vano los resultados a los que se acogen estas corrientes trasnochadas positivistas a los resultados experimentales de determinados aspectos de la propia naturaleza (por ejemplo biológicos) que, por otra parte no nos van a decir nada en absoluto de las leyes que gobierna el universo.[2]

                La cuestión sobre lo trascendente no es sólo una controversia desatada entre ateísmo y teísmo, porque es un problema que subyace siempre en la dimensión de lo que más profundamente entendemos por sabiduría. En cualquier caso es bastante corriente establecer como uno de los argumentos más habituales del ateísmo el de la problemática del mal en el mundo,[3] que ya hube debatido en otras ocasiones y sobre la que no voy a entrar en esta  señalada coyuntura. Es más, quisiera céntrame más en el problema de la necesidad de una aproximación (¿filosófica nueva?) que atienda en las condiciones adelantadas en párrafos anteriores, al lenguaje como vía de vecindad y acercamiento a aquellas cuestiones que atienden a la necesidad de significado o sentido para un mejor entendimiento del mundo.

                En realidad el problema del lenguaje para acceder a la realidad de las cosas es también bastante viejo, que viene a su vez basado en otra no menos antigua controversia: ¿es posible tener un conocimiento directo de lo exterior a nosotros mismos? Lo que es incontestable es que hoy día hay un rechazo abierto al escepticismo cartesiano que entra en franca colisión con la realidad del lenguaje como vía de conocimiento del mundo físico y de las otras personas que conviven con nosotros,[4] siendo además el lenguaje creativo literario y sobre todo poético[5] acaso una de las muestras más manifiestas.

                Indagaremos con más detalle en este punto de tanto interés sobre el lenguaje y las postulaciones sobre la realidad sensible y trascendente.

 


Francisco Acuyo



[1] Varguese, R. A.: Prefacio en Dios Existe, Antony Flew,  op. cit. pág.29.

[2] Barrow, J.: en A Scientist’s Scientist, Julia Vitullo-Martín, http://www.templeton.org/milestones/milestones_2006,-04. asp).

[3] Acuyo, F.: El mal, el aroma de la nada. El problema del mal en el mundo, de próxima aparición.

[4] Flew, A.: op.cit. pág.57

[5] Acuyo, F.: véanse las entradas en relación con El lenguaje poético en Ancile: https://franciscoacuyo.blogspot.com/

martes, 15 de junio de 2021

REALIDADES EXPERIMENTALES Y LA VERDAD A LA QUE PUEDE ACCEDER NUESTRA CONCIENCIA

 Bajo el título: Realidades experimentales y la verdad a la que puede acceder nuestra conciencia, traemos un nuevo post para la sección Pensamiento. del blog Ancile.



REALIDADES EXPERIMENTALES  Y LA VERDAD


A LA QUE PUEDE ACCEDER NUESTRA CONCIENCIA



 

Realidades experimentales y la verdad a la que puede acceder nuestra conciencia, Francisco Acuyo



¿Son iguales las realidades que podemos experimentar perceptivamente y aquellas otras mediante las que se puede llegar por la vía exclusiva de la abstracción mental? Mucho tiene que ver esta distinción o derivación con el planteamiento racional desde nuestras conciencias contingentes y limitadas sobre la idea de un absoluto, y de este como algo en esencia paradójico. ¿De dónde proviene esa intuición, concepto, pensamiento, representación, imaginación o sospecha? Las realidades de nuestra experiencia rechazan esas visiones o ¿ensoñaciones? de lo infinito o inconmensurable a lo que estará vinculado inevitablemente cualquier noción de trascendencia. ¿Son pues estas aproximaciones a lo trascendente realidades exclusivamente mentales?

                Cabe deducir que los fenómenos a los que accede y explica la ciencia y que son propios y apropiados para su metodología y que tratan de dar respuesta al origen y funcionamiento del universo mundo, explican muchas veces de manera ampliamente satisfactoria cómo es y cómo funciona este mundo fenomenológico. Sin embargo, la cuestión semántica (y que aparece trascendiendo el aspecto sintáctico de manera inevitable) del mundo y de la vida y de la conciencia no obtiene una clara respuesta. El significado, insistimos de lo que hay y acontece en el cosmos acaba por imponerse pertinazmente en nuestras conciencias como una extraña necesidad.

