Para la sección del blog Ancile, Microensayos, traemos la entrada que lleva por título: José Ortega y Gasset: una mente confusa, por el profesor Tomás Moreno.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET:
LA MUJER UNA MENTE CONFUSA
Estas opiniones de minusvaloración
y menosprecio de las capacidades intelectuales y creativas de las mujeres, así
como su calificación de irracionales
-que hemos ido comprobando en pensadores tan conspicuos como De Maistre,
Proudhon, Schopenhauer, Weininger, Freud o Simmel, etc.[1]
-, dejarán también su huella –sobre todo a través de éste último- en nuestro
muy ilustre filósofo José Ortega y Gasset
(1883-1955). En numerosas ocasiones y textos Ortega contrapone la racionalidad masculina a la irracionalidad femenina; el hombre
estaría “lleno hasta los bordes de racionalidad”, la mujer, por el contrario,
sería deficitaria de la misma. “El centro del alma femenina, por muy
inteligente que sea la mujer, está ocupado por un poder irracional”, escribirá
en “Paisaje con una corza al fondo”[2].
Y en su ensayo de 1924 “Vitalidad, alma, espíritu” sostendrá, por ejemplo, que
si comparamos a la mujer con el hombre nos convenceremos de que en la mujer
predomina el alma, “tras la cual va
el cuerpo”, pero muy raramente interviene el espíritu, potencia del intelecto y de la voluntad, para concluir en
la afirmación de la volubilidad e irracionalidad de la mujer[3].
Y es, paradójicamente, eso
que “desde el punto de vista varonil llamamos absurdo y caprichoso de la mujer”
lo que más nos atrae de ella, según el pensador madrileño. En efecto, la clave
de esa atracción reside en que “la mujer ofrece al hombre la mágica ocasión de
tratar a otro ser sin razones, de influir en él, de dominarle, de entregarse a
él, sin que ninguna razón intervenga”[4]. Precisamente por ello, por ese innato hechizo femenino, “el hombre inteligente siente un poco de
repugnancia por la mujer talentuda, como no sea que en ella se compense el
exceso de razón con un exceso de sinrazón. La mujer demasiado racional le huele
a hombre y, en vez de amor, siente hacia ella amistad y admiración”[5].
Pero es, sobre
todo, en una de sus últimas obras[6]
donde el filósofo madrileño expresó con más severidad, contundencia y precisión
su escasa valoración de la inteligencia femenina. En ella se hace eco, sin
matices ni consideración alguna, del prejuicio antifemenino más androcéntrico e
injusto al afirmar que la mente de la mujer es “confusa”, y que no es que ella
carezca de “alma”, sino de espíritu (intelecto). Los caracteres primarios que pertenecen
esencialmente a la mujer darán razón de su deficiencia. En primer lugar, de su
“confusión”. Frente al varón, que es claro y sabe lo que quiere, la mujer
–según Ortega- vive en perpetuo crepúsculo: por ello es constitutivamente
secreta. Es un secreto, sobre todo, para sí misma. “Esto proporciona a la mujer
la suavidad de formas que posee su alma y que es para nosotros lo típicamente
femenino”[7].
En segundo término, su “debilidad”. En efecto, junto al carácter de confusión, el otro carácter primario con
que la mujer nos aparece es la debilidad.
Es el sexo débil; y en ello va a residir su rango vital inferior sobre el nivel humano.
Esa intimidad que en el cuerpo femenino descubrimos y que vamos a llamar mujer,
se nos presenta, según el filósofo, desde luego como una forma de humanidad
inferior a la varonil (como vimos en el epígrafe 1. 6 de este ensayo,)[8]. Ortega es consciente de que esta declaración
irritará en el año en que la escribe (1957). Para contrarrestar dice: “No
existe ningún otro ser que posea esta doble condición: ser humano y serlo menos
que el varón. En esta dualidad estriba la simpar delicia que es para el hombre
la mujer”. Aquí es donde comienza Ortega el ataque frontal a “El segundo sexo”.
Y en tercer lugar, el cuerpo
femenino está dotado de una sensibilidad interna más viva que la
del hombre. En
esto, Ortega ve “una de las raíces de donde emerge sugestivo, gentil,
admirable, el espléndido espectáculo de la feminidad”. Esta será su conclusión tras leer la obra inaugural de la segunda
ola del feminismo occidental: “El libro de la señora Beauvoir (El segundo sexo) –escribe nuestro
filósofo- tan ubérrimo en páginas, nos deja la impresión de que la autora,
afortunadamente, confunde las cosas y de este modo exhibe en su libro el carácter de confusión que nos asegura la
autenticidad de su ser femenino”[9].
En
todas estas caracterizaciones orteguianas de la mujer -negación del espíritu, carencia de interioridad,
insuficiente o deficitario intelecto e incluso su pretendida vinculación con lo
vegetal etc.- constatamos si no la influencia explícita sí al menos una cierta
huella, aunque refinada, de Otto Weininger. Frente a
todas estas ocurrencias -sin
fundamento científico alguno, sin pruebas fehacientes ni demostración plausible
alguna- vertidas en los aludidos textos, tanto de Ortega como de Weininger y de
los restantes pensadores aludidos, habría que afirmar que tales características
intelectivas no son en realidad atributos ligados al sexo o a la naturaleza
femenina ab origine, sino aptitudes dependientes
de los niveles de educación recibidos por cada uno de los sexos y vinculados a
las circunstancias histórico-biográficas de cada persona. (Cont.)
TOMÁS MORENO
[1] Estas afirmaciones, tan tajantes como injustas contra
las mujeres, merecerían una contundente respuesta que aquí no podemos
desarrollar por extenso. Bástenos con señalar, en lo que se refiere a esa pretendida
ausencia de genialidad en la mujer o
a su supuesta incapacidad para la creatividad
científica, tecnológica, cultural y artística, que desde hace mucho tiempo se
ha zanjado la polémica una vez conocidos los obstáculos insalvables derivados
de sus condicionamientos biológico-reproductivos, de la ausencia de una
instrucción o formación adecuada y de su sometimiento a la crianza de los hijos
y a la supervivencia de la familia (y de la especie) que ocupaban por entero su
existencia hasta hace apenas poco más de medio siglo. Desde nuestra posición
actual, en el primer tercio del siglo XXI, semejantes afirmaciones no dejan de
ser falacias desmentidas, hace mucho tiempo ya, por los hechos, los logros, la
presencia y el protagonismo de las mujeres en todas las facetas, de la cultura,
del arte, del pensamiento y de la ciencia desde hace más de un siglo.
[2] J. Ortega y Gasset, “Paisaje con una corza al fondo”, en Teoría de Andalucía y otros ensayos, en
OC VI, p. 203.
[3] J. Ortega y Gasset, “Vitalidad, alma, espíritu”, en
OC II, p. 586. Puede querer cosas antagónicas, opuestas: sentir simpatía y
antipatía hacia lo mismo.
[4] Ibid.,
[5] Ortega inserta en el texto las palabras
siguientes de Nietzsche, tal vez su inspirador: “¡Qué delicia encontrar criaturas que tienen la cabeza llena
siempre de danza y caprichos y trapos! Son el encanto de todas las almas
varoniles demasiado tensas y demasiado profundas, cuya vida va cargada de
enormes responsabilidades”.
[6]J. Ortega y Gasset, El hombre y la gente, op. cit.
[7] J. Ortega y Gasset, El hombre y la gente, op. cit. pp. 183-186, passim.
[8] Ibid.
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