Ofrecemos la segunda entrega del interesantísimo trabajo del profesor y filósofo Tomás Moreno , sobre Teresa de Jesús, para la sección de Microensayos del blog Ancile, que porta el título de El feminismo de Teresa de Jesús.
EL FEMINISMO DE TERESA DE JESÚS,
SEGUNDA ENTREGA
V. Reivindicación del rol de la
mujer y de su presencia activa en la Iglesia
Desde
el principio se propone Teresa romper con esa imagen imperante en su época que
presentaba a la mujer como pasiva y débil. Ya
en la reforma de las costumbres propuesta y llevada a cabo por la santa, en sus
ejemplos de bien vivir, en sus normas
para el ejercicio de la virtud y en sus consejos espirituales -para acrecentar
la piedad y para que los conventos funcionasen en armonía con lo que Dios
quería de las monjas- Teresa
proponía que la mujer se liberase de cualquier tipo de decaimiento en la fe y
de debilidad en el desarrollo de su vocación a través de la práctica y del
ejercicio de las virtudes cristianas.
Reclama nuestra santa reformadora,
sin ambages, la presencia y la participación activa de la mujer en la Iglesia
(“Prólogo” a CP, 3), pidiendo, o mejor dicho, exigiendo a las autoridades
eclesiásticas respetar el derecho de la mujer a la vida espiritual sin ningún
tipo de reparos o impedimentos: “No desechar ánimos virtuosos y fuertes aunque
sean de mujeres”. A veces se ve la
santa castellana obligada, efectivamente, a exigir a sus monjitas un
comportamiento lo más alejado posible del estereotipo que asociaba a la mujer con la debilidad o pasividad, proponiendo la virilidad
[1]
como una cualidad recomendable para la forja del carácter de sus compañeras (“virilidad”,
en el sentido latino de “virtus”: fortaleza, determinación, ausencia de
debilidad en la conducta o en el obrar).
En sus textos se advierte un claro feminismo, una decidida
apuesta por el valor y la fortaleza de la mujer. He aquí una humilde mujer, una
simple monja como ella, empeñada en empresas de tal envergadura[2] que
no respondían en absoluto al ideal de pasividad
y sometimiento de la mujer de la
época, sino que eran propias de una mujer
de acción, de una mujer fuerte, luchadora y rebelde. Carente de todo tipo de complejos, Teresa rompe con todos los límites y prejuicios impuestos a la
mujer en su tiempo, con todos los
moldes de lo femenino de la época y se propone con total determinación fundar conventos
descalzos, superando -como veíamos anteriormente- todas las dificultades y
obstáculos que a veces la agobiaban pero no la desanimaban. Así nos lo confiesa
en Las Fundaciones[3]:
Hela aquí una pobre monja descalza,
sin ayuda de ninguna parte, sino del Señor, cargada de patentes y buenos deseos
y sin ninguna posibilidad de ponerlo por obra. El ánimo no desfallecía ni la
esperanza, que, pues, el Señor había dado lo uno, daría lo otro. Ya todo me
parecía muy posible, y así lo comencé a poner por obra.
Lo menos que podía ocurrirle a una mujer de ese
talante y determinación es que sus conciudadanos y, sobre todo, sus confesores
y las autoridades eclesiásticas en general, la creyeran loca, y de ello fue tildada en efecto: “Cuando en la ciudad se
supo, hubo mucha murmuración: unos decían que yo estaba loca; otros esperaban
el fin de aquel desatino. Al obispo, según después se ha dicho, le parecía muy
grande, aunque entonces no me lo dio a entender, ni quiso estorbarme, porque me
tenía mucho amor, y por no darme pena”, escribirá en Las Fundaciones.