                Hay una situación acaso hoy más que nunca de gran importancia por inaudita y esencial que parece confirmarse a la luz de la razón filosófica, incluso metafísica, que nos habla sobre los datos de la ciencia, y cómo estos no tienen por qué resultar incompatibles con la idea de una realidad trascendente, al margen de que sean susceptibles de otras exégesis variadas.

                La cuestión es que, ante la contemplación del universo, de la vida y de la conciencia es inevitable rondar la idea del origen de aquellos, o lo que es lo mismo, la de su creación, pero al tiempo, plantearse esta idea poiética es, en realidad, un proponer una noción de lo trascendente que va más allá de la visión heideggeriana del teísmo como proyección humana, si es que aquella lo que hace es enturbiar más que poner en evidencia la realidad de dicha trascendencia, no obstante, puede ser útil en tanto que la crisis del espíritu es cada vez más manifiesta, pero ¿será en verdad porque no satisface las necesidades perentorias de la existencia humana? ¿O es que acaso no se está demostrando con esta crisis profunda de valores en la actualidad la sintomatología de una sociedad cada vez más enferma porque esta enfermedad proviene del mal  de la alienación de las necesidades de sentido y significación que son las que alimentan el espíritu?

                Que el mundo sea, que exista, nos lleva a un término harto debatido en este medio en el que debatimos estas y otras cuestiones, cual es el de la nada.[1] Esta relación es fundamental para poder hacer una explanación coherente de lo que se presenta como inexplicable: ¿por qué existe el mundo? Esta coherencia es fundamentada por la idea de creación que encuentra como el trasfondo más enigmático la nada misma. Es así que, si bien todo lo que conocemos es y por lo tanto tiene existencia, este hecho ontológico conlleva a su vez la interrogante inevitable de, qué será aquello que origina el ser existencial de todas las cosas.

                Hecha esta aproximación parece ineludible cuestionar que lo único que puede existir por sí mismo sea ese ser de las cosas sin una referencia a lo trascendente como realidad última y creadora. Por todo lo antecedido en las reflexiones hechas parece totalmente lógica una nueva aproximación racional de lo trascendente (sobre todo en los ámbitos de la filosofía analítica) y como superación del deprimente posicionamiento del positivismo lógico.

               Debatiremos esta cuestión en próximas entradas del blog Ancile, así como otras problemáticas afines a aquella.

 

 

Francisco Acuyo

 



[1] Acuyo, F.: Todo sobre la nada, inédito.


Realidades experimentales y la verdad a la que puede acceder nuestra conciencia, Francisco Acuyo


viernes, 11 de junio de 2021

SUCESOS, DE PASTOR AGUIAR

 Me complace enormemente traer para la sección Narrativa del blog Ancile, el relato de nuestro colaborador y amigo Pastor Aguiar, en esta ocasión bajo el título: Sucesos.


SUCESOS


Sucesos. Pastor Aguiar



Entre un pueblo y el otro, la costa. Yo no veía los pueblos ni supe sus nombres, simplemente iba caminando con los pies desnudos por los charcos que dejaban las olas sobre las depresiones del litoral. Era una extensión rocosa, no recuerdo árboles.
 
            Detrás de mí alguien hablaba de vez en cuando, mas no me volví a mirarlo; era un hombre y me bastaba su voz haciendo comentarios a propósito de las aguas.
 
            Cuando avanzaba así, me fijé en una agitación apenas a diez pasos al frente. El líquido parecía hervir con tantos peces, que supuse sardinas.
 
            _ Quién tuviera anzuelos para esa carnada viva, carajo_ Me dije desencantado.
 
            Entonces anduve con cautela, tratando de no asustar al cardumen, y ya sentía el golpeteo de los cuerpos contra mis piernas. Metí ambas manos hasta los codos y pude atrapar un pez gris rosado de libra y media. Como era tan resbaloso, le hundí índice y pulgar en las agallas. Su blandura me asombró, ni siquiera las aletas hincaban. Su lomo se deshizo y fui comiendo la carne dulzona sin detenerme más. No tenía espinas, ni las escamas me molestaron en la lengua.
 
            Al rato lancé los restos del animal hacia el océano y me dediqué a sacar hilachas de masa de mi dentadura postiza y de los escasos dientes naturales. Después tomé un buche de agua para enjuagarme la boca.
 
            Los pájaros volaban en todas direcciones, chocando entre sí como si estuvieran ciegos, y algunos caían lastimados, pero no se me ocurrió aprovecharlos, ya no tenía hambre.
 
