lunes, 19 de mayo de 2014

KANT Y LA MUJER, SEGUNDA ENTRADA, POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Ofrecemos la segunda entrada sobre Kant y la mujer del filósofo Tomás Moreno para nuestra sección de Microensayos del blog Ancile.


Kant y la mujer 2, Ancile, Tomás Moreno



KANT Y LA MUJER, SEGUNDA ENTRADA, 
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO



Kant y la mujer 2, Ancile, Tomás Moreno


II. La triple inferioridad femenina
El discurso ilustrado era un discurso sobre el hombre (sin distinción de raza o sexo) que aspiraba a ingresar en el camino de las Luces, de la mayoría de edad mental. En 1784, Kant escribe un texto muy breve, titulado Respuesta a la pregunta: ¿qué es la Ilustración? en el que encontramos la más famosa y clara formulación del ideal de la Ilustración.:
"La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta  incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración" [1].
            Acceder a las luces no es otra cosa que alcanzar: la mayoría de edad, ese momento de la vida en que todo hombre se atreve, por fin, desde su libertad a utilizar la facultad natural que lo define: el entendimiento, la razón.
            Como recuerda Wanda Tommasi, con la Ilustración, perfectamente caracterizada en esta página de Kant, sopla, al fin, un viento de libertad para todos e incluso para las mujeres (para todo el sexo bello), que, en teoría, también están llamadas a la emancipación de la autoridad de padres y tutores; convocadas a salir, junto con la gran mayoría de los hombres, de ese estado de "minoridad" o tutelaje en el que por pereza y cobardía se las ha mantenido durante siglos[2]. Sin embargo, no se ha de imputar sólo a ellas o a ellos esa culpable responsabilidad, sino también, y sobre todo, a esos tutores que han asumido su vigilancia impidiéndoles el ejercicio de su libertad, esto es, a hacer uso público de la razón en todas las esferas.
            Sin embargo, Kant -pese a esa expresa declaración teórica de la inclusión del sexo débil en el genérico humano- pone en duda que ellas sean capaces de emanciparse en la práctica, relegándolas por lo tanto a un plano de inferioridad natural en relación con los varones y condenándolas a una marginación cívica y jurídico-política, que tratará de justificar mediante una serie de consideraciones y argumentos explícitamente misóginos, impropios de un ilustrado como él.
Kant y la mujer 2, Ancile, Tomás Moreno            En un exhaustivo ensayo sobre la imagen de la mujer en la antropología kantiana -centrado fundamentalmente en las Anotaciones o notas manuscritas por Kant en los márgenes y en hojas sueltas que hizo intercalar en su propio ejemplar de las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime- M. Fontán afirma que Kant participa plenamente de la tesis rousseauniana de la natural y esencial [3]. Hombre y mujer deben asumir los roles fijos que tienen asignados  por la naturaleza. La diversidad o dimorfismo sexual no es por lo tanto un producto sociocultural, fruto del proceso de socialización, sino algo fundamentado "en la naturaleza de cada sexo".