Es difícil en circunstancias
actuales –en que al menos formalmente
se respeta la igualdad de los sexos- medir lo que significaba su batalla por la
Reforma del Carmelo y por la reivindicación de la dignidad e igualdad de la
mujer en la Iglesia en aquellas precisas circunstancias. En la segunda mitad
del siglo XVI ello equivalía al enfrentamiento con ideólogos ortodoxos y
soberbios, con letrados y teólogos inexorablemente misóginos y androcéntricos,
por no decir machistas[4],
y, sobre todo, a exponerse a ser confrontada con el tremendo instrumento de la Santa
Inquisición, cuya maquinaria ya estaba por entonces bien engrasada y en marcha
en ámbitos no muy lejanos o distantes de los que transitaba Teresa[5].
Teresa
no se muestra respetuosa con las “costumbres” establecidas y procura
cambiarlas, no admite los límites
impuestos a lo femenino y los traspasa. Esta es su dimensión feminista (sin
las connotaciones ideológicas concretas que hoy tiene el término). La lectura
superficial de sus escritos podría dejarnos la impresión del asentimiento de
Teresa a las convicciones antifeministas de su contexto ambiental. Una y otra
vez saltan en sus escritos expresiones como que “soy una mujer flaca y ruin”,
“las mujeres no somos para nada”, “no tenemos letras”, “nuestra torpeza de
mujeres”, “y como me vi mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en lo que
yo quisiera en el servicio del Señor” etc., y manifestaciones de obediencia y
sumisión a superiores, confesores y prelados.
Analizando en profundidad tal cúmulo
de confesiones en las que se
minusvalora a la mujer y se desprecian sus capacidades y virtudes, podemos concluir que en realidad ocultan
o velan toda una estrategia deliberada para evitar una confrontación directa
con la Jerarquía. La aparente sumisión y obediencia que Teresa expresa ante sus
superiores, y que aconseja a sus monjitas practicar, suele enmascarar muchas
veces ataques y reproches contra los responsables e ideólogos de tan injusta
exclusión de la mujer en la Iglesia. Es a Dios mismo, su interlocutor directo,
nos recuerda Agustina
Serrano[6], a
quien se queja explícitamente Teresa de todas las suspicacias que aquellos
levantan contra la condición femenina:
“Pues no sois Vos, Criador mío,
desagradecido para que piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho
más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las
mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad […][7]: y
hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres […] ¿No basta,
Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa
que valga nada por Vos en público ni osemos hablar algunas verdades que
lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo Señor, de vuestra bondad y
justicia, que sois justo y juez y no como los jueces del mundo, que como son
hijos de Adán, y en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan
por sospechosa. Sí, que algún día ha de haber, rey mío, que se conozcan todas.
No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad y yo holgado que sea
pública; sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos
virtuosos y fuertes, aunque sean mujeres” (CP, III, 7).
En efecto, el texto transcrito
muestra cómo después de constatar el favor de Cristo hacia las mujeres, en las
que halló “tanto amor y más fe que en los hombres” y lamentar con indisimulado
enojo que el mundo las “tiene acorraladas” e incapacitadas para que “ni osemos
hablar algunas verdades que lloramos en secreto”, Teresa –que es contraria al
principio paulino de que las mujeres
callasen en la Iglesia- se despacha con los desiderativos camuflados con
los que acaba el fragmento antes citado.
Es
sorprendente el valor de esta mujer, la libertad de esta sencilla monja que se
atreve a “reprender a los inquisidores” y que critica directamente a la
Inquisición como hemos comprobado en el citado texto. Sus gestos contra el
sistema inquisitorial pueden ser
encuadrados –en opinión de algunos significados expertos- en un contexto de
profunda protesta social (coincidente con la de la literatura picaresca,
también de raigambre judeoconversa). Su ejemplo y alegato contra la ideología
antifeminista hacen de ella una monja libre y
moderna, con una visión revolucionaria del mundo, de la sociedad y de la mujer
no ya inaudita sino inconcebible en su época[8].
VI.
