Tenemos el placer de incluir en nuestro, vuestro, blog Ancile al Catedrático de filosofía de bachillerato, inició estudios de medicina y teología, escritor, poeta y buen amigo, Manuel Vergara Carvajal, para la nueva sección de Pensamiento, en la que publicaremos, en diversas entregas, el conjunto de reflexiones que llevan por título general, Como te iba diciendo, y con el subtítulo de Cartas a cielo abierto. Esta primera entrega porta la introducción de todo el compendio bajo el título de, Prefacio: la pared medianera. Y seguirá el primer capítulo del conjunto intitulado, Postales de Poniente.
(CARTAS A CIELO
ABIERTO)
Con todos sus ojos
ve la criatura
lo abierto (Rilke)
PREFACIO: LA PARED MEDIANERA
De “muero” a “se murió” -veinte segundos-, te mandan al pasado. Luego esa simetría: del seno de su madre va a la cuna…; de la cama, va al seno de la tierra. Así una y otra vez; siempre en un siempre que fluye: “Panta rei” ¡Y tanto!
¿Podrá decirse: no hay hechos; sólo interpretación? (Nietzsche). Que ni lo sé, dirá mi amigo Paquito. De momento, vale que interpretemos las interpretaciones, -¿no es lo raro vivir?- y las respuestas que orillan la pregunta más antigua, la más estrafalaria: ¿dónde viven los muertos? ¿Si no hay “dónde”: quién planta cara a esto? Ya veremos, tratándose de abismo, que hay de todo.
Pues bien, este es el tema: la pared medianera (lo entenderás más tarde). Le daremos repaso al panorama: Puede que al fin tengamos -metainterpretación, dirán los finos-, solamente un abrazo. Total, qué mundo este; tan uno, tan diverso, tan sentido. Y menos daría una piedra
Mientras tanto:
A ella sólo nosotros la vemos, el
animal libre
tiene siempre su ocaso detrás de sí
y
ante sí tiene a Dios y, cuando anda, anda
en la
eternidad, tal como andan las fuentes
(Rilke, Elegía VIII)
Si es que “la” puedes ver, dice
el poeta, será que (aún) está enfrente, Significa: El ocaso -imagínate-, no vino con el pack de tu vida. Mas, no tener la muerte amortizada (detrás de sí), sino delante; no siempre
fue el peor de los destinos. Para el héroe griego era signo de superioridad
moral sobre los dioses: éstos ignorarán…cómo hacer de su muerte una victoria.
Será tiempo
perdido reiterar: sólo nosotros la vemos,
si te importa más bien cómo la vemos.
Y no habiendo en el mundo nada elaborado con más tiempo y pasión que esas
respuestas, digamos que está todo inventado. Así que, sin más pretensiones que
“examinarlo todo y elegir lo mejor” (1Tes.21), dispongamos juntas las postales
de un panorama fragmentario, con el texto que, a modo de glosa, añadiría el
viajero remitente.
¿Me permites un último añadido?: Si todo es
recibido al modo del recipiente (Santo Tomás de Aquino); también es verdad
esto: Todo en mi recipiente…, de otro fue recibido. De ahí que deba a tantos
(no sabes tú ni cuántos), mucho agradecimiento.
POSTALES DE PONIENTE
Se trata de un grabado en tinta china del pintor japonés Hakuin Ekaku (maestro zen del S. XVIII) “El puentecillo de Mama”, que regaló a Heidegger uno de sus amigos japoneses de la Escuela de Kioto. Te lo muestro: sobre cuatro largos palos hincados en el lecho del río, una precaria estructurilla de tablas une ambas orillas rocosas; y allí, en medio, la figura diminuta de un hombre algo encorvado portando un largo cayado y el borde inferior de su ropa, que le precede, llevada por el viento. Apenas sabríamos si camina -tan breve es la separación de los pies- salvo por la inclinación del palo y la cabeza, cubierta con el cónico sombrero campesino.
La
suave corriente apenas riza el agua al fondo de los palos; y, hay tan poco dramatismo o exaltación que, en comparación
con éste, la cuerda sobre el abismo de Nietzsche (¿recuerdas?), es el puente
sobre aguas…, truculentas. Su desafío abismal parecía divertir al superhombre
(o domeñaba su miedo con voluntad adánica, que por eso es tan macho o tan niño),
venciendo así al nihilismo.
