miércoles, 30 de marzo de 2022

RELÁMPAGO DE ASOMBRO, DE ALANA GÓMEZ GRAY

 Para la sección de Narrativa del blog Ancile, traemos un par de relatos del muy recomendable y precioso libro Relámpago de asombro, editado por la editorial amiga Esdrújula Ediciones, de la escritora de  Tlaquepaque, Jalisco, Alana Gómez Gray; esta escritora mejicana que recomendamos vivamente en estas páginas de nuestro blog, fue premio Nacional de Cuento Efrain Huerta, en 2005, con el libro La fortaleza. Es investigadora literaria de excepción en temas de feminismo en la literatura popular, así como de nuestro muy admirado escritor universal Francisco Ayala. Es directora de Impossibilia y asesora en varias revistas literarias de prestigio. Es blogger avisada sobre diversas temáticas y Doctora en Teoría de la Literatura y de Arte y Literatura Comparada por la Universidad de Granada, y Maestra de Literatura Mexicana (España) por la Universidad de Guadalajara (México). Para la ocasión publicamos el relato inicial del libro y el siguiente, que lleva por título Como de flores.

Invitamos desde nuestro soporte digital, a la lectura de esta hermosa publicación de Alana Gómez Grey, y es que este Relámpago de asombro les proporcionará momentos muy duraderos de intensa emoción y  gozoso deleite propios de muy buena literatura.


Relámpago de asombro, Alana Gómez Grey


RELÁMPAGO DE ASOMBRO,


DE ALANA GÓMEZ GRAY



Relámpago de asombro, Alana Gómez Grey


 


No sé qué edad tengo.

Debo de ser muy pequeña porque me visten y me peinan. No estoy comiendo en la mesita de latón de la cocina, ni está mi nana para servirme más agua fresca de guayaba si lo deseo o retirarme el plato cuando, aún sin haberlo probado, el tiempo ante él indica que ya es hora de quitarlo. A la par, debo de ser muy mayor puesto que mi cabeza está llena de recuerdos, imágenes y voces. Son demasiadas para una sola vida, incluso. Estoy desmadejada sobre una superficie y solo alcanzo a ver un trozo de cielo gris a través de una ventana alta. No hay nada verde ni azul, con todo lo que esos colores significan. Debo dormir. Esta vez sí me han quitado los zapatitos, pero no llegará nadie a poner sobre mí una toalla o un rebozo calentados al sol pues estoy suficientemente cubierta como para tener frío. Tal vez cuando despierte pueda ver a mi madre. Como en esos días cuando nadie iba de visita a casa y ella me permitía estar un rato a su lado, callada, quieta —como siempre, como ahora—, para admirarla.

 


Relámpago de asombro, Alana Gómez Grey


 

COMO DE FLORES

 

 El suelo era de mosaico muy pulido debido al paso de tantos pies y tantas veces la escoba y el trapeador. Su diseño, con decoración fitomorfa en gris sobre fondo blanco, fue hecho bajo los cánones de otro siglo: un gran cuadrado con una cenefa que lo enmarcaba. La habitación era grande y había muchas personas sentadas, frente a frente, en sillas colocadas a lo largo de tres de sus paredes. Una mujer de bondadosa y perenne sonrisa presidía al mismo tiempo que organizaba la sala de espera. Su rotundez parecía apenas contenida por los brazos que rodeaban su cuerpo y por sus manos entrelazadas en el centro del vientre. Fungía más como anfitriona que como recepcionista en el consultorio de la doctora Trinita, homeópata que nació vieja y durante cerca de cincuenta años mantuvo su negocio en la esquina de 5 de Mayo y Zaragoza. Se supone que en ese sito la niña aprendió a caminar. Ella misma lo creía muy probable, pues recordaba con especial nitidez los dibujos de las baldosas. Según contaban sus mayores, ella estaba sentada, manoteaba con torpeza para asir esas formas como de hojas, como de flores. De pronto, sin pasar por el proceso previo del gateado, se levantó y con pasos tambaleantes echó a caminar por el recinto. Cuentan que fue la sensación de la tarde. Jamás tuvo la precedente investigación vía manos y rodillas de su entorno. Las hermanas y la madre explicaban que este proceso (sentarse - arrastrarse - gatear - caminar) quedó incompleto porque le molestaba ensuciarse las manos. Ella cree que aquello era una exageración. Quizá era tal su afán de investigación infantil que, sorprendida ante la textura del polvo, lo veía y sentía con detenimiento. Quizá sus mayores interpretaron su actitud como un desagrado. Quizá solo se hartó de que cada vez que se entregaba al análisis, la llevasen al lavabo. Quizá pensó que en eso consistía todo: sentarse, observar, poner las manos y las rodillas en el suelo, detenerse a estudiar las palmas, ser lavada, ser colocada de nuevo en el suelo, observar, poner las manos y las rodillas... Quizá solo por romper la monotonía de la infancia, decidió ponerse en pie y caminar



Alana Gómez Gray




Relámpago de asombro, Alana Gómez Grey


lunes, 28 de marzo de 2022

GATOS AND NARRADORES, POETAS Y FILÓSOFOS. PARA UNA TEORIA DE LA META-GATO-FÍSICA, POR TOMÁS MORENO FERNÁNDEZ

 Para la sección Microensayos, del blog Ancile, que completa nuestro querido colaborador, filósofo y amigo, Tomás Moreno Fernández, traemos un nuevo post que sin duda hará las delicias no sólo de los interesados en la disciplina filosófica, también a los amantes de los felinos, que verán en esta y otras posteriores entregas, un fondo de saber y curiosidades sobre los gatos y sus enamorados seguidores información del todo harto interesante y plena de peculiaridades que ilustrarán con grato y avisado conocimiento sobre el mundo de los felinos y el mundo del saber filosófico, artístico, literario y poético, y todo bajo el título: Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física



GATOS  AND NARRADORES, POETAS Y  FILÓSOFOS. 