Necesidad de la lectura espiritual y la formación de las monjas en el estudio y
cultivo de las letras
Teresa no fue,
como se ha dicho hasta la saciedad, una mística iletrada, forzada a escribir
sobre sus experiencias por presión y encargo de sus confesores. Aunque
autodidactica “no letrada” no era una mujer inculta, sino lectora entusiasta de
los libros desde su niñez. Asidua de la biblioteca de su padre en donde
coexistían libros de caballería (a los que como su madre era muy aficionada) y
libros de espiritualidad y oración. El hilo de esta afición atraviesa la
evocación autobiográfica de su juventud enferma: “Dióme la vida haver quedado
ya amiga de buenos libros”, confesará en su autobiografía.
La práctica de “leer buenos libros”
y “ocuparse mucho en lición” (o lectura) conviene mucho, a quienes como ella carecen de talento y de imaginación,
como observa humildemente. Luego, fueron los libros un recurso importante
frente al “gran daño” que “hicieron en mi alma algunos confesores medio
letrados”. Tanto que llega a proponer la lectura
como sustitución del maestro y del confesor que sospechaban de la autenticidad
y ortodoxia de las primeras experiencias
místicas de Teresa, atribuyéndolas, para desesperación de ella, a
inspiración demoníaca: “es demonio”, solían decirle.
En el Libro de la Vida queda, por
otra parte, constancia de cuán directamente y hasta traumáticamente afectó a su
autora, gran lectora, la publicación del Índice
de Libros prohibidos de Valdés
(1559). Lamenta que el Índice suprima
los versiones en romance de los libros religiosos en versión latina, ya que
ella la desconocía; así como otros muchos de su tiempo: Erasmo, Juan y Alfonso
de Valdés, Catecismo de Carranza, Juan de Ávila, Fray Luis de Granada, F. de
Osuna, F. de Borja, e incluso los Ejercicios
de Ignacio de Loyola. Sus invectivas contra tal medida tienen un valor histórico excepcional: “Cuando
se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí
mucho, porque
algunos me daban mucha recreación leerlos” (Libro
de la Vida, cap. 26). La
prohibición concernía a una amplia literatura espiritual y mística que
alimentaba las soledades de Teresa antes de su relativamente tardía
“conversión” a la vida de oración mental y de sus experiencias místicas,
momento que viene a coincidir, como veremos, con su conversión en escritora, relatora
de su mismidad y narradora de su intimidad[9].
Pero si la carencia de maestro
espiritual le había llevado en su momento a una lectura apasionada de escritos
y obras espirituales, esta nueva prohibición hizo posible alcanzar un nivel
superior de conocimiento y experiencia, ofreciéndole la oportunidad de acceder
al “Libro vivo”, a las experiencias del amor del alma a Dios:
“Me dijo el Señor: No tengas pena, que yo te
daré libro vivo. Yo no podía entender por qué se me había dicho esto, porque
aún no tenía visiones; después, desde ha bien pocos días, lo entendí muy bien,
porque he tenido tanto en qué pensar y recogerme en lo que vía presente, y ha
tenido el Señor tanto amor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy
poca u casi ninguna necesidad he
tenido de libros. Su majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las
verdades” (Libro de la Vida, cap.
27.).
