Publicamos la tercera entrega de: Como te iba diciendo (cartas a cielo abierto) del profesor Manuel Vergara, para la sección del blog Ancile de Pensamiento, esta vez bajo el título: La muerte de Sócrates.
LA MUERTE DE SÓCRATES,
TERCERA ENTREGA DE MANUEL VERGARA
Esta postal llega directamente de
Platón (hazte una idea leyéndole, no te arrepentirás; es preferible a esta otra
-de G. L. David-, que no he tenido más remedio que endosarte).
En el diálogo “Critón” vemos a
Sócrates (escena previa a esta del cuadro), durmiendo como un niño la víspera
de ser ejecutado. Le observa su amigo Critón que duda en despertarlo. Ambos son
de la misma edad, setenta años, y la escena es de madrugada en la cárcel-cueva
de Atenas, que aún puede verse, dicen, al pie de la Acrópolis.
El dinero de los amigos ha sobornado
a los guardianes, y Critón ha venido a persuadirle de la fuga. Todo el diálogo es
un regateo entre las razones para vivir,
con que presiona el amigo, y el deber de vivir moralmente bien que expone
Sócrates en su propia defensa: Puesto que no se puede responder al mal (una
condena injusta) con otro mal (la evasión sería una burla a las leyes de la
ciudad), la huida queda descartada, y no resta sino hacer lo que hay que hacer.
Admira al amigo que nuestro héroe sobrelleve la adversidad actual con entereza
y buen ánimo y, la tradición ha tendido a pensar que es debido al largo
hábito de acatar en toda circunstancia la voz de la conciencia, por la que el
buen hombre lleva la situación con semejante calma. Pero: ¿puede alguien
reposar sobre el abismo sin más lecho que su propio autodominio?
Pues esta es la cuestión: Se ha
pintado a Sócrates como un campeón moral capaz de mirar la muerte cara a cara.
Pero, hay que insistir: ¿acaso da el
autocontrol tanto de sí como para
dormir -¡la víspera de su ejecución!- con la
paz de un bebé? Creemos que no.
Siendo toda la vida una travesía,
dice Sócrates, es aconsejable procurarse los mejores medios. Y si no contamos
para tal propósito con un navío firme, como, por ejemplo, una
revelación divina, no habrá más remedio que aprender a descubrir por uno mismo la verdad sobre estas cuestiones; o
bien, si esto es imposible, tomar al menos la tradición humana mejor y más
difícil de rebatir, embarcándose en ella como en una balsa.
Te podrá parecer hasta gracioso: van a estar saltando continuamente de la balsa de la filosofía…, al navío de la fe; y en esta zona osmótica ven a Sócrates los presentes. Como dice el sorprendido Fedón: Tan tranquilo y noblemente moría, que se me ocurrió pensar que no descendía al Hades sin cierta asistencia divina, y que al llegar allí iba a tener una dicha como no la tuvo otro alguno ¿Es esta dicha la esperanza de Sócrates y la razón de no irritarse con la muerte?
Lo encantador de este diálogo es, en
todo caso, el entusiasmo con el que se da por real lo que se muestra verosímil…,
o aquello con lo que nuestra alma cree tener cierta afinidad: Si, por ejemplo,
hay cosas bellas en este mundo, dirá Sócrates: “tengo en mí esta simple,
sencilla, y quizá ingenua convicción”:
que una cosa no es bella sino por la presencia y participación de la Belleza
eterna…
Y, con respecto a que el alma sea
inmortal, afirma lo siguiente: …eso sí
estimo que conviene creerlo, y que vale la pena correr el riesgo de creer que
es así. Pues el riesgo es hermoso, y con tales creencias es preciso, por
decirlo así, encantarse a sí mismo.
¿No te parece encantador ese encantarse a sí mismo? ¡El riesgo es hermoso de por sí! Aquí nadie
habla de garantía; son los llamados maestros de la sospecha…, los que jamás se
arriesgaron.
…………………………
La belleza de estos textos lleva veinticuatro siglos produciendo el mismo encantamiento en sus lectores que en los testigos directos de aquella muerte tan serena. Pero -hay que insistir-: ¿un tránsito tan poco traumático, fue debido tan sólo a haberse afanado de todo corazón en desembarazarse de las ataduras de lo terrenal, como nos ha hecho creer la tradición? Eso tiene todo el aspecto de ser una simplificación.
Definitivamente: la placidez del
sueño de Sócrates no parece entenderse desde la entereza y serenidad de su carácter moral. En su lugar pondríamos
la confianza y seguridad. Porque, seguro
(de “securus”, “sine-cura”, despreocupado) es como se muestra Sócrates a los
ojos del admirado Critón. Tanto, que no se atreve a despertarle. Y confiado (de
“fides”, fe) se revela al que lee estos textos.