 PARA UNA TEORIA DE LA META-GATO-FÍSICA



Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández




                       

            Se moquer de la philosophie c’est vraiment philosopher  (Pascal, Pensamientos)

 

 I. Muy pocos dudan de que en el zoo literario-filosófico  perros y gatos han alcanzado incuestionable protagonismo desde el origen mismo del orto literario occidental, por su vínculo afectivo y sentimental con los humanos. Desde la Antigüedad se utilizaron los animales como protagonistas de relatos y cuentos con una intencionalidad parenética, exhortativa y moralmente edificante. Fábulas, parábolas, apólogos, alegorías pertenecen a las clases más corrientes de ese género literario de breve expresión literario-moralista. Todas ellas se distinguen entre sí, pero suelen  a veces confundirse. Pero es en la fábula, narración de acontecimientos ficticios con la intención de presentar enseñanzas morales, verdades útiles, en donde hay una  referencia específica  a alguna historia entre animales (a veces, incluso plantas o seres inanimados) con una moraleja explicita. Las Fábulas de Hesíodo (VIII a. d J. C.), las del poeta lírico  Arquíloco (VII aC) o sobre todo las de Esopo (Vi aC.) son relatos y cuentos edificantes protagonizados por animales. En el Renacimiento Leonardo da Vinci, por ejemplo, compondrá un  libro de fábulas. Más tarde, ya en la época ilustrada, esas fábulas o historias inventadas con moraleja, lecciones o enseñanzas morales serán continuadas por escritores como el francés Jean de La Fontaine, y por los españoles Tomás de Iriarte con sus Fabulas literarias y Félix María Samaniego con sus apólogos y cuentos, entre otros muchos.

            Más recientemente los escritores y pensadores se han servido también de los animales para la caracterización de cualidades y defectos de los seres humanos, a los que atribuir los caracteres positivos o negativos, virtudes y vicios  que cada  época ha visto simbolizados o representados por ellos: la crueldad y la compasión, la brutalidad y la mansedumbre, la fortaleza y la debilidad, la humildad y el orgullo, la templanza y la voracidad, la limpieza y la suciedad, la astucia y la estupidez, la lealtad y la deslealtad, la castidad y la lascivia, la laboriosidad y la indolencia, la obediencia y la rebeldía. Los ha antropomorfizado tanto o más que los fabulistas clásicos, bien para exaltarlos como paradigmas de virtud a imitar o bien para demonizarlos y estigmatizarlos como seres despreciables, merecedores de nuestra repulsa y exclusión del espacio humano.

            No son, sin embargo, perros y gatos los únicos elegidos como motivo de su interés o reflexión, abundan otras parejas de animales objeto de su atención, domésticos (de compañía, auxiliares y, de cría) o salvajes: burritos y asnos (Juan Ramón Jiménez y Maquiavelo), cigarras y hormigas (Esopo y Hobbes), abejas y  arañas (Mandeville, Fourier, Marx, Rilke y Plutarco o Francis Bacon), mariposas y pájaros (Hegel, Fourier y Aristófanes), lobos y corderos (Hobbes y Unamuno) moscas e insectos (Machado, Monterroso y Kafka o Miguel D’Ors), zorros y leones (Maquiavelo, Isaiah Berlin), ranas y ratones (Seudo-Homero y Esopo ) palomas y serpientes (Platón, san Agustín y Nietzsche), gallos y águilas (Sócrates y Nietzsche), lechuzas y la golondrinas (Hegel y Bécquer). Alguna de ellas ha servido, en distintas ocasiones y épocas, a escritores, poetas, científicos y filósofos para simbolizar ---desde la observación de su  imagen o conducta--- dimensiones profundas del ser humano y de sus formas de organización social: colectivistas (colmena, hormiguero) o en distinto grado anarquistas o libertarias (del griego  “an”, que significa  “no”, “sin” y de la raíz “ârkhe”,  que significa “origen”, “principio”, “poder”, “carente de fundamento”).

Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández            Pero lo cierto es que esa pareja, de canes y felinos,  es la que concita más presencia en la literatura, la poesía y el pensamiento de  todas las épocas. Fijémonos, por ejemplo, en los perros. Ya en la Odisea, canto XVII,  nos conmueve la escena en que  Odiseo regresa disfrazado de anciano mendigo a su casa, después de un largo y proceloso periplo viajero, tras veinte años de ausencia.  A duras penas puede esconder sus lágrimas al ver levantarse a su viejo perro galgo, Argos, de la pila de cieno sobre la que yacía, acercársele solícito y comprobar que es el único que lo reconoce entre todos los huéspedes del palacio. El héroe al verlo de reojo trata de proseguir su camino. Argos muere a los pies de su amo, después de haberle hecho con la cola un débil y conmovedor saludo, como símbolo de absoluta lealtad y felicidad por su rencuentro. Odiseo enjuga una lágrima y trata de ocultarle a Eumeo, su acompañante, su fuerte emoción. Los filósofos cínicos (de Kynós, perro) elevaron al perro a la categoría de animal filosófico; asumieron incluso el nombre de los canes para denominar su movimiento filosófico y su actitud vital (Carlos Garcia Gual, La secta del perro, Alianza, Madrid, 1987). Platón situó en su República (II)  a los “perros guardianes” al nivel del thymós (alma irascible o afectiva, alojada en el corazón), intermediario entre la cabeza (la razón) y el vientre (los instintos).

            Sabemos cómo los perros han tenido amigos y admiradores tan prestigiosos como Cervantes, quien les dedicará una de sus Novelas ejemplares más conocida, El coloquio de los perros: Cipión y Berganza. Y, por supuesto, Schopenhauer que llegó a decir de ellos que  “si no hubiese perros no querría vivir”. El nombre de su caniche Atma alude al vocablo sánscrito que los brahmanes dan al alma del mundo, al que adoptó en 1840. Tras su muerte, acogió a otro caniche, Butz.  El éxito de su filosofía en Frankfurt, donde vivía, indujo a muchos conciudadanos a comprarse caniches como animales de compañía, para homenajear así al filósofo del pesimismo. Para terminar con Albert Einstein, que, como expresión de su estima, puso a su perro el nombre de “Chico” en honor al menor de los hermanos Marx.

