Con motivo de la intervención en la Galería Toro, en su ciclo sobre la mujer que llevaba por título, Lévantate amiga mía y ven, celebrado de l8 al 23 de marzo, hice una serie de apreciaciones (brevísimas) sobre la vida, personalidad y obra poética de Elena Martín Vivaldi, las cuales traigo para la ocasión al blog Ancile para la sección, Amistad y poesía, bajo el título, Elena Martín Vivaldi: Dijera la Palabra y dijera poesía, en recuerdo y homenaje de la amiga y admirada poeta. Aprovecho para dar noticia de la publicación de la antología, La ciudad Total, sobre poemas de Elena y editada por la Diputación de Granada y Entorno Gráfico Ediciones en la colección, Ciclos del Torno Gráfico, y de la que ofrecemos uno de los poemas seleccionados.
ELENA MARTÍN VIVALDI:
Si aquí, con tanta amabilidad y
diligencia como es costumbre de la casa, se me convoca para hablar de la vida y
obra de tan ilustre granadina, mujer adelantada a su lugar y tiempo, poeta
insigne y acaso todavía no suficientemente justipreciada, a pesar de la
presencia indeleble y viva de su obra, acaso no tan influyente como debiera,
encuentro una doble vertiente a dirimir en este emplazamiento, aunque no del
todo contradictoria, sí diversa, en la
que se debate mi admiración y afecto hacia Elena Martín Vivaldi. Quiso la buena
voluntad y poca ciencia de quien les habla, llevar a entendimiento estas dos
facetas, vida y obra, que inquietan la memoria y el intelecto con el alma y aun
el corazón de quien les habla para
pergeñar estas apresuradas líneas, que torpemente querrán acompañar las
siguientes reflexiones e intenciones devotas sobre la vida y obra (sobre todo
poética) de Elena. Quiso aquella
voluntad amiga acorrerme en medio de la mayor duda y necesidad para traducirse
en todo lo que ahora voy a encomendar a vuestra amable atención y segura
curiosidad.
Vino
a suceder lo siguiente, según lo fío al leal recuerdo de mi primera comparecencia
ante la poeta admirada y que tuvo lugar en una visita a su casa de Martínez
Campos[2]; llevaba un ejemplar de su obra poética
completa[3]
en dos tomos para que me firmase uno de los ejemplares. Previa convocatoria
telefónica, lleva yo resuelta (y nerviosamente) también el volumen minúsculo de
mi primer libro –librito, en realidad- como humilde regalo y correspondencia a la cortesía y amabilidad
que hacía a un principiante poeta con mi recibimiento. Hago necesario inciso en
este encuentro, diciendo que esta lúdica referencia no será digna de poner en
caso de conciencia pues, lo que quiero, simplemente, es poner en justos
antecedentes a este público amable que me escucha, y con ellos queden avisados
no sólo de la devoción hacia la obra de nuestra autora por quien suscribe estas
palabras, sobre todo porque admiré siempre su figura humana de mujer
inimitable. Dicho esto, proseguiré el relato de mi primer e importante
(personal) encuentro con Elena, recordando cómo quería adivinar cada trazo de
su deseada y valiosísima dedicatoria, pensado que la mía fuese en verdad tan poco
acorde con la poeta admirada que, habiéndola leído antes de redactar la suya,
vendría puestos los ojos en tan ejemplar modelo, no
fuese digno de ser atendido siquiera unos instantes. Nada más lejos de la
realidad. Elena, siempre atenta, de exquisito trato y refinadísima cortesía,
mientras redactaba la ansiada dedicatoria, preguntaba por mis afinidades
poéticas, por mis prioridades lectoras e inquietudes vitales.