            Alguien sin rostro definido se acercó en sentido contrario y me dijo:
 
            _ ¿Qué tal el panorama? ¿Va de pesca?
 
            _ Ojalá; no tengo avíos. Agarré una buena pieza con las manos. Parecía un parguete, pero blando y dulce como el pan de gloria.
 
            La figura desapareció y volví a escuchar al que siempre vino detrás de mí.
 
            _ Unos vienen y otros desaparecen, así es la vida.
 
            Di por cierto lo que decía, y supe que debía seguir, apurar el paso hasta la ciudad venidera, si en realidad había población alguna por aquel rumbo, porque muy bien todo podía ser costanera, hervor de peces y pájaros tontos chocando sobre mi cabeza. El futuro me lo iba a verificar alguna vez.
 



 
Pastor Aguiar




Sucesos. Pastor Aguiar


 

martes, 8 de junio de 2021

REALIDAD, CIENCIA Y CREENCIA EN LA MODERNIDAD

Abundando sobre la razón e instinto de trascenderse, traemos un nuevo post para la sección Pensamiento del blog Ancile que lleva por título: Realidad, ciencia y creencia en la modernidad.



REALIDAD, CIENCIA Y 


CREENCIA EN LA MODERNIDAD



 

Realidad, ciencia y creencia en la modernidad. Francisco Acuyo



 

Hablábamos en anterior entrada del cierre categorial del saber científico sobre cualquiera otra manera de comprensión o entendimiento del mundo. La clausura epistemológica es tan estricta como violenta, en tanto que cierra cualquier aproximación a la realidad que no sea deducida desde su seno metodológico ¿infalible?. Nihilismo, escepticismo, deconstrucción… son entre otras las claves para afrontar lo que la realidad sea en la posmodernidad.

                El injustificado rechazo al  pensamiento simbólico conlleva, a mi juicio, más déficits que beneficios. Es claro que su rechazo deja aún en más evidencia las deficiencias del rigor epistemológico de la ciencia para atender a las necesidad profundas del ser humano que, por cierto, acaba por poner sobre la mesa las carencias de la misma razón al pairo exclusivo del método científico. Mas, entonces, por qué habremos de creer en una ciencia que no puede dar respuesta a interrogantes que se muestran a lo largo de los siglos como necesarias para, cuando menos, una higiene mental razonable que nos ponga en armonía con el mundo del subjetivo que, a mi juicio, trata de solventarse con resoluciones y dictámenes netamente profanos.

                Si atendemos a aquel asombro extasiado (y extasiante) de Einstein[1] ante la contemplación del universo nos habla de este asombro por el conocimiento de las cosas como un fin en sí mismo (Goethe), mas no instalado en un placer o una visión hedonista de la contemplación de tanta belleza, sino como puerta para la realización de las grandes preguntas y la posibilidad de encontrar respuestas.

                El desiderium sciendi (Tomás de Aquino) no se detiene, como decimos en el mero gozo de belleza sino de entendimiento.[2] Es clara que la curiosidad del funcionamiento intrínseco de las cosas anima la curiosidad, y deja evidente su funcionalidad práctica, científico-tecnológica, que no puede dejar entrever otra necesidad acaso mentalmente aún más perentoria: el significado o el sentido de las cosas.

                Proponemos en este espacio que la realidad, la ciencia y la búsqueda de significados no tienen por qué está en franco enfrentamiento y ser fuente de continuas controversias. Acaso el reconocimiento del espacio que la ciencia ocupa no debe estar en guerra perpetua con la indagación de aquellos significados.

                ¿No estaremos entrando un momento peligroso para la propia ciencia al intentar indagar más allá de las estructuras y metodología para las que fueron consideradas y construidas? Creo que el inquietante reconocimiento de sus límites, por cierto, base fundamental metodológica para ser ciencia, abre un horizonte de incertidumbre por no reconocer la verdad científica, si bien es exacta, es también incompleta y penúltima,[3] y todo porque acaso lo fundamentalmente último será el valor y el sentido de las cosas.[4]

                Seguiremos indagando en posteriores post de este blog sobre estas consideraciones por su interés revelador para intentar acercarnos a la realidad a la que pretende acceder la ciencia, mas, también otras maneras de aproximación a la misma.

 

 

Francisco Acuyo




[1] Einstein, A.: Mis ideas y opiniones, A. Bosch, Barcelona, 2002, pág. 35.

[2] Aquino, T.: Summa Teológica, Tecnos, Madrid, 2014.

