Bajo el título: La falsificación de la excelencia (areté), o por qué sospecho de cualquier gratificación o galardón público o privado, publicamos un nuevo post para la sección Pensamiento del blog Ancile, abundando sobre las mediocridades ideológicas que impulsan los viejos intereses creados con las perniciosas herramientas de la posmodernidad.
LA FALSIFICACIÓN DE LA EXCELENCIA (ARETÉ),
O POR QUÉ SOSPECHO DE CUALQUIER
GRATIFICACIÓN
O GALARDÓN PÚBLICO Y PRIVADO
LA ambición, la codicia, la
vanidad, la presunción o la vanagloria, son claros impedimentos para liberarse de las
cadenas que aherrojan al ser humano que aspira a ser decente, si el ansia de
poder, el levantamiento de una reputación o la obtención de una regalada la
prosperidad, están implícitas siempre en toda suerte de ambición y codicia, de
presunción y de vanagloria.
El
hecho de que más allá de la percepción y del sentimiento que produce el mundo
en el devenir existencial en la conciencia de los hombres, de aceptar lo que es
por evidente, se hace preciso el reconocimiento, hoy acaso más que nunca, la
necesidad de del deber ser de las cosas humanas, y que implican la acción para
cambiar, transformar el ser individual y social del nuestro mundo. Es obvio que
el menester del adiestramiento, la instrucción, la educación (paideía) es
imprescindible, sobre todo cuando el curso innato de la supervivencia natural
ha hecho presa en lo más necesario para el desarrollo de la mente y de la
sociedad humanas.
LA
sospecha es inevitable sobre la honradez de los procesos de cualquier
reconocimiento (público o privado) cuando se ignora la posibilidad del
reconocimiento de los otros y que pone en cuestionamiento la naturaleza misma
de la excelencia (areté). El
compromiso colectivo está hoy claramente comprometido por el interés político o
de poder. La rectitud y justicia del logos que debe ser (ethos) o estar dispuesto en igualdad para todos está seriamente
comprometido.
Si
es verdad que la excelencia, como poder y capacidad es posible de trasmisión, es
muy importante reconocer que el logos, la palabra adecuada a la verdad de
aquella excelencia no puede ni debe ser falsificado. La cuestión es que la relatividad
interesada del mediocre, amparada tantas veces en la ideología política
desvirtúa lamentablemente la veracidad de aquella excelencia, poniendo en
entredicho el sentido mismo de la convivencia al faltar el respeto a lo más
esencial individual, que no es otra cosa que la dignidad de sus verdaderos
merecimientos.
Ahora,
actualmente, adquiere preponderancia una interesada solidaridad (nuestra, de
los míos) que pone en entredicho la verdad (alétheia)
misma. Vinculación viciada que en modo alguno puede encontrarse con el ser
propio al que aspira la verdadera philía (encuentro,
amistad, sentido de lo solidario); porque ya no se pretende la comunión con el
oro para conocer juntos, sino el interés compartido con los míos que me aúpan,
mantienen o relacionan con el poder,
olvidando la propia excelencia de la convivencia justa con la verdad de los
méritos de cada cual.
Es, pues, franca y plenamente justificada esta sospecha sobre la gratificación
ajena al conocimiento y la verdad del que se agasaja, si es que, como todo
parece indicar, no sólo somos lo que pensamos, lo que hacemos, sino también lo que
decimos, y decimos del otro, según los particulares intereses y no por la veracidad del logos
que constituye al hombre que se ha forjado a sí mismo, dándole carácter. Estamos ante un nuevo y mediocre sofismo de muy vía estrecha que
quiere imponerse gracias a las nuevas ingenierías sociales y tecnológicas, y
que pretende desvirtuar lo más esencial del conocimiento, si esta vía a través
de la cual se expresa, a saber: el lenguaje, está siendo manipulado y es fiel reflejo
de la falta de ethos ,de moral, pues, su mensaje siempre
está falsificado.
En
próxima entrada del blog Ancile haremos alguna puntualización más sobre la
triste realidad falsificada de lo que supuestamente vale (sin excelencia, en
realidad) en el mundo.
Francisco Acuyo
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