He
querido hacer esta semblanza introductoria en un momento concreto, centrada en
instantes capitales de la, entonces, incipiente vida de poeta, con el fin de
dar cuenta del talante tranquilo, despierto, irónico tantas veces, siempre
vigilante (aun conviviendo con ese proverbial despiste que los cercanos le
achacaban, sobre todo por estar a menudo meditabunda, ensimismada en sus
meditaciones de poeta), y sobre todo hipersensible y altamente receptiva a lo
que de hermoso y sentimentalmente estuviese a su alcance, pero sobre todo por
su percepción profundamente melancólica e inteligente del mundo, las personas,
el arte, la literatura y la poesía, todo lo cual habrá de impregnar su
personalidad y desde luego su obra artística. Dicho esto, remitirme sólo a la
admonición de los otros muchos encuentros con la poeta que habrían de dar lugar
a muchas anécdotas
que no ha lugar relatar en este lugar e instante, pero al
menos que sirvan para aviso de la inevitabilidad de que todos los juicios
emitidos en esta exposición habrán de estar profunda y profusamente influidos
por aquellos encuentros y conversaciones.
En
cuanto a los datos que interesen objetivamente a los amables oyentes de esta
intervención, quisiera remitirlos, fundamentalmente, al pilar o fundamento
sobre el que habría de instruir y construir su tránsito personal y existencial,
si es que este sería al fin, el instrumento de conexión vital de su ser más íntimo
con el mundo, a saber, la poesía. Así las cosas, Elena, cultivó el verso y
ejerció de poeta, siendo mujer de excepción[4],
sin ningún complejo. De hecho era totalmente habitual verla en tertulias
rodeada de hombres notables del ámbito intelectual de la ciudad. Hasta tal
punto ella se sentía igual a cualquiera poeta y creador literario del momento
cultural que la tocó vivir, que siempre insistía que ella no era una poetisa,
sino poeta. La poeta Elena Martín Vivaldi rechaza cualquier terminología que
pudiera discriminarla del hecho creativo poético cultivado por los grandes
poetas (mujeres u hombres) anteriores y contemporáneos. El hecho de llevar pantalones
y fumar, en sus siempre discretas visitas a los lugares de tertulia de la
ciudad, era una muestra más de su independencia y singularidad femenina, que
junto al intimista (desubicado[5],
se ha dicho en alguna ocasión) desarrollo de su obra poética la sitúa al margen
de corrientes internas y foráneas de la poesía española.
Que
era una mujer adelantada a su tiempo (y acaso fuera de lugar, cómo decíamos) se
habría de constatar en su misma obra poética, en la que no hay concesiones
temáticas o generacionales de ningún tipo, sino que marcha en pos de su
intrínseca necesidad creativa, circunstancia que ha hecho que su obra sea en
verdad de intemporal atracción y singular vigencia. Mas se vería también,
deducido de su proceder e inclinaciones intelectuales, que era una mujer del
todo interesada, deducido de sus lecturas y conversaciones, en cualquiera
índole de temáticas y disciplinas de conocimiento[6],
muchas de ellas vetadas en ese tiempo a la exclusividad masculina.
Ni
la relación con el grupo Versos al aire
libre[7],
ni su pretendida ubicación a la generación de los 50, así como tampoco su
supuesto epigonismo extremo con la Generación del 27,[8]
habrá de situarla definitivamente ni como poeta[9]
ni como la mujer inquieta, solitaria,[10]
prudente y reservada que era. La simpática resolución con la que contestaba al
añorado José [11]
en su entrevista cuando decía: Simplemente,
me considero del grupo de los poetas. Y ya es mucho decir; donde demostraba,
sin ningún complejo sexista, su aspiración a situarse entre lo más granado de
la poesía, escrita ya fuese por mujer o por hombre. El vitalismo
martinvivaldiano se ofrece en su vida y sobre todo en su obra poética como
revelación de verdad que muy bien puede enlazarla con la de otras grandes
mujeres, mostrando rebeldía, profundidad e inteligencia como así la ofrecieron
Teresa de Ávila, María Zambrano, Edith
Stein, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt….,
quienes muy bien pudieron ser referencia, entre muchas otras mujeres ilustres,
de nuestra autora.
