Finalizamos las entregas sobre la temática de la sinestesia con un nuevo fragmento de la publicación referida con anterioridad, y siempre para la sección de Ciencia del blog Ancile. Ahora bajo el título: El tiempo sinestésico.
EL TIEMPO SINESTÉSICO
[…] mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.
San Juan de la Cruz
El tiempo es una
imagen
en movimiento de
la eternidad
Platón
Timeo
Acaso hoy unánimemente convenimos
que todo lo que hay no es lo que percibimos. No obstante, una de las
percepciones más extrañas y difíciles de explicar será la del transcurso o
vivencia del tiempo. John Wheeler afirmaba que el tiempo es la manera que tiene
la naturaleza para que todo no suceda a la vez.[1]
La perplejidad a que induce una introspección de lo que el tiempo sea, llevó a
Agustín de Hipona a afirmar que sabía lo que era el tiempo hasta que alguien le
interrogase sobre lo que este fuese y significaba.[2]
Para Parménides el tiempo no enseña nada. Todo está presente en el comienzo.[3]
Para Zenon no hay tiempo más allá del ahora. El kairós del pragmático
Borgias está presto al momento sensible.
La relación entre el ser y el conocer es básica para evaluar lo que el tiempo sea y signifique. Tanto si estimamos su realidad, como si sólo tiene la trascendencia de una obstinada ilusión.[4] El tiempo y su supuesto transcurso, traído al terreno de la percepción, conlleva interrogantes que pueden llegar a situarlo como una mera ilusión sensorial. No es pues, extraño que se lleve al ámbito de la abstracción y que quede imbuido en un carácter meramente utilitario mediante el que establecer un orden en el cambio a que están sujetas las cosas y, por supuesto, nosotros mismos. En cualquier caso, es inevitable encontrarnos con quienes creen que el tiempo es un medio mediante el que se desplaza (nos desplazamos en) el cosmos.
Es
esta una cuestión compleja estudiada por filósofos, psicólogos, físicos… en la
que no entraremos nosotros en profundidad, pero que, a quien suscribe, le
pareció de interés especial en el territorio del fenómeno sinestésico, donde
además, diríase que lo sensorial devora el pensamiento, y donde el tiempo adquiere
un rango de curiosa topología (recordamos en el ámbito de la lingüística y la
literatura el término acuñado como cronotopo(s) que puede servirnos de
analogía)[5]
donde no tanto acontecen las cosas como que se ven expuestas en el mundo, y que
a través de la sinestesia aparecen como unidad de espacio-tiempo,[6]
y donde, en fin, sobre todo, la sensación espacio-temporal (con todos los
accesorios, complementos y ceremonias que lo acompañan) es (son) conciencia.
La
percepción sinestésica ayuda, lo adelantábamos unas páginas atrás (por ejemplo,
en sus expresiones creativo-literarias y sobre todo poéticas[7])
a la constatación de la repetición sincronizada de los diversos eventos
sensoriales (incluidos los cenestésicos) y sus extraordinarias y aparentemente
inauditas relaciones con el campo de la abstracción,[8]
por lo que no se le podrá considerar que sea un recurso cualquiera antes que
una catástrofe de la razón misma. Por eso serán posibles:
El fulgor de la esperanza,
Escuchar ausencias,
Y la redondez de los silencios.[9]
Una
de los aspectos más llamativos de este asunto es que la sinestesia, siendo en
apariencia una fuente de aparente discordia y de desorden perceptivo (y de
razón, recordamos), en su proceso de traslación y fusión de unos sentidos y
otros, se ofrece como representación (extrañamente) plena de realidad. Esta
realidad pasa por ser sensorial y necesariamente material. La resistencia de
nuestra percepción (y también lógica) a ese desordenado trasladar de un sentido
a otro de una percepción concreta, encuentra en la sinestesia un parangón y un
referente de una profundidad no claramente percibida y explicada. La sinestesia
nos muestra con su audacia sensorial, dinámica y expresiva, que no vivimos (ni
siquiera en el mundo de las representaciones) en un sistema cerrado. Es así que
la sinestesia puede parecer un enredo, una cábala, una confusión, una conjura
contra el juicio razonable de las cosas.
Dicho
aquello, y basándonos en una analogía cuántica, nos vemos obligados a
interrogar: ¿Cómo codificamos la realidad? Si todo lo que existe es por
convención y por la relación de las demás cosas, ¿cómo descodificaremos dicha
realidad? Lo que aprendemos de la sinestesia es una lección fundamental de la
naturaleza de la realidad misma: nuestra percepción de entidades fragmentadas,
separadas, no es más que una ilusión, y que acaso, la suma total de las
observaciones de los hechos que la humanidad ha acumulado hasta ahora,[10]
es la realidad. Así, de la sinestesia he aprendido una nueva interrogante que
quizá se responda por sí sola: ¿lo que constituye el universo como información
no será tal vez generado por la conciencia?
Francisco Acuyo
[2] Agustín de Hipona: Confesiones, Alianza, Madrid, 1991.
[3] Kingsley, P.: ob. cit. Pág. 198.
[4] Carnap, R.: Autobiografía intelectual, Barcelona, 1992, Págs. 37-36.
[5] Mijail Bajtín, crítico y filósofo del lenguaje, padre del género discursivo.
[6] Emparentado con el tiempo einsteniano de la relatividad como cuarta dimensión, inseparable del espacio.
[7] Extrapolable sin duda a otras artes como la música o la pintura.
[8] Acuyo, F.: op. cit.
[9] Martín Vivaldi, E.: ob. cit. págs. 531, 575.
[10] Vedral, V.: ob. cit. 228.
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