martes, 27 de julio de 2021

INELUDIBLE REFLEXIÓN: “LOS EVANGELIOS”, POR ALFREDO ARREBOLA

 Para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, traemos una nueva entrada de nuestro colaborador y amigo Alfredo Arrebola, esta vez bajo el título: Ineludible reflexión: Los Evangelios.

 

INELUDIBLE  REFLEXIÓN:


 “LOS  EVANGELIOS”


 

Ineludible reflexión: Los Evangelios. Alfredo Arrebola

 

    Estas sencillas reflexiones de un  cristiano católico, plenamente convencido por la “Razón” y por la “Fe”, podrían  ser también de suma utilidad para todos los que se consideran “ateos”, agnósticos o  escépticos, con o  sin fundamento “in re”. Sin embargo, con la mayor objetividad posible, se puede afirmar que el conocimiento de la Biblia (Sagrada Escritura), por ser la “Palabra de Dios  escrita”, es siempre de capital importancia y de perenne actualidad. Aún más: La Biblia nos señala la triste trayectoria del azote que la Humanidad ha sufrido desde los más remotos tiempos.

   Nadie  duda ya  que la pandemia de la COVID-19 es  uno de esos flagelos que  marcarán época. Y tal es así, que si la percepción de vulnerabilidad de la Humanidad se consolidara y pasara a ser una experiencia asumida y generalizada,  podría cuestionarse,  y sin miedo, uno de los mitos  de la Modernidad; esto es: que la Humanidad es capaz de ofrecerse a sí misma la salvación. En este sentido, Juan Antonio Martínez Camino, Obispo Auxiliar de Madrid y  Catedrático de Teología, dice que “si la Humanidad es vulnerable y es percibida así, no se podrá ya esperar de ella la plenitud de la que ahora se carece y que de ella espera la cultura pública mundial dominante. La Humanidad no podrá ser tenida por el sujeto anónimo de una acción superadora de todos los límites a los que  ella  misma se ve sometida y que causan tanta insatisfacción y sufrimiento”, cfr. “La fe en tiempos de pandemia”, pág. 10 (Madrid, 2020).

Ineludible reflexión: Los Evangelios. Alfredo Arrebola
    Notamos claramente que el sufrimiento y la muerte tienden a ser ignorados por la ideología del progreso. Cabe, pues, la pregunta: ¿cómo se hace justicia a los que sufren y a los que han sufrido física o moralmente en el pasado, a los muertos, tanto a los difuntos normales como a las víctimas de la violencia injusta?. El teólogo y papa alemán (Benedicto XVI, Baviera, 1927)) cree que aquí  se halla  el  verdadero talón de Aquiles de la ideología del progreso. Si los muertos y las víctimas, en definitiva, cada uno de nosotros, no podemos disfrutar de la vida plena prometida por el progreso, este se revela, al final, como incapaz de instaurar verdaderamente el reino de la moralidad y la justicia (cfr.  “Spe Salvi”, 30)) .

   Es sumamente iluminadora la encíclica de Benedicto XVI – SPE SALVI, 30/XI/2007 -, donde  se lee: “El ateísmo de los siglos XIX y XX, por su raíces y finalidad, es un moralismo, una protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal. Un mundo en el que hay tantas injusticias, tanto sufrimiento de los inocentes y tanto cinismo del poder, no puede ser obra de un Dios bueno. El Dios que tuviera la responsabilidad de un mundo así no sería un Dios justo y menos aún un Dios bueno (…). Ahora bien, si ante el sufrimiento de este mundo es comprensible la protesta contra Dios, la pretensión
de que la Humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa. Si de ahí se han derivado las mayores crueldades y violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad, sino de la falsedad intrínseca de esta pretensión. Un mundo que tiene que hacerse justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los  siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder – bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente – no siga enseñoreándose del mundo” (cfr. Spe Salvi 42).

   Observarás, querido y benévolo lector, qué difíciles y  trascendentales son las cuestiones que toda persona puede plantearse a causa de esta catástrofe que, por cierto, no es la primera vez que la Humanidad se ve azotada y, asimismo, pone en cuestión los esquemas ideológicos por los que la vida se regía hasta entonces. Parece – es la opinión más generalizada – que se trata de una catástrofe de origen natural o fortuito, pero es de realización humana. La pandemia se ha hecho global, porque la vida humana se ha hecho global y la amenaza es percibida de modo global.

   Todo cristiano creyente debería estar plenamente convencido de  que no es la “ciencia” la que redime  al  hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de

Ineludible reflexión: Los Evangelios. Alfredo Arrebola
“redención” que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita de un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: Ni muerte, ni vida, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rom 8,38-39). Si existe ese amor incondicionado – ningún cristiano creyente lo duda – con su incondicionada certeza, entonces, solo entonces, el hombre está “salvado”, y ya puede sucederle lo que sea.  Y esto es lo que entendemos cuando  decimos que Jesucristo nos ha “salvado”. Por El estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana “causa primera” del mundo” , porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de El: “Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” (Ga  2,20), leemos en “La fe en tiempos de pandemia”, pág. 29 (Madrid, 2021). 

Es cierto -filosóficamente hablando – que siempre fue considerado el hombre como un resumen del mundo, y en especial de los reinos de la Naturaleza inferiores a él: siempre se supo que el hombre podía ser tal resumen no como simple suma, sino mediante su trascendencia, su ser espiritual, entendida esa trascendencia como una capacidad de absoluto, una apertura al ser, y, en última instancia, como un oído abierto a Dios. Entendido así el hombre, no tiene más que a Dios por encima. Esto le hace rey de la Creación, “obligado a servir al mundo para Dios, y a Dios para el mundo, lo que eleva al hombre a la dignidad de la libertad real (cfr. “El problema de Dios en el hombre actual”, pág. 94).

Todos estos dones los alcanzó el hombre solo por el inmenso amor de Dios - el “Logos” hecho carne (Jn 1, 14) - en la persona de Jesús de Nazaret, cuya vida y milagros están perfectamente desarrollados en  el “Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan”.



Alfredo Arrebola

Villanueva  Mesía - Granada, Julio de 2021.

                                            

 
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