Pero ¿de qué fe estaríamos hablando? Quizás, de esa que también a nosotros nos “encanta”
porque, por una vez, se nos permite verla en su contorno:
“(…) No reconocemos el contorno del sentir:
sólo lo que lo forma desde fuera.
¿Quién no estuvo sentado con miedo
ante el telón de su corazón?
Éste se levantó: la escena era despedida (…)”
(Rilke, Elegía IV)
En la postal de Sócrates también se levanta el telón para una escena de despedida. Pero el corazón aquí se asoma confiado al horizonte familiar de aquel hermoso riesgo…, porque tiene razones para encantarse a sí mismo. Como esta: Si todos los contrarios se siguen el uno del otro (como: dormir//despertar) y dado que…el morir es cosa evidente (…) ¿No vamos a admitir la existencia de su opuesto (el revivir), o acaso ha de quedar coja en este aspecto la realidad de las cosas? (Platón, Fedón).
Así de bellamente cándido es el
entusiasmo de esta fe: ¡Pero, hombre, por favor: ¿quién va a admitir que esté coja la realidad si el corazón afirma
todo lo contrario!?: Él salta confiado desde las realidades visibles a las
invisibles. Y dejándose llevar por esta
simple, sencilla y quizá ingenua convicción…, funda aquellas en éstas: Como
la belleza de las cosas de aquí, que no
es sino presencia y participación de la Belleza en sí, la tenga por donde sea y
del modo que sea. Esto ya no insisto en afirmarlo; sí, en cambio, que es por la
Belleza por lo que todas las cosas bellas son bellas.
convicción íntima de lo afirmado. Porque aísla el núcleo cordial (la fe), de la envoltura explicativa (el cómo y el dónde), que sería aún competencia de la razón. Y ese cierto olímpico desapego con que trata a ésta no es desprecio, sino aprecio mayor de lo que (¡¡gracias a ella!!) el corazón ya sabe. La razón, ya una vez usada como escala, parecería prescindible -en tanto que no hay descenso- pero ahí está como límite y contorno del sentir ¿por qué no?
De esto sabía mucho Simone Weil:
Desde extramuros del cristianismo asumió ella el hermoso riesgo de creer, y
conocía lo que es encantarse a sí
misma: Nada que ver con la sugestión…, pues no hay autoengaño que sea capaz de
elevarme un milímetro sobre el suelo. Pero, dado que se da el hecho de creer,
esto no puede entenderse de otra modo que como una gracia (“aire”).Tanto es así que ella aventura la llamada: Prueba ontológica experimental, que
formula así: si algo te atrae realmente,
tiene que ser real (La gravedad y la gracia) ¿Falacia conativa? ¿Sesgo interpretativo? Para ti la perra gorda
(la razón), que dicen en Granada cuando un tío es muy pesado.
¡Pero es la misma simple, sencilla, y quizá ingenua convicción
con que se expresaba Sócrates-Platón! Y ¿no será, acaso, la deliciosa sencillez
de esta arriesgada apuesta, la fe de los sencillos y el contorno de toda fe? De Sócrates sabemos que esa noche durmió como
un bendito, pero ahora intuimos el porqué: ¡era un bendito que había hecho la
prueba de lo que, con tantísima gracia, afirma Simone Weil: La fe constituye la experiencia de que la
inteligencia está siendo iluminada por el amor (Ob.cit.). ¿Habrá expresado
alguien de forma más bellamente afortunada la experiencia de que ¡¡entre la
inteligencia y el amor hay una membrana osmótica!!?
…………………………..
El encanto del platonismo -algo
habrás entendido-, es admitir (¡encantado!, como un niño) que, ante el bien y
la belleza, la Razón no se somete por ninguna otra…, razón sino por esta:
porque queda literalmente embobada. Y, ese no tener nada que decir, es el
reconocimiento (¡racional!) de que todo lo mejor no está a su alcance: De que: Todo cuanto concibo como verdadero es menos
verdadero que esas cosas cuya verdad se me hace inconcebible, aunque las amo
(S. Weil. Ob. cit.).
La réplica de Heidegger al “Dios ha
muerto” de Nietzsche iría, parece ser, en esa misma dirección; ¡trascender -con
el pensar “poetizante”-, nuestra acomplejada dependencia de la razón
instrumental!: “El pensar sólo empieza cuando nos enteramos que la razón
-siglos ha exaltada-, es la más porfiada enemiga del pensar” ¿Qué te parece?
Pues ahí lo dejamos.
Manuel Vergara
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