.Siguiendo con la cuestión de las aspiraciones impropias del que no tiene merecimientos, en este caso del poder, y todo para la sección Pensamiento del blog Ancile, y bajo el título de: Del poder sin el mandato de la voluntad moral.
DEL PODER SIN EL MANDATO
DE LA VOLUNTAD MORAL
CUANDO Huxley declaraba: Los codiciosos y ambiciosos, los malvados
respetables y los que cubren su avidez de poder y de posición con el tipo
adecuado de gazmoñería idealista, no solamente quedan indemnes de censura, sino
que hasta son presentados como modelos de virtud […][1],
diríase hacer una descripción concienzuda de personajes falsamente relevantes,
que hubieron alcanzado la cima de su celebridad mediante la mentira, la
inmoralidad manifiesta y toda suerte de mezquindades que vendrían muy a propósito
de personajes mediocres y sin escrúpulos. Irremediablemente se nos viene a la
cabeza muchos casos más o menos actuales.
El
desprendimiento y abnegación teóricos resultan en la política y en los
ideólogos de la actualidad no ceja, tozudamente por cierto, en manifestarse a años
luz de luz mortificación de aquel que en verdad cree en sus principios. Se
trasluce inevitablemente el cariz utilitario, manipulador y egotista del que en
realidad solo aspira a obtener el poder o a mantenerlo. Así se estructuran las
corruptoras influencias de determinadas convenciones ideológicas y culturales
que, en verdad, marcan la ceremonia de la confusión al tratar por todos los
medios de dejar mirar con libertad e inteligente clarividencia la necesidad de
ser inocentes, exentos de cualquier convención para ser verdaderamente libres.
Es
muy cierto que el ansia del poder no es un vicio del cuerpo[2]
y, por tanto, no carece de limitación fisiológica para su hartura. Por esto es
evidente su peligrosidad. Ejemplos en la historia incontables podríamos traer
al caso para contemplación de todo desastre hasta el exterminio.
El
precio del éxito, sea cual fuere su dimensión o procedencia, en nuestros días
vive a expensas de ese ansia de poder que se extiende por la sociedad hasta el
individuo. Sólo podría superarse la maldad inevitable de todo poder cuando se
aspire a la negación de las ventajas personales que pudieran obtenerse, y todo
bajo el mandato de voluntad moral de la paciencia y el recogimiento. Nada más
lejos de la realidad del éxito alcanzada en nuestros días donde la idea de la
rápido obtención del privilegio sea propicia en el pelotazo obtenido al amparo del poder político e ideológico, en sus
extensiones más o menos claras e influyentes.
La cuestión más dramática es que ahora es harto difícil encontrar individual y colectivamente ninguna memoria del imprescindible bien (agathón, decíamos) , cuya bondad pueda ser vivida al lado del logos de manera común entre los hombres. La bondad es una virtud menospreciada en una sociedad en la que la falta de escrúpulos del hombre público es una constante. La finalidad del bien –el télos (común e individual) parece no tener hoy ningún propósito y carecer de toda utilidad práctica en una sociedad que ansía el fácil reconocimiento individual por mor de entrar en el redil de la convención (o de lo políticamente correcto), sin precisar si merece ese tan ansiado reconocimiento. Y es que ese télos no es sólo finalidad[3, porque no tendría ningún fundamento, sino hay consumación, cumplimiento, madurez, merecimiento.
Veremos
cómo se opta a lo más subido y estimado en los distintos ministerios,
plataformas, estadios de la fama, siempre al amparo del poder en sus diferentes
manifestaciones, eso será en la próxima entrada del blog Ancile.
Francisco Acuyo
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