Pues bien, Teresa no se conforma con
su personal itinerario formación
espiritual e intelectual y desea imbuir y contagiar a sus monjas de la pasión
por su propio cultivo y formación personal y espiritual. Apuesta decididamente
por la formación de sus monjas en el cultivo de las letras y en el conocimiento
letrado. Piensa que es necesario que las monjas descalzas no permanezcan en la
ignorancia, se formen intelectualmente con maestros letrados y lecturas
adecuadas. Deben buscar aprender todo aquello que libere su espíritu de las
ataduras que sujetan a quienes no han podido cultivar su inteligencia. Deben cultivar sus espíritus porque “estas
cosas e ignorancias no las tendrán los letrados, aunque ya he topado con alguno
en ellas; más para nosotras las mujeres, de todas estas ignorancias nos
conviene ser avisadas” (Las Fundaciones[10])
Su recomendación no deja lugar a dudas. Su programa
feminista consistirá en primer lugar en liberar
a la mujer mediante el cultivo del espíritu: “De esta forma serán monjas
libres y virtuosas, como le sucedía a una persona con la que había hablado
hacía poco” cuya entrega absoluta a la obra del Carmelo le hizo encontrar toda
“la felicidad que en esta vida se puede desear; porque, no queriendo nada, lo
poseen todo” (Las Fundaciones). Pero
también, y en segundo término, habrán de aprovecharse de su propia experiencia
personal, ya que ésta puede ayudar mucho a sus monjas y sus consejos
enriquecerlas y capacitarlas más que los de los pretendidamente sabios:
“Para atinar en cosas menudas más que
los letrados que, por tener otras ocupaciones más importantes y ser varones
fuertes, no hacen tanto caso de cosas que en sí no parecen nada, y a cosa tan
flaca como somos las mujeres todo nos puede dañar, porque las sutilezas del
demonio son muchas para las muy encerradas, que ven son menester armas nuevas
para dañar… No diré cosa que en mí, o por verla en otras, no las tenga por
experiencia” (Prólogo a CP, 3).
Teresa hace extensivo su programa de liberación no sólo a las monjas de
sus conventos, sino también a las mujeres en general. De ahí que los consejos e
historias personales que va recogiendo, además de servir de ejemplo e
instrucción para sus monjas, revelen indirectamente una actitud inequívocamente
feminista: todo un programa de emancipación o liberación de la mujer en
consonancia con su actitud de reformadora, no sólo de los conventos, sino de
las costumbres y de las estructuras y mentalidades de su época.
VII.
La reclamación de la autonomía espiritual y de la libertad de conciencia
Es tópico y
exacto, el atractivo que sobre Teresa ejercían los letrados (a los que, no nos engañemos, sólo hacía caso cuando a
ella le convenía). Pero no ceja en su ataque incesante contra quienes no están
dispuestos a admitir la convicción del espiritual fray Pedro de Alcántara que “decía aprovechaban mucho más en este
camino (las mujeres) que los hombres, y que hay muchas más mujeres que hombres
a quien el Señor hace estas mercedes”.
No está
dispuesta a someterse ante letrados y teólogos, ni a soportar que se erijan en
reguladores de lo que no han experimentado “personalmente”. En sus Meditaciones sobre los Cantares (Conceptos del Amor de Dios) -glosas al Cantar de los Cantares, que acabaron en
la hoguera por imposición del padre Yanguas-
contrapone Teresa la fe y la
sabiduría de la Virgen a la
teología oficial de algunos letrados, que no “les
lleva el Señor por este modo de oración ni tienen principio de espíritu; que
quieren llevar las cosas por tanta razón y tan medidas por sus entendimientos,
que no parece sino que han ellos con sus letras de comprender todas las
grandezas de Dios. ¡Si aprendiesen algo de la humildad de la Virgen
sacratísima!”.
Muchas veces, y en distintas
ocasiones, Teresa se mofa de los directores espirituales, teólogos letrados y entendidos sesudos varones que se han
apropiado hasta de la palabra de Dios. En las citadas Meditaciones sobre los Cantares reivindica Teresa su derecho como
mujer a la exégesis escriturística o mística, frente al monopolio hermenéutico
de los varones teólogos, cuando, sabiendo que iba a escandalizar a tales
exégetas oficiales, escribe “que tampoco hemos de quedar las mujeres tan fuera
de gozar las riquezas del Señor” (MC, 1,8). José Jimenez Lozano comenta al respecto que con esas palabras
Teresa quería poner de manifiesto, muy valerosamente, que también las mujeres
sabían leer, entender e interpretar los textos sagrados, arriesgando así su
propia vida por tal osadía, ya que por mucho menos de esto “muchas habían ido a
parar al ‘brasero’, como se llamaba entonces a la Inquisición”, por sospecha de
herejía. Teresa, concluye Jimenez
Lozano, “debió sentirse muy harta, durante toda su vida, de muchas cosas y,
entre ellas, de su condición de mujer, tan desgraciada entonces, aun dentro de
la Iglesia”[11].
