Cambiamos de tercio temático para la sección Pensamiento del blog Ancile. Traemos en este nuevo post otras reflexiones que nos parece que vienen al pelo (por cuestiones personales de reciente suceso que por comedimiento y pudor no descubriré), sobre todo porque por la muy baja consideración que se tiene en la posmodernidad sobre la propia dignidad de las personas en el mundo, y todo bajo el título: Sobre la soledad y otros dilemas.
SOBRE LA SOLEDAD Y OTROS DILEMAS
SIEMPRE anduve solo. Acaso no tuve consciencia de mi soledad hasta que la ocasión de andar con otros no se me presentó cierta y, ante todo, muy estrecha. Desde entonces he querido que
sirva mi soledad para abrazar con palabras
aquellos muy queridos sitios donde, con tanto gozo como tristeza, caminé con compañía, aun siempre
solitario.
Esta
a(p)titud[1]
dícese que es rasgo común de algunas almas (¿excéntricas?): señal, carácter
o atributo en el que me reconozco amplia y profundamente. Pero de ser así de
sencillo esta idiosincrasia personal, no merecería ninguna reflexión: es soledad
cuyo semblante apunta detalles acaso mucho más complejos. Por ejemplo, es
inevitable atribuirla como peculiaridad de otro rasgo común a todas las
criaturas: el sufrimiento. Es esta marca del mal[2]
la que en no pocas ocasiones, dentro de su desdicha, al menos sabemos que
estamos vivos, y aunque sé que en una sociedad profusa y confusamente gregaria
estará muy mal visto la soledad deseada, no puedo evitar e incluso pedir el amparo de esta y al obtenerla gozarla como una
gracia dada también para cualquier ser consciente, no obstante, no la defenderé por darse
por hecho que no es apropiada, cuando no totalmente rechazable, y porque
sé que una mala causa empeora con la
defensa. Sin embargo, hablaré de ella como uno de los hechos más potentes (no
circunstancia) que nos contemplan en el mundo.
La solitas latina[3] será el estado desdeñable para el que aspira a ser integrado en sociedad con la dignidad que le pertenece (casi siempre según las normas del grupo prevalente por ideológicamente dominante), dignidad que es siempre resultado de aquello sobre lo que es merecedor (dignus) el individuo social. La raíz indoeuropea dek (de dignus), nos traslada al dokein (opinión) griego que resalta su configuración como la opinión de algunos. O al verbo latino decet (apropiado) que impone en mayor grado la decencia que se ha atribuido socialmente al señalado. Estas etimologías son traídas al caso de manera no baladí, el ser del lenguaje no es cosa de manejo caprichoso en lo más profundo de sus significados.
Es
rigurosamente cierto que esta soledad, que de consuno suele acompañarme,
conlleva una seguridad personal que se refleja en una manera de entender y
hacer las cosas que, por ser mía, es intransferible y profundamente liberadora,
y que diría dañar al que la observa, aun no siendo esta posición mía, ni arrogante
ni sospecha de pretender diferencias con el prójimo, no en vano siempre he considerado la amistad[4]
como uno de los más raros tesoros que pudiera contener en su vida cualquiera persona.
En esta soledad entendida en sentido soteriológico he podido constar, con el
transcurso de los años, que me es muy genuina. También que el rechazo de mis
congéneres ante esta soledad deseada se ha manifestado a la par que la incomprensión, por este ser y estar
acaso en este grado de soledad tan singular en sociedad. En verdad que no puedo negar un cierto grado de
misantropía que me hace sentir libre y también comprometido con la causa de la
verdad que tantas veces es tergiversada por los intereses egocéntricos personales, infames por políticos y deleznables por ideológicos, y q ue todos acaban por traducirse de manera informe en la masa social. Pero esta aptitud (y también actitud) tiene
un precio: la relegación inevitable al ostracismo.
Viendo
el comportamiento de mis coetáneos he podido constatar que la societas ha perdido su valor esencial,
si su valor de significado viene del socius
(compañero, aliado que comprende y sigue al otro) y que según su sufijo, tas, se
refiere a la cualidad, en este caso la cualidad de la variedad. Es la variedad aceptada de
todos los individuos lo que debería configurar la pluralidad social.
Acaso
hoy como nunca, que no hay equilibrado y avisado juicio crítico, es cuando leve y pusilánimemente se
lleva a cabo el ser huero e indiferente, cuando el cometido de la razón crítica debiera estar sujeto a la
investigación tanto de los hechos mismos como de las circunstancias[5]
que llevaron a posicionar una obra y una personalidad en determinado emplazamiento,
si es que la personalidad del artista, del intelectual, del hombre común entregado a la obra de su propia estructura existencial, nace imbricada en la esencia de aquella (de su personalidad, digo),
aunque las circunstancias exteriores pudieran haberle sido perniciosas.
Insisto en que hoy más que nunca, si la poesía es hija del retiro,[6] es preciso reconocerla en esta soledad; se ofrece, sin embargo, como objeto de banal ajetreo social y de ínsípido consumo. Es por esto que me reconozco plenamente en la soledad liberadora de ese retiro y, sin duda, al menos a mi entendimiento no cabe otro punto de razón, por eso la gran herejía de esta soledad que no se perdona, radica en la indiferencia que siente hacia esa frivolidad donde vive a sus anchas el flagrante prurito de la fama, donde arde siempre el deseo de granjearse un buen nombre entre los hombres, aunque en el fondo, por anodino, no se merezca; mas, menos aún importa en un orbe en el que el ser y estar en dignidad no solo no interesa, sino que no vale un ardite, aunque la obra (artística, intelectual, vital) y aun la persona pague el castigo público de la indiferencia que seguramente no merecía.
Seguiré
indagando sobre esta soledad tan necesaria para el espíritu creativo y para el
alma que tenga en sí misma la certeza de que vivir con dignidad es más
importante que medrar en los intereses espurios de la fatua ideología en pos del poder o del necio esfuerzo para proveer a la egolatría nunca satisfecha para obtener acaso una inmerecida y siempre efímera fama.
Francisco Acuyo
[2] Acuyo, F.:El mal, aroma del nada. EL problema del mal en el mundo, en preparación.
[3] Solus (solo) itas (cualidad): Cualidad de estar sin nadie más
[4] Acuyo, F.: Elogio de la decepción, segunda edición, Entorno Gráfico ediciones, 2021.
[5] Ovidio: Tristes,libro I, Gredos, Madrid 2001, pág, 14.
[6] Ibidem.
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