            Según Armelle Le Bras Chopard (El zoo de los filósofos, Taurus, Madrid, 2003, pp. 130-135), su representación desde la más remota Antigüedad es dual, ambivalente y evolutiva: en su conducta puede presentar determinadas distorsiones. En el sentir del Platón de República  los perros presentan, en efecto, ese doble carácter de ser “la cosa más dulce para la gente de la casa” y lo contrario para aquellos a los que no conocen”. A la vez, “dulce para con los suyos y rudo para con los enemigos”. Antístenes, filósofo estoico griego, llegó a escribir un tratado alegórico y ético titulado “Sobre el perro”. Para los cínicos, en realidad, la imagen de de la raza canina, como por otra parte la de la animalidad en general, se sintetizaba en un forma de vida salvaje opuesta a la forma de vida urbana y civilizada oficial de Atenas: “Comer crudo, abolir la prohibición del incesto y reivindicar el endocanibalismo”, en expresión de M. Detienne (Dyonisios mis a mort, París, Gallimard, 1980, p. 154). Dejando aparte sus rasgos conductuales y circunstanciales más “agresivos”, el perro ha sido caracterizado por su fidelidad y lealtad hacia el hombre, su amo; “de gran corazón, afectuosos y cariñosos”, según Aristóteles; amigable, en general con el hombre y con un gran y definitivo apego afectivo hacia su amo.

 

II. Pero son los gatos los que ahora nos interesan. Escritores y poetas de fama han mostrado cierta predilección por los gatos especialmente por su, digamos, “interés filosófico”. En el caso de los gatos, su carácter solitario, individualista, libre e independiente, los hacen el animal perfecto para convivir con un escritor, poeta o pensador. Es cierto que, como animal de compañía “para acariciar”,  el gato es una invención relativamente reciente, y que su papel de ”predador de ratas” ha pasado a segundo plano.  Nos recuerda Armelle Le Bras (op. cit., p. 135) que si en Egipto era un genio tutelar, en Grecia no era apreciado y raramente se le apreciaba en los textos. Aristóteles lo situaba entre los animales salvajes. Las excavaciones arqueológicas atestiguan que, hasta el siglo XI, en Occidente era rara su presencia en la vida cotidiana

En la antigua China eran símbolo de sabiduría y serenidad con inteligencia. A lo largo del Medievo es el “cazador de ratones” encargado de eliminar al Rattus rattus, considerado responsable de la peste. La Iglesia, se encargará, por otra parte, de demonizar a este animal, como una de las metamorfosis preferidas del diablo o de las brujas. Durante la época ilustrada, la agronomía pondera su gran utilidad
para el campo (Rozier), aunque se le considere un “doméstico infiel” (Buffon), molesto y ruidoso, tanto que gran Isaac Newton tuvo que inventar la gatera o pequeña puerta para la entrada y salida de los gatos para que no lo interrumpieran en sus estudios y experimentos científicos con sus maullidos de reclamo. Misteriosos, enigmáticos, calmados, estoicos e indiferentes frente al medio, autónomos e independientes parecen actuar exclusivamente por su propio interés. Su egocentrismo los convertirá en un símbolo del narcisismo humano. Para Sigmund Freud “forman parte de esos animales a los que parece que no les importamos (Introducción al narcisismo y otros ensayos, Alianza, Madrid, 1977).

             Entre los rasgos que se les atribuyen la literatura felina destaca su “malignidad innata”, su falsedad de carácter y perversidad destructiva, además de una lubricidad o lascivia ---más acentuada en la gata (Aristóteles)--- que se ha instalado en el imaginario Occidental de manera indeleble. La demonización y feminización de su sexualidad explica que, como ya anotamos, se le asocie sistemáticamente a la brujería y a lo demoníaco.  Por una serie de causas variadas, en las que no podemos entrar ahora, la reputación del gato, empezará a cambiar e incluso a invertirse a partir de los siglos XVII y XVIII, en los que el minino inicia su ascensión de los infiernos. “Pero”, como nos advierte Armelle Le Bras-Chopard (op. cit. p. 138), “la vida de los clichés fijados en el vocabulario es larga. Las palabras gato, gata, minino […] tienen desde hace siglos un sentido obsceno. Y como la parte designa el todo, los vínculos ente la mujer y el gato siguen siendo estrechos”.

Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández
            Vayamos ahora, con sus defensores o fans ---que ha tenido desde antiguo y los tiene sin dudad alguna hoy día--- con fidelidad a toda prueba. Esopo (VII-VI aC.) singularmente dedicó a los gatos varias de sus clásicas fábulas, “El gato y el ratón viejo”, “La zorra y el gato” “El cascabel del gato”. El gran artista Leonardo de Vinci dijo en una ocasión que “el más pequeño gato es una obra maestra”. Lope de Vega dedicó a los gatos, La Gatomaquia, un poema épico-burlesco, en 1634, en 2.500 versos bajo el seudónimo de Tomé de Burguillos sobre los amores entre Zapaquilda y Micifuf, con final feliz. Charles Perrualt les distinguirá con uno de sus más famosos cuentos,  El gato con botas (1695). Edgard Allan Poe se inspiró en ellos para escribir su obra El gato negro (1843), uno de sus mejores cuentos de terror. La francesa Gabrielle Colette luchó para defender los gatos de Chartreux en peligro de extinción y escribió La Chatte, en 1933,  una novela breve para narrar un peculiar conflicto entre el amor humano y el felino, y Gigi and the Cat (1945) un relato autobiográfico sobre su infancia. De igual manera, la novelista estadounidense Patricia Highsmith relatará en “La mayor presa de Ming” (1979) cómo un pequeño gato siamés interfiere en la relación entre su dueña, Elaine, y su amante, para vengarse, tratando así de enfatizar  su capacidad emocional y sentimental, aparentemente ausente en los miembros de su especie. Doris Lessing, la escritora británica autora de El cuaderno dorado (1962), que creció en una granja africana, acostumbrada a felinos grandes y pequeños, salvajes y domesticados, también escribió una  especie de autobiografía de uno de sus gatos favoritos  titulada “La vejez de El Magnífico” en la que mostró sus simpatías y sensibilidad hacia su mascota. Lewis Carroll, en “Alicia en el país de las maravillas” (1965), creó la figura de el Gato de Cheshire el sarcástico e ingenioso guía de Alicia, racional, sensato y razonable que pone orden y coherencia en el caos existente a su alrededor. Charles Bukowski dedicó un poema a su mascota felino, confesando su admiración: “caminan con una dignidad sorprendente, pueden dormir veinte horas al día, sin duda y sin remordimiento: estas criaturas son mis profesoras”.  William S. Burrougs, el novelista de la generación Beat, vagabundo, drogadicto y alucinado, mostrará   en su “Gato encerrado” su identificación con el gato ---solitario,  deseoso de refugio, insobornable-- para destacar que, en el fondo, los gatos son seres interesados, egoístas y utilitarios: “como todas las criaturas puras, los gatos son prácticos”, lo cual, en su sentir, no es un reproche sino un elogio. También Julio Cortázar amaba  a sus gatos (Clac, Flanelle y Polanco) con pasión. Fue  Calac, el elegido de ellos, merecedor de una profunda reflexión en la que llegó a  confesar que era su mejor “alter ego” (“El agua entre los dedos”, de Salvo el crepúsculo, Alfaguara, Buenos Aires, 1996). Además de mencionar a los gatos en varias de sus obras (“Rayuela”, y sobre todo en “La vuelta al día en ochenta mundos”) permitió que en su vida íntima y cotidiana los gatos aparecieran como si fueran íntimos amigos, como consta en numerosas fotografías.

Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández            Otros muchos escritores de renombre, sin llegar a escribir obras literarias, ensayos o poemas, sobre los felinos caseros, sí que mostraron sin reservas su admiración y su sincero amor por ellos, de la manera más incuestionable: compartiendo su existencia en su propio hogar. Así, por ejemplo, las hermanas Charlotte y Emily Brontë convivieron un significativo espacio de tiempo  con un gato llamado Tiger, que jugaba con el pie de Emily mientras ella escribía sus relatos. Mark Twain comentó sobre los gatitos que si se cruzaban gatos con personas, sin duda mejoraría la especie humana, pero empeoraría la de los gatos. Theóphile Gautier, declarará que el gato “se convierte en compañero de tus horas de soledad, melancolía y pesar. Permanece veladas enteras en tus rodillas, ronroneando satisfecho, feliz por hallarse contigo, y prescinde de la compañía de animales de su propia especie. Los gatos se complacen en el silencio, el orden y la quietud, y ningún lugar les conviene mejor que el escritorio de un hombre de letras. Es una labor muy difícil de ganar el afecto de un gato; será tu amigo

si siente que eres digno de su amistad, pero no tu esclavo”.

            George Bernard Shaw Premio Nobel de Literatura en 1925 confesará que los gatos eran sus amigos. Hermann Hesse (Nobel de Literatura de 1946) convivía feliz con su gato Lowe, y en sus ratos libres jugaba con él, y al igual que el dramaturgo y narrador irlandés, se consideraba “amigo de los gatos”. El autor  de Un mundo feliz (1932), el escritor  británico Aldous Huxley, no solo adoraba a su gato “Limbo”, sino que recomendaba a un amigo aspirante al oficio literario la conveniencia de convivir con esos pequeños felinos: “Mi joven amigo […] si quieres ser un novelista psicológico y escribir sobre los seres humanos, la mejor cosa que puedes hacer es llevarte un par de gatos”. François Sagan, la novelista francesa de Bonjour, tristesse (1954), confesaba sentirse acompañada en su soledad por su gato Brahms y su gata Minou.

            Truman Capote, el autor de A sangre fría (1966) se pasaba la vida acompañado de sus dos gatos y un perro bulldog. Ernest Hemingway amaba tanto a los gatos que una periodista estadounidense escribió un libro sobre su relación con ellos Los gatos de Hemingway, en donde se le atribuye esta declaración: “Un gato es absolutamente honesto emocionalmente: los seres humanos, por una razón u otra, pueden ocultar sus sentimientos, pero un gato no lo hace”. Dos de los  grandes escritores estadounidenses de ciencia-ficción del siglo XX un filósofo y un verdadero poeta respectivamente, Philip K. Dick y Ray Bradbury, se mostraron firmes defensores de los gatos. El autor de  Fahrenheit 451 (1953) comentaba con frecuencia acerca de la capacidad creativa de su propio gato, “Willis”, y de los gatos en general y la conveniencia de imitarlos al respecto. En la lista de los escritores que no podían ni querían  vivir sin un gatito que les hiciera compañía,  debemos incluir a Gertrude Stein, André Gide,  Margueritte Duras, Alberto Moravia, y Murakami, García Márquez y José Donoso, entre muchos más, como iremos viendo. (Continuará).

 

Tomás Moreno Fernández




Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández


 

 

viernes, 25 de marzo de 2022

JOSÉ CARLOS ROSALES EN EL PLIEGO NÚMERO 16 DE "LA CIUDAD ILUSTRADA"

 Incorporamos a la sección de Noticias del blog Ancile, la presentación del número 16 de La ciudad ilustrada, de Entorno Gráfico Ediciones, que dedica al poeta, académico y amigo de quien suscribe este post, Jose Carlos Rosales. Reproducimos aquí un par de poemas del conjunto que presentaremos el día 1 de abril, en la librería Picasso de Granada, en la calle Obispo Hurtado nº5, a las 19.30 horas. 



JOSÉ CARLOS ROSALES,

EN EL PLIEGO NÚMERO 16 

DE "LA CIUDAD ILUSTRADA"



Pliego 16 de La ciudad Ilustrada. José Carlos Rosales



(1) No fingir

 

Se desgajó del grupo, siguió andando,

aunque luego, más tarde, se detuvo,

miró el cielo: no supo dónde estaba.