En uno de sus textos más irónicos y
paradigmáticos de su Camino de Perfección
-comenta el teólogo católico Xavier
Pikaza[12]- Teresa recoge la opinión de los que
quieren tener a las mujeres sometidas sin autonomía personal, para reivindicar,
frente a ellos, su propia autonomía en la oración, su capacidad para orar por
sí mismas ante Dios sin mediadores, sin necesidad de someterse a los dictados
del magisterio superior de los
varones, y salir a su encuentro enfrentándose a ellos con estas palabras:
“Digo que importa mucho, y el todo, una grande
y muy determinada determinación de no parar hasta llegar, venga lo que viniere,
suceda lo que sucediere, trabajase lo que se trabajare, murmure quien murmure,
siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para
los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo, como muchas veces
parece cuando decimos: “hay peligros”, “fulana por aquí se perdió”, “el otro se
engañó”, “el otro, que rezaba mucho, cayó”, “hacen daño a la virtud”, “no es
para mujeres, que les podrán venir ilusiones”, “mejor será que hilen”, “no han
menester esas delicadezas”, “basta el Paternoster y el Avemaría”
(CP,
21, 2).
Decisivamente, el texto teresiano
evidencia su disconformidad con la ideología dominante, forjadora de miedos y
de heterodoxias. Llega hasta a exigir a sus seguidores determinada determinación contra esas barreras levantadas, aunque
se hunda el mundo, y a no hacer caso de la mentalidad cada vez más
universalizada y materializada en tal tipo de dichos. La arenga es del programático Camino de Perfección que no perdona ni a los inquisidores, con todo
el riesgo que entrañaba por aquellas fechas atreverse con la Inquisición
(identificada sustancialmente con la ortodoxia), con la que Teresa no puede
estar de acuerdo.
VIII.
La afirmación del derecho radical a la oración personal
En este texto,
como en tantos otros, Teresa afirma y reivindica, pues, el derecho de las
mujeres a ser independientes, a ser capaces de rezar por sí mismas, a ser
autónomas en lo espiritual, lo que equivale a decir: a pensar por sí mismas. Se atreve a exigir su personal autonomía a la
hora de establecer su comunicación con Dios: a través de la oración, la
meditación o la contemplación. Tiene la osadía, en fin, de propugnar que sus
monjas puedan orar por sí mismas, fuera del control que pudieran ejercer sobre
ellas mediadores, confesores, maestros o guías espirituales masculinos, o los
inquisidores de turno, sin temor a ninguna clase de “peligros” o “desviaciones
heterodoxas”.
Rechaza Teresa, en consecuencia,
toda injerencia o imposición de quienes -desconfiando de su buen criterio y
creyéndolas ilusas, influenciables y manejables- tratan de dirigirlas desde
fuera y prescribirles cómo han de orar. Y denuncia a aquellos que someten y
relegan a la mujer a las simples tareas domésticas –“¡mejor será que hilen!”-
ya que dada la supuesta inferioridad de su naturaleza
“no han menester las
delicadezas de la oración” (mental) más
personal, espiritual y profunda. Les basta con la simple oración vocal,
repetitiva, que no se adentra ni contacta con el profundo misterio divino: “basta el Paternoster y el avemaría” para
ellas[13].
“Por esto –concluirá Xabier Pikaza-
quiero que las mujeres hilen (que realicen todos los buenos trabajos humanos
como los hombres), pero me alegro de que piensen y oren, buscando con Jesús de
Nazaret el camino del reino de Dios para todos, hombres y mujeres”.
