EL SUEÑO DE LA POESÍA
El sueño puede considerarse una
analogía fascinante del discurso poético. En él, como en la poesía, vemos reflejado el fuego de la creación libre
de las angustiosas y lacerantes heridas de la razón, de la ansiedad enajenadora
de la lógica que no acaba de dar sentido a la vida, de la muerte, que en
realidad no es nada porque está fuera de la razón y de la conciencia misma
.
El
sueño poético tiene que mucho que ver con la integración a la que propende el
discurso poético en tanto que toda su simbología no es sino una metafísica
total que quiere imbuirnos más allá de la razón en los arcanos más profundos
del universo mismo. ¿Qué hace si no el poeta cuando dice: Dio lo sa, che a me pare presuntuoso a giudicare[1],
sino reconocer los límites de la conciencia y la razón, para adentrarse, no
obstante, en ellos?
Nada más lejos
de la realidad que la inconsistencia de lo onírico. Prolija y antigua es la
tradición (divina o demoníaca) de los sueños en la humanidad. Así mismo el somnium (habida cuenta de las
diferentes clasificaciones de sueños existentes desde muy antiguo)[2]
es vehículo proverbial de revelación de aquello que permanece oculto a la luz
de la razón. En cualquier caso, nunca están exentos de sentido. La poesía
muestra en su singular traslación de pensamientos, sensaciones, sentimientos,
intuiciones… un carácter analógico al del mismo sueño y su proceso de
interpretación. Acaso el sueño, como el
poema genuino, a la búsqueda de lo medible y razonado, aparece para el
intérprete discreto desconfiado de su realidad intrínseca supuestamente
manifiesta en virtud de esas exégesis analíticas y comparativas que son
preponderantes en el estudio interpretativo de cualquier texto. En verdad, ese
poema subido, altamente inspirado, rezuma de lo más cercano a lo
ininterpretable y que además, está íntimamente relacionado con la esencia
poética, a saber: la poiesis (la
creación), y no es otra cosa que la nada, la cual impregna y llena es espíritu
verdaderamente creativo. Es pues el sueño, como la poesía, la metáfora certera
de la plenitud creativa y del ser pleno.
Decíamos que
la poesía podía ofrecerse como una manifestación poderosa de volver al origen[3],
como acaso sucede con el sueño. Muchos concuerdan en que la poesía y muchos
sueños pueden ser un deliro divino; y es que esa visio nocturna puede trascender la imagen (convencional) misma para ser lo uno indescriptible y, por
tanto, para ser visio spiritualis.
Esto sería en casos extremos y evidentes de poesía denominada mística. Sin
embargo, nos parece que la poesía con pulso discursivo seguro y sereno, por muy
ordinaria que pareciese en temática y desarrollo, cuando verdadera, y por
muy fácil de dicción que parezca,
comparte esos rasgos fundamentales del sueño visionario y unitivo.
Imágenes no
convencionales, decíamos, sino
visionarias, simbólicas serán las que pueblan (con el sueño mántico) la
verdadera poesía. No sería exagerado afirmar que muchos poetas en su arrobo
poético pierden conciencia de sí y del pensamiento en favor de imágenes. Símbolos,
formas… que se configuran como un sueño
que, en no pocos caso, puede identificarse como una mors mystica o iniciática de transfiguración[4]
para acceder al ámbito de lo genuinamente creador y poético. Puede inferirse incluso en no pocos
auténticos creadores que en su poesía, la vida vigilante y consciente no adquiere
su verdadero y profundo significado sino del sueño (poético).
Más adelante
daremos nuevas y variadas nociones sobre esta interesante relación entre sueño
y poesía en post del blog Ancile.
[1] Dante,
A.: Dios sabe que juzgar me parece presuntuoso.
[2]
Visiones, sueños, oráculos, alucinaciones…
[3] Acuyo,
F.: Ancile, Poesía, pensamiento salvaje;
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