 

Se desgajó del grupo con la idea

de llegar a otro sitio, no estar solo,

frente al engaño solo, no fingir,

no traficar con mapas o mentiras.

 

Se desgajó del grupo y ahora vive

al margen del camino, sigue andando

de un sitio para otro: si no avanza,

tampoco retrocede.



Pliego 16 de La ciudad Ilustrada. José Carlos Rosales




(9) Montañas de arena

 

Hace tiempo que miras las montañas de arena

sin saber lo que guardan. Miras cómo se extienden

sus dominios y miras también la superficie

voluble de las dunas: sabes que saben algo,

sabes que no lo dicen. Están mudas, o ciegas,

han perdido su origen, y se mudan despacio,

y no cambian de sitio.

 

Las montañas de arena son montañas de vida

quebrada. Su silencio se volvió necesario

para que el mundo fuera capaz y vanidoso.

Pero la arena pálida que mancha los caminos

es un rastro indeleble: lo pisamos y cruje,

y seguimos andando sin encontrar el nombre

que nombra o califica.

 

Las montañas de arena, almacén de ceniza

donde el miedo envejece. Las montañas de arena

y su humilde mecánica: mirar dónde te paras,

pensar cómo se llega.





José Carlos Rosales,

de El viajero esporádico



Pliego 16 de La ciudad Ilustrada. José Carlos Rosales


jueves, 24 de marzo de 2022

DE VISITA, DE PASTOR AGUIAR

Para la sección de Narrativa del blog Ancile, nos complace gratamente volver a contar con un excelente relato de nuestro amigo Pastor Aguiar, narración en la que nos hace una semblanza social estremecedora de un momento y lugar anclado en lo más profundo de la vida (e inevitablemente) en la obra de nuestro escritor. Y todo bajo el título: De visita.



DE VISITA



 

De visita. Pastor Aguiar

 

Había ido de visita. Esas visitas como sensaciones de primera vez, pero que ahora sé que se habían estado repitiendo, tan parecidas las unas a las otras, que lo único cambiante era el tiempo.

Yo vivía en los países. Desde jovencito, cuando me enteré de la existencia de otras gentes, en otras casas y hablando lenguarajes ininteligibles, quise irme para allá.

Más tarde, cuando leí libros de aventuras repletas de bosques con hojas paralelas a los rayos del sol, de manera que nunca daban sombra, y animales con un tarro en la punta de la nariz, como si fuera un espolón, pues imaginé que debía haber muchas más cosas fuera del libro. Así maduré con tal obsesión, que la mente creó su propio reino circunstancial y me escapé en un bote como a lomo de bestia trotona, y llegué a los países.

Un año más tarde conocí el hambre por la familia y por la finca, que total, ya no existía, porque al gobierno le había gustado. El caso fue que saqué papeles con cuños valederos y carísimos sellos, y así viajé cada vez que pude, aunque para mí no dejó de ser la primera visita, las mismas preguntas de cómo te va hijo, y Osvaldito mi hermano como si no creciera, y el hijo de Bolo y tantos más de nombres innecesarios por razones de la misma razón.

Sin embargo, no recuerdo un sólo viaje sin la preocupación por el trabajo. Además de mi trabajo fijo en materia de sueños, eran otros a tiempo parcial, de donde sacaba la moneda para pasajes y regalos innumerables.

El caso era que me quedaban salarios por cobrar. Roger me debía sueldos; John, el negro, me debía también, pero sobre todo Roger, y tenía una preocupación como cólico nefrítico, de que no iba a acordarse de mí, ni tendría registros, y sería mi palabra contra la suya, frente a jefes que quizá no existieran. 

De visita. Pastor Aguiar
Eran, para colmo, trabajos de repente, de “pinta esa pared de azul”, “píntala mañana de verde”, “lava el fondo de esa piscina y échale ácidos”, “siembra matitas siempre-vivas, siempre-rojas y blancas”, “guataquea esos cañaverales”, y yo sabiendo que allí no habían cañaverales. 

Con John, el negro, cazaba peces de aletas como cabelleras, y bocas pulposas de mujeres, para el restaurant chino.

Siempre tenía salarios por cobrar con ellos, porque así me mantenían bajo sus órdenes con la esperanza de que la semana que viene “tú verás que te pago todo todito, con una propina bien gorda, carajo, como te gustan, porque eres el mejor de la cuadrilla”. 

Mis regalos iban cortos, ya que dependía de Roger y de John. Eso me daba miedo y mucha vergüenza, ya que cuando uno va de visita, esperan bolsillos llenos. Cuando uno va a donde no hay nada, lo esperan todo, desde un tubito de pasta dental hasta un lapicero de tintas de tres colores, y “mira qué cosa rara”, “¿por qué no escriben con los tres colores a la vez?”, y yo explicándoles que la pluma empujaba un solo repuesto, y después el otro, que quién carajo iba a leer tres escrituras a un tiempo diciendo lo mismo, a tres colores, coño, no puedes ser tan bobo. 

Esta vez que cuento, el tiempo era gris, como atascado entre la noche y el día.

No recuerdo a quién se le ocurrió llevar el caballo a Varadero. Eran unos treinta kilómetros por toda la autopista, desde Matanzas; pero no debía ser Matanzas; de seguro era una picardía de la memoria, porque mi intención era la finca, mirar la finca como si el gobierno no se hubiera antojado de ella.

El asunto fue que a alguien se le antojó llevar el caballo, y no sé cómo lo subieron a un camión adaptado para pasajeros. Al menos no hubo bromas, ni gritos de “mira, que se caga el animal”.

Vino bien el caballo en la playa, iba con nosotros trotando entre los bañistas, y tomaba cervezas de quioscos sobre la misma orilla, y el muy caballo se comía ramos de flores que yo prometía pagar al rato, fingiéndome desconocedor de la lengua, haciendo gestos de que “volveré al minuto”, pensando “vas a cobrarle a tu abuela”.