No cabe duda de que el papel de la
mujer en el seno de la Iglesia ha avanzado muchísimo. Téngase en cuenta que
hasta hace aproximadamente un siglo la condición
de mujer impedía a cualquier cristiana acceder a la categoría de teóloga
reconocida o de Doctora de la Iglesia, como pone de manifiesto la respuesta surrealista e injusta para la mujer que
en 1923 la Curia Romana daba a la petición, presentada ante Roma por entonces obispo de Ávila, monseñor Pla y
Daniel, de que le fuese concedido a Teresa de Jesús el título de Doctora de la
Iglesia. La respuesta de la Curia Romana de entonces fue: “Obstat sexus” (“lo
impide el sexo”, “lo impide su condición de mujer”)[14]. Afortunadamente, con el paso de
algunos decenios, la objeción o censura (de índole sexista) no sería ya
utilizada por la Iglesia Católica en esos términos tan discriminatorios e
injustos. A partir del Vaticano II, las cosas comenzaron a cambiar
sensiblemente: Santa Teresa de Jesús
(1515-1582) sería proclamada la primera mujer Doctora de la Iglesia, por Pablo
VI, en 1970, juntamente con Santa Catalina de Siena (1347-1380),
Patrona de Italia. Les seguirían en alcanzar esa gran distinción de Doctoras de
la Iglesia otras dos excepcionales mujeres: Santa Teresa de Lisieux (o del Niño Jesús) en 1997, esta vez de la
mano de Juan Pablo II, y Santa Hildegard
Von Bingen que lo sería en octubre de 2012 y a propuesta de Benedicto XVI.
La empresa de inclusión de la mujer
en lugares de gobierno, dirección y protagonismo en la Iglesia Jerárquica, que
Teresa trató de desarrollar e implementar en su tiempo, aún no se ha cumplido.
Las mujeres todavía siguen ocupando roles secundarios, subordinados, y
continúan sometidas a un cierto orden burocrático-institucional de pensamiento
androcéntrico y patriarcal, marcado e impuesto, como diría Hans Küng[15],
desde un Paradigma doctrinal propio de la superada Modernidad, ya
irremediablemente obsoleto.
Tomás Moreno
[1] “Viril” es una
palabra muy utilizada por Catalina de Siena: “Corred virilmente”, le escribe a la terciaria Paula
y a Inés Malavolti le dice que busque “virilmente” a Cristo (Citado en Romeo De
Maio, Mujer y Renacimiento,
Mondadori, Madrid, 1987, p. 75).
[2] Su esfuerzo
fundacional fue verdaderamente ímprobo: en apenas veinte años -entre 1562
y 1582- llegó a fundar monasterios y
conventos descalzos en Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo,
Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla,
Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. Recorriendo media
España (Castilla mesetaria y Andalucía) sin dejarse intimidar por los viajes que describe como expuestos a
múltiples peligros y a “los grandes cuidados de los caminos, con fríos, con
soles, con nieves […], otras a perder el
camino, otras con hartos males y
calenturas…”. Siempre dispuesta a subir a lomos de mulas o acémilas o a embarcarse
en un carro o en una litera enviados por
alguno de sus protectores para llevar a cabo su tarea fundacional.
[3] Obras completas, op. cit.
[4] Por el contrario
Pedro de Alcántara, F. de Borja, D. Báñez, Juan de la Cruz y Jerónimo Gracián
fueron sumamente respetuosos con ella.
[5] Además de la
intensa represión Inquisitorial contra los numerosos movimientos místicos
femeninos, sospechosos heterodoxia que tanto proliferaban en la época,
también el supremo Tribunal Eclesiástico
acosaba a todos aquellos en los que pudiese presumir algún elemento de
herejía o disidencia, como fueron los
casos del poeta y místico Fray Luis de León y del filólogo Sánchez de la
Brozas, el Brocense, inocentes víctimas
de su implacable represión.