En
cualquier caso, Elena, hubo de moverse con total naturalidad, sin complejos,
segura de sí, de su talento y formación en un mundo de hombres, tal es así que,
de hecho, no necesitó nunca de apoyo ideológico (de lo que tan malamente se ha
dado en denominar ideología de género, por una asunción anglicista del término
que desde luego no es nada afortunada en nuestra lengua) de corrientes
feministas al uso, el trato con personajes relevantes de su tiempo (Jorge
Guillén, Antonio Carvajal, Vicente Aleixandre, Carlos Villarreal….) fue en
verdad de igual a igual, dando siempre por sentada su capacidad y talento ante
cualquier persona, sin preocuparle demasiado la cuestión del sexo de sus
interlocutores, contactos o amigos. Esta actitud en verdad la hace aún más
admirable. Su seguridad, amparada por una excelente formación intelectual,
científica y artística, la hizo una mujer en verdad modélica, sin alharacas y
grandes gestos feministas para lo que, para ella, era una actitud de total
normalidad asumida y que, naturalmente, hacía el efecto inevitable de respeto y
grande consideración por el siempre no menos respetable –público receptor- masculino
que la trataba a su vez de igual a igual, sin ningún problema o sospecha discriminatoria
de ningún tipo. En mi memoria quedan perpetuamente adheridas aquellas tertulias
en Ballesteros 4, con Elena Martín Vivaldi, Trina Mercader, Antonio Carvajal,
Carlos Villarreal, Bernardo Olmedo… entre otros añorados, muy queridos e
inolvidables personajes que pasaron por aquel recinto extraordinario.
Se
dice que Elena fue una poeta tardía (fue con treinta y ocho años cuando da a
conocer algunos de sus versos), cuestión que no vendría en modo alguno en
detrimento de su excepcional producción y evolución poética. De esto da cuenta
la totalidad de su obra y el despliegue temático, conceptual, simbólico de la
misma. La soledad (decíamos, no aislamiento), la proverbial tristeza (elenamente triste), el dolor existencial
asumido con elegante y decorosa dignidad[12],
están tratados para alivio de la poeta y deleite del lector desde el proceso
interior que la dignifica como poeta y como mujer excepcional. En cualquier
caso será el amor, la amistad, la poesía estarán siempre presentes en el
devenir existencial de nuestra autora, de lo que trataremos de dar cuenta en
algunos de los poemas que leeremos esta tarde en homenaje a una persona y poeta
excepcional que, creo, que viene muy apropósito para establecer como modelo en
estos momentos de necesaria reivindicación de la mujer en cualquiera ámbito de
la sociedad, de la vida, del arte, del conocimiento y, desde luego, de la
poesía.
Francisco Acuyo
LAS VENTANAS ILUMINADAS
SE abren y se cierran las estrellas,
y la calle está sola.
Torpe luna menguante, en su hueca ignorancia,
sin vida ya su llama,
no sabe de nosotros
y en las pupilas deja,
pálido, aquel recuerdo
de otras noches iguales, separadas,
distantes del ahora por un rastro del tiempo,
por sigilo de años
que atraviesan, sagaces,
el corazón
con sinuosa y enconada herida.
Hay una luz. Enfrente.
La ventana defiende, iluminada, del que vela, la incógnita.
Alguien no duerme. Un libro lee. Piensa,
o desnuda su alma entre la noche,
o sufre y alimenta su dolor,
oculto,
arrinconado entre las horas
en que un sol indiscreto anularía, exigente,
borraría sus matices.
Ventanas en la noche. Iluminados mundos.
Abiertos aposentos, donde habitan esos desconocidos
pensamientos ardientes,
ilusiones que encienden su luz de espera
roja,
cuando las sombras únicas,
protegen su verdad, su desvarío.
Por todas las ventanas y balcones del mundo,
habitantes de todos los confines,
de todos los misterios,
huéspedes convergentes de tantas soledades,
de una ventana a otra,
de un enigma a otro enigma,
vuestras manos se unen
—nuestras manos se estrechan—,
amistades sin tacto,
presentidos ausentes.