  
 
Después nos quedamos a dormir en un albergue igualito al de la Universidad. Allí vi a muchos
amigos, con la edad de aquellos tiempos, el mismo ir y venir hacia las aulas, la cola frente el comedor y la constante de arroz, sopa y huevos hervidos. Nadie me reconocía, pero yo sí supe quiénes eran.

El caballo subió con nosotros al dormitorio cundido de literas destendidas, y al fondo, cada cual agarró la suya. Osvaldito acomodó al animal en un rincón, sobre una colchoneta.

Se supone que la noche pasó, pero era la misma grisura. Imaginábamos las horas.

De regreso a Matanzas, me di cuenta de que habíamos dejado al caballo en la Universidad. 

_ Osva, se quedó el animal, qué le decimos a tío Pedro, cómo va a halar el coche.

_ Imagínate tú. Yo no puedo regresar; mira si tú puedes.

Y me quedé pensando en un regreso a pie, treinta kilómetros que tendría que reducir a cinco en la memoria, para no cansarme tanto. Pero me gustó la idea, porque iría solo, mirando la costa, los pesqueros, antes de que llegara el primer frente frío, con aquellos pargos del norte con las aletas quemadas por la huida ante la helada. Me detendría un rato en el hotel Oasis, a la entrada de Varadero, y me tomaría par de cervezas mirando chicas, por si alguna se acercaba para que le pusiera la mano encima, porque yo parecía extranjero, y no harían falta las palabras. 

Me quedé pensando en caminar sin apuro, y me di cuenta de que era una locura, que, al fin y al cabo, un rato después, nadie mencionó al caballo, ni tío Pedro se apareció por allí, ni mi madre joven, como si yo no hubiera nacido aún, nadie se preocupó. 

Lo que seguía amargándome era el salario pendiente, la posibilidad de que con tanto viaje, perdiera el trabajo principal, en materia de sueños. 

La gente fue para sus casas con la promesa de que volverían, y mi madre se tocaba una enorme panza como si me tuviera en ella, y me trataba como si yo fuera otro, de visita, con mucho respeto, y “siéntate acá, para que tomes el café que trajiste de los países”, cuéntame cómo se vive sin estas miserias”.

Yo la escuchaba pensando respuestas, y ella las adivinaba, porque asentía.

El tiempo maduró a punto de caer de la mata. Tenía que volver para tratar de resolver tantos problemas, con Roger, con John, con la cosa del sueño.

Fui recogiendo mi ropa en un maletín gris, del mismo color de todas las cosas, y no pensé en pasaportes, ni en aviones, ni en caballos, como si fuera a salir caminando por la costa hasta un punto donde el mar fuera duro como una carretera, quién sabe…porque también podía tomar impulso y saltar hasta un lugar del aire donde no pesara y la distancia fuera una idea, apenas.

 

 

 

 

Pastor Aguiar


De visita. Pastor Aguiar


martes, 22 de marzo de 2022

EL PERRO SEMIHUNDIDO, DE MANUEL VARGARA

 Traemos la segunda entrega de Como te iba diciendo (cartas a cielo abierto), de nuestro querido amigo, Manuel Vergara, para la sección de Pensamiento, del blog Ancile, esta vez bajo el título particular de, El perro semihundido.



EL PERRO SEMIHUNDIDO, 

DE MANUEL VARGARA


















Esta postal es de Goya. En un formato curiosamente idéntico al anterior, pintó el maestro la más extraña de sus pinturas negras. No lo es por su color (pinceladas de un ocre amarillento que se ha dicho, con razón, recuerdan a Tapies), mas sí por el dramatismo de la escena.

    Justo donde Hakuin situaba el puentecillo con el caminante cabizbajo, pone Goya la cabeza, entre blanca y negra, de un perro suplicante, con los ojos puestos en algo o alguien que debe estar arriba. Lo vertical y estrecho se acentúa con el ascenso de esa mirada. Pero el patetismo es mucho mayor en este poema mudo que en aquel otro, ya que del abismo sube una llamada de socorro (de profundis clamavit). Y eso, a pesar de que en esta situación el perro (todo perro) mantiene una contención más que humana: nada comparable a las bocas, los ojos y, el eléctrico erizado de pelos humanos en Los desastres de la Guerra (que él subtitula: lo que no se puede ver: ¿querrá decir que lo pintó sólo para él?).

     El perro mantiene la boca cerrada y las orejas en su sitio. No hay más en esta abstracción que el cuerpo hundiéndose y la mirada arriba; pero que la demanda venga de la inocencia muda, es lo que contribuye más al dramatismo de la escena.

    Existen fotografías (años 70 del S. XIX) de la pintura, cuando todavía era óleo sobre pared en la “Quinta del sordo”; antes de que -mal repintada-, pasara al Prado. Allí, en blanco y negro, parecen verse unas aves en la vertical de la mirada del perro, y al fondo lo que podría ser una cascada que se descuelga casi desde todo lo alto (¿no hay pinceladas curvas, arriba a la derecha de la foto, que mostrarían claramente esto?). En este caso la diagonal en primer plano, que a punto está de engullir al perro, bien podría ser la turbulencia del agua, y no arena como se ha dicho. Caso de que fueran aves, roquedo y, cascada, la impresión de espacio sería también mayor. Pero si Goya quiso crear una abstracción (se adelanta al simbolismo, dicen), quizá sale ganando -¿qué sabe uno?-, tal y como está ahora en El Prado..

Riner María Rilke, por L. Pasternak

    Hay, de parte del pintor, ternura por el perro. Se ha dicho de él que simboliza la soledad. Pero no se trataría, sin más, de soledad sin  compañía, sino de esa otra radical soledad ante el abismo; ya que –“perro”, o no-, a nadie se le escapa que el tema es la condición humana: El abismo visto a través de los ojos del que ya lo conoce: ¿No será quizás la propia mirada del pintor, anciano, ante su muerte?