[6] Agustina Serrano P., “La racionalidad
apasionada. Acercamiento a la relación razón y amor en la obra ‘Camino de
Perfección’ de Santa Teresa de Ávila (1515-1582)”, op. cit.
[7] Lo que viene a continuación procede del Códice autógrafo de El Escorial
(4,1), de 1563-1566, y es lo tachado y suprimido en el Códice de Valladolid
escrito con posterioridad en 1569, teniendo
en cuenta las correcciones de los censores de la primera redacción; el texto
permanecerá censurado hasta 1833.
[8] Teófanes
Egido, “Santa Teresa y su obra reformadora”, en Teresa de Jesús la santa reformadora, Historia 16, Año VII, nº 78,
, pp. 43-50). Vid. También: U. Dobhan, “Teresa de Jesús y la emancipación de la
mujer”, en “Congreso Internacional teresiano” 4-7 de octubre 1982, vol. 1.
Salamanca 1983.
[9] Para estos
aspectos de la valoración teresiana de la lectura y otras consideraciones interesantes
de su personalidad mística véase Patricio Peñalver, La Mística española (siglos XVI y XVII), Akal, Madrid, 1997, pp.
59-76.
[10] Obras Completas, op. cit.
[11] “Teresa de Jesús
y el obstáculo del sexo”, en Cartas de un
cristiano impaciente, Destino, Barcelona 1968-1975.
[13] Los teólogos de
la época –como el Inquisidor Valdés- al referirse al interés que por aquel
tiempo mostraban las mujeres por cuestiones de teología e Iglesia, propugnaban con
desprecio que las mujeres se conformasen
con el rezo del rosario: “Que las mujeres tomen su rueca y su rosario y no
curen más devociones”, negándoles desde una Iglesia enteramente varonil y
misógina toda pretensión femenina de adentrarse
en caminos místicos y contemplaciones espirituales de más alto vuelo,
exclusivamente reservados a los varones.
[14] Comenta Jimenez
Lozano en su citado artículo, con enorme lucidez y compasión cristianas: “Si algo significa el
cristianismo, entre otras cosas, y aun desde un punto de vista cultural, es
precisamente la declaración de que “non obstat sexus”, de que el sexo no es
algo sagrado o numinoso o, por el
contrario, algo infernal o tenebroso, y aun la tremenda afirmación de que aquellas
propias criaturas humanas, convertidas en puro sexo por la codicia sensual
masculina –las prostitutas- que todo lo esperaban de Dios y nada de sí mismas,
pues su pobreza era absoluta, entrarían en el Reino mucho antes que los
pudibundos y enorgullecidos machos que las despreciaban”.
[15] Como es sabido
el teólogo germano distingue en el desarrollo histórico del Cristianismo seis
Paradigmas sucesivos (P I, judeo-apocalíptico; PII, Helenístico de la Antigüedad cristiana; P III,
Católico-romano del Medievo; P. IV, Protestante-evangélico de la Reforma, P. V,
Ilustrado de la Edad Moderna y P. VI, Paradigma Ecuménico contemporáneo o
transmoderno). A lo largo de todos ellos aunque la substancia de la fe es
permanente, el macromodelo o paradigma epistémico-interpretativo es cambiante.
En cada uno de ellos el papel de la
mujer en la Iglesia ha ido cambiando sensiblemente (Cf. Hans Küng, El cristianismo. Esencia e historia,
Trotta, Madrid, 2007 y “La mujer en el
cristianismo, Minima Trotta, Madrdi,, 2011).
Muy interesante, amigo mío. Se ha avanzado y espero que se avance más. Épocas injustas, oscuras, de las que hay que arrepentirse, sobre todo aquellos más implicados en las autoridades eclesiásticas. Un abrazo grande.
ResponderEliminar