            Pero esa diferencia orgánica o físicobiológica[4] (sexual) entre varón y mujer es sólo el primer paso -el más cercano a la biología- de una cadena de diferencias naturales extendida a todos los niveles de la subjetividad tanto en el nivel temperamental  psicológico (sentimientos distintos y afectividad diversa y diversos usos de entendimiento y razón), como en el caracteriológico (virtudes diversas, o sentidos diversos de las mismas virtudes) y en el plano sociocultural (roles o tareas, complementarias, propias de cada sexo). Lo que implica que todas esas diferencias, en definitiva, remiten a una sola diferencia -"la" diferencia- esencial, por naturaleza[5].
            En efecto, tanto en la Antropología práctica, de 1785, como en la Antropología en sentido pragmático, de 1798, Kant analiza el dimorfismo sexual  característico de los sexos (varón y mujer), del que va a dimanar una serie de rasgos psicológicos específicos o atributos fundamentales para cada uno de ellos y de diferencias comportamentales distintivas. Los que Kant aplica a la mujer configuran, según A. Fontán, toda una tipología femenina, una metafísica de la mujer. Pero al tener como criterio, término de comparación o analogado principal de la especie humana al varón, el catálogo de rasgos que Kant atribuye a la “mujer” se convierte, en realidad, en una lista de agravios puesto que la mujer es esencialmente el resultado de una definición “en negativo”, es la no-varón, lo que queda después de pensar al hombre, al ser humano de sexo masculino.
            De ahí que las características propias de cada sexo que M. Fontán obtiene de los textos kantianos por él analizados, y que aparecen en su tabla de correspondencias, sean antitéticas  ("hembra": materia, pasividad, natural, privado, familiar, sentimental, aparente, emotivo, arbitrario, bello; y "macho": forma, activo, cultural, público, social, racional, voluntarioso, auténtico, lógico).Kant, repitiendo argumentos muy conocidos y tópicos que se remontan a su idolatrado Rousseau, nos ofrece, pues, en sus textos una serie de rasgos psicológicos y conductuales del sexo femenino -derivados de su diferencia o dimorfismo sexual- que comportan una triple inferioridad natural (psico-biológica, moral e intelectual) con respecto al varón.
A) Inferioridad Psico-biológica de la mujer
La mujer aparece siempre en los textos kantianos como el "sexo débil" mientras que el varón se caracterizaría por la fuerza y el vigor de su naturaleza corporal. Según Kant, los hombres se hacen querer de las mujeres por la ayuda que pueden prestarles. De ser iguales sus fuerzas, la realidad sería muy otra. La unión entre ambos no puede basarse en la simetría, sino en una complementariedad o mutua necesidad. Los rasgos de la "femineidad" -que se conocen como su debilidad- son, en realidad, el instrumento utilizado por la mujer para mover a los hombres y subordinarlos sus fines. Así, tanto el deseo de agradar de la mujer como su capacidad para la seducción y la elocuencia en la expresión deben entenderse como instrumentos de dominación, un medio para someterlos: "Nunca debe uno burlarse de la femineidad, pues nos estaríamos burlando de nosotros mismos, habida cuenta de que por medio de ella el otro sexo domina al masculino" (A P, 114). Kant llega incluso a decir que "la mujer es débil por naturaleza y el hombre es débil por su mujer" (A P, 114).
Kant y la mujer 2, Ancile, Tomás Moreno            El segundo de los rasgos observables en la conducta femenina es la de su “medrosidad”. Dice Kant: "La naturaleza ha querido que no fuera temeraria aquella parte del género humano a quien le incumbe la procreación" (A P, 114). En efecto, según Kant,  cuando la naturaleza confió al seno femenino su prenda más cara -el fruto de su vientre- por el que debía propagarse y eternizarse el género humano, temió por su conservación e implantó en ella este "temor" a las lesiones "corporales" y a otros posibles peligros. Y es la medrosidad ante ellos la razón por la que este sexo requiere justamente al masculino para que le proteja.
            El fin de la "naturaleza" al instituir la femineidad, esto es, el designio superior encomendado a la mujer, es doble: en primer lugar, la conservación de la especie, confiada al "vientre de la mujer", ya que la mujer ha sido hecha fundamentalmente para la maternidad. En segundo lugar, el desarrollo de una cultura social y de un refinamiento de la sociedad mediante la femineidad. Como consecuencia de ello y para lograr una maternidad segura, la mujer debe evitar la vida violenta, pues la maternidad conlleva la debilidad física en todos los demás ámbitos de la supervivencia material en los que no puede competir con los hombres.