No lo saben. Ignoran su lejana presencia,
pero algo inusitado se diluye en el aire,
se perfila en la sombra;
reciben, casi sienten
impalpable el mensaje
que lleva fiel noticia de un corazón a otro,
de unas manos a otras,
de esta ciudad hasta aquélla,
de una ventana iluminada a otra.
Si se escucha en la noche, dentro de su silencio,
si se atiende,
penetran,
se aproximan,
llegan a nuestro oído,
hasta dentro del pecho,
palabras,
signos,
voces,
secretos,
nombres,
sueños,
pensamientos, recuerdos,
sollozos
aquel grito.
Y otras voces:
las dudas,
inquietudes,
temores;
alegrías,
anhelos,
ausencias,
la tristeza...
Todo viene impulsado,
cruzando los espacios del silencio,
de una ventana a otra iluminada,
desvelada en la noche.
Elena Martín Vivaldi
[1] Martín
Vivaldi, E.: La ciudad total, antología, Colección Ciclos de Entrono Gráfico,
Entorno Gráfico Ediciones y Diputación de Granada, Granada 2.018, pág. 85.
[2] Elena
Martín Vivaldi, vivió antes en una casa de la calle Canales (residencia que fue,
previamente, de la familia de Francisco Ayala), para después residir en una
casa del agradable y bonito Barrio Figares.
[3] Martín
Vivaldi, E.: Tiempo a la orilla, obra
poética (1942-1984), Ayuntamiento de Granada, Granada 1985.
[4] Elena
Martín Vivaldi fue una de las primeras mujeres de la Universidad de Granada en
estudiar una carrera universitaria (Magisterio y posteriormente Filosofía y
Letras), previo paso por el instituto Padre Suárez. Posteriormente ganaría
oposiciones al Cuerpo de Archiveros, sección de Bibliotecas, en 1942, ocupando
el puesto de bibliotecaria en Huelva, Sevilla y posteriormente en Granada
(Medicina y Farmacia).
[5]
Fernández Dougnac, J.I.: Ofrenda del presente. La poesía de Elena Martín
Vivaldi, introducción a la obra poética, Fundación Jorge Guillén, Valladolid,
2008, Vol. I, pág. 15.
[6]
Estupenda conversadora, se podía hablar de mucho más que de poesía; le
interesaba la filosofía, la ciencia, el arte… de ello pueden dar fe quienes
tuvieron la fortuna de su trato.
[7] Por el
año 1953, bajo el lema gavinetiano: La poesía nueva debe hacerse al aire libre,
surge este grupo conformado por José Carlos Gallardo, Miguel Ruiz del Castillo,
Julio Alfredo Egea, José García Ladrón de Guevara, Gutiérrez Padial, Antonio
Llamas Orihuela, Antonio Moreno Martín, Eusebio de Moreno de los Ríos, Eduardo
Roca, Pepe López Fernández, Marcelino Guerrero y Antonio García Sierra;
incluyendo, junto a Elena Martín Vivaldi, a las poetas prácticamente
desconocidas, Pilar Espín, Juana Nieves Serrano, Teresa Camero y Mari Cervera.
[8] Se la ha
llegado a situar entre los poetas de 36, editorialmente en la de los 50 y en la
del 27. Véase Fernández Dougnac, J.I, ob. cit. nota 4.
[9] Soria
Olmedo, A.: Literatura en Granada (1898-1998), Poesía, Diputación de Granada,
200, II, pág. 65.
[10] Antonio
Carvajal decía que era Solitaria, que no aislada, tal era el numeroso grupo de
amigos con los que compartía fraternal y habitual trato.
[11] Espada
Sánchez, J.: Poetas del sur, Espasa Calpe, Madrid, 1989, p. 45.
[12] Molina
Campos, E.: Introducción de Tiempo a la
orilla, obra poética (1942-1984), Ayuntamiento de Granada, Granada 1985,
págs. XVI-XVII.
Agradezco, amigo querido, esta reseña y este poema de la gran poetisa, a quien quise y disfruté desde que conocí su obra. Un abrazo.
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