He querido ofrecer un extracto, o una síntesis muy general sobre un librito sobre el que llevo trabajando hace algunos meses y que llevará el título: Arte, la vida en busca de sentido, y que lo incorporo a la sección de Ciencia del blog Ancile, con el fin de ver el interés que pudiera levantar entre algunos de los asiduos seguidores de este medio.
ARTE, LA VIDA EN BUSCA DE SENTIDO
Arte, la vida en busca de sentido, conforma una serie de textos sobre el impulso creativo manifiesto en la producción artística como una vía singular y, ahora, en nuestros días, como archiconocida terapia, aunque, acaso no suficientemente entendida su capacidad y necesidad, no solo en los ámbitos propiamente artísticos (el artista ya sabe de su necesidad vital y de su aliento para dar sentido y equilibrio a su vida personal), sino también porque esta senda creativa es fundamental para el tránsito existencial de cualquier individuo. El arte de vivir puede considerarse una necesidad que requiere conocimiento y puesta en acción, y cuyo impulso creativo por unas u otras causas ha sido inhibido para nuestra conciencia en la actualidad.
En la filosofía y en la protociencia de la antigüedad esto no sucedía. El logos y el mythos convivían de manera pacífica, es más para muchos de aquellos sabios (por ejemplo, Platón, o antes que él Empédocles o Parménides), ambos términos y sus contenidos bien pudieran ser indistinguibles. La filosofía y la ciencia primeras, cuya atención y estudio del mundo natural, entonces, establecían supuestos siempre sujetos a la probabilidad, nunca a la certeza determinista a la que nos acostumbra nuestra ciencia moderna positiva.
Contemplación que de manera verdaderamente fascinante emparenta con la visión de la nueva ciencia, no obstante, sobre todo de la física y sus derivados y particulares paradigmas de la más rabiosa
modernidad. Sobre todo, con la mecánica cuántica, donde la probabilidad y la incertidumbre son principios básicos de su fundamento dinámico, descriptivo y estructural en atención de lo más íntimo que constituye la materia. Es claro que esta percepción de la ciencia (moderna y antigua) y la naturaleza, traspasa todos los límites de la resignación a entender el mundo mediante la razón del sentido común, amparada desde siglos, bien en las relaciones del
principium reddendae rationis o el científico basado en las relaciones de causa y efecto.
Reflexionamos en estas páginas, si en realidad no permanece en lo más íntimo (o inconsciente) del ser humano intactas aquellas componendas míticas, reconocidas como imprescindibles para el entendimiento de la naturaleza en el mundo antiguo. Parece ahora, tal vez como nunca antes, que no son tan fáciles de desprenderse precisamente por la ciencia positiva moderna, sobre todo la física.
Ya desde Empédocles, los remedios, pharmaka, tenían unas singularidades muy específicas que no distinguen entre el mythos y el logos precursor de lo científico, no en vano la palabra pharmakon poseía también la acepción de encantamiento y no solo designaba los remedios para la cura del mal, sino también los conjuros (epoidai), que eran recitados durante la preparación, por ejemplo, de las plantas curativas, poniéndonos en antecedentes de la importancia de la cualidad evocativa que pierde fuerza cuando se trata de explicar mecánicamente, y se evitan aquellas expresiones simbólicas universales más adecuadas para dar cuenta del proceso de individuación (que diría Jung).
A partir de estas apreciaciones es que me expongo en una serie de ponderaciones y cavilaciones sobre la necesidad de retomar la dinámica de cualquier terapia desde una óptica que aúne la razón lógica y la apreciación emocional inconsciente e incluso mítica que compone nuestro corpus psíquico en una totalidad que acaso nunca debió de escindirse. Así las cosas, a mi juicio, no hay ministerio de honor más grande que el que propone el arte a nuestras vidas como terapia y forma de afrontar nuestro trajinado tránsito existencia: me refiero nada menos que a la prerrogativa, el vigor, la potestad de la creación. Muchas veces se hace portador de sabiduría excelsa aquel que sigue el impulso creativo, pues este lo instruye y alienta, porque a través del arte se adorna de una elocuencia fundamental el ser humano para contar la vida, donde muchas veces la filosofía y la ciencia fracasan. Gracias a aquel saber decir, mostrar, compartir, el espíritu se ha liberado y manumitido de cualquier ley (o leyes) determinista(s) que creyeran conformarlo para seguir el curso creativo de la gran naturaleza.

Por ejemplo, la poesía, como todo arte, va más allá de la intelectualización que, tantas veces lleva al constructo mecánico. Si se sitúa, aun con rara frecuencia, en las auras celestes será porque es poco o nada utilitaria. Porque el arte no es un medio para lograr esto o aquello, el arte, la creación, es (son) un fin en si mismo(s). No es, pues, un productor de bienes (que, por cierto) tanto halaga a las sociedades de consumo. Nos advierte que la tecnología, que tanto puede aportar para hacernos más fácil la vida cotidiana, puede ser el camino de la perdición del espíritu, de la psique, de la conciencia, pues su proceso mecanicista y utilitario hace imposible el entendimiento de la vida como un todo.
Ver no es suficiente. El artista debe meterse en la cosa, sentirla interiormente y vivir el mismo su vida. Por eso, a través de la escucha (que también es contemplación) artística aprendemos a ver, escuchar, inquirir con respeto a la naturaleza y a la conciencia atenta que la escruta, pero también al espíritu que habita en lo más profundo de las criaturas y de las cosas que invisten el mundo como un solo cuerpo. Por esto es el arte profundamente terapéutico. Nos muestra o enseña o revela al alma el prodigio de expresar emociones y sentimientos con resplandor y seguridad. Tiende a la búsqueda de un grupo o de una persona determinados con los que compartir la hermosura. Pero también, a reconocer el valor de la inteligencia emocional, fundamento para cualquier terapia que se precie de ser efectiva.
La potencia creativa manifiesta en el arte es terapéutica porque nos enseña a afrontar la vida bajo profundas reflexiones que extrapolan lo netamente racional o lógico. Decía, verbigracia, el poeta Novalis que: cada desastre de la naturaleza es el recuerdo de una patria superior; es por eso que el sufrimiento, en su extraña intercesión, muchas veces es el que inspira a la humanidad para hollar caminos superiores y trascendentes; acaso sea ese el significado más profundo del dolor, que es precisamente, el que fortalece la voluntad para cumplimiento del alivio, del sosiego o de la curación.
Por todo esto es que el arte y su potencia creativa es además una fuente crítica de la realidad convencional o adquirida y porque las herramientas simbólicas y retóricas que ofrece en su proceso de creación son en verdad muy dignas de ser consideradas en cualquier proceso serio de recuperación o de terapia.
La pasión creadora es terapéutica, lo es, y no me aventuro al afirmarlo, porque funciona cual espita o avenamiento extraordinario, cuyo inédito, fresco, libre impulso, se ofrece al conflicto del trastorno, en su amargo arbitrio que tortura la vida psíquica, como el bálsamo empíricamente comprobado, si a través del cual se hace posible la realización personal mediante la obtención de un sentido, de un significado de vida. Es el espacio en donde ya no hay hueco para la amenaza cruel de la enfermedad real o imaginaria, solo para la pasión creadora. Esta psicología del instinto creativo (curativo) es de una importancia no suficientemente ponderada, a mi juicio, en la actualidad ante el oprobio de la dolencia, del padecimiento, de la aflicción.
Francisco Acuyo