[3] Gasset, O.: Obras completas, t. VIII, Taurus, Madrid, 2004, pág. 263.

[4] Dewey, J,: La búsqueda de la certeza, Fondo de Cultura Económica, México, 1952.




Realidad, ciencia y creencia en la modernidad. Francisco Acuyo


viernes, 4 de junio de 2021

LA RAZÓN COMO SOSPECHA FRENTE A LA RAZÓN COMO INSTINTO

 Dentro de la sección Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva por título: La razón como sospecha frente a la razón como instinto.



LA RAZÓN COMO SOSPECHA

FRENTE A LA RAZÓN COMO INSTINTO

 


 

La razón como sospecha frente a la razón como instinto. Francisco Acuyo





En tiempos de reconocida increencia resulta extremadamente curioso que sea precisamente en virtud de los estudios sobre la naturaleza y sus ciencias más severas (física, matemáticas, cosmología…) desde donde provengan hoy día para algunos filósofos de excepción, los indicios más razonables para el reconocimiento de una Realidad trascendente. Reconocemos, además, que existe hoy día un fanatismo o fundamentalismo ¿racionalista) y cientifista, como diría D. Miguel de Unamuno, que no hace sino marcar una indeseable huella de exaltación intransigente que hace un flaco favor al mismo método científico y a los fundamentos de cualquier racionalismo objetivo y equidistante.

                La carga de la prueba, decía, de algunos de estos filósofos, encuentran base en las ciencias más duras del método científico, y esto ante la reconocida dificultad de dar a lo trascendente de esa Realidad características en el dominio de los cuerpos físicos. En cualquier caso, no vendría mal hacer la precisión de que la ciencia tal y como la entendemos en la modernidad hubo de tomar forma en el ámbito de la Europa de la cristiandad.

                En cualquier caso los maestros de la sospecha (Hume, Schpenhauer,  Russell , Ricoeur, Nietzsche, Freud…) habrían de cargar con buena parte de la responsabilidad de este rechazo, sino de profundo desprecio, acaso sin recabar o apreciar el poder no tanto histórico de la razón como en el instintivo de esta, y que tantos admirados y admirables pensadores, ha servido como punto de inflexión a sus reflexiones. Todo lo cual nos lleva a apreciar lo que Varghese indicaba en la célebre obra de Antony  Flew, Dios existe, a saber, que los fanáticos religiosos no tienen el monopolio del dogmatismo, la incivilidad, el sectarismo y la paranoia.[1]

                Ya Agustín de Hipona proclamaba que la creencia sincera como muestra de fe es mucho más que un acervo sistematizado de estas o aquellas dogmáticas convicciones, si en verdad es esta la manera genuina de relacionarse con lo trascendente. Aquel creer el alguien (no en algo)[2] se manifiesta la revelación que, no obstante, encuentra fundamento en la razón y en la voluntad hacia esa creencia, en tanto como en Anselmo de Canterbury, no se busca tanto entender para creer, como creer para poder comprender.

                Esta razón instintiva manifiesta una estrecha relación entre razón y fe (y sobre la que ya hemos abundado en anteriores entradas), pone énfasis en la perspectiva (para mí) no tanto antropológica como propia de la conciencia. En cualquier caso, la ciencia ha impuesto a través de su sistematización, análisis y método una superioridad acaso no bien razonada sobre cualquier otra manera de entendimiento del mundo visible e invisible. La ilustración, el positivismo y, finalmente, la visión científico técnica (e incluso la filosofía de la ciencia) han cerrado el círculo de cualquiera comprensión del universo y de nosotros mismos si no es en virtud de un andamiaje y un cimiento fundamentalmente empírico.

                No deja de resultar curioso, cuando no contradictorio, que el actual humanismo tan en boga trate de encontrar todo su fundamento en ese cierre categorial[3] que ya advirtiera Gustavo Bueno, que no habría sino poner de manifiesto la crisis de la metafísica, de la filosofía y de los ordenamientos morales del mundo.

                Pero sobre todo esto y otros menesteres análogos, seguiremos insistiendo en posteriores post del blog Ancile.



Francisco Acuyo

 



[1] Varguese, R. A. : Prefacio a Dios Existe, de Antony Flew, Trotta, 2012, pág. 24.

[2] Estrada. J.A.: op. cit. pág. 39.

[3] Bueno, G.: Teoría del cierre categorial, Oviedo, 1993.



La razón como sospecha frente a la razón como instinto. Francisco Acuyo