Siguiendo las directrices de la anterior entrada, traemos esta nueva para la sección Pensamiento del blog Ancile, bajo el título de: El "Dignificare" en la posmodernidad: una acción sin consideración ética o envergadura moral.
EL DIGNIFICARE EN LA POSMODERNIDAD:
UNA ACCIÓN SIN CONSIDERACIÓN ÉTICA O
ENVERGADURA MORAL
El valor del individuo es,
decíamos, noción fundamental (dignitas)
para el consecuente respeto de cada ser humano en virtud de aquella idiosincrática
humana individualidad. El ethos o
valor moral innegociable de aquel dignus
que es propio de cada uno, se dice que es siempre inestimable. La acción de
dignificar (dignificare)
equitativamente a cualquier persona es fundamento básico de cualquier reconocimiento
a todo hombre, el cual, a su vez, es
dignatario de ese principio básico de reconocimiento.
Sí,
el dignatario, el que porta dignidad, desde la antigüedad (Roma) era el
portador de valores altamente representativos de buena conducta y de no menos
alta consideración moral. No era, pues, extraño que aquél que ganaba en
dignidad fuese tenido como ejemplo ético y de reconocido prestigio en atención
al valor que tenía el honor obtenido de
su conducta y proceder ejemplar.
Si
todo lo que atente contra la dignidad huma es intolerable por indigno, cabría
reflexionar si en la actualidad aquella Oratio
de hominis dignitate[1]
de Pico de la Mirandola, tiene alguna vigencia, sobre todo ante las continuas y
grandilocuentes referencias a la Declaración
Universal de Derechos Humanos en la
modernidad. Lo que resulta más chocante es que ni siquiera se plantea el
individuo esta cuestión de la dignidad desde la perspectiva individual más
básica. Pero, ¿cómo se falta el respeto a sí mismo el ser humano en la
actualidad? Acaso deberíamos afrontar esta interrogante dirigiendo nuestra
mirada hacia aquellos hombres ejemplares que debieran ser modelo para
cualquiera que pretenda respetarse a sí mismo, y plantearse si hay alguno en lo
más prominente de la vida pública entre nosotros. Parece, a primera vista, que
no es nada fácil de encontrar en este ámbito social de responsabilidad pública,
si, pongamos los mandatarios no se respetan a sí mismos poniendo en
contradicción continua el valor de su misma palabra (es tristemente constatable
que nuestros próceres políticos miente más que hablan con todo desparpajo y sin
vergüenza alguna)
Aquel
reflejo moral del mundo sustentado por el logos
para llegar al ethos mediante el que
promover y educar nobles y muy necesarias intenciones, precisa hablar consigo mismo con sinceridad
para hacerlo posible con igual honradez con el mundo, y todo porque anhela ser
algo más que mero azar, caos, naturaleza, pues requiere un designio para sí
entre aquellas circunstancias inevitables.
Que
la aspiración de este ethos era (y
es) sin duda el impedimento de la destrucción personal y social basada en la
excelencia humana (areté) que indaga
en la justicia, en la verdad y el bien, que precisa de la aspiración sincera a
la bondad, ¿dónde ha quedado en nuestros días aciagos esta fundamental
aspiración?
¿Somos
realmente lo que hacemos?[2]
¿Acaso también lo que pensamos?[3]
Por las obras los conoceréis, pero también por la ideología que subyace muchas
veces más como prejuicios que como reflexiones razonables. El agathós (bondad) social e
individualmente útil se inspira muy por
encima de la utilidad egoísta que se hace expresa gracias al logos. La palabra que no tergiversa el
valor de sus significados es de capital importancia si quiere ser realmente
universal su significado.
¿Es
hoy esto algo posible? La era de la postverdad (posmodernidad) lo pone todo
crudamente en entredicho, y la socialización de aquellas obras que deben ser
verdad para todos pierden la esperanza de su autenticidad, que no otra que la
que aspira la anthrópeia philosophía (filosofía de las cosas humanas).
Veremos
hasta qué punto es disparatado el mundo de los conceptos y del lenguaje en
nuestros días, y lo imposible de desarrollar un proyecto ético genuino sin los
antiguos parámetros ético filosóficos en
la edad de la posmodernidad. Esto será en siguientes entradas del blog Ancile.
Francisco Acuyo
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