  Goya es tan uno de los nuestros que, -dijo Don José Bergamín-: en ese cuadro se mirarían los españoles…, no-nacionalistas. ¿Podría ser una butade? O no: el español (cultura cristiana), no tiene más salida que “por arriba”; ajena tanto al universo cultural budista del cuadrito anterior, como a la idolatría nacionalista. Suena en cambio a tontería oír que la mirada del perro está distraída por unas aves que le sobrevuelan…; pero no que a alguien le parezca éste, “el cuadro más bello del mundo” (Antonio Saura).

    En todo caso, en estas dos primeras “postales” (el puentecillo y el perro), te doy -de Oriente y Occidente-, lo mejor: todo aquello que (no) puede ser dicho: Huelga el empeño por fijar en palabras lo que no es relato; ya que, siendo “poemas visuales”, cumplen a la perfección el precepto unamuniano de sentir el pensamiento y, -a la par-, pensar el sentimiento: Lo suyo es puro impacto.

    Rilke lo recibió (invierno de 1913, a su vuelta de Ronda)…, pero nos lo devuelve traducido en un sesgo claramente existencialista: Haz una segunda lectura del cuadro -se apresura a pedirte el poeta-. Desoye la súplica perruna (temerosos buscamos un soporte”), que no es sino un cristiano “de profundis” por nuestra condición de arrojados a la existencia…Y entonces -sólo entonces-advertirás que:…lo que así se zafa (con tu autocompasión cobarde, que lo estropea todo), es lo más tuyo; no lo dejes escapar: Somos libres, justos tan solo allí donde alabamos…, porque trascendemos con el canto nuestro temor a ese destino mortal.

    En la piedad con la que Goya trata esa cabecita, no ha de leerse sino compasión, digamos, cristiana. El dulzor en el peligro que madura (Rilke), en cambio, ya es muy otra mirada (que, para empezar, como un exorcismo, aleja de él el pensamiento del suicidio, con el que tuvo que bregar en Ronda): De hecho, si, como un Zaratustra, se dirige al lector (llámame…), es para que, interiorizando también la muerte (la santa ocurrencia de la muerte dirá más tarde), se una a la fe de Orfeo, su Señor; el que con su canto, rescata del abismo:

                          Llámame en aquella de tus horas

                          que te resiste inacabablemente:

                          suplicando cercana como el rostro

                          de un perro…

                                    (Los sonetos a Orfeo XXIII)

Goya nos salva con el pincel; Rilke, con Orfeo: Del perro más humanamente español; a su interpretación (¡encontrar dulzor en ser a la vez el hacha y la rama, tiene tela!), más existencialista. Volveremos sobre esto si te parece.



Manuel Vergara






viernes, 18 de marzo de 2022

COMO TE IBA DICIENDO (CARTAS A CIELO ABIERTO), PRIMERA ENTREGA, DE MANUEL VERGARA CARVAJAL

 Tenemos el placer de incluir en nuestro, vuestro, blog Ancile al Catedrático de filosofía de bachillerato, inició estudios de medicina y teología, escritor,  poeta y buen amigo, Manuel Vergara Carvajal, para la nueva sección de Pensamiento, en la que publicaremos, en diversas entregas, el conjunto de reflexiones que llevan por título general, Como te iba diciendo, y con el subtítulo de Cartas a cielo abierto. Esta primera entrega porta la introducción de todo el compendio bajo el título de, Prefacio: la pared medianera. Y seguirá el primer capítulo del conjunto intitulado, Postales de Poniente.



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COMO TE IBA DICIENDO

(CARTAS A CIELO ABIERTO)

 

 

                                                Con todos sus ojos ve la criatura

                                                lo abierto  (Rilke)

 

 

PREFACIO: LA PARED MEDIANERA


                                      Va por ti, mi ex alumno

 

 

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    De “muero” a “se murió” -veinte segundos-, te mandan al pasado. Luego esa simetría: del seno de su madre va a la cuna…; de la cama, va al seno de la tierra. Así una y otra vez; siempre en un siempre que fluye: “Panta rei” ¡Y tanto!

 ¿Podrá decirse: no hay hechos; sólo interpretación? (Nietzsche). Que ni lo sé, dirá mi amigo Paquito. De momento, vale que interpretemos las interpretaciones, -¿no es lo  raro vivir?- y las respuestas que orillan la pregunta más antigua, la más estrafalaria: ¿dónde viven los muertos? ¿Si no hay “dónde”: quién planta cara a esto? Ya veremos, tratándose de abismo, que hay de todo.

  Pues bien, este es el tema: la pared medianera (lo entenderás más tarde). Le daremos repaso al panorama: Puede que al fin tengamos -metainterpretación, dirán los finos-, solamente un abrazo. Total, qué mundo este; tan uno, tan diverso, tan sentido. Y menos daría una piedra

         Mientras tanto:

 

                                                    A ella sólo nosotros la vemos, el animal libre

                                            tiene siempre su ocaso  detrás de sí

                                            y ante sí tiene a Dios y, cuando anda, anda

                                            en la eternidad, tal como andan las fuentes                                                                                                                                                            

                                                                                         (Rilke, Elegía VIII)                                                                                                                                                                                                                                             

     Si es que “la” puedes ver, dice el poeta, será que (aún) está enfrente, Significa: El ocaso -imagínate-, no vino con el pack de tu vida. Mas, no tener la muerte amortizada (detrás de sí), sino delante; no siempre fue el peor de los destinos. Para el héroe griego era signo de superioridad moral sobre los dioses: éstos ignorarán…cómo hacer de su muerte una victoria.

  Será tiempo perdido reiterar: sólo nosotros la vemos, si te importa más bien cómo la vemos. Y no habiendo en el mundo nada elaborado con más tiempo y pasión que esas respuestas, digamos que está todo inventado. Así que, sin más pretensiones que “examinarlo todo y elegir lo mejor” (1Tes.21), dispongamos juntas las postales de un panorama fragmentario, con el texto que, a modo de glosa, añadiría el viajero remitente.