Con todo, en
el cuadrito japonés, lo abismal no es el agua mansa, sino la atmósfera
insondable flanqueada por las rocas, el bambú, y una caligrafía estilizada como
patas de araña. Nada de Superhombre, ni de nuevo Adán, ni tampoco el terror de
Pascal ante el vacío del espacio infinito: Aquí el hombre es diminuto…, porque ¡no mira (ni por tanto, se mira) como sujeto!
Y en su fragilidad es como si fuera diciendo:
(…) nos sentimos custodiados por el abrazo de la naturaleza (…); ya que, para el japonés, la naturaleza es un sentimiento del Ser omnicomprensivo, abierto… (“El Oriente de Heidegger”, de Carlo
Savíani). La belleza de esta obrita Zen consiste en que somos conducidos de la realidad… al origen de la realidad. Sólo que esta realidad original no puede ser dicha: …el lugar del ser es mostrado -evitando las palabras o los signos gráficos-, puesto que todo intento de hablar de él conduce inevitablemente a una contradicción, dice D. T. Suzuki. (ob. ct.)
La escena va,
pues, más allá de la anécdota. Sólo en este sentido es verdad el dicho aquel de
que una imagen vale más que mil palabras ¿Te das cuenta por qué?: Porque la
representación está al servicio de lo no representado: el origen de la realidad, llamémosle: “el ser”…o “la nada”, que en Oriente estos términos
no se excluyen.
Mientras
tanto; nosotros, incapaces de incluir la Nada en la pregunta por el Ser, hemos
creado nuestro destino: ¿no será esta la
razón de que la metafísica occidental tenga que caer víctima del nihilismo?,
se pregunta Heidegger con agudeza, (…) Nihilismo
querría decir entonces: el no pensar esencialmente en la esencia de la Nada.
Sólo por oírle
decir esto, vale la pena bregar con autor tan decididamente hermético (e intraducible).
Entiéndelo: segregamos nihilismo a causa de nuestro incorregible hábito del
pensar objetizante: Nada sabemos del Ser ¡ya que no sabemos nada de la…Nada!
Como el cuadro se interrumpe en la rivera
izquierda, hacia la que parece dirigirse el personaje, la voluntad del pintor
no es la de responder a la pregunta sobre el origen y el destino de éste, sino
a la condición del Camino mismo. De
hecho, el hombre se diría que está inmóvil; la brisa que mueve su ropa y los
bambúes, además del apenas insinuado rizo de la corriente, es todo lo que en la
imagen hay de movimiento.
Este
cuadro es un poema mudo para decir que el personaje no está “en camino”, sino en-el-Camino.
Pues “Camino” (El Tao o sabiduría
moral espiritual que Heidegger andaba en ese tiempo tratando de traducir al
alemán), no es ya medio para un fin
-pasar, de dónde venimos, hasta donde vamos- es fin en sí mismo. En la Vida, ser es un estar.
Grabados
como estos se colgaban en la parte más noble de la casa japonesa tradicional, y
eran su Biblia o su Corán. Un icono sagrado, profundo y ligero como un haiku,
donde el hombre aprende a no sentirse “sobre”, ni “ante” la realidad natural,
sino “en” el seno de ésta. Nada de enigma u oscuridad. Basta con abrirse a la
comprensión de la Verdad más abismal: se es en, y con el Todo que es…, pues
seno es Todo” (Rilke, Elegía VIII).
De
hecho, la palabra “haiku” (el poemilla tradicional japonés) significa canto, en
el sentido etimológico de “reclamo”, dado que el japonés se siente continuamente reclamado por las profundidades de
la tierra, en las que siente palpitar la fuente de la vida (…) y donde le es
revelado cómo pueden morar juntos dolor y amor, renuncia y esperanza. (ob.
cit.)
Las
tablas sin barandilla significan que, caerse o no, nada cambia para el que está
en un abrazo con la realidad. Ni temor, ni deseo de ser salvado. ¿De qué podría
ser uno salvado si no hay “este” mundo y
“el otro”, sino que el Todo es uno y
lo mismo? De ahí que, visto “el abismo” desde esta perspectiva, el sabio pueda
expresarse en estos términos: Cuando se
está enfermo, conviene considerar lo mejor estar enfermo, cuando se llega al
momento de la muerte, conviene considerar lo mejor morir. Este es el único modo
para huir de la desgracia. (ob. cit.)
El
perfecto desapego de sí mismo para abandonarse a la unidad sagrada de la
Naturaleza -atendiendo piadosamente a su reclamo-, es la propuesta de esta
milenaria visión abismal llegada de Oriente. Ahí lo dejamos.
Manuel Vergara
No hay comentarios:
Publicar un comentario