            Eso la lleva, y es el tercer rasgo característico femenino, no sólo a depender de éstos para su supervivencia material (en la lucha, la caza y la defensa), sino también a desarrollar, como recuerda J. Martínez-Contreras, una serie de "habilidades de la seducción, del galanteo, con el fin de conquistar a su(s) protector(es) y progenitor(es) de sus hijos, coqueteo que la mujer nunca abandona, incluso cuando está casada, pues siempre corre el peligro de enviudar y más vale tener varias castañas en el fuego" [6].      Para elaborar o construir su femineidad la mujer ha necesitado, pues, mucho "arte", y debe tenerse en cuenta que en el vocabulario kantiano el vocablo "arte" implica connotaciones de engañoso y artero y lo "artificial" se identifica con la apariencia, la falsedad y con la mentira:
"Todos los productos artísticos requieren de cierto arte, independientemente de que precisen mayor o menor ímpetu. La naturaleza ha querido la felicidad de ambos sexos. El cuerpo y el alma de la mujer no se han visto dotados por naturaleza de tanta fuerza como los del hombre, por lo que hubo de otorgarles un mayor arte a la hora de aplicar sus fuerzas, lo cual resulta más sencillo en el caso del hombre" (A P, 114).
            La imagen de la mujer que Kant nos presenta en estos y en otros textos similares -coqueta, vanidosa, frívola, locuaz y débil- solo debe merecer mucha indulgencia por parte del sexo masculino, puesto con ella se trata de aprovechar la inclinación natural del varón, por un designio prescrito por la misma naturaleza y porque "muchas de las debilidades femeninas son, por así decirlo, bellos defectos".
            En general, todos esos atributos, y en concreto "las variadísimas invenciones de su atavío para realzar su belleza", dimanan de la esencial inclinación a gustar, de su gusto por agradar que tiene la mujer, que se siente sexo débil tanto física como psicológicamente. Es por ello por lo que "la mujer tiene un sentimiento innato más intenso para todo lo que es bello, lindo y adornado. Ya en su infancia, las niñas artificio para aparecer más bellas ante los ojos masculinos, para disimular una imperfección o inferioridad que trata de ocultarse.
            El cuarto rasgo observable en el comportamiento del sexo femenino es su rivalidad intragenérica que es consecuencia natural de la competencia para agradar a todo el sexo masculino. Ciertamente es un hecho comprobable que las mujeres "no se muestran tan amigables entre sí como los varones" (A P, 115). Su rivalidad con las demás mujeres, se trasluce incluso en la propia moda, "al creer que la vestimenta les hace más atractivas ante los hombres" (A P, 115). "Las mujeres no se acicalan a causa de los varones, sino para cobrar ventaja sobre sus competidoras" (A P, 115).          
Kant y la mujer 2, Ancile, Tomás Moreno            El quinto rasgo específico de la mujer está relacionado con su peculiar afectividad. En efecto,  su ternura, su afectación de cariño[7], su sentido del honor[8], son en la mujer mera apariencia, engaño, mentira, derivados de la dependencia exterior de su capacidad de juicio. (A P, 232). Las palabras de Kant a este respecto son concluyentes:
"Con respecto a su honor, las mujeres dependen de lo que la gente diga de ellas, mientras que los hombres deben enjuiciarlo por sí mismos. Las mujeres no ven sino lo que los demás dicen acerca de ellas; los hombres reparan en lo que se piensa de ellos, cuando se les juzga de un modo imparcial. Por lo que atañe a los sentimientos, el honor debe ser el móvil del hombre, y la virtud el de la mujer" (A P, 115).
            Por este proceso, la mujer va a introducir en la sociedad humana en el estado natural toda una serie de nuevas habilidades, alejadas del primitivo uso de la fuerza bruta, típica en los animales, por ejemplo: un lenguaje más seductor y complejo y un refinamiento en la conducta social y en la cultura que también afectará al comportamiento masculino:
"Cuando la naturaleza, escribe Kant, quiso infundir también los finos sentimientos que implica la cultura, a saber, los de la sociabilidad y de la decencia, hizo a este sexo el dominador del masculino por su finura y elocuencia en el lenguaje y en los gestos, tempranamente sagaz y con aspiraciones a un trato suave y cortés por parte del masculino, de suerte que este último se vio gracias a su propia magnanimidad invisiblemente encadenado por un niño, y conducido de este modo, si no precisamente a la moralidad misma, al menos a lo que es su vestido, el decoro culto, que es la preparación y la exhortación a aquélla" (A S P, 205)[9].
B) Inferioridad moral
