sábado, 20 de marzo de 2021

"DELTA", DE FRANCISCO SILVERA

 Para la sección Poetas invitados del blog Ancile, tengo el placer de publicar como primicia estos poemas de Francisco Silvera que llevan por título Delta, que conforman el corpus general de textos poéticos del que ofrecemos una muestra breve de los mismos. 



Delta, de Francisco Silvera
De J.P. Suárez





DELTA,


DE FRANCISCO SILVERA 

 

 

 

 

 

Todo está en su lugar;
mi alma tiene el envés entero helado,
fuentes antiguas de silencios graves
tienden cristales rotos
y el cielo transitorio empuja nubes
que jamás volveré
a ver de nuevo, magia de la vida,
todo está en su lugar:
Invierno.

 

 

 

 

 

Si pudiera atraparte en mi pecho, si pudiera amarrarte a mi corazón, si pudiera pesar tu alma y como Miguel condenarte o premiarte conmigo; si con el aire de mi ala darte la vida pudiera, si con el frío de mi lanza penetrarte y elevarte y tumbarte y quererte pudiera: alzarías la cabeza, me mirarías y yo, de frente, sin el miedo que me da tu espalda, te diría: Te quiero.

 

 

 

 

 

El hogar está donde el corazón camina. Nada permanece, es nuestra casa una senda, una vereda, una rambla de vida y luz. Nadie hay a nuestro lado, nadie, sólo el árbol desaforado que parece ofrendarse a nuestro paso como si fuéramos dioses... pero no lo somos, el mundo sólo es la nube al final del sendero, como un faro que llenara de claridad la marcha. Aquí está todo.

 

 

 

 

 

Eres ceniza, no lo sabes pero eres cenizas y agua: nada más. Por eso te recoges, como si pudieras impedir derramarte sobre la vida, como si quisieras sobreponerte al mundo y reinar sobre quienes te miran... pero no, eres una nube gris disuelta en la cuenca de un río fluyente que lame las piedras sin término, como si no hubiera mar y las riberas de la rivera no las copasen las cañas que silban al viento solitario. Ceniza eres, flotas, vuelas, eres ceniza.

 

 

 

 

 

Cuánto dolor; el mar soplaba tierno
y un vendaval humedecía lento
mi corazón, atardecía en rojo:
Toqué tus labios y después partí.

 

 

 

 

 

Estoy borracho de árboles. Déjame irme o empuja mi alma para que arranque a volar hacia sus copas porque la tierra ya no me aguanta... y querría volar, escalar como un animal herido buscando la protección del ramaje elevado porque voy ebrio de madera... y quiero aire, busco la fruta geométrica, el cálculo exacto, la acrobacia medida: hermosa pirueta.

 

 

 

 

 

Paz de luz, nube de danza y agua, tiene el océano celeste la espuma del horizonte y rompe a nuestros pies como si el tiempo fuera la marea. Silencio, mar y cielo, desierto de cristal y la esperanza de un atardecer de balón naranja que moja todo de brillo muriente; leve cenit enrojecido de una noche joven que llega como el invierno, brisa fría, un aire que parece claro y vital y, sin embargo, en el quiebro lastimoso de una rama desnuda se nos muestra la muerte.

 

 

 

 

Pasó el agua y se llevó lo que el verano guardaba. Lloramos pero la lluvia caía, caía, tres veces caía como las bendiciones angélicas de Dios, tal las potencias incontestables de los tres coros celestes que comunican la inmaterialidad del Creador con este mundo de mierda... y no podíamos hacer nada, sufrir, sólo sufrir, sufrir y dejar que el agua se lo llevara todo, todo... todo.

 


 

Delta, de Francisco Silvera



SOBRE EL ARROYO

 

Piensas en ese recodo
del camino cuando nadie
pasa, en el atardecer
al bajar lenta la luz...
Y en esa curva sin nadie
está la añoranza toda
de tu vivir, la esperanza
de que todo sea nada
y aquel orden sublimado
de morir alivie al menos
el dolor imaginado
de no estar...

 

 

 

 

 

La paz sin aire de la muerte queda,
queda el calor y permanece grave
la lentitud, la pesadez tan suave
que nos domina, marca y adocena.
 
Sostiénese en la luz del alma y pena,
se desvanece, reconstruye y sabe
desenvolver con tanto abril que cabe
en una lluvia o resplandor de seda.
 
Dulce condena, sepultura dulce
donde morir con balanceo y fe
de lo que no transcurrirá jamás;
 
ciega vereda que senil conduce
por la quietud y languidez detrás
de todo aquello que, por fin, dejé.

 

 

 

 

 

 

Por los campos de estío
pasea mi recuerdo
lento como la brisa.

 

 

 

 

 

Venimos a ofrecerte, perro santo que ladras sin fin a la noche, los bienes de nuestro trabajo. Todo para ti, aplaca a las furias, calma todo deseo y déjanos descansar, a mí, protector de las alimañas incluidas las bestias humanas, a mi hermano el arcángel que pone las ánimas en la balanza, que la paz sea contigo y con tu espíritu... Bendigamos al perro que todo lo puede: idos, la obra ha sido enviada, váyanse.

 



 Francisco Silvera

del libro inédito Delta





Delta, de Francisco Silvera


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