    ¿Me permites un último añadido?: Si todo es recibido al modo del recipiente (Santo Tomás de Aquino); también es verdad esto: Todo en mi recipiente…, de otro fue recibido. De ahí que deba a tantos (no sabes tú ni cuántos), mucho agradecimiento.

 


                POSTALES DE PONIENTE




Como te iba diciendo, cartas a cielo abierto, prefacio, postales de poniente, Manuel Vergara



Se trata de un grabado en tinta china del pintor japonés Hakuin Ekaku (maestro zen del S. XVIII) “El puentecillo de Mama”, que regaló a Heidegger uno de sus amigos japoneses de la Escuela de Kioto. Te lo muestro: sobre cuatro largos palos hincados en el lecho del río, una precaria estructurilla de tablas une ambas orillas rocosas; y allí, en medio, la figura diminuta de un hombre algo encorvado portando un largo cayado y el borde inferior de su ropa, que le precede, llevada por el viento. Apenas sabríamos si camina -tan breve es la separación de los pies- salvo por la inclinación del palo y la cabeza, cubierta con el cónico sombrero campesino.

 La suave corriente apenas riza el agua al fondo de los palos; y, hay tan poco  dramatismo o exaltación que, en comparación con éste, la cuerda sobre el abismo de Nietzsche (¿recuerdas?), es el puente sobre aguas…, truculentas. Su desafío abismal parecía divertir al superhombre (o domeñaba su miedo con voluntad adánica, que por eso es tan macho o tan niño), venciendo así al nihilismo. 

  Con todo, en el cuadrito japonés, lo abismal no es el agua mansa, sino la atmósfera insondable flanqueada por las rocas, el bambú, y una caligrafía estilizada como patas de araña. Nada de Superhombre, ni de nuevo Adán, ni tampoco el terror de Pascal ante el vacío del espacio infinito: Aquí el hombre es diminuto…, porque ¡no mira (ni por tanto, se mira) como sujeto! Y en su fragilidad es como si fuera diciendo:

  (…) nos sentimos custodiados por el abrazo de la naturaleza (…); ya que, para el japonés, la naturaleza es un sentimiento del Ser omnicomprensivo, abierto… (“El Oriente de Heidegger”, de Carlo

Como te iba diciendo, cartas a cielo abierto, prefacio, postales de poniente, Manuel Vergara

Savíani). La belleza de esta obrita Zen consiste en que somos conducidos de la realidad al origen de la realidad. Sólo que esta realidad original no puede ser dicha: …el lugar del ser es mostrado -evitando las palabras o los signos gráficos-, puesto que todo intento de hablar de él conduce inevitablemente a una contradicción, dice D. T. Suzuki. (ob. ct.)

  La escena va, pues, más allá de la anécdota. Sólo en este sentido es verdad el dicho aquel de que una imagen vale más que mil palabras ¿Te das cuenta por qué?: Porque la representación está al servicio de lo no representado: el origen de la realidad, llamémosle: “el ser”…o “la nada”, que en Oriente estos términos no se excluyen.

  Mientras tanto; nosotros, incapaces de incluir la Nada en la pregunta por el Ser, hemos creado nuestro destino: ¿no será esta la razón de que la metafísica occidental tenga que caer víctima del nihilismo?, se pregunta Heidegger con agudeza, (…) Nihilismo querría decir entonces: el no pensar esencialmente en la esencia de la Nada.

  Sólo por oírle decir esto, vale la pena bregar con autor tan decididamente hermético (e intraducible). Entiéndelo: segregamos nihilismo a causa de nuestro incorregible hábito del pensar objetizante: Nada sabemos del Ser ¡ya que no sabemos nada de la…Nada!                                                              

  Como el cuadro se interrumpe en la rivera izquierda, hacia la que parece dirigirse el personaje, la voluntad del pintor no es la de responder a la pregunta sobre el origen y el destino de éste, sino a la condición del Camino mismo. De hecho, el hombre se diría que está inmóvil; la brisa que mueve su ropa y los bambúes, además del apenas insinuado rizo de la corriente, es todo lo que en la imagen hay de movimiento.

Este cuadro es un poema mudo para decir que el personaje no está “en camino”, sino en-el-Camino. Pues “Camino” (El Tao o sabiduría moral espiritual que Heidegger andaba en ese tiempo tratando de traducir al alemán),  no es ya medio para un fin -pasar, de dónde venimos, hasta donde vamos- es fin en sí mismo. En la Vida, ser es un estar.

  Grabados como estos se colgaban en la parte más noble de la casa japonesa tradicional, y eran su Biblia o su Corán. Un icono sagrado, profundo y ligero como un haiku, donde el hombre aprende a no sentirse “sobre”, ni “ante” la realidad natural, sino “en” el seno de ésta. Nada de enigma u oscuridad. Basta con abrirse a la comprensión de la Verdad más abismal: se es en, y con el Todo que es…, pues seno es Todo” (Rilke, Elegía VIII).

De hecho, la palabra “haiku” (el poemilla tradicional japonés) significa canto, en el sentido etimológico de “reclamo”, dado que el japonés se siente continuamente reclamado por las profundidades de la tierra, en las que siente palpitar la fuente de la vida (…) y donde le es revelado cómo pueden morar juntos dolor y amor, renuncia y esperanza. (ob. cit.)

Las tablas sin barandilla significan que, caerse o no, nada cambia para el que está en un abrazo con la realidad. Ni temor, ni deseo de ser salvado. ¿De qué podría ser uno salvado si no hay “este” mundo y “el otro”, sino que el Todo es uno y lo mismo? De ahí que, visto “el abismo” desde esta perspectiva, el sabio pueda expresarse en estos términos: Cuando se está enfermo, conviene considerar lo mejor estar enfermo, cuando se llega al momento de la muerte, conviene considerar lo mejor morir. Este es el único modo para huir de la desgracia. (ob. cit.)

El perfecto desapego de sí mismo para abandonarse a la unidad sagrada de la Naturaleza -atendiendo piadosamente a su reclamo-, es la propuesta de esta milenaria visión abismal llegada de Oriente. Ahí lo dejamos.



Manuel Vergara



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