Antes de pasar a desarrollar esa supuesta inferioridad moral de la mujer frente al varón, postulada por Kant, será conveniente examinar los rasgos definitorios del formalismo de la ética kantiana[10] que, desvinculado de toda inclinación, llega significativamente a una identificación de lo masculino con la razón y de lo femenino con la inclinación.    Al afirmar así un modelo de moral en el que se superponen individualidad y masculinidad,  en el que se  sitúa la razón en el centro  y en el que se propone un ideal del control de sí y la desvalorización de la sensibilidad y los sentimientos, se terminará por marginar a las mujeres del ámbito de la ética, ya que a ellas se las identifica con el predominio de las emociones y los sentimientos y se las define como dependientes de los demás e incapaces para acceder a la abstracción de los principios morales universales y de llegar a la plena madurez de la razón[11]. Para Kant, la capacidad para la universalización de las máximas, así como el conocimiento científico, tiene como su "subtexto de género" una barba y un bigote, en humorística expresión de Celia Amorós[12].
            En sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime[13],  Kant realiza, en consecuencia, una distinción verdaderamente discriminatoria en lo que se refiere a las virtudes:  “La mujer tiene un excelente sentimiento de lo bello, en cuanto es propio de ellas mismas, pero el de lo noble, en toda su extensión, se encuentra en el sexo masculino” (O B S, 240). Kant adscribe, pues, lo sublime, la virtud noble o verdadera a la esfera masculina y lo bello, las virtudes bellas y amables a la femenina. Éstas últimas son como suplementos  de la virtud y no deben ser incluidas, en sentido estricto, en la intención
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virtuosa, dado que carecen de la individualidad y universalidad requeridas para ello[14]. Así la emotividad, la compasión, la amabilidad son fundamento de bellas acciones aunque no sean fundamentos de virtud.
            Las virtudes del bello sexo son por lo tanto virtudes adoptadas que no dimanan de una capacidad para formular principios -inexistente en la mujer-, mientras que las del sexo sublime son virtudes genuinas, auténticas, puesto que descansan en principios generales y sólo los hombres se rigen por principios: "Me cuesta mucho creer que el bello sexo sea apto para los principios, y no quisiera ofenderlas por ello, pues los principios son sumamente raros también entre los hombres” (O B S, 232). Para Kant "el bello sexo" sólo elige el bien por su belleza:
"Las mujeres deben evitar el mal, no porque sea injusto, sino porque es feo, y las acciones virtuosas para ellas se consideran las que son moralmente bellas. Nada de deberes, nada de que es preciso, nada de obligatoriedad. A la mujer le resultan insoportables todos los mandatos y todas las presiones hoscas" (O B S, 231).
                Si tenemos en cuenta que, según sostiene Kant y nos recuerda Celia Amorós, "en un corazón femenino no está grabada la ley moral, sino bellos sentimientos" y que "el respeto hacia la ley no es motor para la moralidad, sino que es la moralidad misma, considerada subjetivamente como motor" (Kr. Pr. V, V, 76), comprenderemos que las mujeres no son seres genuinamente morales, sino por adopción[15]. De esta manera, apunta Concepción Roldán, encontramos en las Lecciones de Ética y Antropología kantianas  un contenido sociohistórico que elimina de un plumazo la pretensión de neutralidad del formalismo ético cuyas piedras angulares serían la universalidad y la autonomía,  permitiendo entre otras cosas que se pueda distinguir entre un estatuto ético para varones –o ética racional de principios- y uno pre-ético para mujeres –o estética del bien- y que se justifique la exclusión de las mujeres del derecho de ciudadanía, enfatizando su estado de minoridad civil[16].
            Así, concluye Celia Amorós, "quien definió la Ilustración como la adquisición por el género humano de su mayoría de edad, emancipándose de tutores en el "sapere aude¡", no se estaba refiriendo sino a la mitad de la especie. La  otra mitad estaría destinada a ser una eterna menor con sus '"virtudes adoptadas"[17].
C) Inferioridad intelectual
El atributo de la belleza se extiende no solo a la moralidad, como hemos visto, sino a todas las cualidades del sexo femenino, incluida la inteligencia. Al confrontarla con la inteligencia masculina, Kant observa que "el bello sexo tiene sin duda tanta inteligencia como el masculino, sólo que es una inteligencia bella; la nuestra debe ser una inteligencia profunda, como expresión para significar lo mismo que lo sublime" (O B S, 229). bella", más que profunda, esto es, que es una inteligencia más ligera que se realiza aparentemente sin un esfuerzo profundo:
Kant y la mujer 2, Ancile, Tomás Moreno

"La inteligencia bella selecciona como objetos suyos cuanto está emparentado con el sentimiento delicado, y abandona para la inteligencia infatigable, metódica y profunda, las especulaciones abstractas o los conocimientos que son útiles, pero secos" (O B S, 230).
                Y, por consiguiente, la inteligencia de la mujer se encuentra menos capacitada que la del varón para tareas intelectuales que sí exigen tal esfuerzo: sean las relacionadas con las ciencias físicas, las matemáticas, la filosofía, e incluso la geografía y la historia, y todos aquellos saberes que requieren un razonamiento más abstracto y laborioso. "Una reflexión profunda y un tratamiento largo y continuado son nobles, pero pesados y no se corresponden bien con una persona en la que los atractivos naturales no deben mostrar otra cosa que no sea una naturaleza bella" (O B S, 229). Precisamente por ello: "El contenido de la gran ciencia de la mujer es ante todo el ser humano y, entre los seres humanos, el varón. Su filosofía no consiste en sutilizar, sino en sentir" (O B S, 230).
            Pero es en su Antropología práctica donde Immanuel Kant señala explícitamente una crucial y definitiva diferencia que incapacita a la mujer para ser auténtico sujeto de conocimiento: su dependencia del juicio exterior y de la opinión ajena: "El hombre piensa conforme a principios; la mujer, tal y como piensan los demás; si bien ésta se adhiere a la opinión general para obtener una aprobación que no podría conseguir en caso contrario". (A P, 115). (Continuará)


                                                                                           Tomás Moreno




[1]  Emmanuel Kant, Filosofía de la Historia,  Prólogo y traducción de Eugenio Imaz, FCE, México-Madrid, 1984, p. 25 (contiene ¿Qué es la Ilustración? entre otros escritos breves).
[2] Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres. La diferencia sexual en la Historia de la Filosofía, Narcea, Madrid 2002, pp.120-130.
[3] La mujer de Kant. Sobre la imagen de la mujer en la antropología kantiana,  en  C. Canterla La mujer en los siglos XVIII y XIX”, Servicio de Publicaciones Universidad de Cádiz, 1993, pp. 51-74. Las Anotaciones en las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (Bemerkugen zu den Beobachtungen über das Gefühl des Schönen und Erhabenen, AK, pp. 1-181, escritas entre 1765 y 1766, versan sobre cuestiones de moral, filosofía del derecho, antropología y estética. Los pasajes dedicados a la mujer en las "Anotaciones" son frecuentísimos. Todas las citas de las Anotaciones proceden de esta fuente.
[4] Nada más comenzar la Sección tercera de sus Observaciones, "Acerca de la diferencia de lo sublime y de lo bello en la relación recíproca de amos sexos", Kant enfatiza "la diferencia" con estas palabras: "El primero que comprendió a la imagen de la mujer, bajo la denominación de bello sexo puede que haya querido decir algo lisonjero, pero ha sido una ocurrencia mejor que cuanto él mismo ya pueda haberse imaginado. Pues aun sin tener en cuenta que su figura es comúnmente más fina, sus rasgos más tiernos y suaves, su semblante más expresivo y simpático para expresar su amabilidad, gracia y afabilidad, que en el sexo masculino [...], quedan rasgos particularmente singulares en el carácter emotivo de este sexo, que lo diferencia claramente del nuestro y que lo conducen ante todo a darse a conocer por la característica de lo bello" (O B S, 228, op. cit., p. 66).
[5] Ibíd., p. 59.
[6] Jorge Martínez-Contreras, "La naturaleza de la naturaleza humana" en Carlos Thiebaut, La herencia ética de la Ilustración, Editorial Crítica, Barcelona, 1991, p. 90.
[7] Llega a anotar Kant que "la naturaleza ha equipado a la mujer para afectar cariño, no ser cariñosa" (Bem, 59, 1).
[8] La idea de que la honra de la mujer está en dependencia del juicio exterior, mientras que la del varón consiste en la autoestima, en el propio aprecio de su dignidad interior comporta, pues, una auténtica enajenación de la mismidad de la mujer, que descansa, en el fondo, en la idea de quien posee su mismidad es, sobre todo, el varón, en quien el conflicto entre lo interno y lo exterior heterónomo está resuelto a favor del primero de los términos.
[9] Kant, Antropología en sentido pragmático,  op. cit.
[10] Es conocido que la ética de Kant se caracteriza por ser una ética deontológica, señalada por el formalismo, por el universalismo, por el acento puesto en la intención y, sobre todo, por la autonomía. El imperativo categórico prescribe la forma que debe asumir la ley de la voluntad, es decir, la universalidad de su mandato, no de los contenidos, los cuales harían que, inevitablemente, se resbalase hacia la heteronomía. No sólo se ponen fuera de juego los contenidos de las obras morales sino también las inclinaciones  de carácter empírico (emociones, sentimientos, tendencias y los deseos) del propio sujeto que, al intentar determinar el comportamiento externo, se ven como fuentes de falta de libertad. Con la ética kantiana se lleva a cumplimiento ese proyecto de gobierno racional de sí mismo y de desvinculación de las pasiones, que Kant define como "cánceres de la razón práctica". La filosofía moral de Kant ofrece una representación del sujeto humano irremediablemente dividido entre razón y deseo. No son las “inclinaciones” las que garantizan la capacidad moral del sujeto, sino únicamente la razón, que permite juzgar si una acción es justa a través de un proceso de abstracción de las situaciones concretas, valorando si la acción resulta, por principio, universalizable. Esta perspectiva niega valor cognoscitivo a esas inclinaciones empíricas que no pueden tener ninguna función en las decisiones racionales, sino que más bien se consideran "interferencias" respecto a la capacidad de hacer lo que la razón dicta como moralmente justo.
[11] Luisa Posada Kubissa en distintos ensayos -Razón y conocimiento en Kant. Sobre los sentidos de lo inteligible y lo sensible, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008; y "Cuando la razón práctica no es tan pura (Aportaciones e implicaciones de la hermenéutica feminista alemana actual: a propósito de Kant), Isegoría, 6, 1992, pp. 17-36- ha mostrado cómo la visión androcéntrica-patriarcal de Kant contamina aspectos teóricos de su filosofía que en principio nada tendrían que ver con su misoginia personal. Así, mientras en la primera versión de su Crítica de la razón pura la bisagra entre la sensibilidad y el entendimiento se encontraba en la imaginación (que unía lo diverso, posibilitando la experiencia y el conocimiento, por tanto). En la segunda edición, ese punto de unión será el entendimiento. Este "destronamiento" de la imaginación se debería probablemente al intento de Kant de eliminar de su epistemología una instancia asociada en su tiempo con lo femenino, lo irracional e ilusorio. También señala y subraya el paralelismo entre lo  inteligible y lo sensible o entre el entendimiento y la sensibilidad - la actividad del primero y la pasividad de la segunda- con el varón y la mujer.
[12] Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y posmodernidad, Catedra, Madrid, 2000, p.264
[13] Immanuel Kant Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime, Sección tercera. Acerca de la diferencia de lo sublime y de lo bello en la relación recíproca de ambos sexos, op. cit.
[14] No obstante, merecen ser denominadas virtudes "puesto que se ennoblecen por su proximidad a la misma, aquéllas son bellas y encantadoras, ésta únicamente es sublime y venerable” y son “capaces tanto de mover a unos hacia las acciones bellas, aun careciendo de principios, cuanto de dar un mayor empuje y más fuerte impulso hacia las mismas a otros que se rigen por estos principios" (O B S, 217).
[15] Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y posmodernidad, op. cit., 2000, p.264.
[16] Concepción Roldán, "Mujer y razón práctica en la Ilustración Alemana", en Alicia H. Puleo, El reto de la igualdad de género. Nuevas perspectivas en Ética y Filosofía política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008 p. 224. Por ello mismo concluirá más adelante que "Kant dejó (así) a la mitad de la humanidad al margen de lo que constituye los dos pilares fundamentales de su ética: la universalidad y autonomía, considerando a las mujeres incapaces de actuar por principios, excluyéndolas del acceso a la categoría de ciudadanas por su 'minoría de edad civil' (Metafísica de las costumbres) y convirtiéndolas de por vida en dependientes de sus 'tutores naturales' –primero el padre, luego el marido, con quien constituye una única 'persona moral' en el matrimonio" (ibid., p. 233) .
[17] Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y posmodernidad, op. cit., p. 380.


Kant y la mujer 2, Ancile, Tomás Moreno

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